martes, 4 de marzo de 2008

Dolorita/Otto Oscar Milanese

Dolorita/Otto Oscar Milanese



"Dolorita, si mis ojos te dan pena,
Dolorita, me los mandaré a sacar,
Dolorita, después de la cuenca honda,
Dolorita, mas pena te debe dar".

Luis Alberti

Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue".

Merengue Dolorita.

( Homenaje al Maestro don Luis Alberti ).

Otto Oscar Milanese

El golpe del cucharón sobre el borde de la paila, anunció que el arroz acababa de ser revirado. El olor a locrio de arenque se expandió por el patio.


- Cuando me tropiezo con esos ojos, no pue’o evitá apenarme-. Dijo Dolores, tapando la paila y aproximándose a la empalizada.


Del otro lado del cercado, Consuelo, con una red sobre la enrolada cabeza, le respondió:- Adio’, vecina, ¿pero por qué siente usté pena de ese tipo? Yo creo que le está tomando cariño.

El viento sacudió las ramas de la mata de quenepas. Los lagartos corrieron por los palos de la empalizada, como si respetaran el rubor que encendía el rostro de Dolores. -¡Conchole, vecina, usté siempre sale con sus vainas! Siento pena, porque veo a lo que se atreve Melo, y usté bien sabe que no pu’e sé Consuelo.


Dolores destapó la paila,y el aroma del locrio despertó el apetito del mediodía.


- Cuando se ‘ta enamora’o, cualquier cosa pu’e sé, Dolores. Ya ve usté mesma como viene ese hombre de Estebanía pa’ Las Charcas, solo, y na’ ma’ por usté.


- ¡Jesú!- Se persignó Dolores, dejando caer la tapa sobre la paila-. Ni me lo arrecuerde usté, Consuelo, que más me apeno, porque tengo mie’o de que una noche de esta lo maten.


Entró la noche. Olía a tierra quemada, a Playa oculta tras una raquitica vegetación inconmovible ante los marinos golpes de brisa. Solitario, y metiéndose cada vez más en la borrachera, Melo repetía incansablemente la misma canción.

- ¡Bebase la última cerveza, y vayase!- Murmuró el cantinero, dejando una botella de Presidente sobre la mesa-. ¡Es por su bien, y no se lo voy a repetir más, vayase!


Un erupto trepó a la boca de Melo-. An pue’, hombre, si yo toy quieto, sin mete’me con naide. Si la Dolore no me hace caso, no voy a seguir viviendo.


-Usté ya se ha pasa’o de tragos, porque no acaba esa cerveza ya, y se va tranquilo para Estebanía.


- Si la Dolore no e’ pa’ mi, no será de naide-. dijo Melo. El cantinero no lo escuchaba. Atendía otras mesas. Se abocó al pico de la botella y murmuró:-Yo por esa jembra me atrevo a to’.


El alcalde estaba sentado a horcajadas sobre una silla de güano en el patio de su bohío.


- ¡Caramba!- Exclamó el alcalde-. ¡Este domingo me saco en primera! ¿A qué se debe esta grata visita?


- Vengo a pedirle que evite usté una desgracia, alcalde.
Se quedó mirando sus gallos de pelea, antes de responder.


- Sé de sobra a lo que se refiere, Dolores. ¿ Pero que se pu’e hacé con un loco que se ha enamora’o de usté, en la forma que ese hombre lo tá?


- Usté es el alcalde. ¡Sáquelo de Las Charcas!


Abandonó la silla desperezándose-. Ese tipo no ha causa’o problemas. Es verdad que se emborracha; pero to’ lo que hace es hablá de usté.


- ¡Usté sabe que se va a matar!- Dijo la mujer.


A la salida de la pulpería la abordó.


- Vayase conmigo, Dolore‘- le dijo-, ya deje de sufrir pensando que me mataré.


Ella no levantó la mirada del pedrerío, mientras caminaba.


- Usté no entiende na’, señor- dijo Dolores-, yo no toy sufriendo. Si siento pena, es porque no quiero que se mate a naide por mi culpa.


- Vayase conmigo, Dolore‘. Mi bohío en Estebanía será suyo. To’ lo que tengo será de usté, y si quiere la llevo a ‘onde el Cura pa’ que nos una por la ley de Dio’; pero vayase conmigo, ombe.


- ¡No!- Dijo Dolores-. No pue’o, y ya déjeme quieta que la gente nos ‘ta mirando.


Se arrimó a la empalizada para oir mejor a Consuelo.


- Ese hombre ta loco, vecina, no pue’o crée que ande diciendo eso.


- Pues ansina mesmo e’, Dolores. Dijién lo’ jombres que anoche lo’taba dijiendo allá en el bar, que si usté le tenía lástima, se sacaría los ojos.


- ¿Y por qué dice la gente que el alcalde le salvó la vida, si ni siquiera se armaron rebuses.


- Ay, Dolores, si usté supiera, ombe! Parece que ese jombre ha habla’o tanto, que lo’ jombres de aquí tramaban limpiarlo anoche.


- ¡Ay, no me diga eso, vecina!-Dijo Dolores, tapándose la boca con una mano.


- Pue’ ansina mesmo e’, Dolores; pero el alcalde como que se olió to’a esa embromienda, y la impidió.


Dolores se pegó a los palos del cercado. Su respiración se tornaba profunda, estremeciendo sus senos.


- ¿Qué fue lo que hizo el alcalde?


- ¡Lo emborrachó!-Dijo Consuelo.


- ¡Cómo!-Exclamó Dolores-. Agora si que no entiendo na’.


- Se sentó a beber romo con él- dijo Consuelo, mirando los brillantes ojos de Dolores por entre los palos de la empalizada-. Se sentó a conversá de usté con él, y cuando lo emborrachó tanto, que ha’ta se le durmió, le quitó el puñal que llevaba, se levantó y dijo: "Aquí dejo a e’te jombre. Yo no creo que entre nojotros exista un jombre tan pendejo que
se atreva a matá a alguien que ta desearma’o y dormi’o".

- ¿Naide lo tocó, verdad?


- ¡Naide se atrevió Dolores! Cuando amaneció el alcalde le devolvió su puñal, lo montó en su mula y lo encaminó ha´ta Estebanía.



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