lunes, 10 de marzo de 2008

Baby Vida

Baby Vida/Otto Oscar Milanese

Baby Vida

Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito "Un Momento En La Pared".


"Viver e não ter a vergonha
de ser feliz,
cantar e cantar a beleza
de ser um eterno aprendíz.
Eu sei que a vida
deve ser venerada e será,
mais é uma verdade
que eu repita,
é bonita, é bonita e é bonita".

"O qué é, o qué é"
Gonzaguinha.


Mamá abandonó el vestido que zurcía y se aprestó a rescatarme del piso, amonestándo severamente a la compungida Aidée. Inicié un lloriquo desconsolado, no tanto por el pegajoso escozor en mi barbilla; sino por los gritos de mamá, y por la atemorizada cara de mi hermana mayor. Se empecinaba en creerme demasiado adolorida, y entre arrumacos interrumpidos para ordenarle a Aidée que buscara un abstersivo en el botiquín, provocaba el aumento de mi llanto. Pensaba que a la pobre Aidée, nadie le evitaría la azotaina que le propinaría papá a su regreso a casa. Manos cuidadosamente maternales restañaron la sangre del rasguño en mi mentón. Continuaba gimoteando. Mamá suponía que mi dolor se acrecentaba, y esmeraba su delicadeza limpiandome la herida. Sollozaba de impotente desconsuelo, sintiéndo las enérgicas nalgadas destinadas para Aidée. ¡Sé que se lo contará! Es una antipatica manía de gente grande contarlo todo. Cuando papá regresa exhausto y mohino, por no haber conseguido en qué emplearse, mamá intenta consolarlo con un "Mañana encontrarás", y procede a pormenorizarle cuanto acaeció durante el día.Papá,primero la escucha pacientemente, y luego, cuando a ella se le agotan los recuerdos de la fecha, contagiado por tanto parloteo, él le relata el cansancio y el hambre sufridas; las reiteradas negativas obtenidas durante su busqueda de empleo. Así las cosas, ya puedo escuchar a papá recóviniendo a Aidée, "Se te ha prohibido saltar en la cama", y darle de nalgadas.


Las veces raras que mis padres reciben visitas, efectuan un aparte en sus pláticas de adultos para referirse a mi. Siempre comentan que yo sé demasiado,y me regalan una enternecedora caricia. Con inflado rostro de orgullo, argumentan sus afirmaciones con un par de mis últimas ocurrencias infantiles. Casi siempre, mis padres y los visitantes, se contentan con las trivialidades citadas sobre mi, y acaban conviniendo en que realmente soy precoz. Pero unicamente aceptan un entendimiento conforme a mi corta edad, un poco de sagacidad limitada por el tiempo. Porque no obstante ofrecerles sobradas muestras de mi ingenio, ellos se refieren, cuando hablan sobre mi agudeza, a un tiempo absolutamente por venir. Dicen "La niña será"... Es decir, que ahora no soy ni sé nada. Desearía existir como imaginan ellos; no ser, sino, estar por ser. No saber nada, pese a las obvias avanzadas de una inteligencia que hoy la consideran ajena a la esencia de todo.

¡Lo detestable es que sé! ¡Lacinantemente y a mi modo, sé!
¡Aidée fue quien me despertó a la zozobra del horror! Aidée me lo dijo mañana... Es más bonito decir que me lo dijo mañana. Mis padres mencionan frecuentemente palabras como ayer, hoy y mañana. No entiendo el sígnificado de esas palabras; pero me fascina oirles decir "mañana". Esa palabra logra colocarme al borde de un vacío que habré de llenar conmigo misma. Por eso, todo lo que vivo, lo vivo mañana; por eso prefiero decir que Aidée me lo dijo mañana, "Cuando crezcas te compraré unos patines rojos". Estoy medio muerta de susto. ¿Entonces, yo creceré como ellos? A lo peor adquiero la insufrible manía, de colgar en la pared un papelucho idéntico a ese en el que mamá señala los días importantes. Me golpearé la frente con la palma de la mano, y aire de contrariedad; descuidaré el guisado o desatenderé el fregado para correr a mirar el papel en la pared, y recordar la cita con el ginecólogo. ¡No deseo crecer! ¡No es mi intención crecer! Vagamente percibo que indefectiblemente emergeré desde mi cuna decorada con dibujos de ositos, a otro tiempo menos grato... Me acostumbraré a los almanaques, a los relojes, y quizás, al igual que papá, leeré los periódicos con semblante adusto antes de la cena.


¡Aborrezco el mundo de la gente grande! Desde mañana,cuando Aidée me dejó entrever que crecería, berreo incansablemente cada vez que mamá observa ese papel que llama calendario, y me avisa "es tiempo de que el médico te vea". Es un decir de mamá, porque el doctor apenas me dedica una inexcrutable mirada profesional, y en menos de ocho minutos abandonamos el consultorio con la deprimente sensación de que me han violado los oídos, los ojos, y la boca con un instrumento ridiculamente extraño. La conclusión es la eterna "La niña está saludable, señora", o "La infección de las amigdolas le ha afectado los oídos", y prescribe un antigripal y penicilina. La que si me observa meticulosamente en cada oportunidad que mi madre me lleva al médico, en contra de mi llorosa y en nada tenida en cuenta voluntad, es esa mujer siempre de blanco, obstinada en aparentar simpatica. En ocasiones me pincha el dedo índice de una mano para extraerme sangre; pero no es el momento mas desagradable. Ojalá y todo se limitara a un pichazo en el dedo. Lo fastidioso es verla pasar una cinta alrededor de mi cabeza, y realizar anotaciones en una libreta. Luego, entre mis gritos, y los mimos confundidos de ella y de mamá procurando callarme, tensamente extiende la cinta desde mis pies a la cabeza. La mujer de blanco repite el acto de escribir en la libreta, y le dice a mi madre, "Crece normalmente".


Me he quedado dormida a ratos, y a ratos sin comprender que he despertado ovillada en un ángulo de la cuna. Ignoro cuantas veces me he dormido, y las otras tantas que he abierto los ojos, sin saber exactamente en cual rincón de la oscuridad estoy metida. Al principiar la noche, mamá se incorporó del mecedor conmigo en brazos, susurró unas frases, me besó en las mejillas y me acomodó en la cuna. Después escuché la voz atiborrada de brumas de mi madre, contarle a papá todo lo acontecido en el día. Siempre es así, hasta que la calla el sueño o comienza a indisponerse, y distingo los graves murmullos de papá, entre las quejas espaciadas de mi madre y el continuo chirrido de la cama. Siempre es así, hasta que súbitamente el silencio acaba por ganar todos los entrantes de la habitación; y yo me siento mas dolidamente desamparada, y grito de pavor, adivinándome crecer inexorablemente en la oscuridad.


Mi padre apenas consigue tiempo para cargarnos. ¡Es una lástima, porque tanto a Aidée, como a mi, nos encanta que nos levante en vilo cantándonos frágmentos de melodías que jamás habíamos escuchado! Antes de perder su antiguo trabajo se excusaba diciendo que llegaba extenuado; en estos días aduce andar preocupado por no encontrar empleo. ¡Nunca lo entenderé! Ese hombre o mujer, quien, según mamá, sabe todo, y a quien ella le habla de hinojos antes de meterse a la cama, debe saber que jamás comprenderé a mi padre. ¡Quizás sólo necesite crecer para entenderlo! Me amedranta observarle el rostro de ansiedad irascible, cuando toma la bolsa en que mamá le acomoda los emparedados, y se marcha... Y peor retorna. ¡Nada! ¡Otro día y nada! ¡Nadie desea emplearlo! Debería contentarse, pero se le nota tristísimo, y yo menos lo comprendo, porque él nunca estuvo contento con el jefe, y ahora sufre por no encontrar otro. ¡Pobre papá! Supongo que son atractivos de la edad: Familia, trabajo y presupuestos. Casi lo veo de empleado en una factoría o en una tienda, y llegando con el anochecer encima a bostezar cansancios a la vera de mamá, a rumiar el malquistamiento con el jefe de turno. ¡Y vuelan, vuelan los fines de semanas, recalcados entre planes y dísputas maritales!


