lunes, 10 de marzo de 2008

El Borracho

El Borracho/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito Sobre Sueños Y Escrúpulos





Trabajando seis días a la semana en un restaurante del Village, East New York, Juan Fulgencio, luego de ocho o nueve interminables horas de trabajo, durante las cuales, muchas veces no probaba bocado alguno, regresaba a su hogar cansado, borracho y hambriento. Tenía por costumbre, cuando bajaba a la estación de tren "Second Avenue" en Manhattan, comprar cuatro bolsitas de Cheese Curls, en el pequeño Kiosco ubicado antes de bajar las escaleras que conducen al andén. Y con esas cuatro bolsitas, que apenas le costaban un dollar, Juan Fulgencio mitigaba su hambre, mientras aguardaba la llegada del tren F. En muchas ocasiones, Juan Fulgencio tenía dinero para entrar a cualquier restaurante y comer; pero él, más acostumbrado a entrar a las licorerías o a las bodegas, en busca de cerveza, no era hombre que comiera en restaurantes, y se jactaba de decirlo, sobre todo, porque precisamente trabajaba en un restaurante, se vanagloriaba de decirlo y se callaba las razones. Su mujer lo entendía, y siempre, al llegar a la casa, Juan Fulgencio encontraba la comida servida, y eso le bastaba para olvidar las anteriores horas de fatigas y de hambre.


La noche de un jueves, como siempre hambriento y como siempre cansado y borracho con mil pensamientos de ebrio entreverados en su mente, Juan Fulgencio llegó al kiosco. Y como siempre tomó las acostumbradas cuatro bolsitas de Cheese Curls. A la hora de pagarle al hombre de La India que atendía el kiosco, Juan Fulgencio desembocó en la realidad de que sólo poseía setenta y cinco centavos en sus bolsillos. El indiano que lo vio dubitar rebuscándose los bolsillos, y que lo conocía, pués cada noche le compraba lo mismo, cuando Juan Fulgencio intentó devolver una de las bolsitas, cada una tenía el precio de veinte y cinco centavos, lo detuvo con gestos energicos: "Llevate las cuatro, no devuelvas ninguna, mañana me pagas", le dijo en mal inglés.


Lo que es inevitable, ese mañana siempre llega, pero llegó con la cara propicia que presenta para quien nunca lo espera, y Juan Fulgencio, a la hora de comprar las acostumbradas cuatro bolsitas de Cheese Curls, ya era viernes y acababa de devengar su salario, había olvidado que debía 25 centavos. El dependiente se lo recordó con la misma energia y el mismo mal inglés con que en la noche anterior le había sugerido que se llevara las cuatro bolsitas; pero no le reclamó 25 centavos, sino que le dijo "Usted me debe un dollar".. Juan Fulgencio trató de recordar, mientras el hombre insistía que le debía un dollar. Juan Fulgencio, realmente no recordaba cuanto le debía al hombre, a pesar de que si sabía que le debía, por lo que optó en pagarle lo que este reclamaba.


En la noche del sábado, Juan Fulgencio, borracho, agarrándose del borde del mostrador para no caerse, pagó las cuatro bolsitas de Cheese Curls con un billete de cinco dollares. El hombre tardó en darle la devuelta, y finalmente le anunció que no tenía cambio y que le devolvería al día siguiente. Con dos o tres pesos aún en los bolsillos, y con ansias de llegar a su casa, Juan Fulgencio aceptó.


El domingo por la noche, cuando compró las cuatro bolsitas de Cheese Curls y pagó con un dollar, el dependiente se quedó callado; pero Juan Fulgencio le recordó que le debia dinero de la noche anterior. ¡"Oh, sí, sí, como no, usted tiene razón"!, dijo el dependiente y le devuelve apresuradamente tres dolares con veinte y cinco centavos, entoces, Juan Fulgencio recordó de súbito en medio de su habitual borrachera, que él, la primera vez había quedado debiendo veinte y cinco centavos, pero le cobraron setenta y cinco, y que la devuelta justa, pués había pagado con un billete de cinco en la noche anterior, era de cuatro dolares, pero le devolvían tres dolares con veinte cinco centavos. "Un hombre nunca debería tener un precio", dijo mirando al dependiente y dejando unas monedas sobre el mostrador, "pero al parecer este es el suyo", y se alejó escaleras abajo para tomar el tren, mientras el hombre miraba los setenta y cinco centavos sobre el mostrador.



1 comentario:

Unknown dijo...

Interesante reflexion, me ha gustado bastante.