lunes, 10 de marzo de 2008

El Jarro Pichao

El Jarro Pichao/Otto Oscar Milanese

"Que yo me iba pa’ La Vega,
y pasé por Bonao,
que a mi me dieron agua,
en un jarro pichao".

Homenaje a
Cachita Rodríguez.

El Jarro Pichao
Otto Oscar Milanese
De Los Libros Inéditos "Momentos Dominicanos", y "Cuéntame Un Merengue".




La montó sobre la mula, tiró del animal por las riendas, y echó a caminar en dirección al pueblo.


_ Mejoi será que usté me mate_ sollozó la mujer_ la veigüenza que van a pasai los viejo’ no e’ chiquita.


Vale Macario alcanzó a escuchar en la pulpería, el parte metereológico de La Voz del Yuna, anunciando más aguaceros sobre toda la comarca cibaeña. En silencio apretó los puños, y apuró su cansado paso de viejo por entre los pedregales y los charcos que crecían cada vez más. Cabizbajo, se lamentaba en silencio de la pesima jornada. El piogán diezmó la cosecha de batata, y ahora, empeorando la situación, el Yuna venía crecido, lo que dificultaría aún más que vale Macario, con sus dos viejas mulas cargadas de lo poco que pudo salvar del conuco, burlara la vigilancia que sobre todos los caminos mantenía la guardia del Teniente General "Petán".


Alcibiades prosiguió la marcha sin responder, la cabeza gacha, como si contara cada piedra de la vereda, andaba sin prisas, tirando suavemente de las riendas.


_Le digo que mejoi me mate, ombe_, rogó la mujer_ o déjeme dir a ‘onde la vida quiera llevaime. Los viejo’ no tienen na’ de cuipa. ¡Ay, virgen de Aitagracia, agora que van a decí de mi!


"Petán" mandó poner improvisados retenes en las encrucijadas, en los recodos, en cada vereda, y en cada atajo que conducía hacia San Antonio del Bonao.


_ ¿Qué trae en esos serones?_ Tronó la voz del guardia, con la mirada dura,con la carabina en las manos.


El campesino se removíó inquieto, el sudor de sus manos mojaba el sombrero de cana; el peso de su colín se tornaba mas vivo a su costado. Pensaba, mientras se aclaraba la garganta, en algún modo para evadir lo que muy en sus adentros sabía inevitable.


_ Mi cédula ta al día, cabo..._ Comenzó la voz tartamudeante que el guardia no dejó finalizar.


_ ¡Carajo!_, rugió la voz del cabo_, re’póndame a lo que le pregunto. ¿Qué lleva usté en esos serones?


_ Pue’ casi na’, cabo_, buscaba la entonación más humilde que pudiera modular, se encogía sobre si mismo_. Sólo son do’ o tre’ platanitos que llevo a vendei pa’ la carretera.


El cabo se aproximó a los burros y echó una ojeada a los serones._ Pue’ no hay necesidá de dir tan lejos. Nojotros le compramos aqui mesmo esos platanos pal generai "Petán".


Jornadas de fatigas se agolparon en la rabia que comenzó a invadir al campesino. Soles que pegajosamente le bañaron la curtida piel mientras desyerbaba; hambrunas que le llevaron a un movedizo mundo, mientras las manos bajaban a la tierra y se aromaban de raices, de cascajos; angustias de sequías implacables y sueños de lluvias que mojaban ese miserable insomnio de bohío techado de palma, perdido inmensamente en la oscura noche triste del campo.


_ ¿A qué precio?_ Miserias y miedo cayeron sobre cada palabra.


_ Pue; vea usté, ei generai crée que a do’chele la unidá ta ma’ que güeno_. Dijo el cabo.


El campesino ya no dominaba su rabia. Se le subía a la boca, volaba de sus ojos, que se levantaban de la tierra para mirar al cabo._ Como que a do’ chele, señoi, si eso’ platanos yo los vendo en la carreterra a...


_ ¡Carajo!_ Lo interrumpía el cabo_. ¿Pero güeno, e que usté se va a oponei a las joidenes dei generai Petán?


Llegaban a la carretera, los acuosos ojos de la mujer no miraban las hermosas hortensias que crecían a los lados del camino. Alcibiades se detuvo un instante, miró el rostro de la mujer, una bella mulata de busto firme y agresivo, los rasgos faciales denunciaban diez y ocho difíciles años de miserable sobrevivencia; pero la incomoda vida del campo había fracasado en apagarle la belleza, en atenuarle el magnetismo de sus grandes ojos castaños.


_ Usté no me dijo na’_, reprochó el hombre, mirando al suelo_, quiso burlaise, engañaime... Si hubiera si’o usté sincera...

_ ¡Engañailo no!_ Gritó la mujer encima de la mula_. Sentí mie’o, veigüenza de contaiselo.


Continuaba lloviendo y el Yuna crecía. Crecía, tornándose invadeable. Vale Macario estaba obsesionado en pasar con sus mulas, eludiendo los retenes de la guardia de "Petán", y vender a buen precio el maíz. La única oportunidad que tenía de sacar a Ondina del Bonao, era llegando a la carretera.


_ Ahora entiendo_, dijo Alcibiades_, po’que tanto interés del taita suyo pa’ que nos jueramos pa’ La Vega la otra noche.


_ ¡Ay, Dio’ mio!_ Exclamó la mujer llevándose las manos a la cabeza._ ¡ No levante usté esa calumnia contra mi taita, que ei to’avía no sabe na’ de mi de’gracia!


_ ¡ Güeno_, dijo Alcibiades_, agora e’ taide ya!


Él se lo tenía dicho a Dolores "Cuando la gente dei generai pase a caballo por aquí, no deje que Ondina se asome a la pueita. Esos maiditos conocen muy bien el gu’to dei generai, y a mi no me gu’ta ni un chin lo bonita que se ta poniendo Ondina, Dolore". Dolores, descalza, con un vestido floreado, se empinaba para tomar un jarro de la tablita, y murmuraba, "Que va ombe, Macario. Usté crée que ei generai va ponei los ojos en Ondina, cuando de to’ ei Cibao, y jata dei sur y del e’te le traen to’ esas muchachas lindas, finas, no me venga con que usté no las ha vi’to, que yo si las vide, y tan to’itas de lo ma’ perfumá y bien vestías".


De los montes aledaños comenzó a ventear, la mujer llevaba un pañuelo rojo atado a la cabeza, los encallecidos pies descalzos sobresalían por debajo del largo vestido de medio luto. Era bella, y olía a campo y a pobreza.


_ Manque no sirva de na‘_, sollozó la mujer_, quiero que usté sepa que yo no lo desée.


Alcibiades apretó los dientes y apuró la marcha._ ¿Quien fue?_ La voz le sonó desagradablemente ronca_. ¿ Quien fue ei maidito que le hizo ei daño?


Vale Macario sentía la ira convertida en fuego en sus venas, ¡"Carajo, Dolore, yo soy jombre, y se lo que toy dijiendo! ¿Que le impoita ai generai que Ondina ande con la’ patas p’uel suelo, mujei? Ese gandío sabe distinguí ‘onde hay una güena jembra, manque la miseria quiera e’condela. Mira mujei, mejoi ha’me caso, y no se te ocurra llevaite a Ondina cuando tengas que dir p’al pueblo ‘e Bonao".


Una leve brisa sacudía la cibaeña mañana que llenaba de colorido y de voces los suburbios de San Antonio del Bonao.


_ ¡Y güeno_, dijo la mujer_, ya na’ remedia usté con que yo se lo diga!


_ ¡Quiero saberlo!_. Se empecinó el hombre.


La mujer procuraba dominarse, contener el llanto. Su pecho levantaba y bajaba la tela del vestido con aceleradas palpitaciones.


_ ¡Los jombre’ dei generai!_ gritó con la voz rompiéndosele a plena cibaeña luz de la mañana_. ¡ Fueron los jombre’ dei generai!


_ ¡ maiditos! ¡ Mil veces maiditos!_ Se le enturbiaba la voz al hombre_. Esos condenaos no tienen peidón de Dio’.


_ ¡Callese poi Dio’!_. Dijo la mujer, ruborizada_. Si le oyen le pu’e pesai.


Hombre, mujer y mula tomaron la calle que llevaba al mercado publico.


Llovía, pero vale Macario conocía la región. El Bonao lo había visto crecer, y cada rincón de esa tierra era como un tatuaje de labores grabado sobre su anatomía. Llovía. El Yuna, el yuboa y el Masipedro arrastraban peñas, troncos resecos de árboles, y oxidados pedazos de zinc; pero él pasaría con sus viejas mulas. ¡Tenía que pasar! ¡Era perentorio! La noche anterior, el alcalde pedaneo fue a tumbarle la puerta del bohío a deshoras, y con voz morbosamente complacida le anunció: "Vale Macario, vale Macario, ¿me ta oyendo usté"? Gritó el alcalde pegado a las tablas de la puerta, "ei generai quiere que usté vaya mañana ai pueblo a ‘onde ei. y que vaya acompaña’o con su hija". Luego quedó la noche. La noche oscura y lluviosa en la que gravitaban como latigazos los ecos de la voz del alcalde.


_ Alguien tiene que parai a e’ta be’tia_. Murmuró Alcibiades. Pasaban frente al mercado. Olía a verduras y a naranjas podridas. Las comadres deambulaban de un puesto de frutas a otro, deteniéndose a conversar con las dueñas de los ventorrillos.


_ Güeno..._ Sonaba a resignación la voz de la mujer_, voa pasai la veigüenza. ¡Mi taita jamá me va a peidonai que usté me devueiva deshonrá!


No escuchó los ruegos ni los gritos de mujer e hija. Salió a la noche y se metió bajo el aguacero. Necesitaba urgentemente dinero para sacar a Ondina de la provincia, para alejarla del peligro que había traído la voz del alcalde. Aparejó las viejas mulas, los serones repletos de maíz, y su alma vacía, hueca, con un dolor que no podía explicar. Se tiró hacia los caminos enfangados de nocturnidad.


Alcibiades no le respondió. Dejaron atrás el mercado publico, y cuatro cuadras más adelante detuvo la mula frente a una casa de madera pintada de rojo.


La oscuridad, la lluvia, la urgencia de su huida lo arrojó frente a la voz del cabo:_¿Quien diantre anda ahí, carajo?


Respondió la noche. El agua cayendo sobre los charcos y la hojarasca podrida.


_ ¿Quien anda ahí, coño? ¡Re’ponda o le meto un tiro!


¡Soy yo, el vale Macario!_ Vino la voz desde la noche, desde el aguacero.

_ Anda la porra, vale, ¿y que diantre bu’ca usté en una noche como e’ta?_ Preguntó el cabo, acercándose y reconociendo los bultos oscuros de las mulas bajo la noche y entre la lluvia._ ¡Mal rayo me paita, vale, si e’ que ya no sé lo que trataba usté hacei!_. Se detuvo delante de las mulas, metió las manos en los serones y tomó puñados de maíz que dejó caer blandamente sobre el serón abierto_. Voa tenei que meteilo preso, vale, ¿o e’ que usté no sabía que aquí hay que vendeile to’ ai generai "Petan"?


Alcibiades golpeó la puerta, detrás de él, todavía sentada a lomos de la mula, la mujer trataba de borrar las huellas de llanto con el reverso de sus manos.


Un hombre de baja estatura y con el pelo canoso entreabrió la puerta._ M’hijos, e’to si que e’ una soipresa. ¡ Pero güeno, vengan dentren, dentren, que agora mesmo colamos café!_ Dijo el hombre, sin ocultar su alegría.


Cuando supo que lo habían encerrado, corrió hacia el destacamento con las primeras luces del día. Sol de nuevo amanecer corría por los caminos del campo, por las copas de los árboles, chupaba mansamente el agua de los charcos.


_ ¡Si quiere quedaise con to’ ei maíz, quedese con ei; pero sueite a mi taita, cabo!


El cabo sonrió. Amarilla sonrisa de ron y tabaco, antes de responder, lanzó un escupitajo hacia la pesada tierra mojada._ Yo lo sueito_, dijo el cabo, y con la punta del fusil jugaba a levantar el tirante del brassiere de la mujer_, si ello hay que soitalo, yo lo sueito, y que se laigue con to’ su maíz ei viejo, que lo que yo quiero e’ otra cosa, muchacha.


_ ¡Caramba, pero dentren ya!_ Exclamó vale Macario._ ¡Dolore, Dolore, ven a vei quiene tan aqui!


_ No queremo’ molestai, vale Macario. Hemo’ venío po’que quiero compraile un ve’tío nuevo a Ondina_. Dijo Alcibiades, ayudando a desmontar de la mula a la mujer que se le echaba en brazos con una sonrisa.

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