martes, 4 de marzo de 2008

La Muerte De Clementino Pozo/Otto Oscar Milanese

La Muerte De Clementino Pozo/Otto Oscar Milanese

Carretera a Azua en los montesLa Muerte De Clementino Pozo/Otto Oscar Milanese/Del Libro Inédito "Azua: Sisal Y Sangre".
A la memoria de don Julio Brador,
quien conoció la historia real.



A las seis de la mañana, sólo Marinancia, ahogando el terror entre gritos, quedaba de frente a la última realidad de don Clementino Pozo. Todo el temblor de la mujer cayó con la mano que intentaba ocultar el pavor de aquella mirada; al retirarla de los parpados, resonaba aún el eco de la voz de su marido ¡"Me llaman, Marinancia, siguen llamándome". A las seis y cinco minutos, sus gritos alcanzaron la histeria, y dos minutos después, Víctor golpeaba la puerta de la habitación.


Nací en su mismo barrio de La Placeta. Corría aún descalzo y sin camisa por su calle, y ya él tenía el pelo blanco. No recuerdo cuando fue la primera vez que oí llamarle por "Veterano", y nunca medité sobre el origen del mote, jamás lo asocié con la milicia; me pasé toda una vida jugando frente a su casa de madera pintada de azul, y jamás supuse que aquel hombre, acostumbrado a sacar dos mecedoras cuando ya el sol no daba en su calzada, tuviera un pasado militar.


-¡Abra, mamá! ¿Mamá, que ocurre?- Gritaba Víctor.


A las seis y diez minutos, con el pecho desnudo y el cepillo dentifrico en las manos, Julito abrió la puerta del patio, y dijo:- Esos gritos son en la casa de mi compadre Clementino.


Siempre en la mecedora hasta la hora de cerrar las hojas de madera. Desde la sala salía la voz de Lilín Díaz narrando un partido de beisbol. Él se balanceaba suave en la mecedora, de espaldas al parque 19 de Marzo, de frente a Marinancia que entre un balanceo y otro, aprovechaba los comerciales del partido, para comentar sobre la viga que jugaría para la loteria de los domingos.

Se quedó con el brazo suspendido, porque la puerta se abrió de golpe, porque detrás de Marinancia y sus gritos, estaba mirando como en sueños a su padre, don Clementino Pozo, tendido rigidamente en el lecho.


- Cuando desperté, ya estaba duro.- Dijo la mujer, echándose en brazos de su hijo.


A las seis y treinta minutos aún no salía el sol, y sólo media docena de personas conocían la muerte de don Clementino.


Nunca supe cual equipo le gustaba al "Veterano", siempre le veía jovial ganara quien ganara. A veces intentaba una conversación con el grupo de muchachos que jugabamos cerca de su casa, pero toda locuacidad no traspasaba los limites de preguntar él por la, y responder nosotros de la salud de algún familiar nuestro y conocido suyo. Ahí moría todo. Volvía don Clementino a su balanceo, como si no existiera, a pesar de su imborrable sonrisa; como si no estuviera ahí, sobre la calzada, ajeno a nuestros gritos.


La sirena del Cuerpo de Bomberos ululó las siete de la mañana. Julito maldijo el reuma, sacando un viejo traje del armario. Varias casas más allá, las puertas del hogar de don Clementino ya estaban de par en par, y el aroma del café llevaba consigo el zumbido de voces rezadoras.


Una última mirada. Julito se levantó de una de las sillas que habían llevado los vecinos, para echarle una última mirada a su compadre. La expresión grabada en el rostro ceruleo lo arrojó bruscamente a la noche en que regresaban del Sisal a caballo, ¡"Carajo, oigalos, compadre Julito, me están llamando de nuevo"! Se santiguó frente al ataúd, el dolor del reuma lo arrastró a sentarse, "¡Coño, compadre", recordó Julito, "pero es que usted no los oye! ¡Me llaman, me están llamando desde el monte, ¿pero de verdad que no los oye?"! Dobló el cuerpo, inclinándo la frente sobre las palmas de las manos y negando con la cabeza ¡"No, Teniente Pozo, mi conciencia nunca los oyó".

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