lunes, 10 de marzo de 2008

La Artimaña

La Artimaña/Otto Oscar Milanese

La Artimaña/Otto Oscar Milanese/Del Libro Inédito "Azua: Sisal Y Sangre".

A mi no me gutò ni un chin ese jombre, dende que Gerineldo me contara lo que le hizo al probe de Delanoy en el arroyo Las Auyamas. Y agora, con su risita cínica y su cara de borracho, cuando menos lo eperabanos, er muy degraciao se nos aparecía dizque detrá de Artagracia, una muchachita que aún no pasa de lo trece año’. La primera ve que lo vide frente a mi bohío, ya yo sabía por boca e Gerineldo que le gutaba presumí de cortá como yilé. Ya sabía yo de esa runión que tuvo con lo jombres a orillas de Las Auyamas, en donde er dijo "Dende que yo supe que er jefe me envíaba pa etas tierras, me prometí acabá con toa la vagancia en La Plena de Azua". Y dijo, eso me contó mi propio marío Gerineldo, que dende ese día to lo jombres taban obligao a trabajá pal Benefator. No me gutó. No me gutó como ese jombre miraba a mi hija Artagracia, y ahí mesmo me arrecordé del probe Delanoy, dijiéndole que hata de barde taban dipueto a trabajá pal Benefator; pero que ni manque sea un día lo dejaran dedicase a su conuquito’. No me gutaba na como er coronelcito ese miraba a mi probe muchacha, y me arrecuerdo ahí mesmo de la pena, de la rabia conque mi marío me contó lo de la galleta que le dió al probe Delanoy, y to er mundo sorprendío y callao, porque Delanoy ya taba en er suelo, porque ete mesmo jombre que agora mira a mi hija, como si se la quisiera comé con los ojos, le pateaba er costao, y preguntaba ¿"Arguien má quiere opiná, arguien má quiere sugerí"? Y to’ er mundo callao, como se calla agora mi marío y aguanta la rabia entre lo diente, porque er coronelcito manosea lo seno de Artagracia, y no me oye dijiendo que la deje en pa, que sólo e una niña.


La ocuridá de El Rosario obligó a prendé la jumeadora, y yo con la úrtimas palabra der coronelcito en mi mente, "Yo voa a regresá porque eta mujé me guta". Gerineldo no probó la cena de yuca con revoltillo. Lo vide trite sentado en una silla de güano a la entrada der bohío. Tiraba er jumo der pachuché a la ocuridá, y la triteza no sé a ónde. "Vengase a cená, Gerineldo, que na malo no ocurrirá", le dije. Lo vide mordé la punta der pachuché y ecupir con rabia, "Lo pior nos ta pasando ya", me dijo, "er coroner la Yilé e pior que er mesmo diablo, mujé". Me apersiné y le dije a mi marío que no llamara así a ese jombre, que si lo ecuchaba le pesaría; pero Gerineldo taba bien encojonao. Gerineldo me asutó con er odio de su vo’ "Tipos como er Coroner La Yilé son pior que vibora’, Tinol". No soplaba brisa, er seco calor de Azua mantenía abierta la puerta de lo rancho’. "Yo", le dije a mi marío ante de dentrar pal bohío, "no voa a dejá que ese jombre vuerva a ponerle la mano encima a Artagracia."


"Hiede a letrina", me dijo Gerineldo, cuando vorvió der conuco. Y yo me sonreí. To´er santo día me lo había pasa’o de la letrina ar bohío llevando ecrementos pal cuarto de Artagracia. Mi hija dijiéndome que si taba loca, "Yo sé bien lo que hago, muchacha", digole yo, "uté hagame caso y vaya a lo rancho de lo vecinos a recogé to’ los trapo’ que puean prestale". Pero ella me mira como si de verdá creyera que toy loca, y yo inforforá le ordeno "ande, muchacha, ande y haga lo que le digo, y no orvide que si tiene que oriná, orine en la vacinilla y no arroje los meaos".


To’a esa tarde la pasó en Pueblo Viejo, pegao a un pote de triculí y bailando con un cuero. Lo supe porque lo que celebraba er coroner La Yilé, se supo en toa La Plena. En la mañana de ese día er probe de Mello taba encamao por una calentura, y cuando vió al flaco coroner, con la descará sonrisa bajo el fino bigotito, no supo si temblaba de mieo o por la fiebre. La Yilé jaló una silla e palo y sentándose frente a la cama der Mello lo agarró por las muñecas, "E malo que un jombre no eté trabajando a etas horas de la mañana", le dijo. Y er Mello tragó en seco, "Tengo fiebre", le dijo. Er coroner La Yilé lo sortó, "E’te e un buen día pa cortá a un jaragán. No me gutan lo’ jaraganes, y uté lo sabe. Si tiene fiebre, yo se la voa cortá con sesenta patá". Toa esa tarde con la cara enrojecía por er triculí, y contándo como arrastró ar Mello a la calle, yla cuero riendo por encima der merengue de la vellonera, "Yo me voy pa’ Barahona/ a comé mi platanito", como le contó, ni una má ni una meno, las sesenta’ patá que pusieron ar Mello a vomitá sangre, "y también voy pa’ Azua/ a comé carne de chivo".


Gerineldo tiró er macuto en un rincón de la sala y salió amardiciendo. ¿"Mujé, pero que e lo que ha hecho uté con er bohío?" Ya etaba por ocurecé cuando le repondí: "Uté déjeme hacé a mi, y si viene La Yilé, haga lo que haga, y vea lo que vea, uté no haga na’, Gerineldo. Déjemelo to a mi, que una mujé también sabe como defendé su bohío". Vide a Gerineldo desenganchá er colín der clavo en la pered de tablas, y er corazón se me agolpó en la boca. "La Yilé tá ajumao en un bar de Pueblo Viejo, mujé", me dijo sin mirame, "ahorita mesmo se le mete en la mente a ese degraciao venir a manosearnos a la muchacha, y no se lo voa a permití má".


Se me quiso caé er mundo cuando lo vide salí der carro verde, atusándose er bigotito, y ecupiendo a un lao de la carretera. La noche taba clara, arriba, un río de etrellas se empecinaban en alumbrá la degracia que se le echaba encima a mi bohío, a mi familia. Contuve a Gerineldo, agárrándolo por un brazo, "Uté tese quieto, que yo le he dicho que na´malo pasará". La Yilé había regao por lo lao de Pueblo Viejo, que mi hija sería suya cotara lo que cotara, y agora frente a nojotros su vo cortó er silencio de la clara noche der Rosario, ¿"Onde Tá la muchacha"?, dijo, y yo apreté má er brazo de mi marío, ¿"Onde diablo han metío a la muchacha"? Vorvió a gritá parao frente a nojotros. To lo vecino ecuchaban su vo de borracho, pero naide salía der bohío. Antonce er coroner La Yilé me arrempujó contra la tabla der rancho y dentró ar bohío gritando como un loco; Gerineldo quiso dentrá, y yo lo agarré. Taba en er comedor, tiró ar piso de tierra la tinaja de barro, y pateó una silla con rabia, antes de dentrar al aposentro. Pasó un minuto largo, quizá do o tre má. Sentía gana de llorá pegá a la tabla de mi bohío; pero no sortaba er brazo de Gerineldo, antonce oí lo paso der coroner La Yilé que salía egarreando y ecupiendo con aco, ¿"A qué diablo’ güele ete mardito rancho"?, dijo con er cuerpo etremecío de nauseas. Sólo cuando vide que tra su amardiciones se montaba ar carro verde, dando un portazo y arrancando rumbo a Lo’ Jovillo, dentre ar bohío, fui ar rincón ‘onde tenía tapa a mi hija con lo montone de trapo que lo vecino nos pretaron, y quitándole blusas viejas y decolorías farda de encima, le dije "Sarga, Artagracia, que hay que limpiá to eta mierda, porque ya er diablo se juyó, no aguantó su propio bajo".

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