martes, 4 de marzo de 2008

Entre Días Perdidos/Otto Oscar Milanese

Entre Días Perdidos/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito A Cóntarselo A Gloria Y Otros Cuentos.


A Gloria Italia Milanese

La chica titubea cuando alcanza las bocacalles. Rato hará que mis ojos le persiguen la inseguridad de los pasos. Casi sufro su desesperada desubicación con un leve placer sadico. Es obvio: anda perdida y yo retorno a momentos míos, similares a los que ahora advierto que ella vive. Cualquier ciudad es buena para perderse. Cualquier ciudad es apropiada para encontrarse. Cuando las avenidas, los edificios nos arrojan al temor de lo desconocido y el corazón salta a la boca al virar cualquier esquina, uno comienza a encontrarse a si mismo como debe ocurrirle a esa muchacha... A recordarse a si mismo. Imagino que puedo pensar lo que piensa ella en este instante. reconozco su prisa. Es un apremio por llegar a lugares conocidos y comenzar a olvidarse de ella. A sentirse menos ella cuando reencuentre las calles que suele caminar desde siempre y el día recobre su vulgar aspecto de rutina implacable. Esas calles conocidas están distantes de sus pasos y la angustia la aproxima más a su condición humana. Casi la envidio. Porque la seguridad mía de repisar calzadas que me conducen al trabajo, no me provoca vivir como vive la chica.


Camina del otro lado de la avenida. Percibo la zozobra que le empuja cada paso. La tenáz esperanza que la detiene en las intersecciones para releer los carteles con los nombres de las calles. Lo peor de perderse ocurre en las esquinas y a la chica le sucede cuando se pone a la altura de una. Escudriña de izquierda a derecha y un ramalazo de su titubeo me impele a la rememoración. No atina a elegir el rumbo y es un momento suyo que he vivido antes con tanta angustia. Ahora casi puedo sentirme perdido dentro de la incertidumbre de la chica.


Existen personas que encuentran el rumbo atinado, siguiendo la dirección contraria a la que pensaron tomar al primer impulso. Poséen conciencia absoluta de su desorientación y pueden usar su habitual desubicación para ubicarse sin temor a errar. La chica es diferente. Lo sé por los casi imperceptibles movimientos afirmativos que realiza cuando reanuda la marcha, luego de una indecisa parada. No me preocupa que ahora esté viviendo por ella, con los retales de mis extravíos de alguna vez. A nadie más que a mi parece importarle la blusa rojo vivo y la falda azul que avanzan titubeantes por la calzada de al frente. Quizás, alguien desde un tranvía le observó el rostro que no le pude ver. Roja la blusa y la falda azul. Como vestía la chica de tu cuento... A lo peor la misma chica perdida que estuvo frente a mi acera. O tal vez tú misma. Tú, que otra vez te pierdes entre las calles de tu historia para descubrirte tirada a mi costado en una habitación de motel.

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