lunes, 10 de marzo de 2008

Una Misa Para El Pacificador

Una Misa Para El Pacificador/Otto Oscar Milanese



"En cuanto a la política yo no tengo amores(...)
ni hago política de afecciones ni de partidos. Cogeré
a los hombres donde los encuentre y los apreciaré y los
conduciré conforme a la conducta que observen para
conmigo".

Ulises Heureaux, "Lilís"

Una Misa Para El Pacificador
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Momentos Dominicanos"






Veintiseis de julio, Mañón, abandona la lezna y deja que la amedrentada voz de tu mujer se acueste entre las hormas. Veintiseis de julio. Un año más para desenganchar del herrumbroso clavo el mejor traje que aún te queda, sacudirle el polvo, y desoir a la mujer que dice que desde cualquier ventana saldrá el disparo que te dejará a medio camino entre tu casa y la Catedral. Pero las campanas llaman, Mañón, cada tañido revive al hombre que siempre parece estar derrumbándose en Moca, recostando el peso de su historia contra un tronco de guásima. Cierras el taller mirando con tristeza la hilera de zapatos y recuerdas ¡"Un par", antes de juntar las hojas de puerta, "sólo un par de zapatos sobre el mostrador bastaron para marcar el derrumbe de una éra"!


Almidona el cuello albo de la camisa y plañe:- No fue el año pasado, no ha ocurrido en ninguno de estos años; pero te van a matar, Felipe. La gente no recuerda con cariño a "Lilís".


La ves flaca, desgastada, tomando la plancha de encima de las brasas del anafe, y quieres preguntarte como se le han podido borrar los años en que eras el Comandante del Puerto de Santo Domingo. No te preguntas nada, ni siquiera la oyes perorar, decir que un año de estos se atreverán, que ni siquiera tú estarás de semblante adusto y mohino, en un banco del fondo de la Catedral, escuchando una misa por un difunto que no despierta piedad.


El gobernador de la sureña provincia de Azua, Joaquín Campo, no lo pensó dos veces:-¡Marchena está equivocado, El Pacificador "Lilís" ganó limpiamente las elecciones!


Para don Generoso, "Lilís" reservó la amarga generosidad de confinarlo en las húmedas mazmorras del Homenaje, en lugar de suprimir la existencia del hombre a quien llamaba "hermano". El gobernador Joaquín Campo fue premiado con el ascenso a Delegado de Azua y Barahona; pero su espiritu continuaba enrojecido por el baecismo que la astucia de "Lilís" creía extinguido.


Cada veintiseis de julio, Mañón, es lo mismo. Primero las quejas de ella, mientras plancha, y tu silencio que no aquieta su miedo. Y las calles llamando, Mañón, con esa oscura premonición que cobra vida en cada puerta, en cada tejado, porque ella plancha y dice que la bala saldrá de allí. Las calles llamándote cada veintiseis de julio; las esquinas que vas dejando atrás con un paso paulatinamente más firme, más seguro, porque la bala no ha salido de ningún lado, aunque piensas, bajo el sol de Santo Domingo de Guzmán, que te han dicho tantas veces que el que muere a balazos no escucha el estámpido. Y casi quieres sonreir al poner un pie en otra calzada; casi sonreirías, Mañón, si no fuera una fecha tan comprometida para tu agradecimiento, o quizás, porque en el fondo, esa vocesita comida por el miedo de tu mujer trae ríadas de recelos a tu animo; pero la Catedral Metropolitana Santa María de la Encarnación está más próxima. Una pisada y otra y la otra y nada. ¡Nada ocurre! Nada ocurrió el año pasado, ni dos años atrás, Mañón. Tampoco ahora, cuando alcanzas a ver la confluencia de las calles Arzobispo Meriño y Arzobispo Nouel, y tus ojos se llenan con la sólida estructura de la más antigua Catedral de América.

Todo la cólera pacifista de "Lilís" se estrella implacablemente contra Marchena. Cuando "El Pacificador" viaja, ordena sacar del Homenaje al preso para que lo aherrojen en la bodega del buque.


- En este pueblo se acabaron los hombres.- Dijo Fellé Quezada, viendo al Delegado Joaquín Campo salir de la gallera.- Soportar lo que el negro de "Lilís" hace con don Generoso Marchena es una afrenta.


