lunes, 10 de marzo de 2008

Santuario

Santuario/Otto Oscar Milanese

Santuario
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Un Momento En La Pared".

"Amar, amar,
es ser útil a uno mismo;
hacerse amar,
es ser útil a los demás".

Jean Paul Beranger.



Pulsé el timbre y lo medité. Adentro, Carola, tendida remisamente en el sofá, lo imaginaría. No le resultaría insólito cuando le escuchara, si es que decidía contarselo. ¡No, no se lo referiría! Las mujeres enamoradas andan en desamor con la ecuanimidad. Lo tomaría a broma. La risa provocaría que sus manos temblaran sobre el nevado globito de pelos rizados echado a un costado suyo.


-¿No será...-Intuyo que me mirará oblicuamente,-que nuevamente piensas en eso?


-¡No!-Mentiría en vano, incapaz de evadir el azul acusador de sus pupilas.- Me he acostumbrado a pensar estas estupideces inconexas, y tú bien lo sabes, con mi vida anterior.


¿Y si no lo sabía? ¿Si no deseaba entenderlo? Cojeturarlo me deja una mueca en el rostro. Entonces, ya no solamente me mirará de reojo... Empezará suavemente, demasiado amenguado el quejido por un nudo acre en la garganta, mientras persiste el leve temblor de manos hundiéndose a ratos por la mansa blancura recién estregada con shampoo para pulgas.


Son las escaleras, querido. Tal vez la distribución de los apartamentos, o el número de mi puerta. ¡Existe algo aquí que te revive todo aquello!


¡No exactamente! A la mañana de hoy noté que pasaba, y lo acepté tardíamente. No porque me resistiera a vivirlo, sino, por lo abrumador del estremecimiento; de la certeza orillándome a un frágmento de mi existencia, oscuro y convenientemente clausurado. Comenzó a suceder en el automovil, y no es hasta este momento-frente al apartamento de Carola-que puedo establecerlo. Movilizaba, el control de sintonía de la radio, y tropecé con las voces de Martinho Da Vila y de Joao Nogueira "Não tá mole não, José/esse mundo louco", me puse entre los labios el filtro de un cigarrillo, el movimiento,inconsciente, desabrido por las repeticiones, lo ejecuté con la mano izquierda, "A televisão mostra sempre um pouco/bala de canhão e bomba de troco", reí quedamente , como reconciliándome con las memorias que ahora brotaban a rítmo de samba.


Una lágrima restañada a disgusto, y la otra y la otra.-¡Tus recuerdos pueden más que yo!- Finalmente explotaría.


¡No, mejor no confiarselo. !Busque el prendedor en la gavetilla, "bem pertinho, irmão, lá do Rio Jordão/bem pertinho, irmão, lá do Rio Jordão". Deseché la busqueda, paladeando el ruin sabor a corcho humedecido por la saliva, "mas a salvação, José, é nossa Rosa do povo/que dá ao povao/horizonte novo"... Apagué la radio antes de abrir la portezuela, y pensé: "Los peldaños amanecían tapizados de colillas, bolsas de papel y latas de cervezas".


Ocurrió anteriormente. Una eternidad atrás. Nebulosamente pude entreverlo, como ahora, frente al apartamento de Carola.El episodio no contraía visos inusitados, sino, precisamente, todo lo anverso, en mil días anteriores, angustiosamente me percataba. Me detuve de espaldas a la brumosa escalera angosta; aguardando su bello rostro tras el chirrido de la puerta abriéndose. No lograba deducir, jamás, hasta hoy, reparo en nimiedades, cuantas veces pulsé el timbre, ni los involuntarios gestos de impaciencia. ¡Ah, si consiguiera discernir las futilezas! Un vacío absurdo me arroja a la nausea del vértigo. Subitamente adquiero plena conciencia, un deslumbrante conocimiento aguijonador,de que me he detenido aquí miles de veces, pero sólo puedo rememorar eso..., es lo que puedo captar y retrotraer de todas las anteriores oportunidades. No preciso la fecha y ni siquiera puedo confirmar si acaeció aquí,de frente a la puerta, deespaldas a las escaleras, cuando los gruñidos me saltaron encima. Pero aconteció. Pensándolo me late en la mano derecha un rabioso rastrojo de escozor de garras recientes. Y los gritos de Carola, esto si recuerdo, aunque haya olvidado las frases que usara ella, porque su "no es nada, no es nada", tomándome la mano y mirándola, atrayéndome hacia la sala, lo borró todo. Ahora timbro y timbro y nadie abre. Me rasco la nuca como buscando pensamientos a uñaradas. Fue para San Valentín del año pasado. ¡Claro, como no se me ocurrió antes! La tarjeta, el ramillete de rosas despetaladas en el piso por el babeante hociquillo blanco. Surge una duda centelleante, ¿No... Para su aniversario? ¡Qué diantres importa,tuvo que pasar alguna vez! Intento descifrar el motivo de su tardanza, ejerciendo una furiosa presión sobre el timbre. La imagino cortando abruptamente uno de sus interminables coloquios telefónicos. ¡No! Probablemente está acabando de retocarse apresuradamente frente al espejo, antes de decidirse a atender el llamado a la puerta. Carola siempre demora en abrir,y me entretengo dilucidando el objeto de su tardanza. Aquella vez ocurrió,y además,no se escabullen,como con otros recuerdos,los pormenores pueriles... Esos minísculos detalles, inadvertidos en su esencia e implícitos en todo acto, escurridizos a la rememoración. ¡Los recuerdo ahora! ¡Sorpresivamente los cazo uno a uno! Sin agotarme mentalmente, sin proponermelo, están saltando a la conciencia esos frágmentos de vida complementaria y circunstancial que rodean cada instante, cada suceso; como si esta vez de ahora se hubiese filtrado prematuramente en el tiempo,o quizás,el tiempo debido-si es que los actos realmente requieren un justo tiempo imprescindible para realizarse-no se presentó, y la acción se desarrolló en otras horas, en una vacuidad proyectada hacia el futuro. Estuve aquí, tal como ahora,y los detallles surgen,saltan luminosamente como la huella instintiva de una consumación anterior, encajan sincronizadamente en el engranaje develado paulatinamente por la memoria. Imprevistos recuerdos de la cristalización de cualquier gesto vulgar: como frotar los calzados en la alfombra, ahora mismo vuelvo a realizarlo.Maquinalmente veces mil habré restregado los zapatos en la alfombrilla marrón, frente a la puerta del apartamento de Carola. Pero me mortifica la certeza de haberlos frotado exactamente como hoy, ladeando los pies para sus curvaturas y sobándolos con recia lentitud. Además, como en aquel vivido momento, los gruñidos no se filtraron por el intersticio de la puerta. Y es inusual. Y me sorprendo,no porque ahora sé que de igual manera me asombré aquella vez, y dije entonces lo que digo ahora: ¿Qué le sucederá al animalejo? Dedos helados oprimen la nuca, ¡Dios, como antes, calcadamente como antes! Comienzo a intuir lo que sobrevendrá, procuro evitarlo; pero una parte del cerebro no responde o está en desacuerdo , y pienso ¡"No lo hagas, retén esa manos"! Me escucho huecamente pronunciarlo, no como si pensara en voz alta, sino, como si hablara desde algún rincón del pasado, porque como entonces, el cerebro está ordenando recomponer el cabello con las manos, y me los aliso, y la negligente voz almibarada de sueños no me lo impedirá, ni yo mismo, opuesto a vivir lo consumado en otro día. Sé que ajustaré el nudo de la corbata, y lo estoy apretando; que secaré el sudor de la frente con uno de los pañuelos que ella me regaló,y lo estoy secando como entonces. ¡Decididamente, es mejor no contarselo!, continúo escuchándome lejanamente, dejando caer la mirada sobre el opaco betún de los calzados huemdecidos de nieve; pero como en aquella ocasión, sé que ya es como si se lo hubiese contado.


- Si realmente lo deseas se materializará.- Advirtió Carola, pasándome el vaso de whisky y dejándose caer en el sofá. El globito de erizados pelos blancos corrió a echarsele a los pies, abanicando la cola.


- ¡No lo deseo! ¡ Es irrevocable!


- ¡ No!- Aulló ella, y la blancura echada a sus pies se tensa, detiene la cola, extiende hacia arriba el hociquillo, aletea la fría naricilla, y gruñe mirándolo a él.- ¡No! ¡Eso es irrepetible!


