martes, 4 de marzo de 2008

Las Tres Vueltas/Otto Oscar Milanese

Las Tres Vueltas/Otto Oscar Milanese


Las Tres Vueltas/Otto Oscar Milanese/"Cuentos Del Exterminio".

En las afueras del yucuyagua, erguido sobre un brioso corcel arabe, el conquistador Alonso De Ojeda, con su birrete de terciopelo negro entre las manos, invitaba a Caonabó, poderosos cacique de La Maguana, a montar a caballo.


El cacique Caonabó entrecerró los ojos, apretándo el cetro de piedras pulidas que simbolizaba su poderío_. ¡Esto es un regalo del turey! - Murmuró, mirando emocionado los grilletes que relucían en las manos del soldado español.

Alonso de Ojeda no pudo evitar la sonrisa. Escuchó las frases del cacique taino, y supuso que someterlo a prisión resultaría mas sencillo de lo que imaginaba el gobernador de La Española, Frey Nicolás de Ovando.


_ ¡Sí!_, convino Alonso de Ojeda -, es un regalo del turey para el gran Señor de la Maguana_. Desmontándose del caballo, movió ostensiblemente las esposas frente al asombrado rostro del cacique.


_ Nunca_ dijo el cacique Caonabó, tocándose el amuleto de oro que pendía de su cuello _, desde que toda mi gente saliera de la cueva Cacibajagua, en la montaña del Cauta, frente al yucuyagua de Caonao, nunca uno de los míos ha montado sobre una de esas bestias montadas por los hombres que llegaron del mar.


_Quiere Yucahú, que sea el gran Cacique de La Maguana, el primero entre toda su gente que monte a caballo_. Se apresuró a comentar Ojeda, temeroso de que Caonabó cambiara de parecer.

_ Debo consultar al behique _ dijo Caonabó _, quiero saber lo que piensa el Cemí.


El ingenioso soldado peninsular había previsto la contingencia. Respiró profundamente, y se armó de paciencia. Resultaría sospechoso pretender que el cacique desistiera de consultar a sus divinidades. El cacique Caonabó gritó unas frases tainas, y de los bohíos próximos salieron varios naborias. Ignorando la presencia del soldado español, comenzó a impartir ordenes. Ojeda vió correr a los naborias, sorteando agilmente los jagueyes. En un lapso más breve del previsto por el soldado iberico, regresaron corriendo, como se fueron, y saltando los jagueyes. Traían con ellos a un viejo taino, flaco y ágil. Mostraba su amarillenta dentadura incompleta, a través de una sonrisa permanente. Alonso de Ojeda supuso que se trataba del behique.


El recién llegado Behique entabló una breve conversación con el Cacique, ambos gesticulaban, lanzando rápidas miradas al soldado español. Alonso de Ojeda los siguió silenciosamente con la mirada, se dirigían a un bohío que estaba muy retirado de los demás que componían al yucuyagua. Al español le habría gustado entrar al aislado bohío dedicado para la adoración del Cemí; pero los tainos no permitían la entrada de extraños a sus caneys. Aguardaba impasible, sosteniendo las riendas del caballo. Imaginando la mesa circular en el centro del bohío, sobre la que descansaba el Cemí de mirada torva, tallado en madera e incrustado de cuentas y semillas tropicales. Por toda la colonia corrían los rumores que describían los rituales tainos ante el Cemí, y Ojeda, mientras esperaba con ansiedad el resultado de la consulta de Caonabó a sus divinidades, revivía esos comentarios. Casi podía ver al anciano behique rociando de polvo la cabeza del Cemí; casi podía ver como Caonabó y el behique introducían una caña por sus fosas nasales y aspiraban el polvo. Sólo entonces se iniciaba la invocación. La frenética danza alucinada en torno a la mesa circular. Sudorosos, sofocados, regresaron ante el soldado español.


_ Yucahú dice que es bueno que acepte el regalo del guamiquina. Dijo Caonabó, apoyándose con ambas manos sobre el cetro depiedras pulidas.


El impasible conquistador español, agradeció en silencio la complicidad de Yucahú, pensando en la satisfacción de Frey Nicolás de Ovando.


_ Debo purificar mi cuerpo en el río, para ser digno de este gran regalo del turey-. Dijo Caonabó.


Alonso de Ojeda sonrió. Un poco más, y el bravo cacique Caonabó, destructor del Fuerte Navidad, caería en poder de los españoles.


Salió del río limpio y chorreando agua. La mirada orgullosa y retadora. Los naborias lo vistieron en silencio. Le ciñeron su cinturón intríncadamente diseñado, y le anudaron al cuello la vistosa capa emplumada. Le entregaron el hacha que denotaba su gran autoridad. caminó altivamente hasta donde lo aguardaba Alonso de Ojeda con el regalo en las manos, unas esposas que relumbraban bajo el sol tropical. Caonabó sonríó, y tendió los brazos aceptando el regalo del turey. El hierro mordió la carne del cacique taino. Concluído el aherrojamiento, Alonso de Ojeda lo ayudó a montar a grupas. El fiero, el temido Caonabó, sonreía como un niño, cuando el soldado español lo paseó tres veces por los contornos del yucuyagua, y continuaba sonriendo, cuando finalmente, Alonso de Ojeda espoleó su cabalgadura hacia Santo Domingo de Guzman, ignoraba aún que ya era prisionero.

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