martes, 4 de marzo de 2008

El Guatiao/Otto Oscar Milanese

El Guatiao/Otto Oscar Milanese



"Entre los taínos de la Española había una costumbre que parece resumir los valores de la cultura social de la tribu, los del vínculo tribal, que era absolutamente irrompible en vida o en muerte, y las facultades de intercambio de almas, cosa que podía darse aún entre dos personas que no fueran de la misma tribu. Esa costumbre era el guatiao o cambio de nombres. Cuando A pasaba a llamarse B y B pasaba a llamarse A, quedaban convertidos en una misma persona, y el destino de uno era el del otro"...

"De Cristobal Colón a Fidel Castro/El Caribe Frontera Imperial".

Juan Bosch

El Guatiao/Otto Oscar Milanese/ "Cuentos del Exterminio".

Tras el ritual de la cahoba devino el sueño, y con el sueño la voz de trueno del cemí: "El cacicazgo de Higuey no sobrevivirá. Sus lunas están contadas". Vi el asolado yucuyagua a través de la lengua solar que devoraba el agua sucia de los jagueyes. Lo vi como un islote de irreal silencio, a mitad de la lujuriosa vegetación poblada de ruidos selváticos. "El cacique Cotubanamá no será operito ni apresado por los hombres del guamiquina". Mis ojos se dilataban tanto, que abarcaban todo el caserío, y pude ver a un tiempo, el craneo hendido del behique que abrazaba la imagen de sapo del cemí; el sexo de las hembras de mi raza, deformado por el filo de los sables, y con manchas de semen reseco, y la sangre coagulada en las redes de las hamacas, donde yacían ancianos y niños. ¡"Sí, el cacique Cotubanamá logrará sobrevivir"! Y entraron mis enormes ojos a todos los bohíos, y vi el cazabe llenándose de polvo, la mandioca regada sobre el piso de tierra, y las figurillas de los cemies quebradas. Y quisieron llover mis desorbitados ojos; pero la voz del cemí estremeció mi sueño: "Antes de que cuentes una luna, el guamiquina enviará hombres a buscar a Cotubanamá". Miré los conucos destrozados; la yuca esparcida por los caminos, y la batata pisoteada por las bestias que montan los hombres que la mar arrojó sobre nuestras tierras. "Ellos darán contigo, y querrán que tú los guies hasta Cotubanamá".


Noche, animales y hombres irrumpieron en el yucuyagua. El silencio que sus propias armas impusieron los recibió. No escuché risas de niños, como en lunas anteriores, corriendo alrededor de sus monturas. Acuclillado en el fondo del bohío, el sonido de sus botas al pisar el polvo, me sobrecogió el corazón. No hablan, pero sé que son ellos; sé que salen de un bohío para meterse en otro, y sé que sus acerados ojos ven lo que han visto los ojos de mi sueño. Cuando descubran mi cuerpo ungido de achiote, y agazapado en un rincón, las palabras del cemí dejaran de ser una boca hipnica.


El grillo se empeña en cantar en una esquina de la oscuridad y el monte. Los hombres del guamiquina encendieron una hoguera en el centro del yucuyagua. El sueño me hace sentirme como un perro que entre risas y empujones han echado del bohío. La patada de uno de ellos me arrojó contra el polvo, al borde del fuego. Cuando me sacaron a la noche, presentí que despertaría bruscamente; pero la lechuza ululó y batió alas, y los hombres que habían venido de la mar, con sus atavíos empolvados, y sus barbas enmarañadas, bajo el resplandor de la hoguera se me antojaron mas reales. Sólo la voz del cemí había abandonado el sueño, dejándome indefenso entre mis captores. El que tenía barba de maíz se arrodilló, y asiéndome bruscamente por el pelo, me obligó a mostrarle mi dentadura cariada en una dolorosa mueca. "Vos sabeís donde se oculta Cotubanamá", me dijo, aumentando la presión con que tiraba de mis cabellos. Le respondí rapidamente en mi lengua, pretendiendo no ser entendido; pero uno de ellos desenvainó con furia el puñal, y dijo: "Déjadmelo a mi, Bartolomé. Conozco bien a este perro, desde cuando estuve bajo las ordenes de Ojeda, y sé que habla castellano. Si se empecina en callar, os juro que le corto la lengua".