- ¿ Irrepetible? El momento que sirvió de fondo sí; pero los hechos persisten en retornar, Carola, están ahí.


Un puño de trasnoches me golpeó salvajemente los parpados. El último en entrar ya había regresado a la noche de las calles. Adrián le atendió unos minutos antes. Pude oirlos murmurar en inglés en el lobby. El ruido de los autos se introducía con los zagueros latigazos de un invierno aullador. Bajé hasta la mitad de las escaleras del segundo al primer piso, para gritarle a Adrián que cerrara la puerta. Quizás entonces devino el lance. ¿O no? Puedo jurar que aún no sucedía. Debió ser el instante; pero todavía el otro no se marchaba. Antes de que se fuera me senté en un peldaño a fumar. Escupí por la mitad el cigarrillo, me dolían los huesos. No se trataba de una reumática molestia de frío febrero;sino, una exasperante sensación de anunciamiento febril. Y contra ella y su dolencia progresiva, asiéndome al pasamanos me deslicé escaleras abajo. Las voces de Adrián y del otro llenaban todos los rincones del corredor. Quise advertirles que de continuar el alboroto,la mujer catracha del 2R llamaría a la policía. Adrián se apaciguó, no obstante, el otro prosiguió dejando oir su vozarrón anónimo, gesticulando agresivamente. Me sentía exhausto. Ardientes latidos golpeaban continuamente mis sienes. ¡ "Devuelvele el dinero, y que se largue"! Le ordené a Adrián, y surgieron protestas polítonas; pero ya subía penosamente las escaleras. Quedaron a mis espaldas, eran movedizas sombras afanosas. Rezongaron por varios minutos más, luego Adrián me llamó una, dos, tres veces. Pensaría que no le escuché o no quise respónderle. No reuní fuerzas para contestar. Mis piernas se arqueaban debilmente, no comprendo aún como había podido ascender hasta el quinto piso. Cuando Adrián me llamaba, me recuerdo fríamente orinado de sudor, pegado a la pared, en el rellano del piso tercero. Luego subí sin saber como ni cuanto tardé. Las voces allá abajo, ascendían descompuestas y roncas, cada vez más altas, más próximas, como si vinieran reptando los peldaños tras de mi. Entré y eché cerrojos. ¡No debí! Nunca los echaba cuando aún Adrián o Tony permanecían en el hall; pero no sé que me ocurría esa noche. Debía estar inconscientemente seguro de que no sucedería. El montón de noches similares sin suceder,parecían una tácita confirmación. Recliné la espalda contra la puerta recién cerrada. Me sobresaltó un furioso portazo allá abajo. Arrastrándome pude llegar a las habitaciones y me tumbé atravesado en la cama. Desde la calle, la voz del otro increpaba acidamente lejana. Finalmente se disolvió, se disfumó en el helado viento que peinaba las calles. Desde algún antiguo silencio del building brotó un lloriqueo irregular de niño. ¡Entonces pasó!


-¡El pasado es irresucitable!- Dijo ella, apaciguando los gruñidos de la bolita de pelos blancos con arrumacos en el cuello.


- Tienes razón, Carola, pero ellos...


- Ellos también pertenecen al pasado. ¡Aceptalo!

- ¡No!- Mi voz es un grito altisonante. Busco aire, removiéndome incomodamente en el sillón. El pelaje blanco se envara, me mira fijamente y muestra los dientes en una perruna sonrisa feral.- Al pasado no, Carola. Cada noche me acorralan el sueño.


- ¿ Remordimientos?- Desea reirse, y se aturde a mitad del intento, ridículamente boquiabierta, con el cuerpo semi doblado, y el cuello estirado hacia mi, mientras procura sosegar los gruñidos con desganadas palmaditas.


-¡No!- Respondo con vehemencia. La mirada palpita caminando la turgente mitad de los senos que se me ha revelado al inclinarse ella.-Sólo es aprensión. Miedo a que todo vuelva a recomenzar.


-¡Otra vez a los mismo!-Suspira ella, mostrándo un vago gesto de incredulidad.


