lunes, 10 de marzo de 2008

Palabras De Humo Con Un Fondo De Anochecer

Palabras De Humo Con Un Fondo De Anochecer/Otto Oscar Milanese

Palabras De Humo Con Un Fondo De Anochecer
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Vueltas Sobre El Mar".

No vamos a exigirnos una absurda explicación indefinida. Nos conocemos, y sabrás que preferiría no relatartelo. Intuyes que la más efectiva manera de no entenderme es procurar que emita una vacilante explicación. Casi posées esa certeza, por haberte parecido tanto a mi en días pasados. Podría decirte que la gente anda oscureciéndolo todo, por el maniatico afán de esclarecer lo que de por si se sobreentiende. Podrías decirme que el entendimiento es superior a un dubitante análisis farragoso, inútil entender, y punto. Podría decirte yo, que ocurre por ocurrir, y ya ves como puedo adivinar tus horas de cara al techo, pensando y repensando. Yo que tanto sé de la maraña divagante que circunda cada insomnio. Tú que sabes tanto de ese tirarse de la cama a consumir el vigesimo cigarrillo.


No es que intento retenerlo. Sucede que súbitamente se me agolpan tantas noches en los ojos; y vuela, vuela tanta existencia sacudida como un temblor de manos que van a, y regresan de un cenicero. Ocurre que la vida y los días no compartidos nos dejaron rostros de extraños, y te adivino porfiar que la mueca de tu cara es amargor de cigarrillos; que las ojeras son trasnoches que te han pateado los sueños; tenazmente sostendrás que el repentino aluvión de melancolias, sólo es hastío de días fotocopiados... Fatigas que se encaraman sobre fatigas; anodinas horas en marejadas persistentes... Pero de tanto conocerte alguna vez, de tanto parecernos en otros días, no puedes engañarme.


Lo peor fue que no supiste ser el mismo en todas partes. Cuando tu adios de manos agitadas fue respondido por las mías, yo lo presentí. Quedaba muerto todo un reciente ayer de correrías, y las pláticas de cafés, y las noches tras las faldas de amigas comunes. Preciso era anexar tu memoria a la evocación, y la abandoné donde el dolor a ramalazos no le resquebrajara su integridad. Así te fui sumando al recuerdo, mientras ignoraba que amanecías del sueño con el fuego de una sed de siete días. Pero yo no conozco angustia semejante. No la conozco ni me importa... Acaso unicamente la he leído en una crónica periodística o alguein la comentó a la salida de un cinematógrafo o en la fatigosa hora de abordar el autobús que a diario me devuelve a la casa, y no es remotamente parecido en absoluto. Es un dolor ajeno, leído o escuchado, que normalmente se olvida al voltear la página o desviar la conversación... Casi un dolor de otro mundo, ocurrido en minutos que no marcó mi reloj. De que me lo vas a reprochar, no poseo dudas, y mi silencio rearma las particularidades más ínfimas de tu voz para abofetearme el olvido, dirás tú; y yo anticipadamente medito que por qué habría de ser tan imbecilmente masoquista y fastidiarme los días con esos partes periodísticos... Si todo ocurrió distante, fuera de la rutina de mis sudados días de cansancios, y ni siquiera mencionaban tu nombre los diarios. ¿ Entonces, por qué imaginar tu sed de manos que atrapan espumas saladas?
¡Vi que te ibas! Unicamente vi que te ibas, y el barrio se me antojó tan angosto y chico, que encarcelé en un puño dos décadas de ir y regresar por entre callejas. Súbitamente, nuestra esquina adquirió un amorfo rostro extraño que evocaba tu presencia con las colillas de Nacional diseminadas sobre la calzada. Vi que te ibas, y en la seca noción de tiempo inasible y concluido, casi me alegraba anticipar tu retorno, y claro, Antonia, entre asomos de lágrimas, me arrojaba esa mordáz voz que le conoces, cuando ella se lo propone. No me ocultarás que has jugado una y otra vez, de cara al sucio muro, a conjeturar cuales serían aquellas frases de Antonia. No te niego yo, que te imagino como un chiquillo exhultado, masticando cada sílaba que pudo pronunciar ella; deshaciendo frases para rearmarlas, aunque el sentido de ellas atrapen la desidia de tus horas, como atraparon en su tiempo al golpe de soledad que nos asestabas túcon tu partida. El caso es que sólo vique te ibas; pero pensaba en tu regreso, y Antonia: "Vivir en tu futuro no me mata. El mío es peor. Porque en el mío lo veo con otra mujer". No es preciso que me lo digas, conozco ese empeño tan femenino aferrado a no creer en las cartas que prometías escribirle; el escepticismo en su rostro enamorado, las veces que juraste regresar a por ella. Me callaba en su silencio, en el de ella, porque ese silencio tuyo odoroso a tabaco y a goma de mascar, ignorabamos ya en donde se imponía. Y ahora me lo vas a reprochar, y querrás reprocharselo a ella. Lo importante de tu marcha no era irte, sino retornar por ella, que, como mujer, te negó todos los regresos. Esos besos repetidos entre ambos, y esos abrazos de noche última entre todos, casi los soñé menos que los de tu vuelta, y te empeñas, sé, y me empeño en creer que frente al muro, ahora, procuras verte como quise verte aquella noche, con un acento que no te conocíamos en la voz, y rostro lavado por latigazos de inviernos... Y sólo vi que te ibas porque ya vivía tu regreso, y podía casi vislumbrarte con un colorado rostro saludable, y el cuello encadenado de oro, y tu aire de solucionalo-todo exhibiendo caras de Washington en la billetera... Y tú dijiste adios, y yo quise oir que decías "Vuelvo pa’ enderezarle la existencia a la vieja". Pero Antonia seguía inmersa en su realidad de novia abandonada. Yo desée verla metida en llanto de día que se aguarda hora a hora, y que tú decías "He vuelto para que no se nos pudra la vida paulatinamente".


¡A ella la van a matar los días! El espejo de tantísimos días entre una y otra mueca iterativa. Se morirá de días, y la abandonas tan casi ya muerta a la vera de su pesimismo. La última carta que te feché, debí abandonarla antes del punto y aparte del primer párrafo. Antonia telefoneo, y el timbre de su voz sonó tan inusualmente animado, que me alarmó. Superfluo queda decirte que desde que partiste, vez rara parece animarse. Anda con tu ausencia tan adentro, que se ausenta ella misma de si. Intuyo que sueña amor poseído a contra vida, o me engaña eludiendo un inelectuble despertar que la abofeteará de estéril realidad. Hoy te lo digo, pero tu conocimiento es anticipado, y de costado en la litera entrevées que no existen manos ajenas a las tuyas destazando soledades de su piel; ni boca entreabierta mordiendo regustos de semi brumas y esperas. Es la clave de ella, yo lo sé, y tú entornas los parpados para verlo, virándote contra el muro en la litera. La clave de ella es sentir que espera, y muerde ese escozor de segundos adicionándose a la nada, o el elástico rencor tibio de ganas que observo en sus pupilas, y que tú le imaginas cuando la impaciencia se adueña de tus pasos contando las baldosas desde los pies hasta la cabecera del camastro. Así casi no vivimos de tanta vida a ras de los sentidos, y ella más que tú y que yo. Y yo te digo que measusta y duele, lo que a ti, de sólo imaginar, te espanta el sueño. Es tan imposible existir para estrujar reveses y vocalizar frases preñadas de rabias amordazadas. Vivir estrictamente destinado para esas fútiles frustraciones que imprevisiblemente afloran en cualquier instante, con un sabor de esqueléticos días entre los labios.


¡Ah, si es tan cierto! La van a matar los días, y abandono yo la carta destinada a ti, a lo peor en un momento que arrojabas el cabo del cigarrillo frente a la litera, y pensabas acremente con rencor "Nadie escribe". Me apresuro en ir a su casa, porque su clara voz femenina ofreció indicios de que reaccionaba. Desde el principio he deseado establecer que no puedo ni puedes engañarme, porque leerías la mentira, si miento, y aunque no convenga al agrado mutuo, la impiadosa realidad es que no existió reacción alguna. Apenas reamuebló y mandó cambiar el empapelado del apartamento, como si esperara un inesperado regreso tuyo, o como si le bastara con eso para creer que los días entrarían de manera distinta a la casa, a la vida. ¡No hubo más! Superfluo, conociendo que la conoces, es remarcar que no hubo más... Lanza irritables fumaradas veloces contra el claro azul de la pared, meciendo su muerte frente a tu retrato... De frente al regusto de tantas memorias, de tantas apáticas tardes como esta.


He querido pararme frente a la ventana para no verla, y ordenar mis pensamientos. Llueve sobre un pedazo de la calle Duarte. Ya sabrás que me latió a dolor repentino esa lluvia, o esa tan meláncolica manera de llover sobre Santo Domingo. Tú podrás respirar un retal de patria húmeda desde el golpe que te asesta la nostalgia en mis palabras. Yo sólo tengo esa lluvia tras la ventana, la visión de gentes que trotan buscando ampararse del chubasco tropical, y el incesante balanceo de tu mujer en el mecedor tras de mi. Y ni siquiera me ve. Quizás sueña el murmullo de tu andar quedo aproximándose, y sueña su olfato la pulcritud del cobertor que le arrojas sobre los hombros "Refrescó la tarde, y puedes resfríarte". Ella lo sueña, y tus palabras casi alcanzan mis oídos. ¿Será que la lluvia siempre está parida de voces distantes? Sólo existe el rítmico sonido del balanceo a mis espaldas. ¡Ella aguardándote! ¡Irremediablemente podrida de días sobre un mecedor!


Hay algo que tú y yo sabemos, y ella también. Prefiero creer que posée conocimiento, pese a lo difícil que se torna aseverarlo, cuando se aferra a esa imbecilidad del balanceo. Su vacua mirada esconde indicios de esa rotunda certeza que la postra. No posées tú, recursos para negarlo, ni siquiera procuras negarlo. Tú te dejas vivir sobre o al lado de la litera; como ella, existe más que nunca, cuando advierte todo el peso de su vida ir y venir sobre el mecedor. En ocasiones varias te imagino los impulsos ferales de realizarlo. A lo peor te acuchilla el deseo con el eco reminescente de oirla remover la cristalería en la alacena. Supongo que gozas la implícita facilidad aparente del tacto, y luego siento tu verguenza como soflama que acude a mi rostro, y acabas concluyendo que no es nada fácil. Lo único sencillo y rutinario entre tanta insultante sencillez de cuatro muros sin exornar, y tantos minutos rutinarios a borde de camastro, es imaginarte boquiabierto de estupor, de sorpresivo sufrimiento. Es raudo sueño que discurre delante de tus ojos abiertos, y ya te sientes bastante muerto; demasiado muerto, para verte, y sobre todo, verla, imaginarla, trémula y llorosa, con aliento azogado y ojos casi encima de tu absoluta inmovilidad rígida. Si pudieras observarla tal y como la imaginas, desearías suicidarte de veras. Sabes y sé, que es tan convencionalmente improbable que puedas disfrutar unos instantes semejantes. Sabes y sé, que uno se muere más para uno, que para los demás. En la muerte no existe memoria de sí mismo. Sabes y sé, que la muerte más pequeña e insignificante, es morirse de verdad y definitivamente. Es preferible suicidarse a la manera de ella: atiborrada de días sobre un mecedor. Y un balanceo, y otro... Dejarse morir como todo el mundo, en cualquier fecha y en cualquier lugar, no es siquiera un retal de real muerte... Se muere a diario y a cada instante, con esa respiración recién exhalada se pierde la percepción, de una vida ya irrecobrable, del mundo que envuelve un sólo segundo. Ha cesado de llover. Este sol después de la lluvia siempre te enfermó de nostalgias. El balanceo prosigue a mis espaldas.


Un día de estos que han pasado rozando tu demacrado rostro sin rasurar, yo se lo he dicho: "Antonia, él no va a volver". Quise descubrir tu imágen entre sus pupilas, la sombra del recuerdo de tu imágen; pero unicamente vi en ellas el despojo de cada día perdido. "Nunca se ha ido, querrás decir", respondió. Abandoné el intento de convencerla, de explicarle. El periódico que informaba de tu arresto se me escurrió hasta los pies de ella, y salí a echarte esta carta en cualquier buzón...


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