lunes, 10 de marzo de 2008

¡Julián Retorna!

¡Julián Retorna!/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito "Sobre Sueños Y Escrúpulos".

Veinte años fascinado por su desaparición subrepticia. Rastreando el más parvo indicio de su paradero, pese a no desear encontrarlo... Veinte años sin respuestas para su voluntario aislamiento, para mi estúpido temor agazapado bajo las sombras de las reminescencias. ¡Demasiado! Veinte años soportándome veleidoso y cobarde; temblando de amor que resucita en las ganas y el miedo de encontrarmela al virar una esquina. ¡Y nunca nada! Siempre como si no hubiera pasado, o sucediera sólo en un sueño del cual se posée una vaguísima certidumbre. Los veinte años han transcurrido de alguna manera, y ahora retorna como una realidad subyacente, que emerge arañando la cruel noción de tanto imbécil tiempo atado a su memoria.


¡Es su voz! Su voz con veinte años de silencios reprochables a ras de lengua. No saluda ni indaga por mi salud. Habla como si acabaramos de despedirnos, y me telefoneara para recordarme cualquier frivolidad olvidada en nuestra plática anterior. ¡"Julián retorna"! Me dice en grave tono confidencial, como si la existencia fuese estacionaria, y aún persistieramos en réeditar la apasionada costumbre peligrosa de citarnos furtivamente en cafés semi desiertos de arrabales. Entonces, llenaba los minutos crepúsculares con las híbridas virtudes o los últimos pueriles defectillos que descubría en Julián. Sus grandes ojos me convencían de que no le amaba, aún sin lograr romper el sortilegio de la personalidad de él. "Por algo la tía le quiere tanto", comentaba pensativa, con la barbilla entre las palmas de las manos."La tía siempre fue una mujer incapaz de mostrar afecto por nadie,y sin embargo le quiere a él. Sólo con él la hemos visto ablandarse. Sólo cuando le habla a él, puedo sentir a la tía como lo que es:una mujer;con esa absurda idolatría, me enseña mucho de mi o de cualquier otra mujer: la tía también puede amar a quien no debe".


Casi de rigor constituíase que reapareciera hablándome de él. Es tan imposible imaginarla existiendo sin la sombra de las vivencias de él en los labios. Es Daniela, su monomanía, su voz. Existe parasitariamente adherida a los instantes de Julián. Sin él,queda reducida a un despatarrado monigote sin cuerda. Es explicable su ausencia no estando Julián. Impedida de golpe a vivir su confuso amor matizado de autoculpabilidad. "En el fondo siento un profundo asco removiéndome toda", decía, con la mano sosteniendo el cigarrillo fuera de la cama. Debería estar amándole a él, en lugar de escarbarme tanta basura en el alma. Sé que a la tía le ocurre otro tanto, cuando se te queda mirando oblicuamente, creo que en esos instantes se pregunta por qué no te prefiere a ti; al dócil sobrino que se desvive por brindarle satisfacciones. ¡Te odia, entiendes! Te detesta aún más por no poder amarte, algo parecido me ocurre con Julián.


Siento deseos de reir, rememorando tanta medrosa sumisión. Me punzan las arcadas y la risa no aflora, como si estuviera amarrada a los remotos instantes de ellos. Poseo unicamente un recuerdo de risa insonora, ebria; un rastrojo de anteriores carcajadas que conseguían crisparlos. En el fondo era yo quien les estorbaba, no mi desenfadada risa. ¡Yo! Por no andar metido en el temeroso respeto que todos mostraban delante de la vieja. No me importaba, y menos aún, que la vieja se empecinara en manifestarse condescendiente conmigo, luego de llegar produciendo un deliberado estruendo con los rugidos de la moto; atravesar el living con pisadas recias y las botas sucias de fango, y apersonarme silbando en el comedor, en el momento justo en que Ricardo disponía las viandas.La vieja, entonces,solía interrogarme entre afectadas sonrisas, por el motivo de mi retraso. Sudando aún y sin lavarme las manos, tomaba asiento para cenar. A mi izquierda, Daniela simulaba poco interés en el breve dialogo. Sergio, en cambio, exteriorizaba el desagrado que le producía no escuchar a la vieja mandándome al lavabo. ¿"Cuando empezarás a prácticar buenos hábitos"? Los pensamientos de Sergio llevaban a la boca de la vieja esas palabras. Todavía conservo el buen sabor del fastidio que le provocaba mi presencia. Tácitamente, la vieja y yo habíamos convenido exasperarlos. Un mudo pacto condicionado por las circunstancias, porque la realidad no intuída por ellos era el desprecio que la vieja me profesaba. Nuestra extraña complicidad se cimentó bajo el turbio resabio de una soterrada animadversión recíproca. Cada cual se pagaba un tributo de iras reprimidas a cambio de tanta teatralidad, de tanto mutuo afecto fingido. La vieja siempre aceptó pagar el precio de domeñar su repulsión al acariciar mis sucias manos; de soportar el aguijonante roce de mi barba al besar sus mejillas. Mientras ellos rabiaran en silencio, lo aceptó. "Después de la cena, querido, deseo escuchar tu opinión sobre el paro de labores que afecta a nuestra fábrica". Sergio no podía impedir morderse los labios. Morbosamente, la vieja disfrutaba el efecto de sus palabras, mientras Daniela, refugiada en su falsa intuspección, se aclaraba la garganta con una repentina tosecilla. Daniela era quien me permitía soportar la asqueante duplicidad de la vieja. Mientras fuera capaz de jugar con las réglas impuestas por la vieja, tendría acceso a la casa,a Daniela.Mientras la vieja continuara pasando por alto en mi, las manías y defectos que no soportaba en ellos, Daniela me tendría por el pariente predilecto de la arpía. Cuando la vieja me invitaba a encerrarme con ella en la biblióteca; en el living, con los brazos entreverados a la espalda, Sergio caminaba impacientemente de un lugar a otro. "Tranquilizate", sonaba extrañamente firme la voz de Daniela, abandonando ocasionalmente la revista de modas femeninas, para calmar a Sergio. La mirada de Sergio recorría la mortificante distancia que existía entre el sofá en donde se reclinaba Daniela y la puerta cerrada de la biblióteca. No imaginaban que al cerrarse esa puerta tras de mi, sólo pasaba a ser para la vieja el hijo bastardo de su hermano, a quien, unicamente a solas los dos, se dignaba ordenarle despectivamente que le leyera los diarios.


Me obligaron de un modo tan sútil, que aún no acierto a comprender el nebuloso trasfondo de sus juegos. A ratos,unicamentelogro confundirme más. Supongo que también el desconcierto formaba parte del engranaje de sus confabulaciones. La verdad es que parece inverosímil aceptarlos siniestramente aliados, tras un excelente montaje de discrepancias y recelos mutuos. ¡Inverosímil! Sin embargo, todo en la casa despedía un inextinguible hedor a farsa, de la que ni siquiera escapaba la sempiterna circunspección del rostro de Ricardo. Ellos, ellos sobre todo, esforzándose en su papel de antagonistas irreconcilíables. De todos modos, no existe para mi alivio implicito en la idea de presentarmelos planeando conjuntamente los minutos a transcurrir en la casa, las soliviantadas disputas, las miradas oblicuas cargadas de odio. Preparar día a día el momento. Cada gesto, cada frase de ellos jamás recaían en lo superfluo; confluían hacia la finalidad trazada de antemano. Todo lo tramaron ambos. ¡Ambos! Y yo en la elástica esfera de su odio, de sus ambiciones. ¡No, pese a desear que fuera cierto! ¡No! Realmente se aborrecían, yo misma capté las lancinantes miradas de su recíproca abominación. ¡Oh, Dios! ¿Es que procuro pensar que no lo tramé sola, que no lo hice sola? ¡Oh, Dios! ¿Cómo imaginarlos amistados tras la sombra de tanta inquina? Veinte años de noches repensando lo que ya no puede reverterse, han debido volverme loca.