-Hable bajito, compadre Fellé.- Aconsejó Pablo Báez, mirando al Delegado Campo saludar desde la puerta de la gallera, y poner un pie en el estribo de la cabalgadura.- Desde que este hombre se pronunciara en contra de lo que dijo don Generoso, no sabemos muy bien de que lado está.


El Delegado Joaquín Campo espoleó el caballo rumbo a palmarejo.


-Ese es lilisista por conveniencia.- Dijo Fellé Quezada, escupiendo despectivamente en dirección por donde ya hombre y bestia se alejaban.


-No estés tan seguro, compadre Fellé, Joaquín es baecista de nacimiento, y tengo la sensación de que sabe sobre la conspiración, para mi sólo guarda las apariencias debido al cargo que ostenta.

"Mucha gente que deseó vengarse, Felipe, y no pudo, encontraría placer acribillando a mansalva al único hombre que se atreve a asistir a la misa por el alma de"Lilís". Eso es lo que ella dice, Mañón. Se lo has escuchado tantas veces en el momento de abandonar la chaveta y de mirar por última vez la hilera de hormas, antes de cerrar la puerta de la zapatería y oler el almidón con que te plancha la camisa. "Porque la venganza insatisfecha de mucha gente no murió con él en Moca". Año tras año, Mañón, con su voz pisándote los pasos por las estrechas callejuelas del Santo Domingo colonial.


San Pedro de Macorís, y toda la comarca del este, habían levantado justicieramente la fama de hombre valeroso del Ministro de Guerra, Ramón Castillo. Bajo el espeso bigote negro, el labio inferior del Pacificador "Lilís" se contrae; sus ojos adquieren un destello felino cuando el Ministro de Guerra remueve sus pensamientos. "Se vuelve cada vez más fuerte", piensa El Pacificador, observando con aire pensativo su mano lisiada, "cada vez le quieren y le respetan más en todo el este". Una sonrisa se ampara bajo la negrura del bigote, "La guerra que Lilís no gana con plomo, la gana con plata", murmura El Pacificador la sentencia dominicana, y con paso decidido sale de la estancia, "A Ramoncito hay que buscarle un buen gallito" habla consigo mismo el Presidente, ¡"Eso es, enfrentarlo a alguien que lo acabe! ¿Pero..., con quien"?


¿Cuantos años, Mañón? ¿Diez, trece, quince?, ¿ y para qué? Para sentarte solitario en una nave lateral del templo y escuchar sombrero en manos, y bostezo a ras de boca los latinejos. Y al año siguiente la recriminación femenina elevando el tono casi hasta la insolencia: "Porque tú", dice ella, cuando ve tu rechoncha silueta saliendo de la casa con un pie en la calzada, "lo que siempre fuiste fue baecista", y se te viene así de golpe, Mañón, así como ella dice, como supones tú que debería llegar el plomito que te dejará tendido camino a la misa que sólo tú oyes, se te viene así de golpe la imagen del Gran Ciudadano; "tú por quien te peleaste más de veinte veces fue por el difunto Báez", chilla la voz de la mujer; pero ya no hay quien te detenga, Mañón, vas a misa. Ya no hay quien te detenga, sólo el plomito que nunca brota de cualquier ventana, de cualquier bocacalle, podría detenerte, porque un amigo es un amigo, y "Lilís" sólo fue eso para ti.


Antes de llegar a Palmarejo se tiró del caballo. Del monte salieron dos borrosas siluetas bajo las últimas luces del crepúsculo azuano.


-¿Qué tiene que decirnos, señor Delegado?-Preguntó uno de los hombres que habían salido de la manigua azuana.


Joaquín Campo miró fijamente a sus interlocutores, antes de responder:- Debemos cambiar las carabinas de lugar. El sitio que escogieron para guardarlas es muy comprometedor para mi, y hasta el último momento, "Lilís" debe pensar que estoy de su lado.


Al verlo en la puerta de la zapatería supiste, Mañón, que se trataba de un hombre del gobierno. Conocías el olor de esos hombres desde cuando eras Comandante de Armas de Bayaguana. Ella lo había introducido sonriendo, con ese olfato especial que poseen las mujeres para presentir el asomo de los buenos tiempos. De mala gana dejaste la lezna en la banqueta, cuando dijo "Buenos días", y antes de responder pensaste en el trabajo acumulado, en el tiempo que te tomaría atenderle, mientras ella simulaba abstraerse en los trajines de la casa, no muy lejos de donde recibiste al emisario. "El señor Presidente ha mandado buscarle", así lo dijo, Mañón, en un tono tan natural, que es ahora, luego de tantos años, cuando el recuerdo de sus palabras te sobresalta camino a la catedral.


