martes, 4 de marzo de 2008

Mataron Al Chivo/Otto Oscar Milanese

Mataron Al Chivo/Otto Oscar Milanese


"Mataron al chivo en la carretera,
dejenmelo ver,
mataron al chivo
y no me lo dejaron ver".

Balbino García.


Mataron al chivo.
(Homenaje a Balbino García).
Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue".
Otto Oscar Milanese.

El automovil, silenciosamente detenido en la frontera de las últimas luces de la vieja ciudad, y las primeras sombras de las afueras, parecía ominosamente aguardar desde siempre, obstaculizando la carretera de cuatro carriles. El caribe oleaje del mar gritaba contra las sombras de las rocas que siniestramente se recortaban en la oscuridad. La más antigua ciudad del continente americano lucía indiferente, ajena a los acontecimientos que ya se desencadenaban, porque él, sin su majestuosidad habitual, se volvió hacia el lejano pasado de juegos en las callejas de San Cristobal, y le comentó a la doña qué:


_ Ultimamente siento que voy a los lugares como con una penita... Como que voy despidiéndome...


La doña no le prestó caso, porque con los años él se había convertido en un eco agorero, o porque también la doña, como todos, no lograba imaginarselo muerto. ¡Muerto él! El Generalísimo, el endiosado! ¡Él en la tierra y en el cielo Dios! Y si a Dios no se le ocurría morirse allá arriba, por que diantres iba a sentir ganas de morirse él, acá abajo, en el reverberante Caribe de mulatas quinceañeras, que de vez en cuando, subrepticiamente le llevan sus oficiales. Pero existen quienes lo imaginan infinitamente quieto; mansamente muerto bajo una hipócrita luctuosidad patriótica, por eso se siente borracho de amargura, cuando en el Chrysler Imperial, ordena:


_ ¡Vamos a la base de San Isidro!

_ ¿A San Isidro, jefe?_ Pregunta sorprendido el general José René Román Fernámdez.


Trujillo lucha por esconder su atolondramiento, y mira por la ventanilla del automovil. "Me siento perdido, todo turulato", piensa él, lo ha comentado, pero nadie le presta caso.


_ ¡A San Isidro, estúpido!_ Tronó la voz del Generalísimo; pero sentía un persistente vacío inexplicable. Un vértigo que lo atrapa y lo lanza contra horas por llegar.
Camino a San Isidro lo embriaga la idea de haber construido el país. "Los dominicanos no agradecen", piensa el jefe, "tramas y conspiraciones por donde quiera... Asi me paga la gente que me debe todo lo que tiene".


_ Yo no creo en el Teniente García Guerrero_, dijo Trujillo con voz que no admitía replicas_, ese es de los que no se mojan las manos. Comprometanlo, diganle que mate a uno de esos héroes que se pudren en La Cuarenta. ¡Que se moje las manos, coño, para ver si es verdad que está conmigo!


El automovil era dueño de esa soledad casi marina de la carretera que conduce al sur de la isla. El Generalísimo no lo sabía, no lo adivinaba, solo sentía un dolorcito a presentimientos, y lo dijo a bordo del yate Angelita frente a las costas de Azua:


_ ¡Yo como que me voy!_ Dijo Trujillo, y nueva vez sus acolitos no le prestaron atención. "No lo creen, no me oyen", piensa el Generalísimo en el Chrysler Imperial, y siente que la muerte se cuela de pasajero en el coche, cuando Antonio de la Maza ocupa sus pensamientos. De regreso a la capital dominicana, se pone su uniforme militar y comenta que ira a San Cristobal. El automovil en la solitaria carretera parecía una minúscula mancha en la caribeña nocturnidad, quieto..., aguardando...


"No me gusta la actitud de Antonio de la Maza" piensa Trujillo, "le mando mujeres jovenes, atractivas, seductoras, y las goza; pero ni las gracias me manda, y yo sé que le pica algo muy adentro desde lo de ese mal agradecido de Octavio... Antonio es hombre de cuidado, pero yo sé como amansarlo, lo que me preocupa es que le envío dinero, y como no es pendejo lo coge, pero no da las gracias ni comenta nada".


Trujillo abordó el Chevrolet modelo 1958. Ciudad Trujillo comenzaba a recuperar su verdadero nombre, su nombre histórico, y el Generalísimo, a pesar de esos presentimientos, no lo adivinaba.


En silencio, Trujillo piensa en las palabras que le dijera a Juan Tomás Díaz, como si espantara una mosca invisible, el Generalísimo intenta espantar los recuerdos, pero es en vano, sus propias frases resuenan en su cerebro: "La pendeja de tu hermana se ha vuelto loca, Juán Tomás, anda a ver si tu puedes sacarla de la embajada argentina, porque ya se está dañando mucho la imágen de este gobierno con esa jodienda de los asilos".


Silencioso, amenazante, el automovil aguardaba frente al mar Caribe, cuando el Chevrolet de Trujillo comenzó a rodar por la avenida Independencia.


"El muy imbécil, no pudo convencerla"! Piensa Trujillo, acomodado en el asiento trasero del Chevrolet, y se sacude involuntariamente cuando recuerda el golpe de fusta con que cruzó la cara del general Juán Tomás Díaz.


La noche se deslizó casi inadvertidamente sobre ciudad Trujillo, olía a yodo y a sal; pero el malestar del Generalísimo no se aminoraba, los recuerdos se sucedían solos por su mente, era inevitable. "El teniente García Guerrero se mojó las manos", piensa Trujillo, mirando por la ventanilla del coche los muros, las calzadas que van desfilando a su costado.


_ ¡Baja hasta el malecón, zacarías!_ Ordenó Trujillo al chofer, pretendiendo disipar con su voz aflautada los turbios pensamientos que lo asediaban.