Sergio no respondió al enterarle del regreso de Julián. Seguramente habrá respingado en el asiento que solía ocupar la tía. Apartaría con rápido ademán el auricular de su barbilla, lo observaría dubitando si realmente escuchaba mi voz. Al momento de colgar, se habría convencido de que era yo, de que la vuelta de Julián era inevitable. "Julián retorna", necesito silabear esas palabras en alta voz y convencerme... ¿Convencerme de qué? ¡De nada! Nueva vez avisto un enrevesamiento en todas direcciones. ¡Dios, es cierto que Julián retorna! ¿Entonces, no pudo confabularse con Sergio? Es tan caotico todo, o sólo es mi mente que maquina confusamente las cosas, y baraja caprichosamente los recuerdos. Obviamente nunca se entendieron, ni siquiera existió entre ellos la probabilidad de amistarse. ¿Qué ganaba Julián con ello? Volver como regresa, andrajoso y viejo, vencido por el largo confinamiento que lo entrega al bordede una frustrante inutilidad. Encambio Sergio, ha paladeado todos estos años de burgués acomodado. Como ha debido reirse a carcajadas de la monotona memoria de la tía. ¡"Si me vieras"! Se habrá reclinado mil veces con gesto satisfecho en el sillón, lanzando despectivamente el humo del tabaco contra el retrato de la tía.¡"Si pudieras verme,vieja estúpida,sentado en tu sillón, ordenando estructurando, haciendo lo que me venga en ganas"!Sergio ha sido el cerebro.El único favorecido.
¡"Julián retorna"!, dicho de un modo planeadamentedespacio. Como si con esas palabras se cerrara un inmenso paréntesis que ha engullido veinte años. ¡"Julián retorna"!, y ella brotando al presente desde las sórdidas barríadas en las que asiló su confuso pavor de mujer arrepentida. En muchas ocasiones he intentado imaginarla existiendo en el decurso de estas décadas de tenso armisticio. Me la he figurado en roles tan excéntricos, como extremos: a veces como pordiosera o beoda desharrapada gastando media vida en cualquier esquina de suburbio; otras, de recatada señora a la salida de misa los domingos. Ni una cosa ni la otra. Daniela aún es la misma, sus frases me lo dejaron suponer de un modo irrebatible. ¡"Julián retorna"! Como si a mi se me olvidaran los veinte años, o no viviera con el sueño supeditado al nombre de Julián y al sobresalto. Retorna. La frase me lanza contra el brillo inquisitivo de los ojos de Daniela. "Algún día regresará", murmuró ella, sobandose la loción en el rostro, "será en vano todo, regresará tarde o temprano". Los tirantes de la bata rodaron un poco más de la mitad de los brazos. ¡"Entonces, lo mato"! Dije sin convicción, mirando la tersa espalda invitadora.


En absoluto he deseado confesarmelo, a ratos me encantaba la vieja. A ratos casi llego a quererla, y la muy astuta se lo olfateaba. En esas ocasiones no podía definir si refinaba sus artilugios, halagada por mi visible complacencia, o simplemente por el placer de verlos sufrir a ellos. Esto último es lo cierto. Le agradaba tan poco o menos que Daniela y Sergio. Contaba solamente a mi favor, que delante de ellos la vieja simulaba un afecto alimentado por el desagrado que a ellos provocaba. Me sobresaltaba deducir que acabarían conociendo el juego, y decidirían participar usando las mismas cartas: ignorando o fingiendo no importarle el cariño que la vieja fingía prodigarme. Sería, entonces, el más indicado para caer de patitas en la calle. ¡"Cuervos"!, tantas veces lo leí en su rostro, cuando hablaba sonriendo, "vienen a esperar mi muerte, disputándose, con sutilidad, y en mi presencia, mi agrado, pensando en testamentos".


¡Yo sola! Todos estos años procurando negarmelo.¡Sola, sin la ayuda de ellos! ¿Pero, acaso sus actitudes no me impelían a efectuarlo! Esa amordazada animadversión de ambos contra la tía. Los celos que se profesaban; el cruel resentimiento recíproco que los enfrentaba, y yo girando en torno a ellos. Zarandeada por la turbulencia de sus maquinaciones. ¡Ah, no, no! Sólo yo fui capaz de maquinar, y de tal modo, que me dejaba utilizar por ambos cuando se avenía a mis proyectos. ¡Sólo yo! ¿O ellos también? ¡Claro, ellos también! No los supongo tan imbéciles. Debieron tramar lo suyo, y actuar. Esas pegajosas noches mías de vueltas y revueltas en la cama, ellos la poseyeron. Soñaron, como yo, al borde del desvelo... Elaboraron sus planes, calibraron fríamente sus recursos, sus posibilidades. Ellos, como yo, programaron de antemano sus acciones y los gestos más superficiales. Aislados en nuestras habitaciones eramos nosotros sin afectaciones. Allí el telón había caído, y cada quien rumiaba su clase de odio contra la tía. ¡Sí, claro que sí, ellos también! Indubitablemente, ellos como yo, debieron revestirse con su hipocresía en cada amanecer. Soportarla a ella para lograr ser soportado ante los impasibles ojos de la tía. ¡Sí, los dos, tan descaradamente hipócritas como yo! Siempre actuando..; pero es lo que no quiero reconocer. Incapaces e irresolutos a la hora de ejecutar la escena culminante.


¡"Lo mato"! Conjeturo que el sabor de mis palabras se le ha sedimentado acremente en el alma, durante estos veinte años. Se habrá reído, quedándose con el auricular entre las manos, luego de que yo colgara abruptamente. Se habrá reído con sus viejas frases de dos décadas ¿"Eres bastante hombre para matarle"? Su cuerpo se había liberado por completo de la bata, y reposaba a mi vera de cara al cielo raso.


Molesta el embozado tono cáustico de su voz !"Julián retorna"!, y con él, el brumoso recuerdo de ella con su cuerpo semi metido en humaredas de cigarrillos; en estremecimientos de iras sin desahogos. ¡"Quieres que lo elimine! ¿De veras, lo quieres"? Mis manos planeaban sobre su vientre dejando un tenue rastro de caricias. "Motivos te sobran, Sergio. ¡Imagina que él descubriera que nos vemos"! Suben sin prisa bordeando los senos. "Sabes que no lo haría por esa razón, que tú posees otras causas para desear que lo elimine. Tal vez le has propuesto a él que haga otro tanto conmigo". Las manos se detienen crispadas, casi rozando los endurecidos pezones, se retiran. ¡"Eres como él! Ustedes son los que viven pensando en el testamento de la tía. ¡Te detesto tanto como a él! Él se ha creído que me alucina la idea de que la tía lo prefiera; y tú piensas que acudo a ti, persiguiendo allanar obstaculos para heredar a la tía. ¡Cerdos"!


La vieja tenía días en los cuales se le notaba inusualmente jovial. Al principio logró engañarnos a todos. No nos lució extraordinario que raramente tuviera su día agradable, y flexibilizara el agrio carácter uniforme que se empecinaba en mantener. En esas ocasiones, la vieja se permitía brindar una efimera sonrisa a Daniela y a Sergio, lo que acrecentaba el trato adulador que mis primosmostraban con ella. Luego aprendí que en días parecidos, la vieja se tornaba más peligrosa. Taímadamente elocubraba una de sus treta, su insana alegría era un rastro del irrefutable anunciamiento de estas. Sergio mal soportaba las repentinas ocurrencias de la vieja. Yo no podía menos, que refocilarme, viendo su rictus de amargura, la irrefrenable cólera que descubría en sus ojos chispeantes. ¿"Cómo no lo intuye? Cómo puede ser tan idiota para no percatarse de que todo es un simple juego"? La vieja, disfrutando mezquinamente el obvio desagrado de Sergio, empezó a mostrarse más afable y obsequiosa conmigo. Tanto Sergio, como Daniela, interpretaban mis sonrisas como la satisfacción que sentía por el trato que me deparaba la vieja. La verdad era que sólo sonreía por disfrutar el visible malestar que causaba en ellos la aparente predilección de que la vieja me hacía objeto. Me hice complice por seguir y callar lo que trasuntaba la vieja, a la vez que conscientemente aumentaba la animosidad de Sergio contra mi. Ya no sabía ni podía odiarme más, la noche en que la vieja anunció solemnemente que me nombraría administrador de la fábrica.

¡Unicamente yo! No Sergio ni Julián. Ellos..., torpes monigotes, sólo sabían odiar sin trascender su odio. Detestar de una manera pasiva, y casi hermanada al masoquismo. Detestar por sufrir. La tía debió comprenderlo, y revivir en ellos la irresolución de nuestros padres. Triunfó aquella vez, demasiado ducha en artificios exhasperantes, y triunfó. Se quedó sola dirigiendo la fábrica, hasta que surgimos nosotros, dispuestos a reanudar la enconada lucha, con la abisal desventaja de que sólo representabamos un desabrido papel de herederos directos. Nos manipuló, tal como lo hiciera con sus hermanos menores. La odiamos. Una inquina congénita. Un ardor proveniente de remotos rencores, desde viejas dísputas y frustraciones. La tía no se inmutaba. No fingía su inalterabilidad. Conocía desde antes, que nuestro resquemor no pasaba de constituírse en una inofensiva inconformidad ancestral. ¡Dios, pero se equivocó! ¿Cómo pudo equivocarse conmigo?


¡Se equivocó, y lo hice! ¿Estaría tan ida que lo realicé? ¿Y sola, yo sola? Sola, con mi amargura, con mis incóncebibles indecisiones que llegaban al extremo de dubitar si mis sentimientos pertenecía a Julián o a Sergio. No los amé realmente. ¡No, no los amé! A veces es fácil creer que sí; pero unicamente me sentí atraída por la silente repulsión que sentían por la tía. Cada uno la detestaba a su manera, y cada uno me enredó en la intensidad de ese odio; pero no, no hubo amor. El dual desengaño devino, cuando advertí que toda la adversión de ambos era hueca. Comencé a despreciarlos, porque reicidían en la debilidad inocua de nuestros padres. Quizás, entonces, fue cuando me propuse ejecutarlo yo. Elaboré mis planes. ¡Dios mío,pero cómo pude! ¡Cómo he podido atravesar por estos veinte años saltando de una pesadilla a otra! Ricardo, el impasible y circunspecto Ricardo, es quien acude a mis sueños con la confirmación: ¡"Usted, señorita", los sueños le proporcionan una implacable voz de sobresaltos, "usted lo realizó y está pagando otro"!


¡"Julián retorna"! No más palabras estériles. Un silencio de veinte años es certeramente suficiente para liquídarlas; para abrir puertas al pensamiento, al miedo. Porque habrá conjeturado que he vivido estos años arrimado a un enfermizo temor acrecentado por los días. Es probable que la regocije la idea de imaginarme atado al terror pusilánime que me causa el regreso de Julián;es probable que esa idea la rejuvenezca. Un rejuvenecimiento de facciones inflexibles, implacables, y por eso su voz se mancha de una insana alegría: ¡"Julián retorna"! Cada día que maldije porque pasaba, habrá sido una sonrisa suya. Una inhumana sonrisa que arrastra conmigo el hedor de sus anteriores urdimientos. ¡Ah, obviamente sabe, que más que nunca existen motivos para desear una ausencia definitiva de Julián! Sabe que ahora, ni siquiera tendría que molestarme en hacerlo yo. Y punto final a veinte años de sustos anticipados. Punto y acabamos con dos décadas de interrogarme sobre lo que haría, cuando Julián reapareciera con su tufo de veinte años momificado entre sus huesos. Porque siempre supe que Julián volvería, eso es irreversible, ella misma lo dijo, y yo lo he sufrido día a día, sin permitirme disfrutar la posición, la fortuna que tanto ambicioné. ¡"Julián vuelve"!,y ella calla con un silencio más siniestro y contundente que sus frases. "Ahora lo harás; ahora tendrás que hacerlo", habrá pensado, "Antes no. Antes poco te importó que le entregara a él el cuerpo que de amor vivió en tus noches". Lo habrá pensado, y degusta el desenlace con un rancio sabor de años urdiendo la revancha. ¡"Lo harás, porque él regresa con el odio suficiente para matarte"!


Esa noche ocurrió. La noche que la vieja comentó que me nombraría administrador de la fábrica. Puedo inferir que Sergio agotó su paciencia,y la noche fue propicia. Impensadamente, la vieja facilitó la ejecución de los planes de Sergio,retirándose inusualmente temprano a sus habitaciones. Aguardaba los convenidos toques a mi puerta.Daniela no faltaría, no debía faltar esa noche. Sergio ya actuaba en esos instantes,o quizás discutía con Daniela los últimos pormenores. ¡Y yo esperándola! Es innegable que Daniela se alió con Sergio. Sólo ella pudo suministrarle los gemelos que la vieja empuñaba rígidamente. ¡Veinte años, Sergio, veinte años muy estupidamente planificados! Unicamente el obeso capitán idiota de la polícia, no pudo entrever que todo estaba díspuesto de antemano. Un burdo montaje de película barata: las cortinas desgarradas, el velador removido, un libro que presumiblemente leía la vieja, tirado en la alfombra entre los restos de un jarrón hecho añícos.Sobre la cama de cobertores revueltos,la vieja.La vieja atravesada en la cama con la cabeza casi rozando la alfombra. Los ojos abiertos al silencio, a la oscuridad. ¡Y yo creyendo que Daniela tocaría a mi puerta. Quizás Ricardo,a esa hora les murmuraba,"No se dejen quitar lo de ustedes,él es sólo un advenedizo,el hijo del hermanastro de la señora". Un cigarrillo más. Daniela no llegaba. Nunca llegó. Su voz histérica bajaba las escaleras y me sobresaltó. Estaba consumado.


Que cada quien piense lo que le de la gana sobre el otro, me tiene sin cuidado, porque todo esto cuadraba en los planes de la señora. Fomentar entre los tres un recíproco recelo creciente. Inyectar entre ellos mismos el odio que trajeron al llegar. Que se ahogaran en la misma predisposición que traían contra la señora, por juzgar que ella despojó a sus padres, los de ellos, de los bienes que les pertenecían. Como aves de rapiña llegaron para reclamar silenciosamente lo que creían que les pertenecía por derecho. Llegaron uno tras del otro, casi eligiendo el momento, con sus simuladas sonrisas y el besito de afectación a las mejillas de la señora. En el momento adecuado aparecían, "Soy el hijo de"..., y la señora sintiendo que la vida se va en el dolor que disimula, y ellos fingiendo no enterarse, fingiendo no darse cuenta que el cáncer la consume. Confiaba plenamente en la señora. Sabía que, como en aquella ocasión, no perdería la lucha, y no perdió. Los confundió, y todo ha ocurrido como lo planeó, ningún detalle he visto incumplido. Sergio logró sus deseos de administrar la fábrica; pero fue quien cargó con la peor parte. Daniela acabó enloqueciendo por los remordimientos, creyendo que ella fue quien mató a la señora, mientras Julián pagaba por el asesinato; pero Sergio envejeció de golpe, temiendo el día en que Julián saliera en libertad. Hoy lo supe, en los ojos del señor he visto un terror de veinte años, cuando le extendí el auricular diciéndole "Para usted, señor", y una voz acostumbrada a las divagaciones desde hará veinte años, gritó desde el otro lado del hilo telefónico ¡"Julián retorna"!, para que se cumpliera todo lo ideado por mi señora.



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