¡"José Estay"! Exclamó "Lílís" golpeando suavemente la superficie de caoba del escritorio. ¡"José Estay es el hombre"! Su mirada de tigre se pierde bajo los parpados que se entrecierran como buscando en el recuerdo la salida de Agapito Benitez al mando de un batallón desde Santa Cruz del Seibo. "Como no pude pensarlo antes. ¡ Estay puede ser la horma de Ramoncito"! Se levanta El Pacificador y recorre lentamente de un extremo a otro el amplio salón de su despacho, los Ministros de su gobierno cuentan con la mirada cada pisada de "Lilís". ¡"Un sólo tiro bastó para desbandar al batallón que no llegó a Macorís"! Exclamó El Pacificador. Los integrantes de su Gabinete se miran unos a otros sin entender de qué habla el Presidente. "Lilís" se detiene frente a ellos, dejando asomar la meliflua sonrisa que suele surgir en sus labios cuando trama un ardid. "Estoy recordando la ocasión en que José Estay hirió con un disparo de fúsil al General Agapito Benitez, impidiendo que sus tropas entraran a San Pedro de Macorís". Respiraciones aliviadas llenan el recinto; la sonrisa de "Lilís" aún persiste, pero se petrifica perdiendo su anterior melosidad. ¡"José Estay merece ser nombrado Gobernador de San Pedro de Macorís", dice con suavidad El Pacificador, sus acólitos saben que el trasfondo amable de su voz contiene la orden irrevocable.


Con la misma mano, Mañón, que abandonaste la lezna en la banqueta, estrechaste una tras otras las diestras de los Ministros que te presentaba Ulises Heraeaux, "Lilís"; para al final, quedarte sin saber que decir, frente a la pacificadora sonrisa del hombre que te había llamado."Señores", recuerdas la solemnidad de su voz, Mañón, ahora cuando cada paso es cobrado por el dolor del reuma, y la Catedral parece más lejana que en años anteriores, "estamos en presencia del nuevo Comandante del Puerto de Santo Domingo". Ahora, Mañón, que con ademanes lentos te alisas el pelo erizado y de reojo estudias cada puerta que va surgiendo ante tus lentas pisadas, cada tejado, Mañón, como si en lugar de proceder de allí el disparo tan anunciado por ella, lo que saliera fuera el eco de tu propia voz respondiéndole a "Lilís" en un pasado que hoy te arrastra hacia la Catedral. "No puedo aceptar el cargo, señor Presidente", ahora tu paso cobra vida, el recuerdo que rejuvenece tu voz, también parece avivarlo, "me honra usted mucho con su propuesta; pero no puedo aceptarla, porque no hablo otro idioma que no sea el nuestro". El Pacificador, recuerdas claramente, acentuó la sonrisa y dejó caer sobre tus hombros la mano que podía movilizar agilmente, "Mañoncito", casi era paternal el tono de su voz, "no tienes que preocuparte por esas minucias. Yo mismo supliré esa necesidad".


- No es bueno que algunos de los hombres ignoren que usted está ligado a la conspiración, don Joaquín.- Dijo el secretario particular del Delegado, ordenando la correspondencia.


Frágmentos de una mangulina viajaban con el viento y la noche desde Pueblo Viejo a Palmarejo, los dos hombres a la débil luz amarillenta de la lámpara revisaban los papeles.


- Lo que no es bueno es que todo el mundo lo sepa.-Contestó el Delegado Joaquín Campo.- Hay muchas personas envueltas en esto, y "Lilís" tiene olfato de lince para olerse las conspiraciones, por eso no confío en mi secretario oficial, ni confío en todos los que están comprometidos. Ya mandé mudar de lugar las carabinas, no podemos correr el menor riesgo.

El primer año fue el peor, Mañón. Para ti y para ella que se echó a llorar como si ya te hubiesen matado, y en la vispera de la misa no te dejó pegar un ojo, "No estás obligado a ir a esa misa, Felipe, nadie lo está". No, Mañón, sabías muy bien que no estabas obligado, y en esa ocasión, la brisa del Ozama refrescó temores y reminiscencias, porque tampoco estabas obligado a mudarte colindando con la Mansión Presidencial, pero recuerdas, mientras aguardas el tiro desde cualquier lado, que te mudaste. "Lilís tiene muchos enemigos", le dijiste aquellla vez, Mañón, y desde la ventana de tu nueva casa observabas la casa del Presidente, "Si me necesita, siempre estaré cerca". Ventanas cerradas al sol, puertas entornadas, eso fue todo lo que viste entre tu casa y la Catedral, Mañón, y algún transeunte que se pierde al viraje de la esquina. Y un paso y otro y nada. ¡Nada, Mañón! Un paso y otro y sigues alentando. Porque no te van a matar, piensas. Porque es probable que casi nadie sepa lo de la misa por el alma del Pacificador, y si están enterados, poca gente conocerá a donde y a que va ese negrito rechoncho de pelo cerdoso. Probablemente te equivocas, Mañón, y lo sabes, probablemente, detrás de cada puerta entornada un par de ojos persiguen tus pisadas, y el odio te mira desde cualquier tejado; ¿pero por qué te habría de perseguir el odio, Mañón, por qué? Si nada más eres un pobre viejo que vive de los chelitos de la renta y de su zapatería.


Comenzó a abotonarse por la parte inferior de la camisa.- Eran hombres del Gobernador Estay.- Dijo con voz amanerada.


Fumaba sentada a pretil de cama.- Esto acabará mal, Ramoncito.

Acabó de abrocharse la camisa y la acomodaba dentro del pantalón. Del otro lado de la ventana un grillo inició su intermitente letanía.


- Estoy vivo, mujer.- Dijo al momento de abrochar la hebilla de la correa.


- ¡Sí! ¿Pero hasta cuando, Ramoncito? Ya ha corrido sangre inocente, esa niña no tenía por qué haber muerto.


La miró de reojo, sentada al borde de la cama revuelta y con el torso inclinado hacia adelante. Sus senos, rematados en largos pezones erectos, se dibujaban bajo la bata de seda.

- Mala suerte. Yo debí haber sido el muerto si hubiesen afinado bien la puntería.


- Ya han llegado muy lejos con esa rivalidad, Ramoncito. "Lilís" aún no ha intervenido, pero tú sabes que él no consiente esas embromiendas en el país.


Se detuvo antes de abrir la puerta, para respónderle a la mujer:- El Presidente está conmigo, mujer, no me dará la espalda; pero es bueno que mande a un hombre a la capital para enterarme de lo que piensa "Lilís".


-¡Son compadres!- Exclamó "Lilís" con rabia, abandonándo el asiento detrás del escritorio.- Castillo y Estay se entienden y ninguno eliminará al otro; es un juego lo que han montado en San Pedro de Macorís.


El informante aguardó a que El Pacificador diera muestras de calmarse; sólo cuando lo vió de espaldas, mirando hacia la calle por el ancho ventanón, dijo:- Creo que tiene usted razón, señor Presidente. Ramón Castillo ofrecía un blanco perfecto, demasiado fácil, sólo se podía errar el disparo premeditadamente, y erraron. La bala acertó a una niña de la casa.


El Pacificador se volvió lentamente hacia el hombre. La cólera se había esfumado, sus labios se distendían en una suave sonrisa; pero en el fondo de sus pupilas perduraba un brillo duro, implacable.- ¿Y Macorís-, el sarcasmo bañaba su voz,- el buen pueblo de San Pedro de Macoris no vive en paz, por culpa de estos dos tunantes?


- ¡Sí, señor Presidente, así es! Tanto el Ministro de Guerra, como el Gobernador Estay cuentan con hombres armados. La población vive intranquila temiendo el tiroteo en cualquier lugar, en cualquier momento.


Con la brisa del puerto en la cara, Mañón, casi tirando una a una tus palabras a la mar, "Si algo llegara a ocurrirle, jamás me involucraría en política". Y él, Mañón, casi con la muerte encima que tus palabras presentían, de espaldas al Crucero Presidente y echándote una de sus últimas miradas para ti, "Esas cosas no se prometen, Mañóncito"; pero te pasas una mano por la frente, casi debajo de los crespos cabellos, y tu voz insiste, Mañón, siempre ha insistido en tus recuerdos, como para recoger tu propio acento en cada paso que das ahora, en cada paso que has temido fuera el último, "Si algo le sucediera, siempre me mantendré fiel, y guardaré en mi una respetuosa memoria de usted". Respira profundo, se llenan de brisa de mar los pulmones del Pacificador, y parece que va a decirte algo, Mañón, eso es lo que siempre le parece a tus recuerdos, que va a decirte algo, pero en lugar de eso te mira escepticamente y ya a bordo del Presidente levanta la mano sana para decirte adios.


- ¡Estamos perdidos!- La violencia del puño de Fellé Quezada hizo saltar el florero encima de la mesa.- Las carabinas han desaparecido del lugar en donde estaban ocultas. Es casi seguro que ya el Delegado Campo tenga noticias de la trama. ¡Estamos acorralados!


De las lomas bajaba brisa, refrescando las horas posteriores al infernal mediodía azuano.


- Calmate, Fellé, es posible que don Joaquín Campo aún no sepa nada.


-¡Lo sabe!- Afirmó furioso Fellé Quezada.- Sólo tenemos una salida.- Dijo, entonándo lentamente las palabras.


Por las calles la brisa creaba débiles remolinos en las esquinas, levantaba polvo y papeles sucios.


-¿Qué propones?- Interrogó Pablo Báez.


- ¡Hay que deshacerse cuanto antes del Delegado, Pablo!-Dijo Fellé Quezada.


Te lo dijo en una de esas noches calurosas de agosto en las quees imposible dormir bajo el mosquitero: "Parece que sólo vives para el 26 de julio, Mañón". Y te diste media vuelta en la cama, como quien busca estar en paz con los recuerdos, maldiciendo la calor para evadir la conversación que ella intentaba levantar en las penumbras. Ahora, cuando las viejas casonas van quedando atras, sientes que la realidad es más patética que sus palabras de esa noche. Sientes, Mañón, que sólo puedes y sabes vivir en las horas de un 26 de julio, aguardando el plomito que se lleve tu aliento en una fecha parecida a la que lo vió caer a él en Moca. Han pasado ya quince años, Mañón, quince misas para escuchar por la mañana el miedo de su voz "en cualquier año de estos aparecerá el loco que decida darte el tiro". Quince 26 de julio para que tu apacible vida de zapatero cobre intensidad entre las calles que separan a tu casa de la Catedral, y ya no crees vivir sin recelar de las conversaciones que se callan a tu paso, que se reanudan a tus espaldas, "Ahí va el único hombre de este país que tiene el coraje de asistir a una misa para "Lilís".


Recibió al hombre a la puerta de la Gobernación de San Pedro de Macorís.


- ¿Qué es lo que piensa el Presidente?- Preguntó el Gobernador José Estay con ansiedad.


-"Lilís" está contigo, José,- se apresuró a responder el emisario.- noté su enojo porque el Ministro de Guerra irrespeta a las autoridades superiores.


Un golpe de brisa marina agitó los bordes del pantalón del gobernador petromacorisano.


-Con "Lilís" nunca se sabe.- Murmuró José Estay.- ¿Crées que era sincero?

-¡ Sí, lo era! Le agradaría que acabaramos con Ramóncito.


Frente a la Mansión de Gobierno se bajaron del coche tirado por cuatro caballos. El Pacificador ordenó al cochero que llevara al hombre, que aún se mantenía dentro del carruaje, a un hotel de la calle Las Mercedes. Sobre Santo Domingo de Guzmán caía la primera hora de una nocturnidad de plenilunio.


- Le ha dicho usted a ese hombre,- comentó extrañado el Secretario Presidencial, mirando el coche alejarse,- lo mismo que le dijo al mensajero del Gobernador Estay.


La sonrisa bajo la luz de la luna parecía duplicar su enigmatica dureza.- Los dos quieren saber por quien me inclino,- murmuró fríamente El Pacificador,-que piense cada cual que estoy con él. ¡"Lilís sólo está con Lilís"!