En la macabra noche del patio de La Cuarenta, el Teniente Amado García Guerrero entrechocó los dientes, y apretó la culata del arma reglamentaria. Sonó el disparo, y el cuerpo rebotó pesadamente en el piso,el calor encontraba humedad tropical de sangre. ¿"Se las mojó, porque comprendió que se le probaba"? Pensó Trujillo.


Entre las avenidas Independencia y la del malecón, Salvador Estrella Sadhalá, y Pedro Livio Cedeño siguieron al Chevrolet del tirano.

"Pedro Livio no aparentó disgusto cuando se lo dije", murmuró resabiando el viejo dictador, "pero yo conozco a los hombres, y sé que a Pedro Livio se lo llevaba el diablo por dentro. Sin embargo me ha obedecido y no ha vuelto a San Cristobal, ¡él sabe que no juego, y ya no quiero que su mujer vuelva otra vez con la queja"!


Silenciosamente el Chevrolet desembocaba frente a las palmeras del viejo malecón capitaleño.


_ ¡Qué diantres quiere Imbert Barreras!_ Exclamó en voz baja el tirano.


_ ¿Desea usted algo, jefe?_ Preguntó el chofer, Zacarías de la Cruz.


_ Nada, Zacarías, sólo pensaba en voz alta_. Responde Trujillo, removiéndose en el asiento. ¿"Qué diablos quiere Antonio", continúa pensando, " que deje en libertad a Segundo Imbert? ¿Que le rebaje la condena de 30 años"?


A la altura de La Feria, otro automovil se puso en marcha, persiguiendo al Chevrolet de Trujillo.


"Octavio de la Maza, a ese mal agradecido muy pronto se le olvidó todo lo que este gobierno hizo por él, aun echándome arriba la mala voluntad de los familiares de Bernardino; pero no se decidió el muy pendejo, no se decidió a inculparse por la muerte del piloto gringo. ¿Y ahora, dónde estás Octavio? Ni la amistad con mi hijo Ramfis pudo salvarte, porque yo detesto a los mal agradecidos, y te la pusimos suave; pero no quisiste. Sólo tenías que declarar que el gringo era maricón y no te dejaba tranquilo, pero no quisiste. Yo te habríaarreglado el mundo, pero no quisiste"...


Antonio Imbert Barreras iba al volante, a su lado, Antonio de la Maza se mantenía silencioso, sin apartar la mirada del Chevrolet de Trujillo que marchaba delante.


_ ¡Procura que no se huela que los seguimos_, dijo el Teniente Amado GarcíaGuerrero, sentado en el asiento trasero del coche que conducía Imbert Barreras_, a Trujillo lo cuida el diablo!

En las afueras de la ciudad, hacia el sur, hacia San Cristobal, en los limites de las luces y de la oscuridad; entre el caribe mary la tierra dominicana brotó la llamarada de la escopeta calibre 12 de doble cañón, disparada por Antonio de la Maza. El cristal trasero del Chevrolet fue barrido por el disparo que alcanzó al tirano en un costado.


_ ¡Devolvamonos pa’ la capital, jefe, que son muchos!_ Dijo el chofer de Trujillo.


_ ¡No!_ Gritó la voz que durante 31 años había mandado en el país_.¡Para el carro, Zacarías, que vamos a pelear como hombres!


Trujillo puso un pie en la tierra dominicana, y al asomar medio cuerpo por entre la portezuela del coche, su sangre cayó a la tierra que el había emborrachado con la sangre de su pueblo. El escopetazo de Antonio de la Maza le arrancó medio costado al viejo dictador; pero el, Rafael Leónidas Trujillo Molina, siempre fue un hombre duro de pelar, y allí estaba de pie, apoyando su cuerpo contra la portezuela del automovil, y pistola en manos. Allí estaba Trujillo, mal herido y camino a su natal San Cristobal, de frente al mar Caribe que ya no veia, porque la sangre se le estaba yendo a la tierra; porque los faroles de los coches de sus atacantes lo encandilaban... Pero el Generalísimo continuaba de pie, no quería caerse definitivamente, y arrastrar con él 31 años de poder unipersonal; 31 años de haberborrado el concepto Patria de la mentalidad dominicana, y en su lugar erigirse él, el endiosado, él y todo lo que sígnificabasu éra, su presencia, con sus condecoraciones, con sus titulos... Y todo se derrumbaba ahora, en la noche y frente al mar de Las Antillas. Seguía de pie, dispuesto a morir como vivió: luchando y entre sangre. El automovil que obstruia la carretera se puso en marcha, Huascar Tejada y Roberto Pastoriza se unían a los que ya agotaban sus municiones.

La noche caribena calló de golpe. Retornó la presencia de la suave brisa marina, el rumor del mar de Las Antillas golpeando los arrecifes. Roberto Pastoriza se acercó a Trujillo, quien yacía ensangrentado, y agarrándolo por el cuello le levantó la cabeza, le puso el cañón de la pistola en la frente y disparó.


_ ¡Ahora sí!_ Gritó, borracho de sangre, Roberto Pastoriza_. ¡Ahora sí, que está bien muerto el Chivo!


Antonio de la Maza se aproximó_. ¡Este perro no mata a más nadie!_ Dijo de la Maza, y le propinó un puntapie al cádaver.


Las voces, los gritos de los atacantes volvieron a silenciar el rumor de la marina brisa caribeña, el rumor de oleajes perdidos en la oscuridad. Antonio de la Maza cogió por una pierna el cádaver de Trujillo, y maldiciendo furiosamente, lo arrastró varios metros, 31 años de nefasto poder, fueron a parar al maletero de un coche, con el cuerpo acribillado que el pueblo no vió.

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