lunes, 10 de marzo de 2008

Tiempo De Soledad Ajena

Tiempo De Soledad Ajena/Otto Oscar Milanese

Tiempo De Soledad Ajena
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Un Momento En La Pared".

Innúmeras ocasiones la has mirado con el bolso negro resbalándole por un costado, en el momento de discar el número telefónico, o ya abismada en el fondo de la conversación. Risa espóradica, gestos explicitos; tiempo de amor previsible en el rostro de multitud de ella. Te la tropiezas a la vuelta de la esquina, o la encuentras en la calzada, vacíamente vigilada por tuso ojos arrimados a la ventanilla de un autobús. Surge. Alienta. Es. Chispazo obligado de enneblinada existencia análoga a la tuya... Si vez alguna te mira, estruja mansamente en tu cara el rastrojo de conmiseración con la que se siente incomodamente observada. Husmea tus soterradas menudencias íntimas. Intuye depresivas horas de laxo cuerpo contra la colcha; de ganas concluidas, hasta contagiarte la creencia de que vives huyendo en el diario semblante angustioso de ella. ¿Huir de qué? ¿De quién? ¡De momentos sucios de ella! Huir de la voz amable, del consejo que intenta persuadirte a probar alimentos, o a que un día de estos abandones la cama y el sopor para ducharte. Tú, huyendo en ella, o de ella; o buscándola en la voz que te persigue a través del teléfono.


Apago la bombilla dejándome caer sobre la rutina de la noche. Solo y horizontalmente vestido con la nuca sobre los callos... Lo correcto es decir o pensar: con la nuca sobre las entreveradas palmas de las manos; pero mis manos poseen callosidades, exactamente bajo el nacimiento de los dedos. El recuerdo de Bárbara me enrostra "No pierdes oportunidad para manifestar el agrado que te provoca el descuido de tus manos". Media eternidad atrás me avergonzaba la blanda visión de ellas. Ahora han crecido asperamente a la estatura de manos obreras. ¡No me alegran! Su pesada rígidez las convierten en los miembros que más siento de mi cuerpo. Son un infierno, erigiéndose en biografías de todo lo palpable. No lo entendería Bárbara, si estuviese de costado al otro extremo de la cama, escuchándome perorar luego del amor, próxima a los primeros bostezos del sueño. Es ingrato existir recordándose a sí mismo. Peor todavía, es agobiante poseer en sí, un transmisor de reminescencias, independiente del pensamiento. Porque ahora y otras veces, Bárbara,inutilmente mis manos peinan las arrugas de las mantas, impelidas por las huellas de tu cuerpo tibio.


Lo relatan sus ojos de animal acorralado. Procuras olvidarla tan pronto se desvanece en tus pupilas su presencia de abulia cotidiana. Cuentas cada dolor que los distancia indocilmente de vuestra realidad común. Horas corrientes y amorfas tras el humo del último cigarrillo apagándose en el cenicero de una cafetería. Implicitamente convienes en culpar a la ciudad y su desencanto de nocturnidad apática. Al semanal trajín que finaliza con la cerveza en manos del cansancio. Recuentas memorias deslucidas, dejadamente observadas desde una ilusión alcohólica. ¡Un engaño! Lo sabes, y ella lo entiende de ese único modo: ¡Un simulacro! Un adocenado y diario fiasco de vosotros. Una pesima imitación de vida que irracionalmente muerde la conciencia, cuando se filtra por los ojos al vacío de las calles. ¡Ah, las calles! Calladas vidas paralelas que aguardan una significación endosada por vuestros pasos. Las calles suelen pisar las ambigüedades de vuestras nostalgias inesperadas: manos huerfanas de manos para desandar el desamor. Entonces, la adivinas, al doblar reticentemente el periódico y depósitarlo sobre la mesa; entonces, te ciegas y la ciegas de tanta vida deambulando, captada en fracciones amargas para vuestros ojos; y dices, creyendo que ella lo dijo o lo pensó "Mientras más crece la ciudad, más aumenta mi vacío. Me siento más solo. Más inutilmente solo".


Boca arriba, de cara al pensamiento, porque la ubicación entrada en penumbras de mi cuerpo, es propicia para pensar o divagar. Así no más, de cara al techo, con los gastados sneakers azules sobresaliendo por el extremode la cama. No pienso nada, o pienso que se piensa en nada cuando se procura no pensar. Probablemente pienso en Bárbara, de una forma tan cerrada y absoluta que no deja un resquicio en donde advertirme. Ni siquiera a sobresaltos la imagino o la espero. Porque ya he desistido de aguardarla. Unicamente me limito sobreseidamente a capturar despojos iridiscentes de un pasado mutuo. ¡A eso llamo memoria! Una llaga de coincidentes vivencias reimaginadas que la olfatean horadando las penumbras; descalza y metida en rosado negligé. Todo continúa igual. Todo es aburridamente quieto. Su cuerpo no se escurrirá entre las mantas con vaho refrescante de piel recién lavada. En un entrante del aposento diviso las sombratiles líneas del escritorio, de la silla giratoria, del pequeño archivo amarillo. No sé si prosigo de cara a las brumas del cielo raso, o sentado frente al escritorio, frente a un puñado de minutos consumidos, inclinado sobre la indolente realidad de un papel.


Ella lo entiende de ese único modo: un chasco alucinante arrojándola a un rincón de sí misma... Son evidentes para ti los vestigios de su enconada pretensión de reencontrarle sabor a lo perdido. Está retratado en su media sonrisa forzada; en sus movimientos sofisticados; lo implica la casualidad aparente de apersonarse a los lugares que frecuentas, aun la dubitación en creerla momentaneamente distinta; pese a que sus ojos relampaguean fracasos tuyos; circunstancias inequivocamente tuyas, para desposeidamente abandonaros sin remisión a un último intento de reinicio.


Somnolientamente reposo vestido, boca arriba, y no asillado, mirando idiotamente el papel que ha encarcelado tantas horas, o tanta noción de no tiempo. Preso entre líneas azules a contra blanco; tanto ir de manos al diccionario, y tantos pensamientos entreverados entre un punto y otro; desechados o hibridamente escritos. ¡Ah, si se tratara de conversar con Bárbara, en lugar de reñir con las palabras destinadas para una desconocida! Muerdo la impotencia de estrujar una y otra vez papeles y arrojarlos a la basura. "Apreciada amiga"... ¡No! Rayo, tacho, arranco el papel de la libreta. Me luce un inicio ruinmente flojo, y además, creo quele causaría la impresión de ser un refinado cuarentón amariconado. Busco,procuro una frase más resuelta. A ver: "Querida amiga"... Tampoco. No es adecuada. Intentar conocerla no sígnifica que la quiera ya. Es un fastidio escribirle a una mujer desconocida, hasta las formulas de saludos se erizan contra uno. ¡Ya sé! Optaré por una interjección "¡Hola!" Anularé el sustantivo "amiga". "¡Hola!" Y procedo a presentarme. Dar mi nombre y rasgos físicos, o referirle dos o tres vivencias intrascendentales o ambas cosas a la vez. "¡Hola!" Y soy fulano. "¡Hola!" Y soy otro muerto de soledad acumulada. ¡Sí, claro, eso es! "¡Hola!" Y soy publicista, divorciado. ¡Ah, si se tratara de hablar con Bárbara! Pero aún medito la escueta carta para alguien que me ayude a no pensar en Bárbara. A no pensar que en tantas noches de cavilaciones de cara a las brumas, minimamente me costaría un ínfimo esfuerzo revirarme en la cama; reverter mis pensamientos y transformar su decurso, recobrando la conciencia de mi duro cuerpo esmorecido sobre mantas revueltas. Auto retomarme sin urgir de otra persona, y arrancarme a Bárbara a uñaradas. ¡Pero nada se revira! Eso que soy o he sido, existe entre papeles, succionando el pasado para degustarlo como presente, encarcelado timidamente en un sobre con destinatario sacado de un periódico.


Excesivas horas revistándo fanaticamente el fracaso, para asomarse a la depresión, y cancelar las citas, ausentarse de los lugares frecuentados por el exiguo círculo de caras conocidas. Dejar que el teléfono timbre y timbre, absorta y abandonada en el lecho, con la radio sintonizada, disparando inocuos comerciales; noticias que no le importan; las mismas canciones de siempre que ya apenas escucha. Lo sabes, esos estúpidos momentos, el acuciante deseo de levantarse y ejecutar hábitos rutinarios: prepararse un café bien cargado, y tomarselo frente a la ventana de la cocina, luego de haber retardado indefinidamente los lentos masajes y los baños aromáticos. ¡No se levantará! No posée más nada que hacer, o le huyen las ganas tan pronto las siente. Existe sospesando cada alarido de enclaustramiento auto impuesto. ¡Tú lo sabes! Luego le has mirado el perfil de la sonrisa que se une al auricular, o la has presentido heridamente mortificada por las incurias de horas para nada, para nadie. Porque ineludible es el golpe de lucidez que la dejará atónita frente a un espejo: "¡Esa soy yo!" Cerulea palidez anémica. "¡Morirme así, acabarme así por ese!" Abotargados ojos de trasnoches. "¡Yo, Dios mío, yo!" Y volará a lavarse,y a vaciar desordenadamente los gaveteros en la cama en la alfombra. A probarse vestidos que le sientan extremadamente holgados. Regresará inutilmente a estar para quienes ya están para otros. Procurará, tú lo sabes, rehacer, reorganizar su vida, hasta que entienda que los días y las vivencias no pueden arreglarse como si se tratara de ordenar un fichero, un tarjetero telefónico. Hasta que abandonadamente sola, comprenda que nadie recuerda discar su número, ni recibe invitaciones, ni postales navideñas.


¡No amo a Bárbara! ¿O es otra clase de amor? Ese que es más molestía que afecto, que cariño. Más costumbre que deseo. Se lo he contado a ella por cartas. Ha respondido diciendo que entiende, que ha vivido circunstancias semejantes, que incluso nos parecemos. Ella no le amó a él, terminó por acostumbrarse a pensar, a creer que le amaba. No me aproximo a una ilusión, todo es propicio para la comprensión al principio entre un hombre y una mujer. Mientras ignoren sus respectivos vicios y pequeños defectos que resultaran insoportables para el otro, todo se inclina a la comprensión; es como idolatrar a una imagen que va desmoronándose paulatinamente con el discurrir de la convivencia. No me aproximo a una ilusión. Carteandonos me habla de frustraciones idénticas a las mías. Cuenta deseos que he vivido; minutos míos de frente al sueño que me arropa. No me ilusiono, aunque casi la amo por compartir y soportar una soledad ajena. Casi la amo por detestarla, por parecerse tanto a Bárbara... ¡Y no me ilusiono! Desanimado tomo el baño, me visto sin prisas; maquinalmente destapo el frasco de la colonia, y peinándome he pensado no asistir a la cita; pero ajusto el nudo de la corbata casi debajo de esa sonrisa que me tira el espejo; esa sonrisa suave, distendida, que brota en mi boca como si fuera el ritual de ahorcar tanta monotonía de vida célibe.


cierra los ojos brevemente para abrirlos sonriendo, nerviosa, intranquila. Piensa que le ha dicho "Siempre catalogué de inseguras a las personas que necesitaban anunciarse para conseguir amigos". Echa una ojeada al reloj pulsera, y con gesto bañado de feminidad se palpa el peinado con una mano. "¿Imbéciles o maniaticos?" Acerca con cuidado la taza de café humeante a sus labios. Observa atentamente el trecho de calle que le permite ver la puerta de la desolada cafetería. "Tímidos monigotes, incapaces de aproximarse a una persona sin dubitar". ¿Y a ella, podría tomarsele por tímida? ¡No! Pero está ahí sentada aguardándote, fumando y fumando, y pensando que pudo motivarla a pagar en los clasificados un aviso personal, solicitando amistad. Pudo ser el aislamiento, el hastío y la fatiga de llenar una casa de recuerdos, o sólo, que en el fondo sígnificaba una aventura, algo diferente. Lo cierto es que te espera, y piensa en el paquete de cartas tuyas que lee y relee antes de apagar la lámpara del velador. Te aguarda ansiosamente como una adolescente enamorada; sin imaginarte capaz de responder a anuncios semejantes, hasta verte en el úmbral de la puerta con la sorpresa de tu mirada tropezando con ella, con Bárbara.


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