lunes, 10 de marzo de 2008

El Anuncio

El Anuncio/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito "Sobre Sueños Y Escrúpulos".



El correo le traería de una manera inesperada la solución al dilema que durante tres días venía preocupando a Eugenio. Y ni siquiera lo pensó al recoger del buzón el paquete de sobres. Lo usual: recibos. Montones de recibos de las inevitables deudas mensuales, ninguna carta personal. Nadie le escribía ni él escribía a nadie; pero al ver entre los sobres blancos y amarillos el pequeño catálogo de una tienda por departamentos, el Corazon le latió igual que si recibiera correspondencia de una persona querida.

Ahora tenía en las manos la respuesta que durante tres noches buscaba en vano. Porque allí, pensó Eugenio, en alguna de las páginas de la revista, existiría algo apropiado para regalarle a Amanda. Se extrañó de repente, de que a pesar de trabajar al lado de una persona durante más de 20 años, de tratarla en un lunes a viernes rutinariamente sofocante y tenso, se acabaran desconociendo los pequeños gustos, los detalles insígnificantes de ese ser que presumiblemente, y de acuerdo al calificativo que se le otorga, debería ser un compañero. Y las últimas tres noches habían servido para conocer que desconocía por completo a esa mujer que por más de dos décadas llegaba siempre a las 8:00 A.M. con el primer buenos días que oía la oficina. Y que él, detrás de sus gafas, y ella, detras de su escritorio, no eran más que dos extraños obligados a convivir horas de mutuo agotamiento laboral. Y si acaso alguna vez, ¿Pasarás las vacaciones fuera de la ciudad?, él preguntando. Y si acaso alguna vez, ¿Nunca le ha escrito, nunca le ha llamado su familia? Ella indagando, sin que ninguno de los dos se preocupara en realidad por la respuesta del otro, ensimismados cada cual en sus respectivas tareas.

Subió los peldaños de la escalera de prisa, casi tropezando y hojeando a medias el catálogo. Antes de llegar al segundo piso fue que abruptamente se detuvo, y casi se le cae de las manos la revista al ver la foto de una mano mostrando un anillo. Y recordó. De repente recordó Eugenio el sueño de la noche anterior: La mano, siempre la mano en el sueño, como asiendolo, como llevándole de un instante a otro, gobernando cada hipnico segundo. ¿Y no era esa misma mano que en la página 13 del catálogo mostraba una sortija, la que durante toda la noche estuvo en su sueño, como una premonición, como un aviso? Sí, definitivamente sí, era esa mano delicada y femenina la que durante todo el sueño le mortificó hasta el extremo de que en ciertos momentos ya no supo si soñaba o el intenso sopor de una noche de agosto newyorquina lo empujaba a devanear.

Introduciendo la llave en la cerradura de la puerta del apartamento, ya no tuvo dudas. La mano del sueño, la mano del catálogo le estaban diciendo que el regalo para Amanda sería una sortija. ¿Pero cómo regalarle un anillo a una mujer por la que jamás se ha sentido nada? ¿Y cómo lo interpretaría ella? Ya poco le importaba, había encontrado la solución para tres días de interrogaciones, y al fin y al cabo, un regalo, sea lo que sea, es un regalo. Decidido tomó una ducha, y mentalmente se preparó para salir al sofocante calor del verano de New York y realizar la transferencia de tres trenes para llegar a Manhattan, a la tienda que había enviado el catálogo, y salió. Salió como siempre, y como siempre caminó las mismas calles que le llevaban a la entrada del subway, con sus pensamientos llenos de manos ensortijadas que no le dejaron ver aquella roja mano de los semaforos de New York que le estaba ordenando detenerse, y no se detuvo…

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