¡Aidée es demasiado parecida a mamá! Tanto, que siento miedo al pensarla como una persona adulta. La he mirado prosternarse para conversar con el hombre invisible que todo lo sabe, con devoción similar a la de nuestra madre. A las dos les he oído decir que el nos ama porque somos pobres; pero tanto Aidée, como mamá no aman la pobreza. Ambas viven rogándole a ese hombre que les consiga todo lo que desean. Mamá, parece haber encontrado en ese hombre invisible a la persona propicia para confiarle sus penurias, sus fracasos; lo digo porque sólo le escucho hablarle de adeversidades. Cuando sea grande, si aún ese hombre no nos ha sacado de pobres _ probablemente no querrá hacerlo, porque no deseará quitarnos la buenaventura -, evitaré darle las gracias por las exiguas abundancias de mis bienes. La cara horrible del asunto es pensar que cuando sea grande,ya no pensaré como un baby, y a lo peor acabo como mamá, resignada a una vida miserable bajo la señal que le he visto hacer sobre su cuerpo antes y despues de hablar con ese hombre.


Aidée y yo jugabamos a las muñecas en el comedor, cuando el inesperado alboroto brotó desde la sala. Aidée me dejó y fue corriendoa tropezarse con el abrazo y la alegría de nuestros padres. Arrastrándome por el piso pude apróximarme lo suficiente para comprender que papá había encontrado trabajo. Todos en la casa lucían felices. El tío David había prometido venir a cenar con nosotros para celebrar. Aidée estaba eufórica, pues el tío David siempre suele obsequiarnos cuando nos visita. Aidée me ha mirado sonriente, y me ha dicho que para la cena ya yo estaré durmiendo como siempre. Me he propuesto no dormir, aunque me cueste gritar desesperadamente. Mamá no tendrá mas remedio que sacarme de la cuna, y decirle a papá "Los cólicos no la dejan dormir. Tíene pañales limpios y secos, y rechaza el biberón".


El tío David se presentó impecablemente vestido de blanco. Las primeras excusas fueron para nuestros padres por el retraso con que llegaba. Un rato luego de hablar con papá sobre la bolsa de valores, y otros asuntos de adultos, le dijo a Aidée, mientras me cargaba a mi, que debido a la prisa con que abandonó su oficina,había olvidado nuestros presentes encima del escritorio. Me desilusioné momentaneamente, porque el tío David, como compensación nos prometió pasearnos en su coche después de acabada la cena. Estaba feliz, nunca había tenido ocasión de ver la noche desde la calle. La cena discurrió lentísima entre el calor de la charla familiar y los amables elogios del tío David para cada vianda que probaba. Mamá lucía radiante, y yo inicié una nueva serie de chillidos protestando por la dilación del paseo. Por fin mamá procedió a retirar la mesa; pero mi padre y el tío David se habían apoltronado en el sofá de la sala. Aideé y yo los observabamos ansiosamente desde un rincón. Cada segundo me arrima al filo de una abisal desilusión. El tío David consulta constantemente su bonito reloj pulsera. ¡Es idéntico a mi padre! Sé que no tiene apuro, solamente realiza el movimiento como un torpe reflejo de una costumbre desabrida. Además, al tío David se le olvidan las cosas con frecuencia. Presumo que al igual que mamá, recurrirá al detestable hábito de marcar en el almanaque las fechas que no desea olvidar. Me siento más y más desconcertada. No sé si porque el tío David ha venido a resultar un adulto más, minado de costumbres y obligaciones, o porque se le haya olvidado sacarnos a pasear. Másy más desengañada, y los ojos se me van cerrando de miedo, de asco, de rabia... Sus voces se incorporan a mi sueño. Desde los brazos de mamá, que me lleva al dormitorio, les oigo hablar, reir... Y sueño, sueño... Un nebuloso sueño de relojes y de almanaques; de ordenes anónimas, y de confusas noticias en grandes titulares negros. Un sueño de baby que teme al día en que despertará pensando nombres en dos sexos, para sentirse vigilada desde una cuna.

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