martes, 4 de marzo de 2008

El Comisario/Otto Oscar Milanese

El Comisario/Otto Oscar Milanese



"Mataron al comisario,
¡ay, un hombre tan decente!,
dicen que lo andan buscando,
su familia que lo siente.
Mataron al comisario,
lo dice José Dolores,
la guardia lo anda buscando,
se fueron los matadores".

José L. Sosa.


Cuentame un merengue.
"Historias sugeridas del merengue".
Merengue: "El Comisario". ( Homenaje a José L. Sosa).
Otto Oscar Milanese.


El comisario:

El grito de Asunción Melo pareció desatar el infierno:_ ¡Ave Maria!, ¿pero qué hace ese gentío en la esquina del billar de don Tavito?_ Preguntó la mujer a unos hombres que pasaban corriendo.

_ ¿Es que usted no escuchó los gritos de José Dolores? ¡Mataron al comisario!_ Le respondió uno de los hombres, sin dejar de correr en dirección al billar.


_ ¡Jesús santísimo!_, exclamó Asunción Melo, santiguándose_, ¡ay, no me diga una vaina así, ombe!


Marinita salió a la puerta del solitario próstibulo a las diez de la mañana. Los hombres y el ajetreo de borrachos llegarían con la noche. Ahora Marinita maldecía por lo bajo que todo ese repentino trajín callejero no le permitiera reponerse del último trasnoche. De mañana, con rostro de poco dormir y sin afeites, parecía una mujer muy distinta, a la que por las noches solicitaban los hombres. Insígnificante, pequeña, escondiendo su delgadez en una larga y ancha bata; con el pelo perdiendo el brillo del desrizado recogido en un moño sujeto a la nuca por una cinta azul; levantaba una mano abierta a la altura de su frente, procurando divisar lo que acontecía en la esquina del billar.

_ ¿Qué esta pasando en aquella esquina?_ Preguntó con una voz lesionada por el tabaco y el alcohol.


_ ¡Dicen que han matado al comisario!_ Le contestaron desde la otra calzada.


Marinita no sepersignó ni sintió compasión. Había olvidado en que momento de su manoseada vida comenzó a dudar de la existencia de Dios._ El comisario era una buena persona_, gritó Marinita a los de la otra acera_. pero también las buenas personas se mueren._Acabó murmurando.


Las autoridades de la provincia ordenaron colocar retenes en las dos salidas del pueblo. De acuerdo a las declaraciones de José Dolores, el matador era forastero. Antes de que Marinita se volviera a meter al prostíbulo, un jeep levantó el polvo de la calle con un brusco frenazo frente a ella. Del jeep saltó un oficial jabao, con patillas frondosamente canas, y con un tabaco encendido debajo del copioso bigote. Marinita le conocía, lo había visto varias veces procurando que cerraran el prostíbulo. Se llamaba Malpaso, capitán Luís Malpaso.


_ Tú que trabajas en esta pocilga_, dijo el capitán Luís Malpaso con brusquedad, colocándose a la altura de la mujer_. ¿Puedes decirme si anoche vinieron gentes de otro pueblo?


Marinita no respondió, continuaba mirando en dirección al billar, ignorando la presencia del hombre. El calor andaba húmedo y molesto entre la ropa y la piel. El capitán Luís Malpaso chupó avidamente el tabaco, y luego sopló con deliberada lentitud envolviendo con la fumarada el rostro de la mujer.

_ Te hice una pregunta, mujer_, la voz era cortante, los ojos amarillentos chispeaban_, ¿prefieres contestarme o prefieres que te saque la respuesta?


Marinita lo miró. Se vió en el sádico amarillo de sus ojos y le respondió:_ Mi trabajo no es chivatear a nadie, general_, la sorna, el sarcasmo casi lo escupió en el rostro del capitán._Pero le diré, que a lo mejor lo mató un cuero celoso. ¿Por qué tiene que ser un hombre quien lo hiciera?


_ ¡Capitán!_ Corrigió de mala gana, Luis Malpaso, arrojando la colilla en la calle.- Y escuchame bien, mamacita_, le agarró la barbilla y la aproximó a su respiración_, no trates de relajar conmigo, al difunto no se le conocieron cuentos de faldas entremujeres decentes, dudo mucho que en su vida pisara uno de estos tugurios buscándo el favor de una de ustedes.


Marinita no se inmutó, las noches del prostíbulo, sirviendo tragos a borrachos, riendo por reir los chistes de los clientes; metida entre pendencias que acababan a puñaladas y a sillazos; y luego abrirle las piernas al gordo que siempre teníasudadas las manos, pero que pagaba mejor que los demás; luego aguantar al gordo encima, con sus grititos y sus aberraciones a ras de lengua, cuando aún no se iba el recuerdo del tipo que acababa de ser levantado del piso del prostíbulo por una orden del fiscal. Esas noches le habían enseñado a no inmutarse.

_ Yo sé lo mismo que sabe usted, general. Me acabo de enterar que mataron al comisario en el billar de don Tavito. Era un buen hombre, eso si le digo, mi general, decente como no he conocido otro en este pueblo de mierda. Para que se quede tranquilo, general, anoche nos visitó poca gente, y todos eran hombres de aquí.

Muy pronto toman las casas el olor de un muerto. Apenas lavaron el cuerpo del comisario, y lo vistieron con el traje que solía usar para ocasiones importantes, los rincones se ahogaron entre gritos femeninos. Desde la sala, pasando por el semi oscuro comedor hasta el patio, los vecinos llenaron los espacios con sillas pegadas a las paredes; de la sala brotaba un rezo constante que a ratos se perdía entre los comentarios que proferían los hombres en la calzada, frente a la casa...


_ Esta muerte se paga con muerte_, dijo René, en el patio, recostado indolentemente de una mata de mango_.Yo no voy a llorar a mi hermano, hasta no ver enterrado a su matador.


Alfonso, el otro hermano del comisario, ya lo lloraba, sentado en una silla de güano, con el torso inclinado hacia delante, y con la mirada perdida entre las piedras y la hojarasca del patio_. José Dolores declaró que el matador no es de aquí_, dijo con la voz palpitando entre las lágrimas que rostro abajo buscaban la tierra.


_ Eso es lo que yo encuentro raro_, objetó René, siempre de mal humor_, las autoridades ya averiguaron que entre ayer y hoy nadie ha salido del caserío.


El capitán Luís Malpaso lo detuvo a la puerta de la gallera, olía a ron y a sudor reseco_. Todavía están velando a tu hermano, René, y ya andas buscandoproblemas_. Dijo el capitán Luís Malpaso, y lo tiró contra los muros de la gallera. Adentro crecían los gritos, mientras las manos del capitán despojaban a René del puñal que traía entre las ropas.


_ Oigame, capitán_, dijo René, apoyando media cara contra el muro_, para mi el asesino es de aquí. Puede ser que este ahí adentro ahora mismo, jugando gallos lo más quita’o de bulla, y mi hermano de cuerpo presente aún.


El capitán Luís Malpaso miró el mango empedrado del puñal, su cara sudaba. El sol de mediodía andaba líquidamente entre camisa y piel_. No importa de donde sea el asesino, René. ¡Aquí yo soy la autoridad, y se hará justicia, no venganza! Anda y vete a acompañar a tu hermano por última vez.


Los dos hombres se miraron, y todo pareció cesar: el sol con sus claros latigazos de calor, el vocerío que salía de la gallera. René se estremeció por la amarilla dureza de los ojos del oficial_. Una cosa, capitán_, dijo en tono sosegado_, ¿Por qué tiene preso a Jose Dolores? ¿Sospecha usted de él?


_ ¡No!_. Respondió el capitán Luís Malpaso_. Tú conoces bien a José Dolores, es incapaz de matar una mosca. No lo tengo preso, está detenido, y cuando me diga todo lo que sabe lo dejaré ir.


Marinita se vestía para la noche. Al final de la misma calle, el comisario ya tenía su propia noche de brazos cruzados sobre un pecho que se rindió a la muerte por el filo de un puñal. Las noches de Marinita casi no eran noches. Eran retazos de mil segundos parecidos en los que el borracho aliento de su mundo la compraba. Y ella aceptaba la vida como un precio que debe pagarse por algo. Ella pagaba cada noche que le abría las entrañas a un masculino aliento diferente. Su precio no era los miserables pesos que el cliente pagaba por ella ni la sucia propina que el cansancio de un orgasmo dejaba entre la cama que cesaba de crugir. Su precio era entregarse.


_ Deja esta vida de mierda_, le dijo él, cuando la madrugada espesaba las horas de silencio.


_ Para irme a vivir contigo_, se burló ella_, contigo que eres un hombre tan bueno y querido por todoel mundo. ¿ Te arriesgarías a mudar a la prostituta de tu amante?


