martes, 4 de marzo de 2008

Señor Pulpero/Otto Oscar Milanese

Señor Pulpero/Otto Oscar Milanese


"Señor pulpero,
venga acá, señor pulpero,
vine a comprar,
pero con poco dinero.
Dígame usted
si le queda algo barato,
pues no sé que
voy a darle a mis muchachos,
como yo sé
que a usted no le gusta el fiao,
aquí traje to’ lo que yo me he gana’o,
con ese peso
que me gané faja’o
a ver si alcanza
pa’ hacer un asopao"."

Raffi Rosa.

Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue"



Señor pulpero. ( Homenaje a Raffi Rosa ).
Otto Oscar Milanese.



Remigio propinó el último sonoro martillazo sobre el mostrador de zinc. Másticó unas frases ininteligibles, y secó el sudor de su frente con el envés de las manos, mientras observaba el cartelillo que acababa de clavar.

_ ¡Hoy no fío, mañana sí!_ Leyó con satisfacción el pulpero Remigio_ . To ta claro_, dijo, espantando las moscas que se posaban sobre el cartelillo_, si señor, to ta bien clarito pa’ que se acabe ese relajo del fiao!

Miró los semi vacíos tramos, y pensó que su mujer Maruca acertaba, proponiéndole terminar con la venta a crédito. O dejaba de despachar mercancías fíadas, o quebraba, eso parecían gritar los tramos vacíos a medias, y esa libreta atiborrada de cuentas con los nombres de los deudores, y lo peor, el bajo caudal en la caja registradora.

Milcíades madrugó con su miseria a cuestas, disponiéndose a desyerbar el patio de la familia García. Abandonó la ruinosa casa de madera. Sus hijos dormían aún, y el sueño anestesiaba la desesperación del hambre, el desconsuelo de los gritos que durante todo el día anterior martirizaron al padre.

_ Hoy traeré de comer_, murmuró Milcíades, y la brisa tempranera le abofeteó debilmente.

A las diez de la mañana, la camisa empapada se adhería al flaco cuerpo en movimiento de Milcíades. Arrancaba de cuajo la hierba mala, abría claros con el machete entre los abrojos. Sudoroso y sediento, no se permitía un segundo de reposo. Pensaba en su bohío y en sus hijos. Jacinto, el primogenito, procuraría calmar a sus hermanos, "Taita traerá comida", pensaba Milcíades, en las palabras que usaría Jacinto para apaciguar el llanto de sus hermanos,mientras levantaba el machete, corría el sudor, bajaba el machete, y el patio de la familia García iba quedando claro paulatinamente. Quedaba limpio a trechos. Milcíades sentía acuciantes ganas de acabar, de correr a la pulperia de Remigio, y comprar los ingredientes del asopao. Casi con rabia rastrillaba la tierra, llevándose cascajos, piedras, hojas podridas, ramas resecas y lombrices.

En la pulpería, Remigio deseaba mostrar el cartelillo a sus clientes. Reclinó una silla de güano contra un horcón, y abanicándose el torso desnudo con un cartón que no ahuyentaba el calor, se sentó a esperar al primer cliente. Pero nadie entraba. Calculaba que al cobrar las viejas deudas, y no fiar un centavo más, podría surtir la pulpería nuevamente. Sudoroso y cabizbajo entró Milcíades. "Este será el primero del barrio que lo sabrá", pensó el pulpero al verlo llegar.

_ Buenas tardes, Remigio_, saludó Milcíades_, ¡e’tá haciendo un calor del diablo, eh!

_ Buenas tardes, Milcíades_, dijo el pulpero, sin abandonar la silla_, es casi seguro que ahorita mismo cae un buen aguacero. ¿ Te pue’o serví en algo?

_ ¡sí!_, dijo Milcíades_, dame to’lo que se necesite pa’ un asopao_. Comenzó a tamborilear un merengue sobre el mostrador de zinc.

_ Bueno_, dijo el pulpero, sin dejar lapostura indolente en la silla reclinada_ Si traes cuartos, entonces te despacho.

_ ¡Jesús_, exclamó_, pero que te pasa hoy, hombre! Tengo a mis probes muchachos muerto’ ‘e la jambre, y sólo tengo unos chelitos que me pagaron los García. Na’ ma’ me alcanza pa’ comprá un par de cosas, el resto anotamelo en la libreta.

Un segundo de silencio, tenso, cortante. Los dedos de Milcíades reposaban mansamente sobre el mostrador. El ruido de las dos patas de la silla al caer sobre el piso, sonó seco y duro.

_ Bueno_, dijo Remigio, levantándose y extendiéndo los brazos, desperezándose_, te voa a despachá na’ ma’ hasta ‘onde te alcancen los cheles que traes.

Milcíades recomenzó el tamborileo, nervioso, de prisa_. ¿Anda la porra, Remigio, se pué sabé que diantre te pasa hoy? E’ verdad que te debo; pero siempre te abono lo que pue’o.

_ ¿Qué quieres?_ Preguntó secamente el pulpero.

_ Ya te lo dije. Quiero cociná un asopao, así que dame arroz, aceite y arenque.

_ ¿Tienes con que pagá to’ eso que pides?

_ Bueno, pue’ yo creo que sí_. Dijo Milcíades, dudando_ ¡Conchole, como e’ la vida, compay, me fajo to’ el día pa’ llevarle algo de comer a mis muchachos, y ni siquiera pue’o comprá na’!

Remigio, con el rostro contraído y sudoroso se colocó frente a Milcíades. El mostrador de zinc separaba a ambos hombres._ ¿Sabes leer?_ Preguntó el pulpero.

_ Deletreo algo, manque sea_. Respondió Milcíades.

El pulpero Remigio comenzó a sonreir levemente_. ¡Entonces, lee aquí!_ Dijo el pulpero, golpeando el letrerillo con los dedos.

Deletreaba lentamente, un murmullo que parecía rezo, la cara se le ensombrecía a Milcíades. Levantó el rostro suplicante hacia el pulpero_. Tú no puedes hacerme una vaina así, Remigio. Mis muchachos e’tán medio muerto’ ‘e jambre.

Remigio comenzó a dar paseos cortos detrás del mostrador._ Tú no entiendes, Milcíades, yo no te hago na’, si continúo con esta embromienda del fiao me va a llevar el diablo. ¿Entiendes? ¡Te voa despachá lo que pue’as pagá!

_ Pero si con estos mugrosos pesitos que traigo no me dá ni pa’ engañá la barriga del má' chiquito de mis hijos, Remigio. Mira, compay, dame media libra de arroz, y el resto apuntamelo en la libreta, que tú sabes que yo pago, manque a veces me tarde; pero bueno, Remigio, tú sabes que yo pago seguro.

_ ¡Eres terco, Milcíades, no entiendes que esa vaina de la apuntadera se acabó ya, o se me va la pulpería al carajo!

A las dos menos cuarto de la tarde, con el ulular de la sirena del cuerpo de bomberos, el pulpero Remigio, semi amodorrado por el calor, se desperezaba terminando su cotidiana siesta. Soñó que la calle se estremecía de ruidos, de gritos. Confusas voces y alocadas carreras pasaron por su sueño intranquilizándolo. Sentado a pretil de cama, y restregándose los ojos con los nudillos de los dedos, continuó escuchando voces y carreras al otro lado de la pared. ¡"Ah carajo", pensó el pulpero Remigio, "entonces no estaba soñando"! La voz de Maruca lo sobresaltó:

_ ¡Ay, Dios mío, van a matar a ese infelíz!
Remigio saltó, se enfundó apresuradamente el pantalón, y caminó hacia la sala, sin camisa, y subiéndose la cremallera del pantalón.

_ ¿Qué es lo que está pasando ahí afuera, mujer? ¿ A quién matan?

Maruca asía la aldaba de la hoja de puerta pintada de azul y blanco_. A ese infelíz de Milcíades, Remigio__ , respondió la mujer, sin dejar de mirar a la calle_, parece que lo cogieron robando en el colmado de los chinos, y ahí se lo está llevando a golpes la polícia.

Remigio se detuvo como electrizado a mitad de la sala. Se quedó mirando la espalda de la mujer que sostenía la hoja de puerta entornada_. Ya es hora de abrir la pulpería_. Murmuró sombríamente.

Sin camisa aún, y con el rostro enrojecido de mal sueño, Remigio abría las puertas de la pulpería. Todavía se escuchaban en la calle los comentarios de la gente del barrrio.

_ ¿Ya se enteró usted de lo que ha pasa’o, don Remigio?_ Preguntó una vecina acercándose al pulpero.

_ ¡An pué’_, respondió el pulpero con voz temblorosa de ira_,con tanta gente vaga, to’ el pueblo tiene que saberlo ya!

_ No se pué cree’ en naide, don Remigio_.Dijo la mujer, ignorando la mordacidad del pulpero_. Tan decentico que parecía ese tal Milcíades, y ya ve usted...

Remigio caminó hacia el mostrador de zinc, sin prestarle caso a la mujer que proseguía murmurando desde la calzada.

_ ¡No se pué cree’ en naide!_ Repitió el pulpero, y arrancó con rabia el cartel.

No hay comentarios: