martes, 4 de marzo de 2008

Correspondencia De Un Monomano/Otto Oscar Milanese

Correspondencia De Un Monomano/Otto Oscar Milanese


Correspondencia De Un Monomano/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas De Misericordia.

Beach Lake,
Lunes, 9 de mayo, 1983.

Querida mamá:

Olvida cualquier temor que haya podido producirte mi carta anterior. El tiempo es un excelente sedante: ha ido anestesiando maravillosamente las apremiantes nostalgias de las primeras semanas. No interpretes que he dejado de pensar en ustedes; más bien, mis sentidos, todo yo, han cedido a un lógico y normal aclimatamiento. ¡Sí, querida mamá, puedes dormir sin pizcas de sobresaltos..! He superado la negativa idea de abandonar los estudios.


¿Te he relatado alguna vez cómo es el pueblo? ¡No, creo que no! Sólo te conté lo aburrido y desértico de su rostro nocturno. No es cómo New York- no sé como se me ocurre compararlo -. Aun en pleno día es difícil tropezarse con peatones en las calles. La gente de acá parece promover una futura generación de inválidos, usan el coche para distancias extremadamente cortas. Imaginarás que me resulta chocante, acostumbrado como estaba al bullicioso verano de allá, a los exultados trasnoches en el zaguán de nuestro building. ¡Chocante y desalentador! Pero no temas, la amistad con Jeffrey, aunque no excluya enteramente mi apática disposición a lo que me circunda, lo vuelve tolerable.


Jeffrey es un gran chico. Él y Tracy, su novia, son oriundos de otra pequeña comunidad, enclavada un poco más al norte de aquí. Nos vimos en la cafetería de la universidad. Antes no había reparado en él ni él en mi. Me adelanta tres semestres de la misma carrera. Nos conocimoscuando me alcanzó en el vano de la puerta para entregarme la cartera que había olvidado sobre el asiento. Nos amistamos hablando, casi apasionadamente, de los Yankees,de Billy Martin y de Reggie Jackson. Me contaba que en 1978 vivió en el Bronx en casa de una hermana, y de la impertinente afonía pescada de tanto corear a gritos los HRs de Reggie frente a Los Dodgers. Su afición a la cacería es obstinada. Camina sordamente, como si estuviera apostándose tras un venado. ¡Un buen chico, mamá! Cuando nos sentimos inquietos y medidos por sus ojos penetrantes, bromeamos a expensas de su entusiasmo, y él se deja navegar en nuestra corriente, reviviendo viejas leyendas de cazadores.


Cuando podemos escaparnos - no te inquietes, rara vez tenemos oportunidad -, nos llegamos caminando a la discoteca, aproximadamente media milla. Jeffrey lo hace por mí. He creído notar que no se divierte; incluso cuando baila con Tracy o procura alborozarnos mofándose de los bermejos mostachos de su profesor de antropología. Él también, mamá, pese a su impetuosa juventud, lleva plasmado en el rostro una letárgica expresión ambigua. Todos acá la poseen. Es el ineludible sello endémico de la displicencia lugareña, de la trasuntada continuidad de los días delineados a bostezos y marasmos. Salvo las noches en la discoteca, en compañía de Jeffrey y Tracy, todo emerge como una lentísima repetición absurda de las originales impresiones y sucesos percibidos al llegar. ¿Llamarías sucesos a dejarse vivir, a declinar ante la irreversibilidad de los minutos, a cumplir fielmente el remedo de las vivencias de ayer? Cuando me quedo en mi recámara, recurrentemente mis pensamientos parten de unas frases oídas a Jeffrey:


_ Resultará penoso para ti que procedes de New York, oh, my god!, lo es para nosotros que venimos de pueblos igual que este, donde tradicionalmente no acontece nada sobresaliente.


Lo importante, mamá, es que perservere tenazmente y prosiga estudiando. Me alienta la imaginada felicidad que pondré en tu rostro cuando me reciba. Tengo inmensas ganas de verte. Cuídate. Besos de quien te adora, tu hijo,

Bobby Smith.

P.D.
Cariños a Pitty. Me quedo tranquilo sabiendo que la cuidas como yo lo haría.


Brooklyn, New York.
Jueves, 12 de mayo, 1983.

Amado Bobby:

Sólo sabes brindarme satisfacciones. Agradezco tu inquietud por no mortificarme. Estoy orgullosa de ti. Sabrás, es suficiente tenerte alejado de mi, para vivir preocupada. Tontos temores imprescindibles y naturales en una madre que, como yo, jamás vivió separada de ti.


Boby, hijo, ¿recuerdas tomar tus médicinas antes de dormir? Tus cartas no me lo dicen, y son necesarias a tu salud. Celebro que hayas encontrado amigos. Me abrumaba y vivía tu soledad de allá. Pitty también como que la vislumbraba y sufría un poquito. Sentía irrumpir en mi alma su melancólica ternura marrón de ojos velados. Luce saludable, no alegre, hijo. Desde tu partida pasa los días lánguidamente tirada en un rincón, esperando escuchar tu nombre para abanicar la cola.


Le confieres mucha importancia a la calma del pueblo. Mereces mi envidia, harta como estoy del tráfago de acá, del extraño museo de ruidos que es New York. Bobby querido, no ignoras el daño que te causa meditar constantemente las mismas cosas. Elude, cariño, las ideas estacionarias. Cuando te ocurra, prométeme que buscarás la compañía de ese chico, Jeffrey-un muchacho honrado, a juzgar por las circunstancias en que se conocieron -, o te absorberás estudiando. Besos y bendiciones, tu madre,

Danna Smith.


Beach Lake.
Lunes, 16 de mayo, 1983.


Querida mamá:

Encuentro excesivas tus mortificaciones atinentes a mis pensamientos. Es normal que tales cavilaciones se entreveren en mi mente. Lo mismo ocurre a Tracy y a Jeffrey, quien cada vez que tiene oportunidad de perderse entre los bosques, se va con su rifle, aduciendo sonriente:


_ Allá entre los susurros de la vegetación, y los esquivos animales, se ven cosas más interesantes que en este poblado de muertos.


¡Debe ser cierto, mamá! Algunas tardes, cuando voy al pueblo a caminar, no logro percibir vida al fondo de los meticulosamente cuidados jardines, tras las ventanas encristaladas. En la atmósfera merodea una vaga convicción de que todo aguarda para ser vivido: las calzadas solitarias, los bordeantes senderillos de los huertos hasta los vestíbulos, la grama recién podada. Existe un respirable abandono predispuesto, de objetos que esperan pisadas o manos conocidas. ¡Nunca me habituaré a semejante colectivo enclaustramiento, mamá! Le he dicho a ellos:


_ Si en New York el gangterismo y la drogadicción nos tornan recelosos y hostiles contra extraños, si nos empuja a vivir tras cerrojos; no concibo un encierro monjil en un pueblo donde todas las caras se conocen.


_ ¿Quién sabe?_ Dijo Tracy_. A lo mejor rezan a escondidas por el advenimiento de algo notable.


_ ¡ Quizás un asalto al Banco!_, intervino Jeffrey_, ¡o la violación de una adolescente! ¿Recuerdas, Tracy, cuando la mujer del veterinario se fue con el barbado tipo aquel del último año de arquitectura? Eso se constituyó aquí en el acontecimiento más sonado de la década, Bobby.

Martes, 17 de mayo,
a la noche.

Querida mamá, la carta se me quedaba inconclusa sobreel velador, durante la tarde de ayer y todo el día de hoy. Ahora retorno a contarte lo poco y bueno sucedido en dicho lapso. Ayer, como a eso de las 4:00 P.M., Jeffrey y Tracy vinieron a invitarme a jugar tenis. Los acompañé, preso de una desconcertante desgana. Me presentaron a una chica de Philadelphia, con un atractivo sobrepasando los triviales calificativos de seductora, encantadora, etc. Su nombre: Debbie Reynolds. El agrado resultó recíproco y de tal modo que, tácitamente decidimos no jugar, y platicamos sentados en el césped lindero, mientras Jeffrey y Tracy paseaban de voces y risas toda la cancha.