El único hombre extraño que había en el pueblo era un visitador a médico. El Capitán Luís Malpaso lo detuvo a la salida de la farmacia del lugar. _ Soy el capitán Luís Malpaso_, se presentó empequeñeciendo por un instante los ojos amarillos_,han matado al comisario,¿y me gustaría saber donde estaba usted entre las doce y la una del día?


El visitador a médico se reclinó contra la carrocería gris de su automovil, y entreveró los brazos, antes de preguntar:_ ¿Acaso soy sospechoso?


El capitán Luís Malpaso ahogó un erupto entre las manos._ Usted nada más conteste lo que le pregunto. ¿Dónde estaba entre las doce y la una del día?

Se amontonaban curiosos, observaban la escena guardando una distancia prudente.

_ Entre las doce y la una todavía no había llegado a este pueblo.


Apareció la sonrisa en la boca del capitán Luís Malpaso. Una sonrisa dura como su mirada amarilla_. Creo que me tendrá que acompañar al destacamento_. Dijo el capitán, asiendo al hombre por un brazo.


_ ¡Si tengo que mudarte, te mudo, Marinita!
Ella se burlaba de sus palabras, pero en el fondo su ilusión de mujer emergía y se entregaba a soñar que si, que acabaría mudándola como se lo prometía cada vez que iba a verla. Además, era cierto lo que le contaba,cada vez soportaba peor la espera de la oportunidad propicia para visitarla a escondidas, y sus torpes manos ansiosas que no atinaban a desvestirla con la presteza deseada lo confirmaban. Cada vez peor, semanas aguardando la hora adecuada para entrar por la puerta trasera del prostíbulo y desbordar en el flaco cuerpo ajado de la hembra, las ganas reprimidas, durante horas de pueblo que lo ve pasar impecablemente vestido; horas pesadas en las que evoca la humedad de su cuerpo, perdido en brumas de cama vieja, mientras derrocha con afectación la inagotable amabilidad que enmarca entre los límites de sus correctísimos modales, y "que decente es ese hombre", oye al dar la espalda, cuando sus ojos se tiznan de lujuria que extraña los pequeños senos redondos que casi puede palpar, mientras va saludando rostros conocidos a su paso, y "ese hombre nunca se sobrepasa, que medido es", oye, y piensa en ella, en su desnudez de hembra para el hambre de su boca.


_ Tú no lo crées_, suena su voz confidencial en la mugrosa oscuridad del cuartucho_, tú no lo crées, Marinita, pero si tengo que mudarte, te mudo.


La risa de la mujer es la risa de mil noches que se han ido entumecidas por el alcohol y la rutina. Risa de oficio que desea sonar distinta, casi peleando por una sinceridad que nunca ha tenido. Y acaba en amargura la carcajada bajita que bucea en el pecho de la mujer._ ¡Te morirías de la vergüenza!_ Exclama ella, pero en el fondo piensa "por que no", y cuando menos lo crea, la vanidad la traicionará y acabará contándole a las otras que la quieren honrar, que uno de los hombres más importantes del pueblo la quiere mudar.


Se llamaba Reginaldo y acabaron por meterlo en una celda, pese a que José Dolores dijo que ese no era el hombre que vió salir del billar minutos antes de encontrar al comisario tirado entre su sangre que serpenteaba aún por el piso._ El hombre que yo vide_, aseguró José Dolores_, era un hombre muy extraño. Nunca había vi’to un hombre así. Tenía algo raro, pero no sé decí lo que era.


_ Usted no puede mantenerme encerrado por más tiempo_. Dijo Reginaldo, pegando la cara contra los barrotes de la celda_. Ya escuchó a este señor, el matador es otro hombre.


El capitán Luís Malpaso encendió un cigarrillo y lanzó el primer golpe de humo contra el techo.


_ Puedo tenerlo ahí encerrado todavía, porque no han pasado veinticuatro horas desde que lo detuve, además, usted no ha aclarado en donde estaba entre las doce y la una del día.


_ ¡Ya le dije que venía camino a este maldito pueblo!_ Gritó Reginaldo.


El capitán chupó el cigarrillo con deleite_. Será mejor que se mantenga tranquilo_, dijo, y le arrojó una nube de humo en el rostro.


