lunes, 10 de marzo de 2008

La Gorra

La Gorra/Otto Oscar Milanese

Del Libro Inédito "Sobre Sueños Y Escrúpulos".


A Ruth A. Behal.

Cuando abordó el trén F, en dirección a Coney Island, en la estación Jay Street de Brooklyn, Camilo Duval era un hombre felíz. Seís estaciones mas allá, en un viejo edificio de apartamentos de Park Slope, le aguardaba Janely, oliendo la primavera en un marzo de retirada, y propinando escobazos de un extremo a otro del apartamento. El mediodía era claro y fresco, Camilo Duval, entrando al vagón,pensaba que su hija Lonely aún no habría llegado de la escuela, cuando él arribara a su hogar, y el olor de la carne guisándose le distendiera las aletas nasales. Era un hombre felíz hasta que vio la gorra. Estaba tirada como al descuido , frente a la última puerta del vagón, y su primer impulso al verla, fue de agacharse y recogerla; pero las miradas de los pasajeros lo obligaron a desistir. "Total, que esta gente ni siquiera me ha mirado", pensó, sentándose en un asiento, de frente a la gorra. Sólo ha sido la presencia de estas personas,la que me ha impresionado para que no coja la gorra". Reflexionó Camilo Duval, y sus pensamientos volaron al pequeño closet a un lado de la pared del pasillo que daba a la puerta de entrada de su hogar. "Debo pararme y tomar esa gorra". En el closet, en una repisa estaban las gorras, pulcras, impecables. Le gustaba mirarlas y recordar el día en que las obtuvo, donde y cuando las compró, o la ocasión en la que se la regalaron. Ahora el tren marchaba a buen rítmo entre Jay y Bergen Street, y el pensaba que al llegar a Bergen, alguien entraría y tomaría la gorra. "Mejor",se dijo en un murmullo, sin despegar la mirada de la gorra tirada en el piso del vagón. "Mejor así, y se acabará mi preocupación. ¡Total, que mirándola bien, es una gorra de poco valor". Sin Embargo, Camilo Duval no despegaba los ojos, como hipnotizado, de la gorra. El tren entraba a Bergen Street, y sintió una inquietud extraña. Era zozobra. En el fondo no deseaba que nadie se llevara la gorra, pero tampoco se atrevía a realizar un esfuerzo, desenténderse de los demás pasajeros,y tener el animo suficiente de pararse y recoger la gorra. Concentró su atención en el andén, por el cristal de la puerta notó que a esa hora,pleno mediodía, pocos pasajeros aguardaban en Bergen. Se regocijó,calculando que las probabilidades de que nadie recogiera la gorra, crecían. "Quizás nadie entra a este vagón en Bergen", pensó, al tiempo que el corazón se le agitaba, porque un señor que leía ensimismado un ejemplar del New York Times, al levantarse y detenerse frente a la puerta, cuando aún el tren no se detenía, había quedado con la puntera de un zapato frente a la gorra. La sangre se le heló. "Si quiero esa gorra", se dijo a si mismo, "tengo que pararme ahora, y recogerla de delante de los pies de ese hombre". El pasajero continuaba leyendo de frente a la puerta, esperando que el tren se detuviera para salir. Para salir, y a lo peor arrastrar la gorra con uno de sus zapatos, fuera del tren. Camilo Duval contuvo la respiración. El tren se detuvo, y cuando las puertas se abrieron, el hombre se tiró hacia la plataforma; uno de sus zapatos pasó levemente por encima de la gorra, casi rozándola. Camilo Duval dejó salir el suspiro. Nadie entró al vagón. Las puertas se cerraron, y la gorra continuaba en el piso.


El tren F comenzó a rodar rumbo a Carrol Street. La gorra seguía boca arriba. Camilo Duval observó que por su posición, era imposible ver el logo que tendría al frente. Comenzó a interesarse más por ella, cuando, reparó que la gorra era de un color mostaza muy parecido al ligero jacket de jeans que ese día llevaba. "Tengo que tomarla", se animó a si mismo,y comenzó a estudiar el número de pasajeros y la actitud de estos. Sólo eran siete, diseminados por todo el vagón, y parecían absortos, lejanos. Los más cercanos a la gorra eran, además de él, una señora,sentada en uno de los asientos que daba la espalda a la puerta,a la gorra, esta,ni siquiera tendría ocasión de ver, si es que se decidía recogerla,y una joven, sentada a dos asientos más allá de él; esta, si podría ver perfectamente toda la maniobra que realizara para tomarla. Los restantes cuatro pasajeros estaban muy distantes. El tren F ya entraba a Carrol Street, otra vez la sensación de perder algo que no era de él; pero que bastaba con realizar un pequeño esfuerzo para que le perteneciera ,lo abrumó. A través del cristal de la puerta, también se percató de que a esa hora, Carrol Street lucía bastante solitaria. Las posibilidades de que nadie entrara al vagón, tal y como aconteciera en Bergen Street aumentaban, pero la buena suerte se agotaba, porque las próximas estaciones, Smith Nine Street y Fourth Avenue,habitualmente lucían con un buen número de pasajeros esperando trenes,sobre todo,Fourth Avenue era clave, ya que allí, muchos usuarios del subway tomaban o abandonaban el tren, al realizar la transferencia desde los trenes M, N, y R. Tenía poco tiempo para decidirse, si realmente deseaba la gorra. Además, él se bajaba en la estación 15, y allí, el tren abría las puertas contrarias a donde estaba la gorra. No tenía la posibilidad de recogerla al bajarse del tren, fingiendo que se le había caído. ¡"Eso es"! Pensó Camilo Duval, ¡"Como no se me ocurrió antes! Debo bajarme aquí en Smith Nine Street, y al salir, hacer como que la gorra se me ha caído y tomarla". El asunto estaba resuelto, se salía tres estaciones antes de su destino, y recogía la gorra saliéndo del vagón. Continuó mirándola, cuando ya el tren se detenía, y se daba cuenta de que nadie iba a entrar ni a salir del vagón. Si decidía tomarla,debía levantarse ahora; pero continuaba sentado. "Es una gorra usada", pensó, "si me salgo, perderé diez o quince minutos esperando el próximo tren".


El tren dejaba atrás la estación de Smith Nine Street. Camilo Duval estaba consciente de que su última oportunidad, para simular que la gorra se le había caído, y tomarla rápidamente al salir del tren, era Fourth Avenue, ya que esta, era la última estación en donde el tren abría sus puertas del lado que estaba la gorra, antes de que él llegara a su destino.

Ahora,que el tren había salido al elevado,podía apreciar mejor el color de la gorra. Entre Smith Nine Street y Fourth Avenue, conjeturaba que la gorra se le había caído a alguien que andaba tan de prisa que no se percató de que se le caía, o no quiso tomarse la molestía de detenerse a recogerla. "Quizás", pensó, cuando los primeros vagones del tren F llegaban a Fourth Avenue, "alguien la arrojó por inservible. Ahora que lo pienso, no he podido verle la visera, debe estar rota". El tren se detenía en Fourth Avenue,abría sus puertas. De repente, un pasajero que entraba miró la gorra, y se detuvo, paecía que la iba a tomar. Camilo Duval se levantó apresuradamente, en el justo instante que el recién llegado decidía sentarse sin tomar la gorra. Los pasajeros denotaron extrañeza por los bruscos movimientos de Camilo Duval. Turbado, en un principio sin saber que hacer, reaccionó como quien está perdido, y le preguntó al pasajero que recién abordara el tren: ¿"La estación 15 no está muy lejos"? En ese momento maldijo la gorra que continuaba en el suelo. Estupidamente preguntaba por la estación que durante los
últimos diez años había sido su destino final. "No", le contestó el hombre, notando que Camilo Duval no despegaba los ojos de la gorra, "Sólo dos estaciones mas".


Dejando atrás a Fourth Avenue, comenzó a convencerse de que la gorra no valía la pena. "En el fondo",pensó Camilo Duval, "lo que busco es una excusa para quedar bien conmigo mismo". Recordó las innumerables gorras, de todos los colores y estilos que tenía en el closet, y sintió que se conformaba con la idea de dejar ahí tirada la gorra mostaza, que tarde o temprano alguien recogería. "Si Janely estuviera aquí", pensó, "ya habría tomado la gorra sin tantos miramientos". Convino calladamente en no contarle nada a Janely. Acabaría burlándose ella, ¿"Acaso dejarías de ser tú, si te inclinaras a recoger un objeto que está en el suelo"? Casi siente que lo muerde la mordacidad implacable de Janely. No. Mejor no se lo cuenta, y además, está completamente convencido de que la gorra es insígnificante. Posée montones de gorras como esas, en ese estilo... El tren F arrivaba a Seven Avenue.


Debía apearse en la próxima estación. Y la gorra continuaba milagrosamente en el mismo lugar. Parecía en buen estado, y su pulcritud era patente; pero nadie la había recogido. Sólo Camilo Duval, parecía atento a la gorra. La muchacha que estaba sentada dos asientos más allá, de vez en cuando le lanzaba despreocupadas miradas,y eso era todo. Sólo él se mantenía ofuscado. Decidió no mirarla más. Faltaban apenas un par de minutos para que el tren F alcanzara Prospect Park West, así que, agarrándose fuertemente de la manija,resolvió olvidarse de la gorra.Cuando se tiró al andén sintió que volvía a ser el mismo.Janely y el calor del apartamento le aguardaban a sólo cinco minutos de distancia. Despreocupadamente Silbó una canción en boga, cuando comenzó a ascender la escalera que lo llevaría a la calle. A su lado pasó rapidamente la muchacha que había sido su ocasional compañera de viaje,subía los peldaños de dos en dos, y llevaba entre sus manos la gorra mostaza. Camilo Duval se detuvo bruscamente, ¡"Qué estúpido fui"!, dijo, cuando le faltaban un par de escalones para alcanzar la calle, ¡"Debí haberla recogido"!.

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