martes, 4 de marzo de 2008

Pinta Una Paloma/Otto Oscar Milanese

Pinta Una Paloma/Otto Oscar Milanese


"Es una facilidad,
el pintar una paloma;
pero la dificultad
pintarle el pico y que coma".

Tatico Henríquez.


Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue.
Otto Oscar Milanese.

Pinta una paloma. ( Homenaje a Tatico Henríquez).


. Las malas noticias se dicen de golpe. Así como me lo dijo Sonia: -¡Ramirito se volvió loco!_. Me lo dijo sin saludar, cuando nos encontramos casualmente en la Calle El Conde, en Santo Domingo de Guzmán. Su voz rápida y bajita no me permitió rastrear emociones. Supuse que la espontaneidad de la declaración obedecía a la desesperada angustia que su voz no revelaba.
¡ "Ramirito se volvió loco"!, cada letra danza y golpea mi cerebro. La Calle El Conde pierde vida ante mis ojos, y no atino a responderle a Sonia, ¡"Ramirito se volvió loco"!, y esos negros ojos de Sonia que me persiguieron por los escolares corredores de la adolescencia me traen a Ramirito, inclinado sobre sus cuadernos.

-¿Có, cómo fue eso?- Logro balbucir, y me siento estúpido, al márgen de la gente que pasa y va dejando retales de conversaciones, desconocidos ecos de voces que no logran sacudirme del atolondramiento.

- Bueno-, dijo Sonia, procurando explicar-, tú sabes que él siempre fue un poco raro. Pero, hombre, ni siquiera te he preguntado como te ha ido en todos estos años.

-No muy mal-, respondí, luchando porreponerme-, estuve residiendo varios años en el extranjeo; pero cuentame, mujer, ¿realmente que fue lo que pasó con Ramirito?- Comenzamos a caminar hacia el parque Independencia.

-Ya te lo dije, se volvió loco. ¡Las palomas acabaron por enloquecerlo!

-¡Eh!- Me detuve, mirándola temoroso de que fuese ella quien perdiera la cordura.

-Así es, y no te asombres-, dijo Sonia, mostrándome la sonrisa que me había desvelado tantas noches._ ¿Ya no recuerdas que él siempre pintaba palomas?

Recordé que la afición de Ramirito por pintar palomas rayaba en la obsesión, y que yo mismo se lo observé:-¿Oye, tú no crées que pasas mucho tiempo pintando palomitas? ¿No te aburre pintarlas siempre?

Ramirito, regordete, y con aspecto de haber abandonado una cuarentena de paperas, levantó brevemente la mirada del papel, para responderme-. Es que nunca pinto la misma. Siempre son diferentes.

Colocándome detrás de él, por encima de sus hombros, observé las líneas trazadas sobre el papel.- Yo siempre veo la misma paloma,- dije,- además, ya me tiene intrigado que nunca le pintes el pico.

-¡Precisamente con eso comenzo todo!- Exclamó Sonia cuando pasabamos frente a La Puerta del Conde.- ¡Cuando le pintóel pico, ahí se embromó todo!

- No entiendo,. dije,- admito que esa manía de pintar palomas era muy rara; pero no como para que enloqueciera.

-Tampoco entiendo nada,- dijo Sonia,- la locura es como para no entenderla, y menos la de alguien a quien siempre has tenido por cuerdo.

La voz de Sonia me llevó a la lejana noche en que velaban el cádaver de su padre allá en Nagua. Entonces, Ramirito me hizo una confidencia que ahora resultaba reveladora.

-No me gusta asistir a los velatorios ni a los entierros.- Dijo Ramirito, de pronto.

Nos sentabamos en sillas colocadas sobre la calzada. Vagaba un frío de diciembre sobre las calles ya metidas en la pesada soledad de la madrugada. Desde adentro de la casa llegaban espóradicas lamentaciones por encima del murmullo de los rezos.

-Bueno, Ramirito.- dije-, casi todo el mundo siente su chín de miedo.

Por entre las hileras de sillas se desplazaban dos muchachas. Olían al té de jenjibre que llevaban en las bandejas para repartir. Olía la madrugada a tabaco y a cirios derritiéndose.

- No es por miedo-, recuerdo como se inquietaba su voz-, ojalá y fuera miedo. Lo que ocurre es que me martirizo pensando que puedo hacer que el muerto se levante.

Entonces no presté mucha atención a sus palabras, y hasta me pareció logico que pasaran por la mente de una personaque compartía el dolor de los deudos.

- ¿ Te dás cuenta?- Su voz compúngida me sobresaltó aquella vez.- ¿Qué pasaría si yo me levantara, y fuera a mirar al difunto, pidiéndole que se levantara?

Encendí un Montecarlo, y el asomo de la carcajada me provocó una tos que salió entre humo de tabaco.

- Supongo,-le dije, aclarándome la garganta,- que te tomarían por loco.

- Lo que no entiendo es, ¿por qué dices que al pintarle el pico a las palomas se embromó todo?

- Pues es muy sencillo,- me dijo Sonia,- tan pronto le pintó el pico, comenzó a exigirles que comieran.

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