La noche había caído. Continuaban los rezos entre la gente que entraba y salía de la casona de madera con sus puertas abiertas a la incredulidad, al dolor. En medio de la sala el ataud de madera barnizada lo llenaba todo. La muerte lo llena todo. Los viejos cuadros de santos que pendían de clavos en los muros, las sillas diseminadas por toda la casa; la amarillenta luz mortecina de las bombillas que colocaron en el patio,en la mata de mango, en la mata de quenepa. La muerte lo cubre todo con su aspecto, hasta los arrugados
rostros rezadores que ya cabecean de agotamiento entre rosarios y letanías.


_ El capitán detuvo a un hombre de afuera_, dijo Alfonso, luego de haber mirado por vigesima vez el rostro del hermano que ceruleamente soñaba entre los parpadeos de las cuatro velas.


_ Ese es un pobre visitador a médico que nada tiene que ver con esta vaina_. Dijo René, la cólera bañaba su voz._ Yo no sé por que Luís Malpaso me impidió que siguiera buscando al matador, Alfonso, yo tengo por seguro que es hombre del pueblo y ya se lo dije al capitán.


"Está ocupada" le decían en la oscura soledad del patio. Semanas deseándola entre la vieja plaza del pueblo y el billar,con ella y su amor de voz ardiente contra las orejas, metiéndosele en el alma. Entonces, aguardaba a que se desocupara, o se marchaba a enfrentarse a su realidad de buen hombre entre el mercado y la gallera. De hombre justo que vive finiquitando pendencias de borrachos sin ofender nadie. "Porque es hombre guapo cuando hay que serlo", oía los comentarios, después de pasar, después de acariciar la cabeza pelada del último hijo de un conocido. "Ahí va el mejor hombre de este pueblo". Iba, con ella agazapada en sus deseos. Semanas para volver a verla, y "está ocupada".


_ ¿Cómo era el hombre más raro que has visto en tu vida?_ Preguntó el capitán Luís Malpaso, yella se rió con ganas.


_ Yo no sé, general_, le dijo, sentada en la cama, intentando desabrochar la correa del hombre. Él le asía las manos, y ella las eludía_, pero si puedo decirle que esta es una de las preguntas mas raras que he oído.


_ ¡José Dolores dice, que el matador del comisario era un hombre raro!


Se rió bajito con la boca a la altura de la hebilla de la correa, se removió a pretil de cama y con un brusco movimiento de cabeza arrojó su cabellera hacia atrás. Metió las manos por encima del borde de la pretina del pantalón del hombre y lo atrajo contra si, su boca rozaba la tela_. En este pueblo todo es raro: mataron al mejor de los hombres, y entre tanta gente sólo uno pudo ver al matador . Usted también es raro, mi general, con tanto cuadre de macho y no puede hacerle el amor a una puta.


La tomó por el cabello, obligándola a mirarlo_. Mañana, cuando suelte a ese infeliz que tengo encerrado quiero meter al verdadero asesino en la cárcel, y te aseguro que lo encerraré antes de que entierren al comisario._ La empujó violentamente sobre la cama, la mujer quedó tendida, atravesada en la vieja colcha, mientras el capitán llegaba a la puerta, la abría, y desde allí le anunciaba:_ Yo tengo mis propias conclusiones sobre los hombres.


Se lo dijeron con un regusto sádico en la voz que bailoteó por las paredes._ Tu extraño amigo ocasional, el que tú dices que te va a honrá, vino esta noche por ti.


_ ¿ Dónde está? ¿Se fue?_ Preguntó con voz ansiosa.


_ ¡No!_, la voz de la mujer degustaba el momento, sonaba a burla, a carcajada contenida_, no, no se fue, está con Aurora.


El visitador a médico se llenó los pulmones con el aire de la calle, a esa hora entre cuatro hombres sacaban de la casa el ataud del comisario. Asunción Melo sacó medio cuerpo por entre la hoja de puerta que abría empuñando la fría aldaba entre sus manos. _ ¡Jesús santísimo!_, exclamó Asunción Melo, santiguándose, esos hombres no tienen perdón de Dios, están pasando al comisario frente al billar, el pobrecito debe estar desangrándose.


_ ¡Ya sé por que parecía tan raro ese hombre que se limpió al comisario!- Le dijo en la calle, José Dolores al capitán.


El capitán Luís Malpaso carraspeó y escupió humo del cigarrillo contra el polvo de la pedregosa calle_. ¿Por qué?_ Preguntó Luís Malpaso, casi fusilándolo con su amarilla mirada.
_ ¡Porque no era un Hombre !




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