lunes, 10 de marzo de 2008

La Muestra

La Muestra/Otto Oscar Milanese


"Sí señor, yo tengo información sobre la matanza de haitianos. A mí me mataron a mi madre y a cinco hermanos, y después perdí a mi padre"...
Inocencio Pérez, alias "Ñoño"
Holocausto En El Caribe
Miguel Aquino García.


La muestra.
Del Libro Inédito "Momentos Dominicanos"
Otto Oscar Milanese


-¡Se acabó la robadera!- El Generalísimo Trujillo, uniformado de verde olivo,enfatizó la exclamación con una sonora patada sobre el piso de madera en la tesorería de la ciudad de Dajabón. A sus espaldas, la orquesta de Luis Alberty enmudecía; frente a él, la sorpresa disipaba la borrachera de centenares de rostros que segundos antes sonreían bailando merengue.


Las temblorosas manos de la mujer recogían con apremio las raídas mudas que había arrojado sobre el camastro, para meterlas en una funda de tela. Sus labios se movían con la misma rapídez de sus manos para rezar en creole.


-Debes irte con nosotros, Antoine-,dijo la mujer dejando de rezar,- lo que vino a anunciar el alcalde de Loma de Cabrera va en serio, por los lados de Dajabón han aparecido haitianos muertos a puñaladas o apaleados.


Antonio miró al más pequeño de sus hijos jugando en un rincón del aposento. Se acercó a él para cargarlo.- No mujer,-dijo levantando al niño,-yo no puedo dejar que toda mi tierra se pierda, además, mirame bien, yo soy dominicano.


-Eres hijo de haitiana, Antoine, y ellos lo saben.-Gimió la mujer, anudando la funda- ¡No van a tener piedad, nola van a tener! El alcalde habló muy claro, quieren que dejemos estas tierras antes de 24 horas.


-¡Se le acabó la robadera a los mañeses!-Insistió la voz aflautada de Trujillo, y una segunda patada rabiosa volvió a estremecer el piso.- En toda la frontera, desde Pedernales hasta Dajabón, los mañeses se han adueñado de grandes propiedades de tierra.


Ríadas de cuerpos escualidos y sudorosos desafiando la solana fronteriza rumbo al Masacre.


-Sólo es una muestra.- Dijo el alcalde de Loma de Cabrera.-En cada pueblo, en cada campo de la frontera se hará con un par de haitianos, los demás deben pasar el río antes de 24 horas, el jefe lo ha ordenado.

-Tú te irás con los muchachos, mujer. Esperarán en Haití hasta que las cosas se calmen y los mande a buscar. Se irán hoy mismo, no hay tiempo que perder.


A lo largo del camino entre Loma de Cabrera y Dajabón, las ensangrentadas muestras comenzaban a descomponerse bajo el sol.

-¡Se acabó la robadera!-Exclamó Trujillo por tercera vez, la excandecencia de su voz aumentaba.- Desde hoy, aquí en la frontera no existirán más desapariciones de ganado.


En la Tesorería de Dajabón volvió a sonar el merengue, "Leña lleva el burro/carga’o de amorío"... Trujillo invitó a bailar a una de las cuatro mujeres que le acompañaban en la fiesta.


Salieron en busca del Río Masacre, vadearlo significaba continuar viviendo. Atras quedaron Antonio y su hijo mayor. La mujer y sus cinco hijos se unieron en silencio a cientos de haitianos que perseguían afanosamente cruzar la frontera. Las muestras aumentaban, la guardia las dejaba tiradas en los caminos vecinales, visceras relucientes al sol y cabezas destrozadas a palos, atemorizaban y aceleraban la huida de millares de harapientos haitianos.


-Nos vamos hoy mismo para Haití-. Dijo Antonio a su hijo, con lágrimas en los ojos.- Los mataron a los seis, a mi mujer y a tus hermanos, los mataron anoche en la Sabana de Juan Calvo.


Toda la orilla del Masacre entre Loma de Cabrera y Dajabón, apretando la mano del único muchacho que le quedaba, divagando, maldiciendo a ratos, y a ratos explicando en voz alta motivos que el niño no entendía.


-Somos dominicanos,- pero tu madre tenía razón, la guardia no lo entenderá ni tendrá clemencia, porque somos hijos de haitianos aunque nacimos aquí...


La luz difusa del amanecer revelaba paulatinamente los contornos del monte. Padre e hijo resollaban por el continuo esfuerzo. Habían caminado durante toda la noche.


-Si me hubiera ido con tu madre y mis hijos, quizás no los hubiesen matado, habríamos alcanzado la frontera, como estamos a punto de alcanzarla tú y yo.


En un paraje cercano a Dajabón vadearon el río. Al pisar la otra orilla, el hombre respiró profundamente, del otro lado quedaban sus tierras abandonadas, quedaba su casa vacía, y en alguna fosa común, calcinados, los decapitados cuerpos de su familia. Apretó la mano de su hijo mayor y echó a andar por la ribera haitiana del Masacre.


Era voz de guardia y en creole la que ordenó que se detuvieran.


-No temas,-calmó al muchacho.-aquí estamos seguros, estamos en Haití.

Las bayonetas lo empujaron contra el río. Cinco soldados haitianos, nerviosos, comenzaron a interrogarlo.


-Han matado a muchos,-le dijo en su creole de fuerte acento español,- me mataron a la mujer y a cinco de mis hijos; por todos los caminos llevan a cientos atados de las manos.


-¡Eres dominicano!- Lo acusó uno de los guardias.-Hablas como dominicano, y tu piel es como la de ellos.


-¡No!-Negó Antonio, vengo huyendo porque los dominicanos me consideran haitiano, soy hijo de haitiana, este es mi país, no puedo volver a cruzar el río.-Dijo mirando hacia la otra orilla, la podía distinguir claramente bajo la luz del nuevo día.

-Dejemos ir al muchacho.-Dijo uno de los guardias.-¡Anda, vete!


Lo vió por última vez a orillas del río, de espaldas a la tierra de la que huía, pisando los bordes de otra que no le brindaba refugio. Uno de los guardias lo empujó con la culata del fúsil. Echó a correr y antes de perderse de vista, la descarga de fusilería le dijo que se había quedado solo en el mundo, en una tierra que no era la suya.

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