Desde temprano, antes de entrar a la gallera de Azua, supo que era un día malo. Sobre la finca caía una apática llovizna al momento de levantarse; pero el tiempo le había enseñado a conocer ese cielo de Palmarejo, y sabía que no llovería en todo el valle de Azua. Mientras desayunaba, en la finca le aparejaban la montura, y ocurrió el primer incidente que le avisó el mal día que se avecinaba. Con el codo rozó involuntariamente la taza de cafe que se derramó sobre el mantel, salpicándole la indumentaria. Lanzó una maldición y su propia voz le lució extraña, hueca, ausente. Ese día se había tirado de la cama con un mareo inexplicable, pero aún así, pensó en las habitaciones, cambiándose la ropa mojada de café, partiría para Azua a solucionar varios asuntos políticos en horas de la mañana, y parte de la tarde se distraería en la gallera, antes de retornar a Palmarejo.


Al salir de la casa le aguijonó una repéntina nostalgia por Cambronal, y se enojó en silencio consigo mismo. El Delegado Joaquín Campo nunca había sido hombre dado a las nostalgias; pero ahora, a la puerta de su rancho con la húmeda extensión de su finca de Palmarejo llenándole los ojos, toda el alma se le iba a Neiba. Tenía un pie en el estribo cuando alcanzó a ver a dos de sus hombres.


- ¡Boca Negra amaneció muerto, don Joaquín! Tiene el hocico lleno de espumas, parece que lo envenenaron.


El Delegado Campo maldijo por segunda ocasión en la temprana mañana, y montó a caballo.- Entierrenlo donde mismo lo encontraron. Luego averigüaremos todo esto.- Dijo, y espoleó con rabia su montura en direccióna la capital de la provincia. Sus ideas no le ayudaban a espantar la vaga sensación de vértigo con la que se había levantado aquel día. Cambronal, Boca Negra, la gallera de Azua y las carabinas que había ordenado cambiar de lugar, ocupaban sus pensamientos casi simultaneamente.


El sol cae ardiente sobre tu cabeza, Mañón, sacas el pañuelito del bolsillo de la levita, y enjugas el sudor de tu frente, deseando llevarte en el pañuelo el rastrojo de las memorias que se abren ante tu mente a cada paso. Es inevitable, Mañón, el sol arranca rabiosos destellos de las bruñidas punteras de los zapatos, y otra vez imaginas a Jacobito de Lara colocando la caja de calzados sobre el mostrador para que la historia bordeara la sangrienta tarde mocana. Escupes delante de tus pasos, y piensas "¡Por qué no estuve allí"! Y contra tus ojos se abalanza la ímagen del hombre cayendo y aún con animo para guapear con el sombrero en una mano, mientras aquella tarde cibaeña se le iba de las pupilas, y Món Cáceres de pie agigantándose desmedidamente, hasta borrar el mundo al que El Pacificador ya no pertenecía.


El papel temblaba en las manos de la mujer.


- Es el sello del gobierno,- dijo,- es la firma de "Lilís".

Tienen a José Estay en El Homenaje, y el Presidente desea que vayas a la capital para acusarlo.


Se paró de frente a las salomónicas. La ancha espalda de él obstruyó para la mujer la luz solar que se filtraba.


- ¡No iré!- Dijo, mirando el pedazo de calle petromacorisana.- Si Estay fue tan pendejo para dejarse atrapar facilmente de "Lilís", conmigo no ocurrirá lo mismo.


Bajo el ancho bigote del Pacificador la sonrisa empalagosa se abrió paso. Echó un brazo a los hombros del Gobernador de San Pedro de Macorís, y caminó a su lado como dos viejos compañeros que hablan de mutuos recuerdos.


-Mira,José,-dijo melosamente El Pacificador,- no lo tomes como un encierro. Imagina que son unas vacaciones. Es la única manera de atraer a Ramón Castillo, cuando venga, pensando que te perderá, le encerraré a él en El Homenaje, y a ti te dejaré en libertad.


Un ruidito detrás de cualquier puerta entornada te sube el corazón a la boca, pero no lo demuestras, Mañón, y tu paso avanza por la soleada calle capitaleña. Sí, han pasado los años, Mañón, e instintivamente inflas el pecho, levantas el cuello, y piensas "Si pudieras verme ahora, Lilís, soy el único dominicano que te recuerda con respeto, por lo menos, el único que lo demuestra", y pareces rejuvenecer con el pensamiento y apuras el paso, sintiéndote ya seguro de ti, olvidado de las agoreras frases de tu mujer.


El gallo cenizo no se levantó más."Se quedó como Boca Negra", pensó el Delegado poniéndose de pie. El jiro aún picoteaba al cenizo tendido en el centro de la gallera. "Un mal día", pensó Joaquín Campo abriéndose paso entre el gentío para salir, "lo sabía, no debí apostar". El paisaje de la aridez de los montes azuanos volvieron a llevarle a Cambronal. En el cielo no habían nubes que insultaran el azul impecable, y en la tierra no existía viento que aliviara el seco calor de Azua. Con sus pensamientos y su mal día cabalgando con él, el Delegado Joaquín Campo se acercaba a La Clavellina, y no escuchó los estámpidos que brotaron del monte, que lo tumbaron del caballo y lo dejaron camino a Palmarejo, tan quieto como el gallo cenizo, tan inerte y sucio de polvo como Boca Negra.


La mano sana del Pacificador se convulsionaba de ira.- ¡Marchena! ¡Los azuanos!- Exclamó "Lilís" con rabia. En su mirada de lince ardía la determinación.- Me han dejado sin un colaborador valioso en el sur; pero la sangre del Delegado Campo se cobrará con sangre.


Sucio y con la barba descuidada, Generoso de Marchena, oyendo abrirse la puerta de la celda, pensó que lo sacaban porque su compadre "Lilís" viajaba de nuevo y temía dejarlo en el Homenaje durante su ausencia. La voz de uno de los centinelas sonó a sentencia de muerte en sus oidos:- ¡Alegrese hombre, su compadre "Lilís" lo manda para su pueblo! Los 120 kilómetros que separan a la Capital dominicana de Azua, los recorrió Generoso de Marchena con la certidumbre de que con él, su compadre "Lilís" enviaba un sangriento mensaje de venganza pacificadora a la cuna del Partido Rojo. Debilitado por el largo encierro, de Marchena pareció revitalizarse bajo el cielo de su provincia. En La Clavellina, cerca de donde la vida abandonara el cuerpo de Joaquín Campo, dominando los espasmos con que los meses de hambre estremecían su anatomía, se irguió frente al pelotón de fusilamiento.


Año tras año la voz del Sacerdote resuena en la catedral vacía, y ni siquiera le entiendes, Mañón. Sólo sabes que piden por el alma de "Lilís", y eso basta. Que estás vivo, que de nuevo has podido llegar a la Catedral, y eso es suficiente, aunque todavía te queda el camino de regreso a casa, con la satisfacción de haberle cumplido a un muerto una vez más; pero, con la desasón de saber que hasta el año próximo, no volverás a sentir en tu espiritu ese fogonazo de juventud insuflado por el peligro que respiras en cada paso que te lleva al templo.


Después de la segunda carta invitándole a apersonarse en la capital para acusar al detenido José Estay, el Ministro de Guerra decidió ir. Treinta hombres de a caballo le acompañaron. "Lilís le abrazó sonriendo:- ¡Tú no cambias, Ramoncito! ¿Para qué necesitas esa escolta? Ya José está en donde se merece, por irrespeto a la Autoridad Superior.


En la madrugada que lo embarcaron esposado, junto a José Estay, Ramón Castillo maldijo haber despedido a sus hombres para San Pedro de Macorís, y aceptar el alojamiento del Pacificador. Ya era tarde, Castillo lo sabía, pero Estay aún creía en las palabras del Presidente, cuando Punta de la Pasa comenzó a perfilarse brumosamente en la madrugada.


El Pacificador buscó el amparo de los matarroles, y desde allí surgió su voz imperativa:- Fusilenlos al mismo tiempo, tan dígnos rivales merecen morir juntos.


José Estay no dejó entrever emoción en su rostro al enterarse de su suerte. Se desprendió de sus joyas para que se las entregaran a su familia.


- Quiero hablar con mi compadre "Lilís".- Pidió Ramón Castillo.


La última voluntad del Ministro de Guerra no fue escuchada. La implacable voz del pacificador atravesó el relente de la madrugada:- Yo sólo estoy aquí para ver que se cumplen mis ordenes.- Le dijo a uno de los guardias.-¡Acabemos con esto ya!


Siempre sales por la única puerta de la Catedral que no es de estilo gótico, Mañón. Es una manía que con los años te has creado, porque tienes las tres puertas frontales enteramente disponibles para ti solo, luego de cada misa por el alma del Pacificador; pero quien sabe, Mañón, es probable que el próximo año tengas que salir casi obligado por donde te empuje la muchedumbre, porque los pueblos olvidan, Mañón, y se preparan para gobiernos peores.

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