lunes, 10 de marzo de 2008

El Tren Local

El Tren Local/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito "Sobre Sueños y Escrúpulos".

Edith jamás entendió por qué, si mi destino era Bay Ridge Avenue, tomaba el primer tren R o N que arribara entre las 5: 15 y las 5: 30 P.M. a la estación de Pacific Street. En más de una ocasión sentí deseos de explicarselo; pero motivos para resoluciones tan extremas, no son fáciles de exponer. Ni siquiera a la trigueña Edith,quien denodadamente,y exhibiendo en derroche su sonrisa de hoyuelos en las mejillas, procuraba comprenderme en todo, incluso, hasta en eso de no abordar el tren B, que me llevaría directamente hasta la 36 Street, en donde realizaría la transferencia al tren R para llegar a Bay Ridge Avenue. Prefería, en pleno rush hour, los trenes locales R o N, llegaran o no, antes que el tren B a Pacific Street. Edith sonreía displicentemente, reservándose amablemente su criterio. Al principio debió catalogarme como el imbécil mas paciente de todo Brooklyn. Estupidamente, desdeñando abordar el tren B, debía efectuar las cuatro paradas de rigor para los trenes locales, entre Pacific Street y la 36 Street, con el adicional inconveniente, de que cuando el tren N se adelantaba en llegar al R, por necesidad debía realizar el trasbordo del N al R, porque el tren N, a partir de la 59 Street, una estación anterior a la de mi destino, se desvía hacia Coney island. El desfavorable criterio de Edith, varió radicalmente, cuando me oía indagar si el tren N corría localmente o no. En ocasiones, durante el rush hour, el tren N realizaba el mismo itinerario del tren expreso B,desde Pacific Street hasta la 36 Street, sin detenerse en Union Street, 9 Street, Prospect Avenue, y la 25 Street.


Cuando el tren N fungía como expreso, no lo abordaba. Edith, como mujer al fin, pensó en otra mujer. En alguien que presumiblemente me aguardaba en alguna de las cuatro estaciones ubicadas entre Pacific Street y la 36 Street. De manera tan simple dejé de ser para ella el estúpido mas pacienzudo de Brooklyn, para convertirme en el mas ruin de los impostores. Escasearon las sonrisitas de hoyuelos, vivía el eterno desencanto femenino: Su hombre, era otro hombre idéntico a los demás. En la oficina, apenas cruzabamos algunas frases: ¡yo era tan cínico como los otros! Crecieron sus mutismos, a la hora de aguardar los trenes en el andén de Pacific Street: ¡era tan mezquino y embustero como todos! Dejó de telefonearme con la frecuencia de antes: ¡yo era tan descarado! ¡Hacerlo así, tan evidente! Dejar pasar el tren conveniente, para irme con la otra... Pero Edith ignoraba que el asunto no se trataba de faldas, ni de conveniencias; que si alguien se perjudicaba, por la aparente decisión estúpida de preferir el tren local, al expreso, con su implícita demora en llegar a mi hogar, no era precisamente yo.


Siempre lo alcanzaba a divisar en el andén de la 36 Street, esperando el tren B, para tomarlo hasta Bay Parkway. Me molestaba verlo allí,porque se la tenía jurada a Kevin,y ya, un par de años resultaban excesivos elaborando, deshaciendo y rearmando planes. La idea esencial era inamovible: Tendría que ser en el subway, y desde Pacific Street, precisar - en esa época, como Kevin tomaba el tren B en la 36 Street, yo abordaba ese mismo tren en Pacific Street - el vagón que tomaría Kevin. ¡Todo parecía perfecto! Kevin abandonaba su lugar de trabajo a las 5: 00 P.M., y de 5: 15 a 5: 30 P.M. aguardaba el primer tren B que arribara. Justamente yo llegaba a Pacific Street, luego de concluir mi faena laboral, a las 5: 15 P. M.,a tiempo para tomar el tren que Kevin abordaría cinco estaciones atrás. El problema, la única contrariedad consistía en la estación 36 Street. Demasiado inadecuada para el ágil desarrollo de lo tramado. Uno de los escollos más desalentadores lo constituía el trayecto que había que recorrer hasta la calle.Tendría que subir escaleras, atravesar el amplio recinto en donde se ubican las casetas de expender tokens, y nueva vez subir escaleras para salir a la calle. Además, en la 36 Street es un albur precisar el vagón que eligiría Kevin, porque las casetas de vender tokens no están situadas en el andén,sino en un nivel superior a este, y porque, pese a su carácter pusilánime, Kevin, quien en otra estación no osaría moverse del área de seguridad, en la 36 Street se movía libremente, sintiéndose protegido por encontrar personas a lo largo de la plataforma. De no ser por estos inconvenientes, todo hubiese resultado sencillo, idóneo. Él entrando al mismo vagón, del cual yo salía para tomar el tren R hasta Bay Ridge Avenue.


¡Él entrando y yo saliendo, y acabarlo todo ahí! No mas postergarlo, o pensar en nuevas ideas. No mas aferrarme a la manija y escrutar por el cristal de la puerta, para verlo insígnificante y hueco entre la muchedumbre del andén, y ahí mismo acordarme de Arnold. Arnold boca abajo y con los brazos extendidos, arañando el asfalto con una rabia que ya no advierte.


Los planes estuvieron al borde de un irremisible abandono. Preferible olvidar a Arnold. Al pobre Arnold tirado contra la niebla y la llovizna de una noche. La vida me ofrecía unos días para Edith, y no tenía derecho a matarlos por el impulsivo juramento que me arrancaron unos momentos de impotencia, entre haces de luces y sirenas policiales. Mirando a Arnold sobre el asfalto, estolidamente boca abajo, y perdiendo unos instantes de paquete de cigarrillos compartidos, de camaradería nocturna y callejera. Me rebelaba a pensar de esa manera; pero también se lo advertí, se dejó envolver por el negocio. Actuaba arriesgadamente, sin molestarse en tomar precauciones. Entreveía un funesto desenlace y se lo anuncié. ¡Pobre Arnold! Él, con su sonrisa de chiclets masticados, no lo creyó. ¿Qué me iba a créer? Ni yo mismo pensé en el grupo de curiosos que se aglomeraba, ni en las sirenas, ni en la noche lloviendo gotas de cielo sobre su espalda. Presentía que acabaría encerrado una temporada; pero ahí, y así tirado como un perro a la orilla del desagüe, y tan lejano de las voces de los policías que ordenaban circular a la gente. ¡Así nunca, y menos boca abajo! ¡ Pobre Arnold, con su ignominioso agujero sobre el pulmón derecho! Boqueando boca abajo, aspirando el polvo de un millón de días de calles. ¡ Así no! Pateandosin conciencia el asfalto. ¡Pobre arnold! Noticia de tres líneas en los partes policiales de cualquier matutino, y luego un sucio de vida que se ha roto; una mancha de conciencia sobre días anónimos y anteriores. ¡Y luego nada! La oscura nada densa de esa noche de neblinas y de lluvia sobre la herida de bordes chamusqueados en la espalda. ¡Pobre Arnold!


Kevin realizó un cambio en su vida. El que necesitaban mis elocubraciones para llevarlas a la práctica. Me enteré que cambió de trabajo,y que la nueva estación para tomar el tren, de retorno a su apartamento, era Prospect Avenue. Estaba forzado a tomar el tren N o R y pasarse al tren B en la 36 Street.Comencé, pese al circunspecto rostro de incredulidad de la trigueña Edith, a tomar el tren local. Mis informes no andaban errados. En Prospect Avenue, Kevin aguardaba el tren dentro del área de protección. En Pacific Street, como en la 36 Street, la caseta de vender tokens queda en un nivel superior a las vías; pero no resultó difícil determinar, que si me situaba a esperar el tren entre los dos teléfonos públicos, poseía buenas posibilidades de abordar el vagón que tomaba Kevin,que usualmente era el que se detenía frente a los pasimetros de entrada al andén. Algunas tardes entraba a un vagón anterior o posterior del que se detenía frente a los pasimetros. Esta insígnificante desubicación la corregía, oriéntandome cuando el tren se detenía en Union Street, luego, con el tren en marcha, me pasaba de un vagón a otro.


Invariablemente fui encontrándome con Kevin en Prospect Avenue. Ganas no me faltaron de concluir el asunto cuanto antes, porque al verlo, la inmerecida muerte de Arnold me crecía boca abajo. Conteníanme los minúsculos detalles que faltaban ajustar, para dar le a mis planes su matíz de perfección. Cerciorado estuve de que Kevin siempre entraba al vagón por las puertas centrales de este. Esta eventualidad sígnificaba una ventaja adicional, pues esas puertas quedaban mas cercanas a la salidad del andén. Convencido estuve de que, cuando a la vera de él habían personas díspuestas a entrar al tren por la misma puerta, él, amablemente, optaba por entrar de último. Entonces, a la hora del día elegido, no debía precipitarme en abandonar el tren. Simularía que no me bajaría en esa estación hasta verlo entrar. ¡Él entrando y yo saliéndo! ¡Ah, tanto imaginarlo, tanto pensarlo para quedar en paz con Arnold! Porque lo que mas me duele, es saber del bochornoso modo que se lo cargaron. Si se hubiese quedado con las manos tibias de pistola ilegal, en un enfrentamiento con la policía; sabiendo que la muerte pisaba el cuerpo mojado de la nocturnidad con estámpidos y olor a polvora... Y nada. Sentirse como un hombre de cara a un peligro en oleajes de momentos que hieren el paladar. ¡Pero así! Sin saberlo, es como si nunca abandonara a la noche y a la lluvia,con su espalda perforada; como si nunca los paramédicos lo viraran contra ese pertináz orín de cielo, que le limpió de polvo el rostro contraído. ¡Demasiado hombre, para que Kevin lo intentara de frente! ¡Demasiado hombre, para que se lo cargaran de esa mala manera! Y es lo que mas me molesta. Un dolorcito de cara contra el asfalto; una molestia de acabar así. La vida se fuga en un paso, se marcha en una respiración, y ni siquiera entenderlo, ni saber por qué se va cayendo; porque de golpe ha cesado la noche de ruidos de automoviles, y de luces callejeras semi-disipando nieblas, para irrumpir en una nocturnidad de avenida que se viene contra la cara, contra el estupor, contra la nada.


Pude, ante su cuerpo caliente, delatar a Kevin: ¡"Lo mató él, oficial! El bastardo de Kevin Moore se lo cargó a traición"! Pero prefiero y degusto este momento de tren local que abandona Union Street. Este momento de planes anteriormente pospuestos. Este momento tan de Arnold y... Atrás va quedando la estación 9 Street, Prospect Avenue es la próxima. Tan de Arnold, porque es lo que él hubiese hecho. Cara a cara en un segundo de Arnold. ¡Él entrando y yo saliéndo! Así de fácil, y tan sobrecargado de cólera el momento! Tan lleno de Arnold, para que lo vea el hijo de... Para que se lo lleve cansado de lluvia y de noche boca abajo en la vidriosa mirada. Él entra y yo salgo. Ambos con Arnold vivo en el mango del puñal que los usuarios del tren aún ignoran en el pecho de él; ¡vivo, el pobre Arnold, tan vivo en el segundo en que el frío de Fourth Avenue me azota la cara, y ya con la deuda cobrada, realizo señales a un taxi!


No hay comentarios: