martes, 4 de marzo de 2008

Los Algodones/Otto Oscar Milanese

Los Algodones/Otto Oscar Milanese


"Muchacha bonita
de los Algodones,
no te vayas ahora
que esto se compone,
hice un juramento,
voy a quedar mal,
por mujer no lloro,
pero, por ti voy a llorar".

Merengue: "Los Algodones".
Del folklore dominicano.

Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue".
Otto Oscar Milanese.


El mundo, entonces, se reducía a trotar por las callejas de Los Algodones con un ligero vestido azul celeste y los pies descalzos. Correr y reir por entre la ringlera de ranchos, y oler el monte como olfateando amor primero de carnes tersas, que se entrega, apartado de los senderos por donde el tiempo es un eterno transitar de campesinos sobre sus burros, campesinos hoscos y somnolientos detrás del cachimbo semiapagado que tira manotazos de humo gris contra la soledad del monte. Amor de mujer que todavía no sabe que es mujer hermosa y codiciada por los varones del lugar, cada vez que la ven reir corriendo. Mujer que tiembla secretamente cuando se piensa ilusionada, y desafíando el criterio de las mujeres mas viejas, quienes, arrínconadas en esa ajada tristeza rutinaria de lavar ropas en el rio, y comentar lo poquito comentable del pequeño paraje, le han aconsejado a la muchacha "Tú ten mucho cuidado con Omar, po’que ese hombre e’ bien mujeriego". Los consejos de las grises comadres sin juventud, quedan revoloteando con el agua entre las piedras del rio, y se van, se van rio abajo, como se van y se disuelven las lavazas que sueltan las prendas que enjuagan; y allá va María sin prejuicios... Allá corre Maria descalza, mientras los hombres enronquecen apostando a sus gallos de peleas, mientras las mujeres disponen los peñones del fogón, allá va María con un ligerito vestido que la brisa montuna pega al juvenil cuerpo; allá va María, enamorada y alegre a encontrarse con Omar, lejos de los gritos de los jugadores, del olor a cuaba humeante que impregna el campo, mientras las mujeres soplan y soplan los fogones. "No sé po’qué vengo, si todo el mundo me dice que e’ malo", escuchan la voz de María los escaramujos asombrados al borde del camino, el agua que se desliza con un canto entre rocas. María mete la cara en el pecho varonil, sus manos recorren los vellos que sobresalen por la entreabierta camisa del hombre, "Eresun lobo", dijo muy quedo María, estremeciéndose bajo el tacto de las masculinas manos que se posan en sus caderas. Retira la barbilla del pecho del hombre, y con el deseo húmedo de sus labios entreabiertos, busca la boca que la besa.


Cada vez que Omar sale a caballo de Los Algodones, va en busca de una mujer. Pasa la noche con una mujer en otro paraje del Cibao, eso le han comentado las comadres a María, mientras lavan y disfrutan esos ojos tristísimos que a la muchacha se le ponen, cuando exclama ¡"eso e’ puro chisme! Cuando Omar sale de Los Aigodones, e’ pa’ atendei los negocios de su taita". Las mujeres de senos flaccidos se inclinan sobre el murmullo de las aguas del rio; rien y lavan, rien y lanzan escupitajos sobre el débil oleaje, "No seas mensa, a tu Omai no hay escoba con faldas que se le ponga en frente". Y María se lo recrimina a Omar, cada vez que tiene oportunidad de verlo, de sentirlo en la mansa tarde campesina. "Pero si yo na’ ma’ pienso en usté", responde él, y María quiere creerlo; pero el lejano rumor del rio bailotea en la brisa, trae las frases de las lavanderas, "Usté no e’tá siendo franco conmigo", pretende escabullirse del abrazo, rechazarlo, ¿"po’qué no me dice de una ve’ to’a la verdá? Usté ha teni’o sus amoríos por ahí"... El hombre lucha por callarla a besos y encuentra el largo y suave cuello de la mujer que se debate inquieta entre sus brazos. Él conoce la tenáz lucha que ha sostenido para convencerla, para lograr sentir su petreo cuerpo contra el suyo, contra la tarde que se llena de jadeos, mientras los caminos se llenan de remotos rebuznos, de agudos balídos. Ella nunca ha cedido, nunca ha permitido una caricia mas audáz que un furtivo beso, interrumpido siempre para preguntar ¿"Antonces e’ verdá que usté tiene muchos líos por ahí, como to’ el mundo anda diciendo"? La cálida respiración femenina peina la cara de Omar. "Güeno, sí ombe mujei, pa’ que negailo, yo ha teni’o mi enre’o por ahí". María forcejea, respira profundamente y su mirada cobra mas intensidad, él la retiene a la fuerza, ¡"Pero güeno, mujei, que le pasa agora, si to’ eso fue enantes, cuando to’avía usté era una muchachita"! Eltenso cuerpo de mujer comienza a relajarse entre los brazos del hombre. Omar la besa con pasión, el campo, el rio, las lavanderas parecen abandonar el mundo por un instante, hasta que María apoyando sus manos contra el pecho del hombre, lo empuja y se separa de el bruscamente, "E’tá güeno ya", dice la mujer con voz cercana a la ira, "conmigo no va conseguí usté lo que ha teni’o con las otras.

Omar no llora por ninguna mujer, van comentando las mujeres camino del rio, con el cubo atestado de ropas sobre los hombros. Omar lo que busca es tirarlas encima de las hojas, y perderlas en el monte, en cualquier soledad de ramajes sollozantes ante los continuos embates de la brisa. María camina erguida con su cubo de ropas sobre el hombro, y otro cubo atiborrado de tristezas, en el firme busto femenino que sube con ansiedad, que baja con angustia, porque Omar no llora por ninguna mujer, ni recuerda a nadie, eso dicen ellas caminando hacia el rio. "Perdón por siempre, lobo", murmura María.


Antes de que la noche arropara a Los Algodones, faltaba María. María que no llegó al rio con su cubo de ropas. María que no volvió al rancho a juntar las brasas del fogón. Faltaba María, descalza y alegre sobre el mustio atardecer del campo dominicano. Se oyeron las voces primero, y no hubo respuesta. A la hora de subirse a dormir en las ramas las gallinas cacarearon por el alboroto, y nada. Balaron los chivos, y el gallo cantó hiriendo la oscuridad que se avecinaba. ¡Nada! Faltaba María. Con el anochecer encima de ellos,los hombres prendieron jachos para salir a buscarla por los montes. Omar montó a caballo y salió por todos los caminos llamándola. Respondió el monte y la brisa, el monte y el olor a noche. Se aventuró hasta la carretera, vociferando el nombre de mujer. ¡Nada! Sólo el monte y el canto de grillos entre hierbas. Sentía una extraña sensación entre pecho y garganta, a la que no deseaba resistirse. Escuchó voces lejanas, por allá por el pedregoso senderillo que bajaba al rio. Voces y carreras. La opresión continuaba entre pecho y garganta, se desmontó del caballo y se sentó en una peña a la orilla del camino. En dirección al rio se elevaban las voces, los gritos, los ladridos... Inclinó lacabeza sobre el pecho y la brisa de Los Algodones combatió la humedad de sus ojos.



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