martes, 4 de marzo de 2008

Visa Para Un Sueño/Otto Oscar Milanese

Visa Para Un Sueño/Otto Oscar Milanese



"Eran las nueve de la mañana,
Santo Domingo, ocho de enero,
con la paciencia que se acaba,
pues ya no hay visa para un sueño"

Juan Luis Guerra.

Cuentame un merengue.
Historias sugeridas del merengue.

"Visa para un sueño". ( Homenaje a Juán Luís Guerra ).
Otto Oscar Milanese.






Echó una ojeada al reloj pulsera, y pensó que no era la primera vez que sentía una inquietud idéntica, sentado en el asiento trasero de un minibus estacionado frente al parque central de Azua de Compostela. Procuró calmarse, pensando que llegaría a tiempo a Santo Domingo de Guzmán. A tiempo de perderse en la infinita fila bajo el sol, con el cartapacio húmedo por el sudor de sus manos. Continuaba inquieto. El minibus continuaba estacionado en la todavía oscura calle céntrica de Azua. Comenzaban a entrar los pasajeros. Todos conocidos, todos con el mismo saludo, y todos empeñados en acomodarse en cualquier asiento, con sus rostros de sueños interrumpidos. No, no debía inquietarse, todo se reproducía como aquella primera vez. Observó nuevamente el reloj, y recordó que sólo veinte minutos antes, levantaba la herrumbrosa aldaba de la puerta del rancho... Lo mismo, recordó con amargura, que hiciera en aquella lejana vez, cuando también apretaba el cartapacio contra uno de sus costados, y también, estando ya en la fría madrugada de la calzada,observaba a doña "Mingo", vieja, flaca, como una sombra diluyéndose en el vano de la puerta.

- Ojalá y te visen -. Dijo doña Mingo aquella vez, y el trabajo, las vicisitudes saltaban en su apática voz -. ¡Sólo Dios sabe lo que sufriré cuando no pueda verte!

Descansó la cabeza contra el cristal de la ventanilla; el motor del minibus empezó a rugir. "Si no me dan la visa ahora, me iré a Puerto Rico", pensó, y se deprimió súbitamente, cuando el demacrado rostro de doña Mingo parece mirarle desde cada calzada que va quedando atrás, desde cada esquina azuana que le escupe un recuerdo. "Sólo Dios sabe lo que sufriré"!.. Pensó que había dicho ella, con ese frío de aldaba que empuñaba metiéndosele a él en el alma, buscándole la vida en donde la vida es la mala sombra opaca de una memoria.. Y atrás se quedan las calles por donde ella le llevaba de la mano hacia la escuela, atrás se quedan las calles que caminó la angustia de ella, con la bandeja de dulces que vendía en las pulperías para que él no pasara hambre, para que no conociera esas noches de insomnios que se meten por las roturas de los mosquiteros, y se van tornando mas largas y oscuras, ¿"Mañana que comeremos"?, le amanecía la pregunta a ella, bajo el roto verde del mosquitero, sobre la dura almohada. Miró las últimas casas del pueblo de Azua, y pensó que era un extraño pueblo de noches claras y de calurosos días que lamían soporiferamentela historia de un pasado que había quedado preso en páginas de libros, en monumentos de marmol, y después, esa miserable cara de pueblo dominicano, con su parquecito y su iglesia, y sus oficinas de correos, todo eso que ahora el minibus dejaba atrás, como lo dejó aquella vez...

Aquella vez regresó con la desesperada certeza de resígnarse a esperar una citación que jamás llegó. Entonces la vida todavía era distinta, porque don Tavito aún no estaba en silla de ruedas, y conseguía unos pesitos vendiendo quinielas todos los días en la calzada de la Colecturía de Rentas Internas, frente al mercado público. El minibus salía de la prolongada recta frente a las costas azuanas, playa Caracoles y Tortuguero pasaron frente a su mirada. El tórrido sol sureño bañaba sus luces en un Caribe mar con lejanías blancas y azules. Llegaría a tiempo, con los formularios, con la apresurada fotografía que se había hecho tomar frente a las oficinas del Registro Civil. El minibus entraba a lo que antiguamente había sido la curva de "El Número", miró la vieja y sinuosa carretera, como un cádaver desmembrado al lado de la autopista; la montaña había sido dinamitada, y ahora el minibus volaba sobre la carretera que abría el vientre rocoso, pensó que definitivamente llegaría a tiempo. A tiempo de quemar con sol el hambre que doña Mingo le mitigara, con un tazón de chocolate y un pan de agua. ¡"Pobre mamá"!, pensó, "la vida se le repitió cocinando debajo de la enramada del patio". Rumbo a Santo Domingo de Guzmán, el pretendía huir de esa repetición. Los formularios, la fotografía apresurada y borrosa, y el mismo viaje a la capital dominicana, emitían un calorcito aesperanzas; constituían lo opuesto a vivir remedando la existencia como doña Mingo, o peor todavía, a vivir arrastrando el burro de quinielas por las calles de Azua, como don Tavito. "Eso es de orden"!, pensó, ¡"si no me visan, me largo como sea pa Puerto Rico"! El minibus rodaba por las primeras calles de Baní. Nueva ojeada al reloj, y nueva reconfirmación de que llegaría a tiempo, de que estaría en Santo Domingo de Guzmán, antes de que el consulado estadounidénse abriera las puertas.

La fila no avanza. Conversaciones delante y detrás de él. El hambre sube a la mirada, y a veces todo es un engaño tambaleante de paredes, de carreteras y autos, de caras que se mueven. Cuando el hambre sube a los ojos, el mundo se emborracha, nada es seguro. Conversaciones al lado y detrás de el. ¡Y la fila no avanza! El trópico es una incomodidad vizcosa entre piel y camisa. Conversaciones a sus costados, y conversaciones delante de él. El sol matinal de Santo Domingo de Guzmán quema el hambre, los sueños, las esperanzas. Risas y conversaciones. La fila no avanza. Maldiciones y voces. Y la fila, estátitica y larga bajo el sol, a la vera del hambre agazapada en los estomagos dominicanos.

- ¡ No te van a visar!- Dijo don Tavito-. Los americanos no le dan visa a to el que va a pedila; además, tú no eres riquito. ¡ Nosotros no tenemos na, y esos americanos saben ma que el diablo, muchacho, piden que uno tenga sus chelitos en el banco!

Él, sentado en una vieja mecedora de palos en la pequeña salita, sintió que el hambre era un dolor de visceras lavadas por el agua de azucar, engañadas por el endurecido pan de agua.

- ¡Lo intentaré, viejo! ¡ Tengo que intentarlo, porque es el unico chance que tenemos de cambiar!

Azua de Compostela, vieja y polvorienta como un latido de historias bajo la crueldad solar del sur dominicano. Azua, orgullosa y miserable como un corazón de cotidianidades absurdas que se cuecen bajo el sol, en los caminos bordeados por güazabaras, y en los pedregales. ¡Sólo le quedaba Azua yla espera! El cartero pasa de largo pedaleando lentamente la vieja bicicleta. ¡Azua y la desesperación! Doña Mingo sopla las brasas del fogón con un silencio que se hermana al martirio. ¡Un mes, y nada! El cartero siempre silba y pedalea. Siempre sigue de largo, y él se queda con la aldaba de la puerta en las manos, mirando el polvo gris que ha cubierto el negro del asfalto. Azua y la espera que se mete en el calor y en la rutina. ¡Dos meses, y nada! Su destino es tomar el burro de quinielas y vender suerte por las agrietadas calles azuanas, voceando la miseria en cada cifra. ¡Tres meses, y no llega la cita!

- Bueno, muchacho - lo mortifica la voz de don Tavito -, no sé que esperas, si yo te lo dije.

En el patio, sudada, doña Mingo existe pegada al anafe. Sólo sabe existir de esa manera. Junta trozos de carbones, coloca astillas de cuaba, y sopla y sopla hasta que el patio todo huela a locrio; o sopla, a veces, y revira los moros. Sólo aprendío a vivir de esa manera y bajo la enramada, y al lado del anafe. Por las noches, cuando los mosquitos burlan el podrido verde del mosquitero, doña Mingo ni los siente, la picadura de la mortificación es peor que los mosquitos. ¿"Qué comeremos mañana"?, piensa, y no duerme ni siente los mosquitos. ¿"Qué comeremos mañana"?, y a ratos como que el sueño la atrapa, pero hasta soñando pela rulos, y sopla y sopla las brasas que echan llamaradas, y rompe huevos que arroja al aceite hirviendo, y sopla y sopla y su frente suda, mientras revolotean y zumban los mosquitos...

- ¡Mañana mismo me voy! - Anunció una noche, desatando una nube de penas en el arrugado rostro de doña Mingo.

- ¡Déjate de vainas, muchacho, y no insistas mas!- Dijo don Tavito-. Total que aquí etamos vivos, y eso es suficiente.

¡No fue suficiente y se fue! Doña Mingo volvió a despedirlo desde el vano de la puerta, presentía que él no regresaría, y el presentimiento le rodó húmedo y tibio por entre los surcos de la cara. Una semana mas tarde, las temblorosas manos de doña Mingo rasgaban dos sobres. La primera carta era una citación del consulado estadounidénse, pero él no estaba; la segunda, daba parte de que el cuerpo de él había sido rescatado de las aguas del Canal de La Mona.

1 comentario:

Otto Oscar Milanese dijo...

El cuento Visa Para Un Sueño, ha sido publicado en Colombia, en el libro "Historias de Emigrantes", y en La Antología_Viajeros del Rocío- de escritores dominicanos residentes en New York, publicada bajo el auspicio del Comisionado de Cultura de la República Dominicana en esa ciudad, y compilada por el escritor Rubén Sánchez.