lunes, 10 de marzo de 2008

El Último Cigarrillo

El Último Cigarrillo/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito "Un Momento En La Pared"

Beriane detestaba que saliera de madrugada a fumar a la calle. Pero si fumaba en el apartamento la reacción de Beriane iba más allá del desagrado. Una mañana lo despertaron las airadas palabras de ella, confundidas a ratos con el murmullo del chorro que brotaba del grifo del fregadero y el sonido de los platos chocando entre si. "Si te vas a matar, te matas solo", fue el preludio de los buenos días que le ofreció ella aquella mañana. Cuando intentó buscar un cenicero no encontró. "Los lavé todos", dijo ella sin abandonar el fregado, "y los guardé. No deberías fumar adentro, nunca has respetado que soy una paciente de cáncer". Abriendo la puerta hacia la madrugada, hacia el último cigarrillo, se le fueron del pensamiento las palabras de Beriane.

Las lluvias del día refrescaron la nocturnidad veraniega de las calles. Sintió con extrañeza, se lo dijo el breve estremecimiento de su cuerpo, que en pleno verano, luego de una semana de altas temperaturas, se necesitara un abrigo ligero; una pieza de esas que suelen llevarse para la primavera. Ahuecó las manos protegiendo el cerillo del viento, inclinó la cabeza y chupó con avidez el cigarrillo. Cuando levantaba la cabeza, arrojando la primera fumarada, advirtió el movimiento. "Es una rama", pensó inicialmente; pero al llevarse por segunda ocasión el cigarrillo a los labios, detuvo el movimiento con brusquedad. "Ahora no está soplando viento. No puede ser una rama". Se quedó mirando fijamente.

En toda la calle era la única ventana que tenía luz. Y él estaba maldiciendo el descubrimiento de que había vivido engañado, pensando que solamente necesitaba espejuelos para leer. La ventana de uno de los apartamentos del primer piso, estaba al otro lado de la calle, ligeramente en diagonal respecto a la posición de él. La distancia no podía ser mayor de 45 metros; pero sus ojos no podían decirle si esa sombra que creyó ver moverse, estaba delante de la ventana, o dentro del apartamento. Entonces sopló brisa, suave rumor de ramajes sobre la madrugada, y la sombra se movió. "Es una rama". Miró hacia arriba, buscando la ventana de su propia habitación, y sonrió, "Si se lo cuento a Beriane lo asocia con los componentes nocivos que tiene uncigarrillo".

Pisa la colilla con los pies, dispuesto a abrir la puerta que esta a sus espaldas, y subir al segundo piso, subir hasta Beriane, quien debe estar tirada de lado y semi desnuda en la cama, soñando la manera de acabar con la amenaza publica de los fumadores; pero ahora escuchó. No podía ser una rama. Las ramas no emiten sonidos humanos. Miró atentamente. La visión empañada, y el intento de unas lágrimas anti sentimentales a punto de brotar por el esfuerzo. Soplaba el viento y la sombra se movia. Tenía figura de mujer, y por detrás unos brazos, sí, aquello era un par de brazos que venían a perderse desde atrás y hacia abajo en el cuerpo de la mujer. "Han descorrido la cortina a propósito", pensó, "y es imposible que no se hayan percatado de mi presencia. A lo mejor es lo que deseaban, tener espectadores".

Decidió echarse a la calle, y encendió un segundo cigarrillo que no estaba previsto, "tendré que reforzar el enjuague bucal antes de meterme a la cama", pensó. Estaba en la otra calzada. Ahora la ventana quedaba frente a él. Nada. Delante un pequeño jardincillo frontal en donde se mecían las ramas, delante de la luz, delante de la soledad de la ventana. "Lo que pensé desde el principio", se dijo convencido, y devolvió los pasos hacia su apartamento.

A la misma hora: Buenos días, ducha, café, beso y la calle. Saliendo reparó que aún con el sol afuera, seguía encendida la luz en la ventana. Frente a la otra calzada dos carros policiales estacionados, y una ambulancia con la puerta trasera abierta.

No hay comentarios: