martes, 4 de marzo de 2008

Un Sol De Las Cuatro Ardiendo En Tus Pupilas/Otto Oscar Milanese

Un Sol De Las Cuatro Ardiendo En Tus Pupilas/Otto Oscar Milanese


Un Sol De Las Cuatro Ardiendo En Tus Pupilas/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas De Misericordia.

Nunca entenderás, Marlene, y tampoco yo lograré asimilarlo esclareciéndotelo de mil maneras; trastocándolo al envés. Y lo comprendo menos cuando se han escabullido las imágenes de las cuatro, y no perviven en tu hosquedad ni el temor ni el regocijo de ser él, para abismarte de mar, al borde de sus pestañas. Será porque a fuerzas de reavivar el pasado, ya no lo crees tuyo, y has perdido el regusto a fogonazos añorantes de otra vida. Será porque insistes en quedarte demasiado quieta, y puedo absorber los amorosos arañazos de tu inalterable mirada, lastimándome de él.


Los partes meteorológicos confirmaban lluvia. ¡ A lo mejor no llovió! Quizás él porfíe que no llovió a las cuatro, Marlene, que se respetó el facsímil de los áridos días anteriores... Es como desembozarlo todo a un mismo tiempo, mirándote a los ojos. ¿ No lo niegas? Miras al techo somnolienta, como si vieras reflejado en él lo que yo miro hurgándote en los ojos. Mejor no pretender denegarlo, Marlene, no previste ese alto sol de las cuatro, inextinguible en tus pupilas.


Y la lluvia, Marlene... ¿ Qué nos importa la lluvia? Cayera o no los días a las cuatro se disfrazaban de iguales cosquilleos soterrados, de ansiosas confidencias por exteriorizarse. ¡ No, Marlene, ya no interesa! No lo concibes aún guarecida de amor en tu estoico silencio. ¡ Ni lo entiendes ni lo niegas ni interesa! Como si estuviera por acaecer partiendo del marinero fondo de tu mirada en reposo, o acabara de concluir en tu sueño o de iniciarse en mi memoria. ¿ Quién lo sabe, Marlene? Las nubes corredizas y grises, anunciaban aguaceros por tus ojos. Entonces, ¿ a las cuatro no hubo lluvia, sino después? Sólo manchas negruzcas salpicando azul de cielo en tus pupilas; y un oleaje turbio vidreándose entre tus pestañas, coronado de musgos, de algas...


Te obstinas en callar, como si en verdad estuvieras a solas y de frente a un pedazo de océano espumoso y ludíbrico besándote los pies. Yo no soy ni importo ni estoy en el acelerado filme, emergiendo en tus retinas. Te complace este silencio vengativo, Marlene. ¿ Por qué no pudo ser que ocurriera todo dentro de tu mutismo?.. Ahora precisamente, a noche plena de cantos de grillos y olores callejeros trepando las hiedras, los geranios... Ahora y no a las cuatro, porque ni tú ni yo lo pedimos; y sin embargo he besado en tus labios un sabor a exigencias idéntico a la vida. ¡ Existir es una exigencia, Marlene! ¿ Lo has pensado? ¡ Me has obligado a ser para regalarte estos secretos instantes de penumbras, de cara al cielo raso! O para caminar palpando el rictus de tu cara, como si lo supieras bajando la pendiente con el aroma de nubes del aguacero azotándole la frente. Como si en este momento, Marlene, pisara el borde de la veredita arenosa empavesada de huellas y esporádicas cangrejeras. ¿ Y tú no dices nada? Prefieres tragarte el grito, impotente de rabia, proseguir inmóvil boca arriba. Consolada porque no son las cuatro; porque sólo a las cuatro de la tarde existe la marisma, y la ladera por donde lo veo torcer con el escozor de las picaduras de jejenes en la espalda. Sólo a las cuatro: ¡Y no lo vas a detener, Marlene! ¿ Porque aún no ha sucedido o ya ocurrió o está pasando siempre? Desarrollándose en tus ojos negados a seguir su carrera, sus saltos esquivando filosas peñas, excrementos, troncos podridos, fósiles marinos y cocos resecos y agrietados.


Lo dejaremos arribar, Marlene. Allí a donde juzgaste inverosímil que llegara mi adusto rostro a contenerte un poquito de díscola felicidad. ¿Nada reprochas? Acabas optando por convertirte en mi cómplice y dejarlo alcanzar el uvero; sin volverte a mirarlo..., dejarlo correr insensible a las uñaradas del guazabaral. Sólo las valerianas y el algazul llenándole los ojos de soslayo, hasta su ágil salto al arenal, desde donde podrá divisarte a lo lejos con tu tanga de franjas azules y amarillas... Y ahora, Marlene, pese a la tanta inerme noche silenciosa hormigueando por tu cuerpo boca arriba, tampoco te volverás como otras veces al sentirlo llegar silbando. Lo dejarás tocar tus hombros, y yo por fin veré mi rostro en la fugaz película de tus ojos: mi rostro impasible volviéndose hacia él.


No hay comentarios: