Da Fuga Dos Vagalumes/Otto Oscar Milanese
Con la voz de Martinho da Vila de fondo, puedo relatarte mejor la historia. De ella casi nunca supe nada; lo que todos los vecinos sabíamos, era mujer de Adoniran da Silva, un tipo con suerte, cuyos antepasados nordestinos llegaron a São Paulo con la emigración de los años 50s. Cada vez que escucho esa samba, su recuerdo crece, "Inés saiu dizendo que ia/comprar pavio pro lampiao"... Salir cada mañana la vi yo durante los últimos catorce años. Para todo el mundo una sonrisa, y andando siempre con prisa, aun cuando llevara de la mano a los dos niños que dejaba en la escuela. Otras veces, entre las diez y las once de la mañana la veía sacar del maletero del coche las bolsas de alimentos que traía del supermercado. A la vecina un saludo rápido, un comentario sobre el clima, y no mas. Su paso apresurado atravesaba en breves segundos el jardincillo frontal de la casa, siempre bien cuidado, siempre limpio, y Aparecida da Silva se perdía tras la puerta de la mansión con su sempiterna sonrisa, y su vestuario impecablemente pulcro. ¿Como seria la vida de Aparecida tras esos muros? Eso no lo sé. Nunca lo supo nadie. Todo el mundo colegía que en toda la barriada no existía una persona mas estable que ella. Residía en la mejor casa de la manzana; sólo salía a la calle por necesidad, pero en cada salida exhibía atuendos caros y a la moda. Aparecida parecía tener motivos para que la sonrisa jamás se le fuera de los labios, y saludara a todo el mundo con una jovialidad contagiosa. Su marido Adoniran era el primero en salir de la casona todos los días de lunes a viernes. Alto, delgado, y de semblante grave, durante mas de una década lo vi sacar cada mañana el Wolksuawgen rojo para dirigirse a la Região Central de São Paulo, endonde laboraba.
"Pode me esperar, Mané/que eu já volto já"... Si le contara a mis amigas como cuesta volver a esta casa cada vez que salgo, no me creerían. Me mirarían con la extrañeza de quien piensa haber descubierto que su mejor amiga comienza a enloquecer. Porque no ha quedado una sola de mis viejas amigas del colegio que no haya envidiado mi suerte en un elogio. ¿"Que se debe hacer para atrapar a un hombre como ese"?, mas de una me lo ha dicho envolviendo la frase en una sonrisa. Me zahieren esas miradas de aprobación lanzadas a mis vestidos, ¡"Se nota que te va bien, Aparecida"!
En las ocasiones que los vi salir juntos, igual. Ella siempre sonreída; él, a pesar del semblante hosco, con una expresión inocultable de orgullo varonil por acompañarse de tan atractiva hembra.En pocas ocasiones salían juntos, y mas raro era aún que recibieran visitas. Tenían pocos amigos, o al señor Adoniran no le agradaba ser visitado. "Acendí o fogão/botei agua pra esquentar/e fui pro portão so pra ver Inés chegar"... Exceptuando las matinales salidas de ella para llevar los niños a la escuela, o para comprar en el supermercado, la señora Aparecida da Silva jamás salía sola. Siempre del brazo de su marido en las raras oportunidades que recorrían la barriada a pie, o llevando su apacible sonrisa, como resignada a exhibirla, en el asiento contiguo del conductor, detrás de los vidrios subidos de la portezuela del coche. Miles de noches la vi así desde esta esquina, al salir de la casa o al llegar a ella. Maquinalmente levantaba el brazo para saludar. Aun sin desear hacerlo, era inevitable saludar, aquella tenue sonrisa de mujer realizada invitaba al saludo.
"Anoiteceu e ela nao voltou"... ¡No volver! Cerrar esta puerta un día tras de mi, para no volver jamás, y dejar entre estas cuatro paredes los ecos de las promesas de él, "No volverá a ocurrir, Aparecida", y el abrazo que no deseo, "no probaré jamás otra gota de alcohol", y el beso que no respondo. "fui pra rua feito louco/pra saber o que aconteceu"... Me extrañará. Cuando falte el vagalume que alumbre en el frasco de cristal, me extrañará; pero mientras tanto muero entro estos muros, como pierde luz el vagalume prisionero entre cristales.
A las tres de la tarde llegaba el infaltable ramillete de margaritas. El señor Adoniran nunca dejó de enviarselas. Ella apenas entornaba la puerta para firmar el recibo; se perdía nuevamente entre las paredes de la casona, el tiempo justo para colocar las margaritas en un jarrón con agua, y salir sonrisa al viento, para buscar a los niños en la escuela. "Procurei no hospital"... Me buscarías en todas partes, Adoniran, y que alivio no verte llegarde lunes a viernes a las cinco de la tarde, pasar el índice sobre los muebles buscando el mas parvo indicio de polvo, y recriminar "No piensas en mi, Aparecida, no es verdad que pienses en mi, a este sofá no se le ha pasado un triste paño en semanas". ¿De qué vale el gesto de tus margaritas diarias, Adoniran, si tus palabras dejan mustio mi espiritu;pero me vas extrañar. "procurei na central/ e no xadrez/andei a cidade inteira"...
Sólo una vez, doblando esa esquina en el auto cuando regresaba con los niños de la escuela, me percaté del verdadero sígnificado de su sonrisa. Yo mismo me extrañé de pensar, "Debe irse, tiene que abandonar esa casa". Nunca medité mucho sobre ese pensamiento. Pronto lo deseché, ¿y por qué habría de irse ella? Siempre jovial, siempre elegante. Si la hubieras visto, sus amigas andaban envidiando sus frecuentes recortes de pelo. A mi me lucía como modelo sacada de esas revistas que leen mucho las mujeres. ¿Por qué habría de abandonar ella esa casa? Con un marido como el señor Adoniran, atento, cariñoso, y hasta donde pude observar, desde acá mismo,desde este humilde puesto de periódicos,siempre dispuesto a complacer el mas insígnificante de sus caprichos.
"e não encontrei Inés"...Pero siempre me encuentras, y como el vagalume, Adoniran, se me extingue la luz entre estas paredes.Siempre me encuentras arreglada y con la mesa apañada, luego de haber traído a los niños de la escuela. "voltei pra casa triste demais/o que Inés me fez não se faz"... Siempre me encuentras, Adoniran, medrosamente adivinando con que clase de humor habrás de traspasar ese umbral; quizás, como ayer, con el buenas tardes en la boca, y el abrazo cariñoso que merecuerda al hombre del noviazgo. Tal vez con el ceño fruncido, y el vozarron que hace temblar atus hijos, mientras destapas el frasco de whisky.
La noche que vi los dos coches policiales estacionados frente a la casa de los da Silva, supe que ella debió haberse ido. No pensé en los niños, no pensé en él. La sonrisa de Aparecida se desfiguraba en mi pensamiento dando paso a oscuras premoniciones. "pois nao chão bem perto do fogão"...El señor Adoniran conversaba con los agentes alrededor de los autos. Los niños estaban ahí, al lado del padre, como siluetas irreales debajo de los haces de la luz policial. Lo sabía, faltaba ella. Lo sabía, y quise alegrarme porque había encontrado coraje para huir.
"encontrei um papel escrito assim"...No me iré. Nunca me iré. Que pensaran ellas, mis amigas, la familia de él, mi familia. "Que mal agradecida", eso pensaran, "abandonar a tan buen hombre; dejar así, sabrá Dios por qué, a sus dos hijos". No, nunca me iré, como el vagalume perderé mi luz entre estas paredes, Adoniran, y tu repetirás una y otra vez el no vuelvo a tomar mas, y las vasijas contra el suelo, Adoniran, rabiosamente contra el suelo todo lo que se interponga frente a tus horas de mal humor.
"pode apagar o fogo, Mané"... Tres días buscándola por todo São Paulo. El señor Adoniran telefoneó al Estado de Mato Grosso do Sul en donde residían los familiares de ella; pero no estaba. El vagalume había escapado. "que eu não volto mais"...Una por una, desde aquí mismo, vi desfilar a sus amigas con expresiones de asombro por la desaparición de Aparecida. ¡"Increible, esa mujer es loca, si lo tenía todo"!, exclamaban saliendo de la casona. "PODE APAGAR O FOGO, MANE"... Fueron a dar con ella en la iglesia de una favela de Rio. Temblaba debajo de una imagen de la Virgen María, "QUE EU NO VOLTO MAIS, NÃO", la encontraron con la misma expresión vacía, ausente, que le vi cuando el señor Adoniran la trajo de vuelta a la casona, "pode apagar o fogo, Mané/que eu não volto mais".
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