martes, 4 de marzo de 2008

Avenida Soledad Y Noche De Callejas/Otto Oscar Milanese

Avenida Soledad Y Noche De Callejas/Otto Oscar Milanese


Avenida Soledad Y Noche De Callejas/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas De Misericordia

New York, 1987.



- ¡ Eres un niño malo, malo! Cometes tus picardías casi sin proponértelo. No quieres causar daño. Pero sientes placer haciéndolo.

Mamá tenía razón. Siempre tuvo razón. Ya no nacemos personas como ella... Vivimos un tiempo en el que todos caminamos exentos de razones, de motivos. ¡ Pobre mamá! Existiendo para mortificarse aplastada por los disgustos. ¿ Para qué vives, vieja? Quizá para convertirte en un ácido susurro eruptado en mis recuerdos.

- Dios se apiade de ti, hijo.- Murmuras usualmente abatida, contrariada.- Me matas. Acabas con mi desmazalada salud, pero me recordarás mientras vivas.

Y te recuerdo, mamá, mientras vivo. Eso hago: Vivir. Para ser y sentirse alentado penosamente a diario, precisamos ubicarnos, mamá. En el frío y mugroso apartamento del Bronx que compartíamos, en el trabajo o en la cárcel. ¿ La cárcel? He ahí un lugar donde jamás habría querido pisar, y sin embargo sospecho ciertas atracciones esquivas e inconfesables a mi alma.

Estoy fumando en una esquina porque me sentí solo; porque no tengo a donde ir; porque también en las esquinas se vive, mamá. No me animaría a explicartelo. Tú no sabes oler mas existencia que la respirada en la cocina o la emanada de las obligaciones cotidianas. Estás donde se requiere. Fielmente ubicada a los deberes, donde tú eliges. A mi me sitúa el destino. ¿ Existe el destino? No lo sé. Prefiero decirte: me coloca la vida. Estoy aquí fumando porque no tengo otras ocupaciones. Exactamente, mamá, en esta esquina. ¿ Por qué en esta? Luego estaré preguntándomelo y preguntándomelo. ¿Por qué allí? Si sobraban millares de solitarias esquinas en New York. Estoy destinado a vivir recordándote:

- ¡ Ay, hijo, pareces atraído por los lugares donde no debes estar!

¡ Sí, mamá, mi presencia siempre ha sido inevitable. He tenido que detenerme aquí, dolerme aletargado de vivencias. Rememorar. Divagar, mirando los últimos esfuerzos claros de tarde nostálgica. Y verla venir a ella, por entre las corredizas nubes grisesdel cigarrillo. Andaba sola y taconeándose con estrepito, llevaba las manos ocupadas de paquetes. Así, vista de ojeada, te juro, mamá, no me interesó. Su baja complexión parecía salpicada de treinta vulgares años de mucama. Pensé: Obviamente el calor de agosto la retuvo en algún restaurante consumiendo una cerveza. Ahora en la calle, medio embalada, medio sorprendida por la soledad impuesta por el cierre de las tiendas, ensaya un ligero trote ridículo. No estuve interesado... ¡ En este momento sí, mamá! Ella me descubrió. Debió continuar su marcha con naturalidad, pasar frente a mis narices y esfumarse doblando la esquina o aguardar el walk ordenativo del semáforo. ¡ Pero no! Cuando te dije que me vio, respingó involuntariamente y se detuvo. Visiblemente indecisa, torpe, se lanzó a la calle buscando la otra calzada.

Tú me conoces, mamá, sabrás, me he sentido lastimado. Esas creen asesinos, estupradores, bestias, al primer hombre divisado en la soledad de una calle. No he querido seguirla. Luego tú gimotearás desaprobando mudamente con la cabeza. Te rasgarás el vestido escupiendo y golpeándote el pecho_ adivino verte hacerlo, mamá_ Pero debes creerme, originalmente no estuve animado a perseguirla, y ya persiguiéndola_Porque ahora voy tras ella, mamá_, arrojando ante mi y pisando la colilla del cigarrillo, sólo pensaba asustarla.

Al verme caminar hacia ella se ha devuelto. Es pusilánime. Estuvimos andando dos o tres bloques, separados a prudente distancia; sus sobresaltos me ponían raro, nervioso. Ahora inicia un trotecillo aún más ligero. De vez en cuando me avergüenzan sus furtivas miradas de soslayo. La excitación hinca sus dientes en todo mi cuerpo... No es por ella, no podría, no la creo capaz de excitar a nadie. Mi excitación proviene de su miedo, mamá. La horroriza la resonancia de mis pisadas por las desoladas arterias comerciales. Ha torcido a la derecha, antes de perderla de vista a punto estuvo de gritar cuando me oyó toser.

Correrás a prosternarte, a rogar misericordia. A no estar para nadie nuevo, mamá, recogiéndote en tus habitaciones con una terca irresignación de duelos recientes. Pensarás: "Por qué no detuviste tus pasos en la esquina? Pudiste serenarte mirándola irse mientras fumabas, hijo".

¡ Créemelo, mamá, eso hago! La miro irse. Luego camino sin torcer jamás una cuadra... Y ahí viene ella. ¡ Ya ves, mamá, es una imbécil! Le brindé oportunidad para distanciarse, caminar rectamente por la calle donde la dejé marchar, virar cinco o seis manzanas más allá. Hizo todo lo contrario. Debe vivir en la calle paralela a ésta_donde nos hemos visto_. Por eso nos hemos tropezado nuevamente, tiene que cruzarla por cualquier intersección para llegar a su casa.

Otra vez me ha visto y se ha puesto a correr. Oigo sus jadeos, porque también, mamá, voy corriendo. Soy más rápido que ella; además no la ayudan los zapatos de tacones. Aminoro la marcha, aún pienso ofrecerle una última ocasión para escapar. La estúpida, llegando a la bocacalle se desembarazó de los paquetes y eligió torcer a la izquierda. ¿ Ves, mamá? A la izquierda; ¡ precisamente por donde no existe salida!

Estoy doblando a la izquierda. Metiéndome en el callejón, comprometido a efectuar lo inevitable. Oscura, muy oscura la noche amansaba mis bufidos. Luego, mamá..., acostumbrado a la oscuridad no la he divisado por ningún lado. Debajo de las escaleras de incendio tropecé con unos de sus zapatos. Ascendí con la mirada lenta e incrédulamente hasta la única ventana abierta.

Me he sentido triste, mamá, y súbitamente agotado. Cuando desanduve mis pasos la vida escupíame retadoramente al rostro. Todavía lo repensé varias veces en el bar de Joe, mientras apuraba una cerveza. Me decidí. Todo el trayecto lo recorrí sin prisas, ella estaría acurrucada en cualquier rincón del apartamento imaginando que sus habitantes habíanse ido de week-end. Deliberadamente hice crujir los viejos peldaños de madera, extraje ruidosamente las llaves de mis bolsillos. Al otro lado de la puerta las penumbras adueñáronse de un rumuroso corazón de mujer.

No hay comentarios: