lunes, 10 de marzo de 2008

Dígale A La Eulogia

Dígale A La Eulogia/Otto Oscar Milanese

Dígale A La Eulogia
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Vueltas Sobre El Mar".

Bueno, y en llegando usted, compadre Remigio, me le dice bien clarito a la Eulogia que si no he podido echá pa’lante el rancho no e’ por mal agradecí’o, como me cuentan que dice. Dígale que si la necesidad me obligó a masticar un chin de inglés, así como quien mastica chiclets en el cine, no olvido mis costumbres, aunque diga good morning luego de cada cepillada de dientes, y que es una vaina, compadre, que se me quede en el alma la sensación de que no he dicho buenos días, aunque Martín porfíe que decir good morning es los mismo que decir buenos días. ¡Y mal diantre me parta, si es lo mismo,compadre Remigio! Aunque Martín me saque todos los mataburros bilingües que quiera, no es lo mismo. Good morning ya me suena a sirena de coches policiales; buenos días es un recuerdo de cacareos de gallinas en el patio. Good morning es una vaharada de marihuana en cualquier zaguán; buenos días es un cercado humedo de rocío por donde corren las lagartijas. No tiene caso que ahora cuando se va usted, compadre, me haga un lio con las nostalgias, luego de tantos años peleando por eludirlas. Porque lo más difícil sobrevino en aquellos primeros años, sepalo usted, compadre, para que se lo diga a la Eulogia, que dizque ahora me tilda de olvidado.


Con Martín, en la bodega de Brooklyn, fui perdiendo el sabor de un cigarrillo Nacional, por el hábito de un Newport, y cada vez menos fueron los tragos de Brugal, y más frecuente la lata de Budweisser. Dígale a la Eulogia que todo vino solo y a su tiempo, y que esa primera noche le di diez, veinte vueltas a la cuadra, mirando los aviones de este cielo y deseando irme, con un septiembre que me enterrabael alma en el frío. Dígale, compadre Remigio, que antes de acostumbrarme a despertar corriendo para tomar el tren, el cuello me dolió de tanto mirar aviones y olfatear un pedazo de Santo Domingo en esta alma que ya se helaba.


Lo peor, aunque Martín se ríe cuando se lo cuento, es que la Eulogia no me crea dominicano ya. Dígale que cuando vine traía conmigo veintiseis años de conciencia dominicana, y que no me da la gana aceptar, que nada más por once años de reciclar infortunios en tierra ajena, pretenda dejarme sin patria. Dígale, por Dios, compadre, dígale, que cuando un burocrata gringo me pregunta que si soy ciudadano, respondo que soy un ciudadano, y ahí muere eso. Dígaselo asi mismo, compadre Remigio, a ver si lo entiende, que para mi eso muere ahi: ciudadano dominicano sin dobleces ni dualidades creadas por un plumazo entintado de quienes pueden dar esos plumazos. Pero habría, entonces, que firmarme el alma de decretos que no entiende la Eulogia, y ni aún así, compadre, y lo sabe Martín, once años de factorías no me han colgado el made in USA, ni mucho menos aquello de ¿dominican qué..? Dominican nada, compadre Remigio, y dígaselo asi mismo a la Eulogia.


Es bueno que la Eulogia sepa, compadre, que nadie olvida nada ni a nadie; dígale que el olvido es sólo una palabra de hombres para limar callosidades del pensamiento. Y que si me hubiese visto borracho por estas calles, se hubiera tirado de rodillas golpeándose el pecho. Y eso mejor no se lo cuente, compadre, porque el sufrimiento cuando se puede ahorrar es olvido que no ofende. Sólo dígale que entre el invierno y mi cuerpo mal abrigado cabía todo el olor de mi tierra, y que inevitablemente acudían como zarpazos los nombres de todos. Las reminescencias imprevistas, compadre, tienen casi siempre el rostro de otra borrachera, pero ya sabe, eso no se lo diga.

La otra vaina, compadre, la que no deseo omitir, para que usted me haga el gran favor de explicarselo claro, es que si a mitad de canal, entre nuestro país y Puerto Rico, me sueño con los trenes, con las fábricas y los viernes de tres cheles en un cheque, me hubiese devuelto a nado. No olvide decirle eso, a ver si por fin desea entenderlo. Dígale que ni el merengue suena igual por acá en un cuarto piso, y que cuando llega la hambrienta hora de tragarme el arroz frito de los chinos o las hamburguesas gringas, casi lloro por el concón con salsa de habichuelas, y todavía me cree desmemoriado, cuando hasta el estomago recuerda que es dominicano.


Por decir sólo me queda el alma, compadre Remigio, y usted sabe que tiene acento sureño. Dígale que sigo oliendo a pueblo y a sur, por si acaso piensa ella que mi lengua anda enredada con acentos ajenos. Así que nada más hagame el favor de contarselo, compadre, y si no lo entiende, no se empecine usted en aclararselo, que no vivo en diasporas ni soy dominicanyork, y eso lo entendió la mujer que en la estación de Bergen Street al oirme hablar, me dijo "Eres dominicano, y vienes de una provincia cercana a la mía". Me quedé mirándola y le pregunté, ¿"De donde es usted"? Su respuesta reconfirmó el imborrable acento de mi voz sureña, "Soy de San Juan de La Maguana", dijo la mujer, antes de entrar al tren G que ya abría las puertas.


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