martes, 4 de marzo de 2008

Sombras De Llanto Sobre Un Recuerdo/Otto Oscar Milanese

Sombras De Llanto Sobre Un Recuerdo/Otto Oscar Milanese


Sombras De Llanto Sobre Un Recuerdo/Otto Oscar Milanese/De Tres Gotas De Misericordia.

Algo ha pasado, Aurelio, no sé desde cuando me arrastra a desplomarme sobre el sofá, me adentro por los intersticios de la vida, procurando burlar cansancios. A quedarme contigo, andados de días nuestros, y de primeras frases la boca dulce. No sé desde cuando... Tengo las manos acostumbradas a las cosas perdidas, al calor de las tuyas, nerviosas y tiernas transmisoras de nuestra pasión por el beisbol, o de la afición secreta a los mediodías bostezados debajo de los aleros; para vivirnos y pasar, Aurelio, vivirnos y transcurrir soporíferos, boquiabiertos. Plenamente pulcros, recién lavados por las cotidianidades.

Ella me lo dice callando, y duele como un puñal de vivencias desencajándoseme en el pecho. ¡ Y duele! Me lo grita cuando viene de arrastrar el vacío de la casa en sus pasos, y se tumba junto a mis huesos, hecha de mansas horas letales. También a ella tu tiempo la detuvo. Anoche la sorprendí dejándote el encendedor y el paquete de cigarrillos sobre la mesita de tu alcoba. Deseé tener conmiseración. Ayudarle a huir, pero te confieso: yo también, al pensarme a solas, entro a tu recámara y apaño tu lecho como si fueras a venir.

Nos reñimos, Aurelio, ya no como en tiempos idos. Nos disputamos reservadamente la primacía de ordenar tus pertenencias, sacudirle el polvo a tu retrato, o alimentar al triste perro escuálido que nos trajiste a la casa en las desmadejadas noliciones de algún crepúsculo. Ella ha llegado a quererlo casi como te amó a ti. A veces creo que no; le sucede que lo quiere con tu cariño o queriéndolo aél es como si te adorara. Prosigue mirándolo como si viera que lo traes en tus brazos, y acudes tímido a preguntarnos:

-¿ Se quedará con nosotros?

Gruñendo bajito, ella, sacaba a relucir las pulgas y lo cachorrito que se le veía, para darnos noches malas y hacérsenos pis en los rincones. Te fuiste y no pudimos evadirnos mas. Nos abandonaste sin resquicios, devueltos de sopetón a nuestros inveterados mutismos. La casa inició unas añorantes pulsaciones de otros días. Sentíala como un lánguido presagio de repeticiones incoloras. Así comenzó mi afición a pasarme días enteros con los ojos cerrados y sin dormir. Y mi mano ancha sosteniendotu niña mano, desdibujándose al oirla a ella anunciar el almuerzo o recordarme el baño.

Revivo la desorganización de tu cuarto: "Sobre Héroes y Tumbas", "El Ruido y la Furia", y "Cien Años de Soledad" tirados en la alfombra como bloques que aguardan pisadas en un gris y fangoso sendero. Sobrado resultaba comunicarnos el sacrosanto respeto surgido entre nosotros por tu habitación. Hubo un lapso recesivo; un armisticio adelantado, impuesto porque estas anonadantes horas fueron previsibles. Cobramos valor, limpiamos tu cuarto con las manos familiarizadas a tus besos, y la indolencia azuzada por los velados ecos de tu voz. Nunca imaginé, Aurelio, que consternará tanto tocar tus ropas, empercharlas. Presentíamos que en cualquier momento te detendrías bajo el dintel, reestrenando la semisonriente mirada escrutadora, conocida a tu retorno de vacaciones. Creíamos oír tus frases de siempre:

- ¡ Extrañé tanto todo esto!

