martes, 4 de marzo de 2008

Al Inicio De Los Buenos Tiempos/Otto Oscar Milanese

Al Inicio De Los Buenos Tiempos/Otto Oscar Milanese



Azua de Compostela. 1985.

Para Anarella Y Alberto Milanese

Al Inicio De Los Buenos Tiempos/De Tres Gotas De Misericordia/Otto Oscar Milanese





A mi no me lo vas a negar, Rodrigo. ¡ Ah no, a mi no, viejo! Mira, se te notaba desde la noche anterior: Parecías distinto, difinitivamente al revés de como eres. La destemplada voz mandando "¡ Pongan a sonar algo mejor!, ¿ o en el mundo sólo canta Julio Iglesias?" Y tu sonrisa, Rodrigo, lo menos conocido de ti, la señoreó tu boca toda la noche como escudo amortiguador de pretéritas flaquezas. Renacías, Rodrigo, y tu verbo andaba ágil entre la mescolanza de acentos de los parroquianos. ¿A quién engañas, viejo?, si no cabías en ti, si casi no eras tú_ no digas "Fueron los tragos", mayores las hemos corrido y jamás te dio por ponerte así._ ¿¡ Mira que atreverte a cachear el trasero a las camareras!? ¡ Tú, el retraído del grupo! ¡ Tú, el de cara decididamente vergonzosa!, acostumbrado a escurrirte por solitarios callejones apestosos. A mi no, era notorio, empezabas a vivir.

A pesar del regusto corrosivo que te golpeaba la boca y la salivación espesa y cítrica de la resaca, encaraste al nuevo día con una sonrisa satisfecha. En la cama quedaron el sudor y el vago recuerdo de la parranda, arropados por la calidez decrecida de 28 años plagados de baches, intentos, reinicios y frustratorias conclusiones. Sobrante quedaba mi enhorabuena. Siempre hallas un burdo desperdicio implícito en las alegrías traspasadas a la voz; no las saboreas dejándolas escapar en el acento precipitado del alborozo. "Es un crimen", me has dicho tantas veces, "matas el gozo lento y retardado, ¿ te das cuenta? Preferible una dicha serena, exenta de estallidos, de promesas ambiguas y desordenadas en el tiempo, ¿ comprendes?, tu voz las modula sólo porque te sientes felíz_ no porque sea tiempo justo para hablarlas_ y eres capaz de confiar a cualquiera tus secretos". Claro, comprendo, viejo, la alegría simplificada en la manos con la jarra a medio alzar o en tus ojos achicándose enrojecidamente; en los manotazos esporádicos por la ensortijada pelambrera o, en el cruzamiento de nuestras miradas cómplices en el exterminio del mas leve asomo de frases. Gozarlo así, viejo, disfrutar por unos segundos la orfandad de añoranzas o proyectos, vivir como si todo fuese nuevo, como si sólo pudiéramos existir por un segundo y luego ya no somos los mismos pensamientos y las mismas emociones. ¡Ay, Rodrigo!, nos renovamos como agua de arroyo, pasamos siempre, nos ven siempre; pero dejamos de ser los mismos hombres cada vez que nos tiramos de la cama. Ahora todo sale a pedir de boca; me alegro, viejo, ahora todo es cuestión de olvidar miserias, engavetar inalcanzables y sepultar malos tiempos. Cuestión de vivir y existir perfectamente distribuidos en separaciones de momentos: cada amor o fracaso, fortuna o desventura, ¡ay, Rodrigo!, nos esculpe los sentidos de esperas, y resignados o no, prestos a vivir lo que vendrá, vamos siendo para todo lo ya vivido un seco y deslucido punto y aparte.

La calle te recibió con la deplorable cara de semi-lodazal y semi-asfalto que presenta al día siguiente de las lluvias. Otras veces te deprimías de golpe, como si acabara de aturdirte el mal aliento de la hermosa mujer con la que venías soñando toda la semana. El pastoso olor del lodo amoldaba el fruncimiento de las cejas, no tardaba la irónica suspicacia vomitada por tus labios: "Sólo para elecciones se preocuparán del arreglo de las calles". Pero esta vez no, Rodrigo, todo lucía distinto, la fangosa callejuela, la descolorida ringlera de caserones desportillados y el torpe caminar de gallinas mojadas a mitad de calle. Esta vez no, Rodrigo, no hubo espacio en ti donde acotejar un retazo de abrupto decaimiento. Acaso, viejo, ¿ un furtivo vistazo al reloj pulsera?, y comprobar que andabas holgado de tiempo, de vida, y que tu cara aguardaba un aluvión de satisfacciones próximas.

Tus labios dieron lugar a una sonrisa: en dos horas estarías en Santo Domingo. Santo Domingo, siempre gris-salobre al primer golpe de vista. El primo Andrés, tan cinsiderado y obsequioso, te llevaría por La Duarte a escoger el traje que lucirías en tu recibimiento de abogado. De regreso al apartamentito de la barriada del jobo, la tía Mirna tendría la mesa dispuesta. El tiempo parecería estancado desde la última tarde que estuviste entre los muros azules; la austera sala-comedor rezumando pulcritud, la réplica del "Cristo de San Juan de la Cruz", entre los sillones presos de un mullido silencio en aparente espera de sus dueños, la mesita cristalina soportando la fauna del Africa trabajada en ceramica y dos ceniceros donde nunca van a dar las colillas de cigarros precedidas de las frecuentes sacudidas cenicientas. El almuerzo discurriría pasivamente alegre: los "mamá, por favor...", del primo Andrés, y las agudas amonestaciones de la tía, "Flor se ha reventado para hacerte un hombre, muchacho_ es lo que siempre dice la tía, ¿verdad?_ no vayas a casártele en tu primer mes de trabajo".

Imagino tu je, je, gutural y embarzoso. Ya sé, lo pensaste, Rodrigo, ¡condenado seas, hombre! ¿Qué gusto hallas negándolo? Lo pensaste, ¿al abrir la puerta dándote de golpe con la enlodada mañana?, quizás, ¿ abordando el microbús para Santo Domingo? En fin, bueno, lo pensaste, como si no supieras pensar de otro modo o como si ella sólo fuera capaz de pensarse así: transparente y predecible como ojos de marido receloso. "Pobre tía Mirna", pensarías._ Siempre estás pensando: pobre mamá, pobre Andrés._ "acostumbrada a repetirte de palabras, aceptando sin aburrimiento las respuestas de siempre.

Si ya todo cambia, Rodrigo. Entonces nada de amargarse la vida buceando en la rutina de la tía. Allá ella y su tiempo azul de apartamento chico. Las mismas preguntas. Las respuestas de ayer. Como si se corriera riesgo de transformar el aire de la sala, empleando nuevas frases, nuevos temas, traer briznas del mundo extraño existente detrás de la puerta. Al presionar el timbre, antes de presentarse la tía con mandil y manos grasosas, te asaltaba la impresión de que al frotar los zapatos en la alfombra era preciso dejar allí todo lo traído de la calle. Las preguntas de siempre. Las respuestas que desde hará veinte años pertenecen a hoy.

Abordaste el microbús, ¿ semi vacío o lleno? ¿ Fuiste a reclinarte en el último asiento, como prefieres, o ya no había cabida en él y refunfuñando entre dientes te conformaste con uno de los del centro? ¡ Ay, Rodrigo! ¿ Importa eso ahora? Esas minucias que van haciéndose nuestras, o convirtiéndose en nosotros; ¿ Importa, Rodrigo? Precisamente cuando la vida está hecha camino al borde de tus pies y estás cambiándote los calzados. Todo es distinto. No son las preguntas y respuestas resabidas de la tía. Todo tiene olor a pasto joven mojado de lluvia, a sorpresiva cara de novia de otros tiempos, hallada al perdernos por la esquina, abordar colectivos o en la cocina de la casa de un viejo compañero. No es el azul limpio y constante del apartamento de la tía. Todo estaba puesto en el inicio de otra vida, otra suerte, otro tiempo.

El microbús en marcha, tu rostro pegado al cristal de la ventanilla. La corriste, y vino un frío puño de viento a oprimirse contra tu naríz. Una sucesión de cambios, un contagio de variaciones, de la noche a la mañana pasabas a ser otro. Ya no te identificabas con las sudorosas y miserables anatomías, surgiendo y desapareciendo a lo largo del paseo de la autopista. Ya no la sensación de otras veces, de creerte, sentirte al margen del camino, ni tu cara corriendo hacia atrás, insertada en un minúsculo rincón de la exhausta vegetación sureña. Era como dices, como siempre dices, Rodrigo: una súbita tristeza, un rápido malestar hinchado y explotado al momento de emerger; ahí un rancho pobre, impreciso y tambaleante, aquí una cara del camino; al fondo, ahí, apresado en el rectangular silencio de vidrio, está el veloz paisaje por el espejo retrovisor, otro rancho de pobre, otra cara circunstancial, otro paisaje en raudo nacimiento, en rauda explosión, Rodrigo, Rodrigo,
¡ay, es como dices! Así es la vida, pero no mas pensarlo, no mas joderte las alegrías de vivir. Desviaste la mirada del camino, y andando pensamientos ahí viene "La Kika", Rodrigo, la tipa esa del Cuarto de Naturales, esa que te trae babeando desde hace tiempo: es como una puerta que aguarda ser abierta por tus manos. "La Kika" ya aprendió a reir para ti.

Ni que lo niegues, ni que quieras negarlo, anoche me acordaba, viejo, "La Kika" y todos tus años de secundaria tras los pliegues del azul escolar de sus faldas. Sus desplantes, Rodrigo, sus devaneos. Loquitote traía por la secundaria, loquito te llevaba por pasillos y salones de clases de la Universidad. "La Kika", esa perrita de miradas cálidas y oblicuas, y sus negativas, ¡vaya ¿qué se pensaba! Bo Derek, quizás? Yo nada le veía, no le veo. Tú sí, Rodrigo, ¡ay, como te excitaban sus sonrisas de ramera mudada!

Todo es una conjugación de parabienes. Ya ves, la miseria se aleja, eres todo un abogado, se aproxima "La Kika", exactamente ahora sucumbe ante los vehementes asedios tuyos. Quizás cansada de tenerte olisqueando su rastro. Hastiada de esos acorralamientos en pasillos universitarios, en escaleras vacías o en paradas de colectivos. Tal vez, mujer al fin, harta ya de negarse a tus requerimientos, Rodrigo, ¿ quién sabrá? Habría que tener corazón de mujer para saberlo de golpe; para sospechar la futileza que la arroja en tus brazos, después de tantos buenos motivos rechazados para quererte.

"La Kika! se te rinde incondicional, plenamente. Todo sale diferente, Rodrigo, positivo, comienzas a quitar telarañas de las frustraciones. Rasgas la oscura rutina de las horas, y ves que mas allá_¡ cuánto tiempo ansiándolo!_ existe una sonrisa reservada para ti. Comienza la vida, Rodrigo; cuestión de saberla apurar, degustarla lentamente, de que en el paladar quede sedimentado sólo el más exquisito de los sabores.

Descansará la madre, Rodrigo, si es que los viejos pobres saben amoldarse a una vida sin ajetreos. Ya es costumbre quitar o poner, llevar o traer, andar por la casa rumiando la suerte; ya es costumbre el diario agotamiento, las quejas, los olvidos y el recalentar almuerzos. La madre es otra versión de la tía, encasillada en su mundo de oficios y de mártir. Pero piensas cambiarlo todo, "La Kika" te acepta, la tía Mirna y el primo Andrés, siempre tan gentiles y dispuestos, te ayudarán a montar una oficina de abogado, sueñas: el modesto decorado, el escritorio caoba, las sillas repintadas, la máquina de escribir de segunda mano, y tu primer cliente. Y luego lo que siempre pensabas al verla sudando en la cocina o penosamente, multiplicándose por la casa o al oírla por las noches en su habitación lamentarse exhausta, le pondrías, como pensaste, sirvienta.

Anoche te veías tan raro, ¡ ay, Rodrigo!, tú, el tímido, tú el de escasa sonrisa, estabas tan distinto, y ya sé, no lo niegues, millares de pensamientos iban y venían, "La Kika! imaginada a los seis meses de preñez, la tía Mirna y el primo Andrés, las mismas preguntas, su ayuda, las mismas respuestas, sus atenciones; lamadre con sirvienta, no la
puedes imaginar ordenando, ella no es de esas gentes, hace o deshace sin mandar ni ser mandada. No la imaginas sentada frente al televisor mientras otra cocina, friega y baldea el piso... Estabas distinto, sí, hablabas pensando en otras cosas, pensabas como sólo tú sabes pensar, adelantándo a la vida, viéndote en el día de mañana, "La Kika", la madre, la tía, el primo y yo viviendo en el mañana para ti. Me engañaste, ¡ay, Rodrigo!, yo creyéndote feliz por el nuevo giro de tu vida, oyéndote hablar, descubriendo tu perfecta sonrisa de hombre renovado y asombrándome de tus palmaditas a las camareras, y tú viviendo al otro día, tú pensando en la calle enlodada, en las dos horas de viaje, mientras hablabas y reías, pensabas lo que pensarías y harías al día siguiente sentado en el incómodo asiento del microbús... La vegetación, las casas, los rostros del camino huyendo en retroceso, como tus penurias de universitario y tus andadas tras "La Kika".

Te empeñaste en pagar la cuenta y pagaste. ¿Por qué no? Ya todo cambiaba para ti. Y me dijiste adiós, sin que estuvieras ahí, de pie, en el centro del bar tendiéndome la mano. Pensabas que mañana, en las proximidades de Santo Domingo, el asistente del conductor estaría sacudiéndote y tú no despertarías.


1 comentario:

Otto Oscar Milanese dijo...

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Otto Oscar
September 11 6:30 PM
(http://cid-c39145c7e839644b.spaces.live.com/)
..."La mejor muestra de calidad para mi. El cuento más moderno, de más pura estampa, para mi, es Al Inicio de los Buenos Tiempos; su autor es persona con gran dominio del instrumental poético moderno y el cuento se inscribe en la corriente sicológica y recomendaría que se le de una mención muy especial y se haga constar en el acto de entrega. Repito, para mi es difícil decidirme entre el ganador del primer premio y éste cuento que no mereció más que una simple mención... Por suerte se van a publicar todos los ganadores y los lectores podrán juzgar.
Además, sabremos pronto quien es el concursante, y si es persona desconocida pongan cuidado con su nombre que hará obra".

Dr Manuel Mora Serrano
Columna "Revelaciones",
Listín Diario,
Agosto 15/1985
Santo Domingo, Rep. Dominicana.