martes, 4 de marzo de 2008

Infidencias/Otto Oscar Milanese

Infidencias/Otto Oscar Milanese


Infidencias/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas De Misericordia.

Tomados de las manos irrumpieron en la sala número dos del cinematógrafo. Encandilados, bajaron cautelosamente los peldaños semi espirales con lucecitas azules en los bordes, mientras un empleado les iluminaba con una linterna dos butacas vacías. La película estaba en su mitad. Una escena de celos conyugales desarrollándose entre dientes; para no estorbarle el sueño a los niños recién dormidos por la rubia de abundantes senos.


_ ¿Te gruñe así tu esposa?_ Sintió el sarcasmo invadir las brumas desde el asiento contiguo.


_¡Nunca!_ Dijo él._ ¡Melina es la mujer más paciente y confiada del mundo! ¡Es incapaz de pensarme andando con otra!


La rubia del filme se le antojaba la contraparte de su esposa. Habría pagado por vivir esos silabeados reproches mordaces que llenaban toda la sala. Melina existía para asentir, sepultada en el devenir inmutable de una solícita ama de casa. Después, todo era lerdo en ella, abúlico, alicaído.


Ella rió ahogadamente y reclinó la cabeza en su hombro._ ¿Qué tal te sienta la infedelidad?_ Le murmuró quedamente.


La pareja de la película cesó de recriminarse. Callaron, como si arrebujarse en los cobertores y darse mutuamente la espalda, fuera la señal convenida para refugiarse en sus silencios.


_¡Emocionante!_ Respondió él._¡Es como enamorarse por primera vez!


El hombre le había dicho que marchaba a Los Angeles en viaje de negocios. Y la rubia, recelosa, le agrió el desayuno, reconviniéndole, conjeturando hirientemente.


_¿No será que te vas con la furcia de tu secretaria?


La atrajo por los hombros y volvió a pensar: "¡Tan distinta a Melina!" Él le contó lo mismo. Le dijo que la compañía lo enviaba a Puerto Plata por el fin de semana, incluso ensayo rostro disgustado por la ocurrencia.


_¡Cuando nos mandan a provincias, es porque hay trabajo para joderse! El sueldo igual, apenas costean la dieta.


Ella se levantó diciendo que iba al excusado o a comprar palomintas de maíz..., no pudo captar claramente sus palabras.


Y Melina sin rechistar, sin suponer siquiera, lo aceptaba sobriamente. Vestía y peinaba a las niñas a punto de salir para la escuela o servía el desayuno con su habitual lentitud. Si protestara alguna vez. Si por un solo día llegará a ser como esa rubia proyectada en el telón.


En las afueras del poblado, anocheciendo, el hombre recogió a la pelirroja. Se acariciaron jadeantes, premurosos. Luego la sala del cinematógrafo recibió sus risas irónicas.


El no requirió marchar tan lejos. Bastó una llamada desde cualquier teléfono público, preguntar por las niñas, indagar si todo marchaba bien en su ausencia, para que Melina lo creyera en Puerto Plata, y agradeciera su preocupación.

se detuvieron en un restaurante del camino. Acordaron que a partir de entonces ella conduciría. La pelirroja fue en busca del refrigerio, él, dejando expedito el asiento del conductor, se entregó a dormitar.


Vagamente pensó que ella tardaba en regresar de los baños o de compar las palomitas de maíz. No importaba, pronto tendría al lado su calor de hembra apasionada. ¿Por qué tuvo que ser tan indiferente Melina, tan rígidamente adusta?


En el parqueo del restaurante se escucharon pasos de mujer. El hombre continuaba dormitando. La mujer se detuvo frente a la portezuela. Desde el interior del auto sólo podía versele desde las caderas al busto. La siguiente toma trajo un brazo femenino, una blanca mano oprimiendo el botón de la portezuela..., abrió y dejóse ver el iracundo rostro de la rubia, con un puñal en las manos.

_¡Eso sólo se ve en el cine!_ Exclamó él, sin reparar en la lenta sombra de mujer que estaba sentándose a su lado.


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