martes, 4 de marzo de 2008

...Y Aún Era Febrero/Otto Oscar Milanese

...Y Aún Era Febrero/Otto Oscar Milanese


Azua de Compostela, 1984./ ...Y Aún Era Febrero/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas de Misericordia.

A Gloria I. Milanese,
y su temor a febrero.


¿Ahora te quedas pensativa, Amarilis? Anda, toma mi vaso y bebe un poquito; la cerveza se calienta y ya se nos hizo tarde. Siempre, amor,_es lo fatal de todo este juego-,se nos hace tarde para algo. No hay nada mas aburrido como un movimiento de cabeza hacia el reloj, eternamente igual; metódico, Amarilis, pragmático. Pero nunca cansa o no tenemos tiempo para saberlo. Miras el reloj: ¿Impaciente, sorprendida o desesperada? No, cariño, no advertimos lo maquinal del gesto, su tedio implícito, y sin embargo, ahí está: reposando en nuestras vidas, emergiendo a cualquier hora... Mejor pago la cuenta y nos vamos.


Cuando la tarde nos dolía con esa muerte enrojecida de nostalgia, pudimos ser felices y no quisimos, él llegó siluetado en las paredes, gobernado y azotado por la brisa del mar Caribe, y vino febrero, Amarilis, y sentí un afanoso deseo de contártelo y tú reías. Así se nos fue la tarde, perdimos el calor de las manos enlazadas y olvidamos los proyectos. Reías. Una sonrisa primero, tierna y débilmente florecida de sarcasmos explayábase por tus labios hasta no poder mas: enmascarabas la boquita con las manos y estallaba la sardónica carcajada.


Reías de mis cosas, como sueles decir. Quería explicártelo, pero no eran mis cosas; pero tú reías cada vez más fuerte. No, no te excuses, ni siquiera me sentí mal, esa risa tuya sólo propulsó el deseo que tenía de relatártelo, de aguarnos la tarde con esa amargura febreril.


_No seas tan incrédula, Amarilis_. Te decía.


Tu manecita temblaba de risa en mi hombro, tu cuerpo se inclinaba hacia adelante; unas lágrimas se avecinaban a tus ojos.


_¿Pero que tiene febrero..?_Te interrumpías, intentabas la sonrisa que abandonabas por la mitad._¿Qué tiene febrero de malo?


Y ahí mi desespero por decírtelo; ahí su escandalizante indumentaria amarilla flotando hacia febrero. Ahí mismo debí tomar tus manos, acariciarlas, apretarlas, y echarnos a caminar silenciosamente. Pero ya ves, aún estamos aquí, frente a doce botellas vacías y un cenicero encrespado de colillas. Te dije, entonces, "mira, allí podré contártelo todo, aquel restaurante luce solitario, acogedor".


Todavía, sentándonos y pidiéndole al mozo una Presidente, media cajilla de Nacional mentolado, y fósforos, te decía "no seas incrédula, Amarilis. Si él estuviera con nosotros lo contaría mejor. Pero no está, vino y se fue nebulosamente como una lágrima huracanada barrida por febrero del rostro de la vida". Tus ojos brillaban, pero ya tu boca no reía, y yo respondiéndote: "Claro, sí. Era azuano como yo". Tus ojos relampagueaban, sugería tu vocecita; especulabas, y yo: "¡Ah, oh!, ¿qué por eso éramos supersticiosos?" Pero si era algo más que supersticiones, cariño, era toda una adversativa realidad once-mestral que se le derrumbaba en febrero, Amarilis. Algo molesto, insidioso, ¿sabes?, desvanecido en marzo ya sin cara ni cuerpo; pero no se iba, ¡que se iba a ir, Amarilis! Latente persistía y gravitaba sobre él, hasta que el año doblaba la esquina, cariño, y asomándose enero la medrosidad difusamente recrudecida mostraba sus rasgos retorcidos, llegaba febrero y: ¡Pum!, ahí la tienes, afloraba la ineludible fatalidad que caía sobre él en forma de calentura, úlcera, enteritis o dispepsia.


Ya no volviste a interrumpirme. Te acodaste en la mesa, colocaste la barbilla en el centro de las manos enlazadas; tu rostro propagaba un súbito interés. El mozo llegó, dejó los cigarrillos y los fósforos sobre la mesa; destapó la botella y nos sirvió, cuando volví a hablar mis ojos se perdían en la espumosa corona de los vasos.


Había que verlo, Amarilis, alizarse los bigotes incipientes, nervioso, afligido. Empujaba la voz con una tristeza sin refugios y rayaba en la docilidad, como niño asustadizo, cuando desconsolado lo enclaustraba su febrero-fobia.


Bebimos un sorbito. ¡Qué agradable y fría nos pareció la Presidente! Retomaste la posición primaria, aguardabas pacientemente mi relato; morosamente abrí el paquete de cigarrillos; rasgué el cerillo, chupé y con la primera bocanada mis frases esparcieron los recuerdos, porque así como el humo son, Amarilis las nostalgias.


Recordándolo rechoncho y amanerado, me pregunto: "¿por qué tuvo que ocurrirle a él?", y no intento o me intimida responderme, Amarilis. Muy humanamente próximo aún está él velado negligentemente por la bruma de los años. Él y su antipatía febreril chapotean entre grises charcos dispersos por mi memoria. No intento responderme, Amarilis: dejo su voz resonar en mis oídos, que me arroje fragmentos de nuestras conversaciones.


_Si pudiera sacarlo del calendario_. Me parece verlo entornar los ojos y decir suspirando_. O irme a otra parte del mundo.


Y mi voz tan convencida como la suya:_En todo lugar habrá febreros para ti.


Cierto, cariño. Febrero le dejaba una fractura o visitaba al dentista o lo mordía el perro del vecino. Los 31 de enero previsoramente recluíase en su habitación. La enfermedad era febrero y no existía un modo de evadirlo. Muchas veces, miraándole metido bajo las mantas con aquella tímida mirada de sus ojos legañosos, me dije "coño, estoy ante el hombre más pusilánime de la tierra". Lo veía calado por un continuo estremecimiento, esperando lo peor a cada instante. "Lee, oye música", le decía arrellanado en un sillón frente a su cama, "haz algo, mi pana, aún no te enfermas y ya lo pareces".


_Ya sé_, decía cambiandode posición_, piensas que todo esto no es más que una psicosis.


Lo creía, Amarilis, lo creía. Pensaba que todas las calamidades acarreadas por febrero se las atraía de tanto pensar negativamente en ese mes.


_Tu miedo lo hace todo_. Le dije una vez.


Y él:_Qué va, pana, qué va_; atiplaba la voz_ a los cinco años de edad: fractura de una clavílcula, ¿ves? Al año siguiente, pulmonía; y entonces ignoraba el nombre del segundo mes.

Me espiaba de soslayo, se comía las uñas; murmuraba entre dientes: "Además, ya has oído esa historia de la vieja. Coño, mi pana, hasta naciendo me ha desgraciado febrero".


Entonces debí parar, Amarilis. La noche era joven aún. Tuvimos tiempo para llamar al mozo, pagar la cuenta y largarnos a cualquier otro sitio. Bebí otro vaso de cerveza, se agotaba; pedí que sirvieran otra y que retiraran tu vaso. ¡Tú siempre igual, Amarilis; soportas el primer vasito y no más! Hundí la colilla en el cenicero color ámbar, miré tu hermoso rostro y proseguí...


La doña, su madre, acostumbraba lamentarse de haber perdido una casa por culpa de una caída. Repetidamente me contaba que en 1944 el generalísimo Trujillo conmemorando el centenario de la independencia, regalaría una casa a todos los padres de niños nacidos el 27 de febrero. A la doña se le veía contentísima, Amarilis, el doctor le aseguraba: "la criatura nacerá el día 27 ó 28". Ella aseguraba que pariría el 27 de febrero, que ganaría la casa; pero el 26, bajando una calzada la criatura se le movío en el vientre, la asustó y la hizo rodar por el suelo provocándole un parto apresurado.


_Se perdió la casa, pana_. Me contaba él con una irónica risita_. Se perdió por cuestión de horas, ya ves, nací dando tremenda metida de pata, ¿no?


La proximidad del benjamín de los meses, convertía en propaganda de temores al enrielado rostro de su madre. Creo que ella lo jodió, Amarilis. Inculcó en él, aún más, el terror hacia esos 28 días; declinaba enero y ya la doña pensaba alterar las costumbres de la casa. Andaba inventándose remedios caseros contra posibles enfermedades que él contraería. Durante esas semanas la sirvienta trabajaba más que en el resto del año; la hacían baldear el piso dos y tres veces, mandaban barrer el polvo de todos los rincones_aun cuando no hubiera_, esterilizaban los cubiertos, colocaban doble cobertor en su cama y compraban cadena nueva para el perro, no vaya a ser que se pusiera rabioso y fuera a morderlo a él, Amarilis, sólo a él. "Hijo", me saludaba ella cuando preguntaba por él, "hay que precaver. Nadie sabe de dónde le llegará la mala en este febrero".


Te digo que ella lo enfermaba; lo metía refunfuñando en la cama. "No seas terco", le decía, "lo mejor que te pudiera pasar es quedarte un mes en el lecho sin enfermarte". Y comenzaban los mimos y esas atenciones propias para bebés; iba a, y venía mil veces de la cocina, ahora con la sopa de vegetales, luego con la limonada o el morir soñando. Nada de refrescos embotellados, ¡¿para él?!, en febrero no, y nada preparado por la sirvienta, ¡¿para él?!, ¡qué va, Amarilis, en febrero no! "Ya ves, pana", una mortuoria resignación andaba por su voz, "la vieja me trata como si estuviera destinado a la silla eléctrica".


Recuerdo que un año, desafiando las rechiflas de su madre, pasó febrero más en la calle que en casa. A la doña casi le da un síncope "si vas a la playa te ahogarás; te traeran con un hueso roto de la cancha. ¿No te das cuenta, hijo, estamos en febrero". Le gritaba. Pero él nada de caso, Amarilis, y hasta lucía jovial; era otro hombre, exultado corría, saltaba, decía: "Puede ser como crees, brother", su voz toda alegría, "sólo una psicosis".


Febrero abandonó el almanaque y él no había mudado una uña. Corriendo fui a verlo emocionadísimo, pensando que ya no había por qué preocuparse. ¿Y qué crees, Amarilis? Lo encontré con una cara de funeral nocturno, tendido boca arriba en el sofá.


-¿Qué pasa hermano, y esa cara? Febrero se fue sin contratiempo, ¿no?


Y él con un "¡no!" rotundo que me dejó helado. Entonces enmarañadamente lo vi en una calle solitaria; era su tez bermeja, su temerosa sonrisa, Amarilis, y su paso precipitado hacia el destino.


"Me enamoré", comenzó a balbucir, y yo hallé el motivo de su alegría pasada, "era tan bonita, pana", claro, pensaba yo, por ella había salido en, y desafiado a febrero, "tan bonita que cualquiera podía enamorarse... Y me le declaré".


_Bueno... ¿Y qué?


_¿...Y qué?_Su voz dolorosamente sorprendida. ¿No te das cuenta? Tenía que darme el no_. Su voz rumbo a la ironía._¡Claro, pana, me le declaré en febrero!


No, Amarilis, no estaba loco. Ojalá y todo hubiese sido una locura; una aprensiva manía provocada por el más pequeño de los meses. Ese mes fue desgastándolo en medio de una lucidez mortificante. Muchas veces me pregunto: ¿Qué clase de tranquilidad pudo haber tenido? Y lo imagino trémulamente escurrido en el lecho, inquietamente desvelado, tratando de adivinar la próxima adversidad traída por un febrero. Entonces comprendo su odio al segundo mes, comprendo que jamás he conocido un odio más positivamente motivado que el suyo. Yo también acabaré por odiarlo y odiarme por vivir esos 28 días cada año...


En ese momento debí levantarme, Amarilis, debimos irnos; ya no más vasitos de Presidente, no más cigarrillos-comenzaba a hablar como él-, debimos irnos. Pero ahí, en el efervescente burbujear de la cerveza, ya estaban sus ojos marrones, asomaba el pelo crespo rojizo, la nariz aquilina y todos sus febreros dibujados por la espumita serpentina y morosa que bajaba languideciendo por el interior del vaso.
Aquella fue, continúa siendo, la noche más vivida de mi existencia. La lluvia se había ido con el crepúsculo grisáceo; pero persistía obstinadamente un lentísimo lloviznar que nunca amainó. Lo encontré en El Conde, mirando las vidrieras. Me le acerqué, le toqué un hombro y saludé:


_¡Hola hermano, me da gusto verte!


Y él:_¡Mira, pana, mira!_Se palpó todo el cuerpo_. No hay rasguños, estamos a 29, febrero se va.


Me contagió su alegría, imaginate, Amarilis, su rostro denunciaba tantas ganas de vivir.


_¡Hombre!_Le dije_. Te creía atrincherado en tu alcoba llenando crucigramas, leyendo, oyendo música...


_Eso se acabó, pana. ¡Ya nunca más!_Su voz era complacencia_.¡Mírame hombre, he salido ileso! De no ser porque el año es bisiesto ya febrero estaría fuera.


Compartí su euforia; caminamos un largo rato por el malecón, haciendo planes, recordando viejos compañeros de secundaria. Apenas me dejaba hablar; canturreaba "Llueve sobre mojado" de Camilo Sesto; callaba, sonreía aparentando guardar un gran secreto y soltaba un: "No le temo a febrero, pana. ¡Ya nunca más!" Y yo: "¿Ya no la recuerdas?", sin saber que decirle, contagiado de su alegría. "Me alegro, brother, me alegro". "¿Para qué recordarla?", reía, daba palmaditas en mi hombro. "Hay muchas mujeres, pana, pero eso si"... Se ponía serio, alzaba el índice. "Jamás me le declaro a unamujer en febrero".


De regreso a su casa cenamos en un restaurante chino de la avenida Independencia. Su cara satisfecha manifestaba una tácita creencia de que la cadena de contrariedades febreriles estaba rota para siempre. Entonces, repentinamente mi boca vomitó un presentimiento: "Oye, viejo, todavía estamos en febrero, ¿verdad..? Él terminaba de cenar y frotaba por sus labios una servilleta color rosa. "Nada temas", dijo mirando su reloj, "faltan pocos minutos para la media noche. Febrero agoniza. Ese movimiento insignificante de su cabeza doblándose, Amarilis, de su mirada buscando el reloj, lo he recordado toda mi vida. Todo hombre, toda mujer que ligeramente levanta su brazo y mira su muñeca, me lo trae, Amarilis, tan alborozadamente despreocupado como en aquella noche. Recoge tu bolso, el camarero ya viene, pagaremos y nos marcharemos. Lamento, cariño, echarte a perder de este modo la velada; pero no puedo salirme de su tiempo, de sus malditos febreros renovados una y otra vez sobre mi borrachera; nuevamente recordaré todo lo que te he contado, todo lo dicho mientras esperamos al mozo. ¡Cuánto tarda ese hombre!, venía para acá y se detuvo en aquella mesa. Ya viene, no desesperes, ya nos vamos... Hice señas al camarero, bebí por última vez apurando nervioso hasta la última gota, sabía que era tarde, había hablado mucho de él; encendí un Nacional y te dije:


El silencio se apelmazó tanto, Amarilis, que era casi palpable entre nosostros. Cuando el mozo retiraba los platillos, ordené traer cerveza; pero él se negó a hacerme compañía pretextando que la mamá debía estar hecha toda nervios aguardándolo. Nos levantamos y él me decía con expresión agitada "en otra oportunidad, pana, me la debes"; cruzamos el espacioso comedor, la cafetería donde un adormilado rostro oriental nos persiguió, hasta que finalmente nos encontramos con un ramalazo de brisa húmeda, que aspiramos brevemente en la calzada, frente a la poco transitada avenida. Allí me dijo "se muere febrero, pana".


Pasamos la avenida, semirrodeamos la plaza Independencia, Paco’s Cafetería se nos presentó atiborrada de clientes, jirones de voces ebrias acompañaron nuestros pasos. Marchaba callado, pero contento; inclinaba el rostro, miraba el reloj "ya casi se va, pana", me dijo llegando a la bocacalle, y saltó eufórico y fue a cruzar corriendo la avenida Bolivar, sin advertir el volkswagen que vertiginosamente viraba desde la Palo Hincado, sin oir mi aterrado grito de "¡Cuidado!", y ..., lo demás, Amarilis, flota neblinosamente en mi memoria: el golpe brusco y seco, el chirrido de los frenos; el cuerpo en el aire..., la aparatosa caída y los circunstantes aprosimándose apresurados.


Corrí hasta él y me quedé como clavado, Amarilis, oyendo venir de muy lejos "que la culpa fue suya, que las luces eran verdes". Las palabras me llegaban retorcidas, lentas, a través del espanto de una absurda pesadilla; pero yo estaba ahí, Amarilis, en el erizado centro de una realidad punzante, estaba ahí sin poder desviar la mirada de su reloj inservible por el impacto del golpe. Fui arrodillándome despacio, como penetrando a las últimas profundidades del estupor; las manecillas se habían detenido en la exacta hora del accidente y marcaban las 11: 59 P.M., sí, Amarilis..., aún era febrero.

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