martes, 4 de marzo de 2008

Siña Juanica/Otto Oscar Milanese

Siña Juanica/Otto Oscar Milanese


"¡Ay, siña Juanica!,
¡de por Dios, siña Juanica!,
se me muere el niño
y no tengo medecinas,
traigo la cotorra
y toditas las gallinas,
por cuatro clavao,
yo se las doy, siña Juanica.
¡Ay, siña Juanica!,
¡de por Dios, Siña Juanica!,
se me muere el niño
y no tengo una botica,
cogí el gallo bolo,
y la puerca bolanchina,
por cuatro clavao,
yo se las doy, siña Juanica".

Félix López.


Cuentame un Merengue.
"Historias sugeridas del merengue".


Siña Juanica. ( Homenaje a Félix López ).
Otto Oscar Milanese.


Moría el sol a espaldas del hombre que montado en el burro, avanzaba lentamente por el paseo de la carretera. "Má de veinte años por e’te mesmo camino", pensó el hombre, sintiéndo que el amarillo sudado de su raída camisa comenzaba a despegarsele de la piel. La brisa que provenía del cercano monte se mantenía suave, constante. A la vera del hombre pasó un jeep atestado de campesinos que volvían del pueblo; el hombre montado en el burro, más que retraído en si mismo, parecía cansado, los ojos a punto de reventar bajo los parpados abotargados; a cada dos o tres pisadas del burro, daba cabezasos, espantando el letargo. El campo estaba próximo a aparecer detrás de un recodo del camino. "No quiero llega", pensó el hombre, lanzando un escupitajo hacia la negra cinta de la carretera, "cuando diba a pensá yo, que llegaría el día en que no diba queré llegá a mi rancho". Los últimos reflejos de luces del día se iban, aparecían los primeros bohíos del campo... "To’ se nos jueron muriendo uno a uno", la brisa trajó el aroma del café recién colado entre la tarde y la noche; con ademanes lentos y mecánicos comenzó a enlíarse un pachuché, "el tifo, el colerín, la disentería... ¡ To’ se nos jueron muriendo uno tras otro, y yo digo que nos lo mató la miseria"! Algunas sombras se cruzaban en el camino del hombre. "Pero güeno", procuraba darse animo, "Manolín no tiene po’que morí. Anita y yo no lo dejaremos morí. ¡Dios todo poderoso no lo dejará morí, ya lo creo, ombe, Dios meterá su mano"! La noche caía sobre el campo, en los bohíos, las mujeres se aprestaban a encender los velones, las lámparas de gas. El animo del hombre pasaba constantemente de la esperanza a la desolación, "Veinte años pa viví yendo y viniéndo del conuco, y na", pensó cuando vio aparecer ante él la silueta de su viejo rancho inclinado. Las viejas tablas necesitaban una mano de cal, y las yaguas del techo secamente gritaban que las cambiaran. "Ahí aguantamos to’ el mal tiempo", pensó, mirando ansiosamente los contornos del derruído bohío. "¡Alabao sea Dios, to’ ‘ta bien, naide dentra pal bohío, naide sale, eso quiere decí que to’ ‘ta bien, ombe"! Llegó por la parte trasera del bohío, con el macuto al hombro, luchaba por quitarle los serones al burro. "To’ ta bien, po’que Anita no e’tá llorando. ¡Alabá sea la virgencita de Altagracia, Manolín ‘ta vivo, ombe"! Delgada, con un pañuelo floreado atado a la cabeza, como una sombra, apareció Anita sin causar ruidos, casi sin vida, sus ojos, como los de su marido, anunciaban trasnoches.

_ ¿Cómo sigue Manolín? _ Preguntó ansiosamente Eustaquio, advirtiendo la presencia de su mujer.

La mujer realizaba un esfuerzo para hablar. No deseaba que el marido le notara la voz acongojada._ ¡Sin medecina no se pu’e saná, Eustaquio!

Dejó caer pesadamente los serones al suelo, provocando los ladridos de un raquitico perro que había salido del bohío siguiendo a la mujer.

_ ¡Ah, caray, antonces e’ta mal el muchacho! Eso e’ loque usté quiere deci’me, no?

La mujer gimió, luchaba por no entregarse al llanto, como si evitándolo consiguiera una esperanza, la palpara, la convirtiera en realidad.

_ Dendeque usté tuvo que dirse pal conuco, la tosferina ha empeora’o. La calentura no le baja._. Acabó por echarse a llorar la mujer.

_ ¡E’ta güeno ‘e lloriqueo , mujé, que también usté se me va a enfermá!

Anita se limpiaba las lágrimas con la escualida mano rugosa, áspera, acostumbrada a los quehaceres del bohío y del campo.-. An pue’, yo ya e’toy bien aco’tumbrá a llorá, Eustaquio. He teni’o que llorá a to’ nuestros hijos.

_ A Manolín no, mujé. ¡haremo‘ lo que haiga que hacé, pero Manolín no se nos muere! Voa tené que dirme agora mesmo pal pueblo con mi muchacho _. Dijo, entrando al bohío.

La mujer lo vio tirar los serones y el macuto en un rincón del terroso piso de la salita. Lucía cansado, la cara reseca, como la tierra de su conuco, comenzaba a poblarse de grietas. "¡Ha envejecío muy pronto", pensó Anita, mirándolo, "el sufrimiento lo ha encanecío!"

_ ¿Pa’ que va di usté pal pueblo sin un clavao, Eustaquio? Agora lo importante e’ conseguí los cuartos pa’ la medecina del muchacho.

_ Antonces _ dijo Eustaquio, deteniéndose antes de entrar al aposento donde reposaba el niño enfermo -, antonces, será mejor que no pierda ma’ tiempo, y vaya agora mesmo a ‘onde siña Juanica.

Todo el campo se había adentrado en una espesa y absoluta oscuridad, cuando Eustaquio golpeaba a la puerta de siña Juanica. Adentro se escucharon pasos y rastrojos de imprecaciones. Entreabriendo una hoja de la puerta de madera, asomó la cara siña Juanica; la débil luz de la vela que sostenía en una mano, le daba un aspecto amarillento a su rostro de ojillos vivaces.

_ ¡Pero güeno, vale Eustaquio, que hace usté tumbándome la puerta del bohío a estas horas!

_ Vea usté, siña Juanica, no e’ mi intención mole’tá; pero Manolín e’tá muy mal. Anita cree que no amanece.

_ ¡Ay, virgen de Altagracia! _ dijo siña Juanica, persignándose con la mano libre _¿Pero que pue’o hacé yo, vale Eustaquio? ¿Ya lo llevó usté a ‘onde la curandera?

_ ¡Anjá!, yo ya la vide, siña Juanica, pero de na’ ha valío! Medecina e’ lo que necesita mi muchacho pa cura’se, y yo no tengo un clavao. He traío to’ lo que tengo conmigo, a ve’ si usté pu’e da’me manque sea lo suficiente pa’ compra medecina.

Anita, flaca, sudorosa, sentada a pretil de cama, velaba el inquieto sueño del niño. Eustaquio se había marchado. Lo había sentido trajinando en el patio, cogiendo a los animales dormidos, sólo la puerca opuso resistencia escandalizando brevemente. El tiempo pasaba, el niño tosía cada vez más, mientras la endeble mujer se inclinaba sobre el catre apañado con una rotosa manta confeccionada con distintos sobrantes. Oyó los pasos cuando el amanecer del campo estaba próximo. La puerta del bohío se abría, Eustaquio llegaba. Los pasos sonaban más fuertes, ahí estaba ya, viejo, callado, su encorvada sombra se proyectaba contra las ruinosas paredes del bohío. Ahí estaba Eustaquio, Anita lomiraba a través del llanto que se avecinaba en sus ojos; ahí estaba Eustaquio sin las gallinas que se había llevado al salir, sin la cotorra; sombrío, mas viejo que nunca, ahí estaba mirando a su hijo consumido por las fiebres, ahí estaba sin la puerca, sin su gallo.

_ ¡Coge al muchacho y arrópalo bien, mujé, que nos vamos a di los tres pal pueblo agora mesmo!

_ No Eustaquio, usté no ha pega’o un ojo en to’a la noche. Mejor quedese, que yo sola pue’o llevá al niño a ‘onde el do’tor.

Eustaquio miró el enflaquecido cuerpo de su hijo, la piel pegada a los huesos. Pensó que pronto tendrían medicinas para el niño, y sonrió al responder:

_ Creo que usté no ha entendío, mujé. Tenemos que dirnos los tres agora mesmo, po’que e’te bohío ya no e’ de nojotros; pero tenemo’ cuartos pa’ la medecina de Manolín.


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