Hoy, en el transcurso de las horas de clases me sentí nervioso. Mamá, por favor, no vayas a preocuparte demasiado porque precisamente empleara la palabra "nervioso". No me sentí exactamente así; sino como cuando impróvidamente se camina por los boulevares, y nos muerden el corazón unos furiosos ladridos detrás de cualquier verja. Sería por la necesidad acuciante de ver a Debbie, de hablarle. Seguro, mamá, sería por eso. Jeffrey supo vermelo cuando nos reunimos en la cafetería, y se la pasó gastándome bromas. Tracy aconsejó burlonamente que fuera a la biblioteca, si tanto deseaba verla.


_ Tu chica se encierra tanto allí, que acabará encuadernada entre la estantería._ Río Tracy.


Luego continuaré hablándote de ella. Presiento que tú y Debbie simpatizarán. Los estudios marchan satisfactoriamente. Me apena la nostalgia de Pitty. Pronto, en junio, me verán. Abrazos y besos, te adoro, tu hijo,

Bobby Smith.



Beach Lake.
Jueves, 19 de mayo, 1983.

Mrs. Danna Smith.

Escasas novedades podría relatarle, sobre todo porque lo más trascendental se ha consumado, y a estas horas es improbable que no la hayan enterado los diarios matutinos.


Deploro profundamente mi carencia previsora; no deja de influir en mi ánimo un confuso sentimiento de culpa. - Quizás todos nosotros: Tracy, Jeffrey y yo, aportamos nuestras inconscientes cuotas de complicidad a lo acontecido -. Me autoculpo de trazar tardíamente estas líneas. Debí comunicarme con usted en horas posteriores al crepúsculo, cuando Bobby se me aproximó en la biblioteca, y charlamos extensamente entre susurros.


Se le veía sosteniendo una ojerosa batalla consigo mismo. A pesar de mi empeño en introducir nuevos tópicos en la conversación antes referida, él recaía en su tema predilecto: la existencial abulia del poblado. Confiábame haber soñado o presentido un día distinto a todos los conocidos por el pueblo.


A la siguiente mañana, durante una de mis horas libres, lo vi escalar al techo del edificio principal, me extrañó tanto que, por mucho tiempo, no supe qué pensar. Cuando finalmente lo interrogué, no menos extraña y evasiva fue su respuesta:


_ Quise mirar el aspecto de todo esto desde allá arriba_, me dijo.


Ese mismo día busqué la ocasión de referírselo a Jeffrey; pero resultó infructuoso. ¡Ciertamente eran inseparables! Desée advertir a Jeffrey que se cuidara de pronunciar en su presencia el más superficial comentario o chiste sobre el pueblo; porque todo lo relativo a éste, afectaba a Bobby. Tracy me contó luego: "En la última escapada a la discoteca, suscitóse un altercado entre Bobby y Jeffrey, porque al retornar, Bobby, ostensiblemente habló de poseer coca delante de dos estupefactas narices policiales". Tracy dice que, durante todo el camino de vuelta, la emprendió contra los agentes, presumiblemente desilusionado porque inexplicablemente no lo detuvieron. Ese mismo día, en la mañana, había provocado un incidente mayúsculo en el Alma Máter. ¿Pretendía una expulsión?, tal vez..; pero sólo obtuvo una enérgica reprimenda de parte del Rector, y la temporal privación de algunas facilidades ofrecidas por la universidad.


Juzgo indicado confirmarle lo publicado por los periódicos: Consiguió el rifle, un Winchester calibre 30-30, modelo 80, prestado por Jeffrey, a quien se lo solicitó la noche anterior, diciéndole que se iba de cacería. Jeffrey guardaba el arma en casa de un amigo suyo, en el pueblo. El resto todo el país lo conoce. Lamentablemente, hoy, el apacible poblado de Beach Lake, ocupa los primeros titulares en todos los estados.

Respetuosamente adherida a su dolor,

Debbie Reynolds.


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