martes, 4 de marzo de 2008

El Pique/Otto Oscar Milanese

El Pique/Otto Oscar Milanese



"Hay un grito,
gritando en la caña,
que dejó a su espalda
las tierras haitianas,
y por mas que sufra
en la dominicana,
si usted le pregunta
que como le va,
el le mira triste
y no responde na’,
porque peor es allá.
Vengo con un pique,
vengo del batey,
de ver tanta gente
sin na’ que comei".

Ramón Díaz.


Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue".
"El Pique". ( Homenaje a Ramón Díaz ).
Otto Oscar Milanese.


El haitiano Claude Pierre fue un pobre hombre que se murió tres veces. La primera muerte de Claude Pierre se la propinó el azar que determinó que naciera en el barrio Cite Soleil de Puerto Principe. Allí, en Cite Soleil, se la vió cara a cara con diez y nueve duros años de no ser nadie ni poseer nada. Arrastrando sueños que no dejó crecer por los suburbios capitalinos, rápidamente se involucró en las actividades pandilleras que azotaban la vida cotidiana del barrio. "Hay que comer", solía murmurar Claude Pierre, procurando convencerse, cuando asomaban en sus divagaciones las sombras de escrúpulos que le tornaban difíciles las horas. "Hay que vivir de algo", casi se gritaba a si mismo, encogiéndose de hombros, y sumándose al grupo de hombres que fumaban del mismo cigarrillo.


En una esquina de Cite Soleil, mientras sus amigos conversaban, Claude Pierre poseyó el poder de elegir su segunda muerte, y no se lo dijo a ellos porque se reirían; ellos que hablaban y fumaban como si nada, ahí a la vera de los basurales. Ellos llenarían con sus carcajadas la miseria del barrio, si él les contara que de pronto, mientras iba y venía por las callejas, comenzó a pensar en la República Dominicana. "Si no me voy, acabaré tirado en estas calles", pensaba Claude Pierre, "tirado ahí sobre los charcos, como tantos amigos que he visto, sin que nunca aparezca quien propinó la puñalada". Sin comentarlo en el barrio, un día de mal tiempo tropical, empapado hasta los huesos, casi sin espacio para respirar, Claude Pierre se montó a un camión atestado de hombres y mujeres, que como él, sólo llevaban los andrajos que les cubrían, y así se vió pasando la frontera, así se vió conociendo fugazmente los pueblos sureños del país con el que tanto soñara, mientras el camión saltaba, rumbo a los campos azucareros de Santo Domingo.


La tercera y definitiva muerte lo liberó, y aunque no la propició, el exhaustivo trabajo, y las infrahumanas condiciones de vida en el batey lo impulsaron a desearla. La tarde en que Claude Pierre fue atropellado por un vagón que se zafó del tren cañero, había sido una tarde de mucha agitación en todo el batey, y no precisamente por la muerte del haitiano, quien, unicamente le importaba a la famélica mujer que sollozaba en creole, dándose golpes en el pecho, sino porque las recientes elecciones otorgaron el poder político a un nuevo partido, y todo el ingenio se estremecía intuyendo la época de cambios y despidos que se avecinaba. El mismo Claude Pierre, antes de morir, había palpado ese miedo a perder loschelitos del salario que entristecía a los dominicanos en el batey. _ ¡Aquí en el batey no_, oyó Claude Pierre que comentaba el listero en la pulpería_, aquí no pasan la aplanadora!


Claude Pierre se encogió de hombros al abandonar la pulpería. Allá los dominicanos con su miedo a la aplanadora. El no entendía, y por tanto no le importaba, a pesar de que otra clase de aplanadora lo derribaría, dejando su negro cuerpo desnutrido tirado entre sangre sobre los railes del batey.


_ Sólo era un haitiano_. Dijo el pulpero, y antes de acabar de atender al cliente de turno, ya cambiaba de tema:_Entonces, como sostiene el listero, gane quien gane, aquí no pasan la aplanadora.

Era un haitiano joven, reservado, como casi todos los braceros de su país. Sus sueños en creole no crecieron en suelo dominicano. Hambriento y con la fatiga de la jornada anterior, acudía a la implacable llamada del ingenio para el corte de la caña. Taciturno, triste, levantando la mocha bajo el resplandor infernal de la resolana tropical. Jornada tras jornada cumplía afanosamente Claude Pierre, alimentándose con el pan mojado en el chocolate de agua, que cada mañana en un renegrido jarro le tendía la flaca concubina.

Hacinados en barracones, con el hedor de las cercanas letrinas, como un cinturón que apretaba sus vidas, mientras aguardaban los miserables vales con los que mal retribuyen sus arduas labores cotidianas, los haitianos, rodeados de gritos, de niños harapientos y de vientres inflados, conversaban en creole. Claude Pierre pensaba entonces, que las sucias callejuelas de Cite Soleil parecían un paraiso ante la desolada imágen del batey.

La mujer, esqueletica y silenciosa, increiblemente envejecida para sus veinte años, le había parido dos hijos en el batey. Claude Pierre conoció el orgullo por primera vez, cuando vió el frágil cuerpecito de su hijo, emerger entre la dura miseria del batey, "Es dominiquen", gritó eufórico Claude Pierre, "mon garcon est dominiquen"! El sombrío ingenio, ajeno a la efimera alegría del haitiano, repetía sus gritos de siempre, sus trotes de carretones cargados de caña, sus pesadas pisadas de viejos bueyes, y el sol, cegador e implacable castigando la carne haitiana, coronando de veloces destellos los machetes y las mochas que suben; los haitianos cantan lastimeramente, las mochas y los machetes bajan,y cortan la nudosa corteza. "Mon garcon va pa l’ école", le dijo Claude Pierre a su mujer. La desnutrida haitiana sabía que no, y lo miraba con ojos que denunciaban el regreso a Haití, tan pobres como habían llegado. La mujer sabía que no, que el haitiano en Santo Domingo sólo puede ir a las plantaciones de caña o emplearse baratamente en las calles de los pueblos. "Tu hijo es tan haitiano como tú", le dijeron a Claude Pierre, y a cortar caña como si nada. Claude Pierre sentía una pena haitiana. Su mujer tenía razón, su hijo no asistiría a la escuela, y el machete al aire, el brazo que se cansa, pero sube, baja y corta, el sudor abre surcos en la carne negra, "mi hijo ha nacido aquí, pero no es de aquí", corta con rabia la caña el haitiano, y no comprende, y se murió sin entenderlo, sin ver como la haitiana de flaccidas carnes le paría el tercer dominicano que no tendría derecho a llamarse dominicano.


_ ¡Sólo un mal dominicano_, me enrostró el nuevo administrador del ingenio_, puede hablar tanta mierda sobre la situación de los braceros haitianos!


Recordé a Claude Pierre con veintidos miserables años mutilados sobre los railes, y el coraje me ahogó la voz.


_ ¡ La dominicanidad no depende del odio o del menosprecio hacia el haitiano!_ Dije.


El nuevo administrador arrugó el ceño, y anunció roncamente"_ ¡Queda usted despedido!


Así fue como nos quedamos sin los moros, mujer; pero bueno, aunque el listero diga que no, hasta el pobre Claude Pierre se olía, que de todas maneras a mi me iban a botar, porque el partido perdió las elecciones.

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