Esas corrientes palabras tuyas, ordinarias y resecas de hastíos, pescaron tantas satisfacciones en mi cara. Ayer, pensándolas, no pude evitar creerlas nuevas. Uno se acostumbra tanto a los diarios remedos, a vivir agotando un horario cumplido ayer, que acabamos degustando un falso sabor de cosas recién creadas. No tengo ganas de continuar cavilándolas. Ni siquiera asumo la valentía de pronunciarlas. Realmente me regocijaría viéndote llegar cargado de afectos, dejando el equipaje a mitad del senderillo del jardín, abalanzándote a serenar los retozones ladridos de recibimiento. ¡No será, no será! Y estas frases extrañas de revalidaciones excesivas, liman asperezas melancólicas irresignadas a vivirme, al echar la final ojeada nocturna a tu habitación... Ella _ y yo también _ se cansó de existir con un candado en la puerta de tu cuarto. _ Porque, Aurelio, seguidamente concluyó la limpieza convenimos que sería mejor cerrarlo_. ¡Fue peor! Fue ponerle cerrojos a la fracción más benigna de nuestra vejez. Suficiente suplicio nos llovía imaginando el polvo invadiéndolo por los intersticios, el olor de abandono camino al ropero, a la cama, al velador. El perro insitía en detenerse erizado frente a la puerta y aullar premonitoriamente arañando la madera. Pensaba: "Olfatea el aroma de sus ropas".

¡"Extrañé tanto todo esto"! Soñábame de pie en el umbral. ¡ Pero es una cruel mentira! ¡ No lo echo de menos! Lo abrimos, no recuerdo si ella o yo. Una mañana, cruzando del living a mi aposento me cegó la difusa claridad del pasillo, el dolor a parto floral reciente, emanado de todo él. Tu cuarto me aguardaba abierto, y su ventanón del fondo mirando al jardín, abierto a la distante vida de las calles, a la primavera, a tu regreso. Ella tampoco recuerda haberlo abierto. Llegóse sombreada de arrugas a mirarlo por encima de mis hombros. No creo que se emocionara, Aurelio, nosotros sólo extrañamos tu cara, el peso de tus pasos, tu voz grave y varonil. Pasamos la noche en vela. Ella no se movía. Apenas gravitaba oscuramente como una fatigos exhalación. Imposible pegar los ojos, rastreaba, como yo, esa fragancia nocturnal de absorbida primavera, por la fetidez acre oleada desde tu alcoba.

Un día_ no sabría decirte cual_ desistimos de la enmarcación precisa de los almanaques. ¡ Total, Aurelio, el tiempo sólo es una manía restrictiva de los hombres! Nuestros días adoptan el nombre de la circunstancia más relevante. Si no se producen es como si no hubiésemos vivido. Lo más corriente es que no se produzcan. No recuerdo si antes o posterior a tomar el negro café ceremoniosamente servido por ella, retornó el desorden a tu recámara. Pensé en ella... Se levantaría cautelosa de no estorbarme el sueño, y se gozaría_ como si fueras tú quien lo hiciera_ revolviendo, tirando o dejando caer tus libros, tus amados objetos, Aurelio. No me creas seguro de lo que cuento, tal vez pude ser yo. ¡ No sé ciertamente! Trato de conciliar el sueño luego de sentirla dormida y cerciorarme de que no se levantará..., ignoro si acabo por amodorrarme primero, o ella simula dormir. Uno de los dos desdeña la amorfa laxitud del sueño y sigilosamente se tira del lecho para entregarse a la morbosidad de poner tu aposento tan indecente como tú lo dejarías.

Un día de estos_ pudo ser ayer u hoy a la mañana_ me le adelanté en la tarea de ordenar tu habitación. Pasó todo el día murmurando bajito_ aún la escucho renegar_ contrariada por entremeterme en sus oficios. Tú le conoces su pordiosera felicidad, su irrestricto apego a las personas que logran insuflarle destellos de vida a sufrimientos. Pretendiste convencerme de su fracaso al intentar existir de otra manera. ¿ Recuerdas, Aurelio, las reprimendas, los disgustos, y su rostro de fiel amor displicente a la hora de recoger tus libros, de preparar tu cama o limpiar el maloliente cenicero sobrecargado de retorcidas colillas? ¡ Vivía sólo para, y en esa hora! Luego se apagaba, inmersa en los afónicos murmullos de una insufrible cotidianidad. Llenarnos los ojos con tus arrugadas camisas mal dobladas sobre el espaldar del sillón, con la mesita atestada de libretas y lápices, la semi desnuda cama, la almohada en el suelo, significa regresar a vivir, Aurelio. ¡Tocando lo tuyo, nos afloran corazones reminescentes entre los trémulos dedos.

El Licey ganó el Campeonato de Beisbol. Lo sé porque anoche hollaron de ruidos las calles. Los vítores, la zarabanda se filtró por la ventana abierta de tu cuarto. Nuevamente dormí poco o no dormí. resucitaba los domingos del estadio, rememorados fulgores de tu rostro exaltado en la victoria, o enfermo de visibles conjeturas en los reveses. La constipada voz apagada de ella me hirió los recuerdos a través de las sombras:

- ¿ Escuchas? ¡ Debe haber ganado Licey, para que ahí afuera intenten derrumbar el mundo de ese modo!

Dormí mal y pesado, Aurelio. Tuve ganas de pisar las calles, de confundirme, como lo harías tú, entre los exacerbados fanáticos liceístas. Imprevistamente me sacaron de tu hora por unos segundos. El bullicio de la calle logró hacerlo; me pilló de sorpresa empujándome a la vida. Toda mi existencia se disipaba de golpe en el silencio progresivamente recuperado. Las voces, los claxons, rodaron y fueron para otras distancias. Quizás hoy pueda conciliar el sueño, Aurelio. ¡ Me olvidaba de que afuera viven... Continuarán existiendo!

¡ Probablemente sepas paladearte el corazón en la boca! A nosotros nos sucedía en los acusamientos de tus cartas. Ella las presentía. Siempre se las compuso para olfatearte a distancia; acostumbraba a dejar el fregado para recalentarte la cena diciendo:

- ¡ El muchacho está a la vuelta de la esquina!

¡ Ahora le sucede conmigo! Encontrándose en las habitaciones o en el baño, intuye el momento cuando me levanto de la mecedora, donde ella solía dormirte de niño. No precisa verme para saber que vago por los rincones con las manos crispadas. ¡ Como le pasaba contigo, sí! Pero no, no exactamente. Todo es distinto, Aurelio... ¿ Desde que nos dejaste, o desde el recibimiento de tu última carta? ¡ Qué bruto me han ido dejando los años! ¡ Nada entiendo claramente! ¡ Nada puedo aseverar! Ocasionalmente parece comprederlo ella, y sonríe desmayadamente. ¿Recuerdas esa sonrisa? La usaba cada vez que terminaba por consentirte, por acceder a tus caprichos.

Hoy hubo un lamentable incidente. Una ocurrencia de ésas, enquistadoras de vida, de aliento temporal, de conciencia recobrada a martirio. Luego recaímos al vacío, a lo rutinario, a la boca desdentada de tu hora. Procuraba concentrarme en la lectura de los diarios_ renuncié a leerlos, me quedaba largo rato con ellos entre las manos, porque mi visión se opacaba observando el crecimiento de tu cara_, ella, mohínamente desollinaba las paredes. Debió rozar el marco de tu retrato con la escobilla, y se vino estrepitosamente al suelo, perseguido de su grito. Tu cara se nubló de trocitos de cristales. Ella corrió asiéndose la garganta con las manos; le ardía un llanto antiguo negado a brotar, a ser, a evaporarse goteante sobre la memoria de tu amado cuerpo, sobre un coloreado lienzo inútil e inservibles condecoraciones milicianas.

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