martes, 4 de marzo de 2008

El Último Ruido/Otto Oscar Milanese

El Último Ruido/Otto Oscar Milanese



El Último Ruido/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas De Misericordia.

A un mismo tiempo pusiéronse de pie. Inesperadamente una mano habló con un fragoso puñetazo sobre la circular mesa de cedro. No pude impedir el sobresalto. Mamá no se anduvo con ambages para prevenírmelo: "Los hombres como tu padre, y tu marido, nos son fatales en estos meses. Esconden los problemas para enfrentarlos cuando estamos a punto de parir". ¿Tendrá razón mamá? Desde que llegué al mes, Braulio me trae intrigada. Se porta raro, no inquiere por mi salud. Ahora, ellos, parece que se encerraron ahí sólo para desasosegarme.


Uno de los oficiales, estrictamente rígido, enhiesto, resueltamente desenfundó la pistola reglamentaria.


El mayor Carlos llamó a la puerta y no saludó cuando se la abrí. Entró chorreando agua. Sin desprenderse de la capa de oficial, dirigióse a la biblioteca, donde sabía que le esperaba mi marido. Su pesado caminar, su rostro adusto, me dejaron impresionada. Algo farragoso y funesto sucedería o estábase tramando ya. Lo presagiaba su descortés presencia. La criatura se ha movido adentro. Es un consuelo saberme casi madre cada vez que me lastiman sus tiernas pataditas.


La puerta fue cerrada furiosamente. Desde aquí he oído un saludo, una imprecación precedida de masculleos, de voces coléricas empeñadas en contenerse. Intento tejer, no sentirme afectada.


Nunca me gustó el mayor Carlos. ¡Nunca! ¿A qué vendría, luego de lo de anoche? ¡Ah, se avergonzaría! ¿Por eso no me saludó? Pasé media vida intuyéndolo. ¡Ya sabía yo! Lamento no enterar a Braulio de ello. Tantas ocasiones previstas para contarselo, y siempre desistía. Concluyentemente se presentaba un motivo, una idea proclive al titubeo, a la turbación. ¡Sí, lo sabía! Esas miradas silenciosamente sucias aún en presencia de Braulio.


Esporádicos lapsos de tensas treguas. Tintineos de vasos; interrogaciones ahogadas. Arrastran un sillón, suspiran estertóreamente, golpean maniáticamente el borde de la mesa con una pluma fuente.

Ayer me lo sentí más que nunca. Deseosa por contárselo a Braulio, me mordía las uñas. Me gustaría ponerle sus manos donde se me mueve; pero él anda ocupado con los asuntos del cuartel. Dice que soy tonta.


_ La preñez te ha trastornado_ dice _. Sólo vives para querer sentírtelo ahí._ Y me señala el vientre con un gesto desabrido.


¿ Cómo decirle a tu esposo?: Tu mejor amigo me desea, siempre me ha deseado. No soy medrosa. De golpe, a veces, he recolectado valor para contárselo; llego a la adopción de los gestos precisos, de los adecuados matices de voz para la confesión..; pero ellos - me apena y temo romper su vieja amistad - parecen un par de niños, pasándose las horas ahí adentro, con el único propósito de matarme a sobresaltos.


El grito de uno de ellos me tumbó la agujeta. Claramente no he captado el timbre de voz; pero mi marido nunca grita. ¡Jamás vociferó antes de mi embarazo! Estrellaron algo pesado contra la pared. Sonó ahogado y brusco, como si fuese un voluminoso libro. El tono de las voces se torna más iracundo. Todo empieza a marchar.


¡Entonces era eso! ¿O mi embarazo? Braulio se aficiona a los monosílabos para hablarme. Se pasa las tardes en la biblioteca, cuando no ha salido intempestivamente. ¡Dios, era eso! El mayor Carlos vino a contármelo con un rostro de viejo confidente. Permitíase palmaditas en mis hombros - nunca antes se atrevió - . Las enormes manos esbirras se detenían, se avergonzaban, y se iban prontas de mis rodillas. Una conspiración. ¡Oh, Braulio, precisamente ahora! ¡Antes nunca! Antes, el general recto, confiable - ahora el mayor Carlos se regodea hablando de juicios militares -. Antes, el apartidista general Braulio, de record pulcro, intachable - y tu amigo, tu compañero de promoción académica intentando opacar la emporcada envidia rutilante de sus ojos, cuando habla de fusilamiento o de cárcel -. ¡Oh, Braulio, ahora! ¡Mamá no se equivoca, nunca se equivoca! ¿Cómo decirte la osadía del mayor Carlos, su proposición asqueante? Le vomitaba en pleno rostro, casi, y no precisamente por mi ingravidez. ¡Cuanta inmundicia, Braulio, emergiendo de sus ojillos de Judas, acuchillándome con sus palabras! Perdía el mundo en las arcadas, apenas él volvíase un susurro satánico en mis oídos, lúbrico y sádico, requiriendo mis favores a cambio de no delatarte a los generales Aquino y Serrano.

se confabularon para enloquecerme, creando un pandemonium en esa habitación. No me alterarán. Ignoran mi juego. Sólo temo que el mayor Carlos incumpla su promesa, o no me desee tanto como dice y finalmente acabe por echarse atrás. El mayor Carlos me ha convencido diciéndome, "Los militares no sólo conspiran contra gobiernos". ¡Es cierto! ¡No existe tal complot! ¡Sí, existe, contra mi, contra mi hijo! El resto es pura invención para mortificarme.


Tajantemente: ¡No! Le dije. El fusilamiento o la cárcel se afrontan con mayor dignidad que la infidelidad. Airada, excitadísima, levantándome del sofá o cayéndome, ¿derrumbándome? ¡No sé, no recuerdo! ¡Oh, Braulio, Braulio, cómo contártelo!


La sorpresa del puñetazo me provocó un respingo. Aparentemente se han puesto de pie, se miden despacio y retadoramente. Habrán dejado de tutearse y se nombran por sus grados. Siento atravesar la tirantez por esa puerta. El mayor le relató lo convenido; y él sufre, se asfixia, bajo sus pies arde la vida. Supone a su mujer acostándose con el general Serrano, revelándole el complot. Quizás habrá un segundo de vacilación fusilado por los celos. Entonces lo decidirá: apuntará a su sien o vendrá a matarme. No tengo un ápice de susto, espero que surja el último ruido ahí adentro, y si antes desonar oigo abrirse la puerta..., continuaría tejiendo; el mayor siempre quedaría a sus espaldas.

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