¿A lo mismo? Continuaba pensando así, aún después de confiarle lo del otro día, cuando el ambiguo sentimiento melancólico y premonitorio no me asaltaba todavía, como hoy a la mañana en el auto, y más tarde, frente a la puerta del apartamento de ella. La mañana se deslizó tan habitualmente que su recuerdo parece conjeturado y colectivo. Me rasuré, probablemente silbando desabridamente a ratos; me vestí sin prisas entre espaciadas chupadas al cigarrillo que dejaba en el cenicero, y de seguro, ni siquiera necesito pensarlo, la habría recordado a ella, su flaco cuerpo fresco saltándo entre mis manos como una inesperada caricia de ramas reverdecidas en su primavera plena. Estoy convencido-no porque recuerdo el momento, sino porque acostumbro a comprarlos-que obtuve los matutinos en el quiosco del arabe de la esquina. Como de costumbre, apenas pude leer uno, dos, tres títulares, mientras aguardaba que el motor del coche se calentara. Luego,siempre lo mismo,arrojé los diarios al asiento trasero. Ese día, sábado, no encontré estacionamiento cerca del edificio en donde reside Carola, quizás por esonotuve tiempo, como otras veces, de quedarme indeciso mirando desde el auto la pesada y antigua puerta del hall,ni dubité, como siempre ocurre al empujarla, y brevemente, con mi irrupción introduzco un ramalazo tibio de claridad matinal en las débiles brumas del pasillo.


-Vives en un lugar deprimente.-Le dije una noche, cuando ella retiraba las sobras de la cena.-Cuando entro al hall me sobrecoge su lobreguez.


Mis palabras lograron despertar una sonrisa en el rostro femenino.-Este lugar me gusta, querido, tal vez su aspecto se debe a que el building es muy antiguo.


Subiendo los peldaños, cuando recién acababa por acostumbrarme a las brumas, intui algo inusual. Algo que ya he presentido anteriormente.El corazón me dió un vuelco. Eran las escaleras. Sucias. Tan sucias como aquellas que frecuentemente recordaba. Me extrañé, porque los inquilinos del buiding parecían tener costumbres muy distintas a las de mis ex vecinos. No era la primera vez que las notaba sucias.


-Te convendría reposar, cariño. Ultimamente laboras demasiado.-Dijo ella, cuando le hablé del aspecto de las escaleras, y apretó su cuerpo contra el mío.- ¿Latas vacías en las escaleras, mi amor? Aquí nadie bebe en el hall.


Pero esa vez y poco antes de tocar a su puerta, pude ver colillas pisoteadas en el hall y cerillos gastados, además, ese olor,sí, ese olor no podía engañarme, lo reconocí estremeciéndome; sin embargo Carola frunciría el ceño, me miraría por encima de los hombros, sonriendo indulgentemente.


Levantando la mano para pulsar el timbre sentí la incomoda sensación. Aterrado,desee urgentemente que Carola abriera sin dilación. Sentía pavor,el olor estaba sedimentado en todos los rincones.


-Si hubieras vuelto el rostro, las escaleras estarían tan limpias como ahora.-Dijo ella.


Mi despertar a la mañana avanzada se llenó de miedo. Pasé toda la noche revolcándome entre las mantas y el sueño. Transfiriéndome de un sueño a otro; huyendo de la implacable sombra de un temor inconcreto. Ahora el miedo avanzaba en alucinantes oleadas acústicas. Golpeaban reciamente la puerta del hall. Aún no despertaba enteramente.Todavía no pensaba en que Adrián debió haber llamado insistentemente la noche última, y que convencido de la inutilidad de sus llamadas, optó por acomodar su fatiga en un frío rincón del hall, o marcharse a casa de Tony y Marianne. Los golpes a la puerta arreciaban. Temblando de calentura y con sueño aún, me tiré de la cama. A mitad de las habitaciones corredizas, pensé en Adrián. El corazón me latió con el rítmo alocado de los incesantes golpes a la puerta. Maldije la ausencia de Tony, Adrían se estaba encargando solo del negocio desde que la preñez de Marianne imponía a Tony una ridícula cuarentena.


_¡Quieres que te entierren por unos mugrosos dolares!-Le dijo una noche arrastrándolo fuera del building.-Toses que das pena, y mientras el daddy que tanto veneras se queda allá arriba frente a la TV, tú nada más piensas en amanecerte fumando en ese maldito hall.


Abrió la puerta. La vaharada de Eternity acabó por infundirme valor.

-¿La odiabas?


-¡Sí, la aborrecía! Ella lo trastornó todo. Convivíamos en armonía antes de que ella apareciera. Jamás se suscitó un arrebato de irrespeto entre los nenes. Conducíamos el negocio cautelosamente. Los clientes subían hasta nuestro apartamento, y bajaban sin causar más alboroto que el de sus pisadas. ¿Riesgos? El minimo. Pero se introdujo ella, y sus prolongadas etapas paranoicas. Tony nos la trajo con seis meses de preñez, y no niego que inicialmente me sentí complacido. ¡Me dejó atónito! Estaba acostumbrado a la idea de creerlo marica. Nunca leconocí cuentos de faldas. Andaba por ahí fumando y dejándose vivir sin permitir que las mujeres irrumpieran en la monotonía de sus momentos. Era el reverso de Adrián, este me animaba "Dale tiempo, daddy, sólo es tímido". No lo creía, ni siquiera me parecía capaz de sostener relaciones con una de las innumerables putas que ocasionalmente se nos brindaban a cambio de la mercancía. Y de pronto me trae a la nena inflada, y me dice que me va a parir el primer nieto. Lo abrazé, y Adrián trajo las Budwheisers; el radio resucitaba la voz de Tito Rodríguez, y "perdonen que no beba con ustedes", y un tantearse el vientre, "la criatura podría"... Antes o después de emborracharse, Adrían me dijo "No me gusta, daddy, no me gusta. No entiendo como Tony pudo hacerle caso. ¿Usted no lo nota?

Luego lo noté. Empezó a descuidarse y a pasar los días con el oído enamorado de los ruidos demoníacos del rock. Comenzó a beber y a fumar, sin reparar ya en su estado de preñez. Sí, lo noté. Comenzaron sus furtivas ojeadas rezumantes de un horror demencial. El incansable ir y venir en neglige por todas las estancias, sin murmullos, a paso desolado y lento. A mucho insistir, Tony y yo, apenas lograbamos meterla en la cama poco antes, o mucho después de la media noche. Rara vez conseguía sosegarla su breve intervalo de sueño, siempre interrumpido por pasos presurosos en las escaleras, o por insistentes golpes a nuestra puerta. De esas llamadas a deshoras vivíamos, de ellas dependía nuestro negocio; pero también adquirieron un angustioso significado de punzantes sobresaltos, preludiando tensos períodos de terror en la mirada de ella.


-¡Ahí están ya!-Gritaba enloquecida.- ¡Los muy bastardos, finalmente dieron con mi paradero!


La distensión entre Tony y yo era previsible. Explotó una noche, luego de que tras interminables intentos por calmarla, pudimos, mitad a razonamientos, mitad a la fuerza, acostarla. Afuera llovía y el viento aullaba intermitentemente. No esperabamos muchos clientes con semejante nochecita; pero alguien llegó. Los golpes a la puerta me amordazaron, cuando pensaba decirle a Tony que se fuera a la cama. Tony respiró profundo; ella estaría despierta, reincorporándose a medias, escuchando con demencial atención;su miedo estaría creciendo como dos puntitos dilatados y clavados en la hostil oscuridad.


¡Ella! ¡Su voz! Y por encima de sus hombros escualidos, de su aspecto desaliñado, tres, cinco, siete inmundos peldaños,de los quince que bajó un día maldiciendo y acusándome de extorsionar a los nenes. ¡Había vuelto!


-Anoche vinieron los del precinto 77.-En sus ojos no quedaba un rastrojo de su habitual pavor. Una brusca colera chispeante, una acusación implacable lo desplazaba.-¿Supongo que ahora es cuando vienes a enterarte?


-¿Y qué?-Aún sin desearlo me salía agria la voz.-¡No le encontraron nada, como siempre!

-¡Como siempre no te encontraron a ti!- Ripostó acremente.-¿Qué hacías mientras ellos se exponían vendiendo tu maldita mercancía?


¡Ellos, Carola, ellos, como si no lo supiera! Y cuando me lo dijo, aceptarlo con el mismo descaro que procuraba ignorar el riesgo al que los exponía. Ellos estaban ahí, Carola, quizás sólo por media noche o un día completo. Corrían, subían, bajaban las escaleras, y me gritaban daddy desde la calle. Costeaba sus cervezas, sus cigarrillos, y les proporcionaba la cura a diario; a veces reía con ellos, otras los maldecía ayudándolos a subir las escaleras cuando se embalaban por completo. Siempre estaban, Carola, hasta un día, una noche que la gente comienza a darle por preguntar por ellos,y a mi por responder que los mandé para la isla por un tiempo. Y el negocio sin ellos marchando lo mismo, clientes que suben, clientes que bajan; despojos humanos que resbalaban pegados a los muros de los apartamentos o amodorrados y babeantes en los peldaños. El olor a orín, la lata de cerveza que cae al piso, la voz en inglés que va del murmullo al grito; la voz en español de un inquilino quejándose de que no le dejan dormir. Gente que sube y baja y mil veces el super repara la puerta de entrada del building, y otras tantas las cerraduras son forzadas; el negocio marchaba sin ellos, Carola; pero un día sus cabezas rapadas traspasan el umbral, un día oliendo a largo encierro vuelvo a tenerlos de frente, y me llaman daddy. Otra vez se lanzan a los amaneceres del hall, uno vigila la calle desde la puerta, y el otro atiende y comparte con los clientes, y yo de vuelta a olvidarme de las voces, del clandestino ajetreo de allá abajo, sin sobresaltarme siquiera cuando sonaban las sirenas policiales, porque de todas formas, Carola, el negocio marcharía.


-¿Tirando de nuevo, eh?


-¡Sí! Nos pasamos unos meses en la isla.


Lanoche que los eché, durmieron en el rellano de la escalera del tercer piso. Apañaron un provisional lecho con raídas frisas. Desde el apartamento escuchaba esporádicamente la tos seca de Tony. Semanas más tarde,trató de convencer a Tony de que los había echado inducido por ti; pero tú apareciste mucho después que ellos se instalaron en un cuartucho de Smith St., mucho después de que todo sucediera.

-¡Pareces vivir ese momento indefinidamente!


-Es él que me ha vivido reiteradamente, a modo de augurio, de presente, de miedo... Siempre es algo. Algo que ya estuvo, y que progresivamente adquiere forma de que está por ocurrir.


-¿No te das cuenta, cariño? ¡Eres tú quien sólo vive para recordarlo! Las memorias son como un sucio, como una mancha sobre lo que realmente transcurre.

Lo que realmente transcurre,Carola, como estos eternos minutos llamando a tu puerta, sin que gruña como siempre ahí detrás ese inservible amasijo de pelos blancos; sin que acabes de abrirme la puerta que mis memorias ya han traspasado. Lo que realmente transcurre, como la vez que pasó, que estaría pasando, y yo allá arriba, vestido y atravesado febrilmente sobre la cama. "Si hubieras vuelto la mirada, las escaleras estarían desiertas como ahora". Pero no es cierto, Carola, están cuajadas de sucesos anteriores; de entidades siniestras, insidiosas, burlonas. Y no abres, maldita sea, no abres. Ahora comprendo el terror conformista de mis ex vecinos, extrañamente los apaciguaba el saberse tras cerrojos. El proscripto ajetreo del hall, era para ellos vida exterior, como la vida de las calles. Ahora entiendo que era perfectamente admisible que un día llegaran a acostumbrarse y que miraran esa vida del hall, como algo que ocurre en otro mundo,no en el de ellos. He dejado de pulsar el timbre. Ahora el silencio es penetrante y denso. Insoportable. Todo el hall parece transitar hacia una claridad de indetenible aurora, como cuando sucedió... Y yo vestido y atravesado sobre la... Y sombras, dos, tres, quizás cuatro sombras de un turbio azul sobre el amanecer, tirándolos contra la pared desconchada. Todo muy en susurros, como si realmente no pasara, o estuviera destinado a ocurrir después. Registrándoles los costados, las manos expertas arriba, abajo... A pasar ahora, cuando he decidido buscar el alivio de la calle y bajando las escaleras siento abrirse la puerta. ¿"Reanudamos el negocio, daddy"? Preguntan Tony y Adrián, palidos y sonreídos tras el complacido rostro de Carola.


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