martes, 4 de marzo de 2008

La Yola/Otto Oscar Milanese

La Yola/Otto Oscar Milanese



"Te montan en una yola,
para cambiar tu destino,
y después sin darte cuenta,
vas muriendo en el camino".

Jaime Shanlatte/ Sonny Ovalle.


Cuentame un Merengue.
"Historias sugeridas del merengue".





La Yola. ( Homenaje a Jaime Shanlatte/Sonny Ovalle ).
Otto Oscar Milanese.




El mar nos ha zarandeado de acá para allá. Es una vaina no temerle a la mar, porque pienso que el miedo, por lo menos me impediría pensar. Estoy harto de pensar y repensar un oleaje de dislates, que a lo peor, se me escapan febrilmente por la hinchada boca pastosa y acre. En ocasiones he oído que me mandan a callar, sobre todo, esos dos que durante toda la travesía no han cesado de refunfuñar entre ellos con marcado acento cibaeño. "Ei diablo, primo, pero vea si ‘ta loco ei sureño ese", oigo que dicen, "na’ ma’ sabe hablai de la mujei". No les hago caso. Poseo toda la mar por delante para pensar. Si alguna utilidad tiene pensar en estos momentos, es la de olvidarme de la sed de labios agrietados, y de este reseco amargor de entrañas lavadas con sorbos de agua marina. Toda la caribe mar por delante, y puedo olvidarme del tufillo que despedimos los quince expedicionarios, tumbados casi uno encima del otro. La pequeña embarcación sube con las olas, y desciende vertiginosamente a un fugaz vacío. Gritos.Arcadas. Vomitos. Y las imprecaciones de los cibaeños. Nadie ha osado meter las manos al mar para traerse a los excoriados labios unas gotas de humedad marina. ¡Nadie!, luego de que en la tarde de ayer - estoy dubitando, si realmente ocurrió a la tarde, o mas temprano, a la mañana de ayer -, la mujer de Santa Cruz del Seibo, estiró medio cuerpo por encima del borde de la embarcación para vomitar. ¡No vomitó! Todos lo vimos, y gritamos. hasta yo sentí y grité mi espanto. Digo hasta yo, porque siempre ando inmerso en mis meditaciones; pero de golpe dejé de pensar, cuando vi la aleta de tiburón tan próxima al rostro de la Seibana. Tácitamente, desde entonces, quedó establecido, que debíamos vomitarnos dentro de la yola. No me importó. No me importa. Ni siquiera creo que estoy entumecido y tirado a un costado de una yola, en algún rincón del mar. Unicamente pienso en Gabriela.

Ir y volver del rio. Siempre la vi ir y volver del rio con el cántaro sobre la cabeza. ¡y yo soñando con Puerto Rico! Ella, entre muchachos descalzos y andrajosos, y entre la tarde y mis ojos; con el vientre queriendo reventar las descoloridas margaritas estampadas en su raído vestido. la veía, o la miraba sin verla, porque el compadre Gervasio habíame despertado todas las ganas hacia Puerto Rico. Gabriela entre el fogón y el olor a café recien colado; entre las voces niñas que juegan, y corren entre los matorrales, alejándose ahora, ya regresando. ¡Y yo soñando con Puerto Rico! "No más miseria, compadre", me aseguró el compadre Gervasio. El trago de ron Brugal, el merengue de Johnny Ventura, o el haz de la empobrecida luz de la lámpara de kerosene, me invitaban a asentir. Ya no veía a Gabriella entre la vida y los días, llevándome una mano sobre su vientre y diciéndome, "dicen que esta barriga es de varón". "No es de varón, ni de hembra", pensaba yo, y mis ojos centelleaban, soñando con Puerto Rico. "De miseria, mujer", le dije, "esa barriga es de miseria".

Lo que digo es que es malo no temerle a la mar. Estoy todo emporcado de reseco vomito ajeno, desde el susto que se llevara la seybana. Mar. Vomito. Susto. No, no le temo al repentino y brusco oleaje que eleva la yola y la arroja a ese vacío tan abisal, como las cataratas que retumban en mi estomago. No le temo a esos merodeadores sanguinarios de agua salada, ni siquiera temo pensar que jamás llegaremos a Puerto Rico. Estoy convencido de que nunca llegaremos a Puerto Rico. Unicamente hemos dado vueltas entre oleajes y tiburones; entre imprecaciones y vomitos.Hemos girado y girado entre las quemaduras solares y las bajas temperaturas nocturnas.

Ahora pienso en Gabriela... Unicamente en Gabriela, y en su barriga a punto de desinflarse. ¡Al diablo con puerto Rico! La Radio Televisión Dominicana anunció que los médicos abandonaban los hospitales. Eso lo escuché. Claro, lo escuché muy bien. Ella también me lo dijo. No es que deliro, o prefiera delirar para no temerle a la mar, a la jodida mar con su silencio de tiburones debajo de la yola. Ella me lo dijo sombríamente, y me abofeteó su acento de reproche, "Si los médicos deciden irse a la huelga, tendré problemas para el parto. Deberías irte después que yo pariera". No le presté atención. Continué introduciendo la ropa en el bulto. "Me voy por ti, mujer, por el niño que viene. Todo nos saldrá bien". ¡Pero nada ha salido bien! Invertí los pequeños ahorros que logramos con la cosecha del café, para meterme en esta yola a dar vueltas y giros sobre las olas, mientras la Gabriela pare en alguna dirección del mundo que ya no atino a precisar. ¡Jamás llegaremos a ningún lado, jamás! Estamos bajo el vomito nuestro, y al lado de las incesantes maldiciones intraducibles de los cibaeños; mejor realizo lo que en este preciso instante hago: intentar virar la yola... Y definitivamente no llegamos a Puerto Rico, no pienso mas en Gabriela, ni existe temor a la mar, ni a esas aletas que se aproximan en circulos.

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