Hemos dormido dos veces, desde que accedí a guiar a los hombres que vomitó la mar hasta el refugio del cacique Cotubanamá. Los he paseado por los mismos riscos, los he metido por las mismas cañadas. Durante la mañana les he dado vueltas por sabanas bajo un sol abrasador, y al atardecer los he internado en un bosquecillo impenetrable, logrando que abandonaran sus bestias, para abrirse paso con las espadas en la tupida maleza. Barba de maíz fue el primero en percatarse, "Este maldito indio no nos está llevando a ningúna parte, y el agua y las provisones se nos están agotando". Al hacer alto en un calvero para pernoctar, el que había amenazado con deslenguarme se me acercó ceñudo: "Oidlo bien, os juro por la hostia, que si en dos días no nos llevais hasta Cotubanamá, he de regar tus asquerosas visceras a todo lo largo del camino hasta Santo Domingo". Me reí, y mi risa sorprendió a mis captores, estuvo a punto de sacudirme del sueño; pero no pude salirme de el. Continuaba en el calvero, riéndome enloquecidamente entre ellos. "Vos creeís que no deseo llevaros con Cotubanamá", respondí, con mi cuerpo aún estremeciéndose por el acceso de risa, "Sabed de una vez, que no podeís causar ningún daño al cacique Cotubanamá. Cualquier mal que intenteís contra él, lo sufrirá vuestro jefe, Juán de Esquivel". Ahora el sueño fue agredido por las carcajadas de los hombres que vinieron del mar, "Escuchad esas patrañas, Bartolomé", dijo el de las barbas de maíz, y volvieron a reir.Sus risas acrecentaron mi odio, los hombres barbados no respetaban nuestras creencias, habían profanado nuestros caneys, destrozado los cemies, y nos obligaron a creer en una fe extraña. Mi venganza sería llevarlos hasta Cotubanamá, que todo maltrato perpetrado contra él, fuera sufrido por el guamiquina Esquivel, y tenía el plazo de dormir dos veces mas, para llevarlos con el cacique de Higuey.


Los hombres que vinieron del mar también son débiles y mortales. Dos de ellos no han soportado subir y bajar cerros, y el hambre. No han aguantado abrirse paso entre la selva, y la sed. Mis manos cavaron las fosas para dos de ellos, mientras mis pensamientos se debatían entre la satisfacción de saber lo que sufriría el guamiquina que habia destruido el cacicazgo de Higuey, si entregaba al cacique Cotubanamá, y el sentimiento de traicionar a los de mi raza. Era la tercera vez que dormiamos, desde que nos pusimos en camino, y concilié el sueño tranquilamente, ya tenía decidido lo que haría al día siguiente.


Volví a meterlos por las cañadas, a pasarlos por los ríos, y a internarlos por los montes. Atardecía, cuando vislumbramos los mismos riscos por donde los había conducido. Era mi momento. No podía traicionar a mi pueblo entregando al cacique Cotubanamá. Marchaba delante, y detrás de mi, respirando agitadamente, venía el de las barbas de maíz. Entonces, cuando menos lo esperaban, me lancé al vacío, entregándole mi cuerpo a las rocas. En la caída, el viento cortaba mi aliento, y cortó con brusquedad el sueño, dejándome semi incorporado en el camastro, y recobrando la conciencia de que yo, el teniente Juán de Esquivel, había soñado ser un taino, mientras al pie de la horca, el cacique Cotubanamá gritaba "Mayanimacana, Juan de Esquivel daca", no me mates, yo soy Juán de Esquivel.


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