lunes, 10 de marzo de 2008

Última Noche De Trabajo

Última Noche De Trabajo/Otto Oscar Milanese

Última Noche De Trabajo
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Sobre Sueños Y Escrúpulos".

Jamás saldría de aquella sála por sus pies. Esto lo supo cayendo. Porque se estaba cayendo, y sólo el angustiante deseo de alcanzar la ventana, le permitía avanzar tambaleándose. Se desmoronaba sobre la mullida alfombra, arrastrando consigo la semi-circular mesita de cristal, con las extrañas ceramicas que atrajeron su atención. Toda la vida se le encaramó opresivamente al pecho. Una súbita oscuridad se le paseó frente a los ojos. Nada le importaba tanto como lograr huir de la sála, ni el entumecimiento parcial de sus miembros, ni la abrupta nausea de acre salivación. ¡Necesitaba salir! Pero estaba derrumbándose. ¿"Cómo lo tomará Ileana"? Pensó, segundos antes de dar con su cuerpo en la alfombra. Inevitablemente lo apuñaleó la idea de verla de negro, y llevando al niño de la mano. Todavía tuvo ocasión para pensar que era absolutamente necesario que saliera. Ileana, ella misma lo condujo allí; pero ella no sabía ni lo entendería. Bajo el velillo del luto soterraría su vergüenza, dejando brotar un quejumbroso hipido: ¡"Diez años de engaños, García! ¡Eso nos dejaste a tu hijo y a mí"! Diez años de mentiras, que ahora caían sobre aquella alfombra con él, con su miseria, con su repentina vergüenza tardía.


- Ileana se enterará un día de estos-. Le dijo a Gutierrez, alisándose las puntas del bigote con los dedos indice y pulgar.


Gutierrez tomó el prendedor de la gavetilla del auto, y lanzó a la noche la primera fumarada, por el cristal entreabierto de la portezuela.


- No conviene que te acobardes, García-, dijo, sacudiendo con el indice las cenizas del cigarrillo-. Tomas o dejas el trabajo, pero no vengas con esos escrúpulos ahora.


El calor andaba líquido entre el pecho y la camisa de los dos hombres. La oscuridad, mas allá del borde del paseo de la autopista, se pobló de letanías de grillos.


- Cada día es mas difícil engañarla, Gutierrez. Pregunta, reclama, recela, busca indicios. La mujer se me ha convertido en policía, y no vale la pena, hombre. ¿Entiendes? ¡No vale la maldita pena!


- ¿ Por qué no le dices como consigues la plata?- Bajita y disonante la voz-. Ella tiene derecho a saber como te ganas la vida, como la mantienes.


- Deliras, Gutierrez, tú no conoces a Ileana, ahí acabaría todo.


Debió seguir las conminaciones de Ileana para que visitara un médico. "No seas terca, mujer, es un simple adormecimiento". La calmaba a besos robados, y con palmaditas en las nalgas, mientras se preparaba a tomar una ducha, porque Gutierrez llamó confirmando que había trabajo esa noche. "Diez años en el trabajo, y nunca te dan el turno de día". Avinagraba la voz de tiple en cada ocasión que lo miraba irse de noche. "Tienes diez años de celos con mi trabajo, querida", se burlaba él; pero pensaba acabarlo de una vez, decirle a Gutierrez que se retiraba.


- Estás envejeciendo-. Dijo Gutierrez, echándole a un tiempo la risa sardónica y el humo del cigarrillo.-Este trabajo es sencillo, García. De los mas fáciles que se han presentado.


- Lo difícil es dormir, Gutierrez. soportar las indagaciones de Ileana.


_ Mañana pensarás diferente, García-. Dijo, poniéndo el motor del coche en marcha-. Las plazas de trabajo escasean, y tú no has aprendido otro oficio.


- Puedo intentarlo-. Dijo García, mirando la oscuridad que arropaba al automovil-. ¿Puedo comenzar, Gutierrez. ¿Te das cuenta?


- De lo que me doy cuenta, García, es que con lo que te ofrezco has mantenido por diez años a tu familia.


Al principio Ileana solía preguntar poco. Se conformaba, o aparentaba una parasitaria satisfacción con las respuestas laconicas de él. La intrigaban sus demoradas estadas en la casa. ¿"Dime la verdad"? La insinuante melosidad de su voz ocultaba un femenil sobresalto. ¿"Te has quedado sin empleo"? Él atenuaba la expresión hosca, amordazaba la irritabilidad con una débil sonrisa corta. "Te he explicado mil veces que mi trabajo no es de todos los días". Ella lavando platos: "Muchas veces me siento insegura". El tosiendo; arrojando el diario sobre el sofá; aplastando el humeante pucho sobre la pestilencia de una decena de colillas retorcidas en el cenicero: ¿"Por qué tienes miedo, mujer"? Sentado al borde del sofá, y con la cabeza entre las manos: ¿"Te ha faltado dinero"? Y ella con un "No", confundido, extraviado entre el murmullo del agua del grifo y el sonido de platos que se lavan. ¿"Necesita algo el niño"? Y el "No" de ella, repetido, plagiado, y lava platos. "García tiene razón", piensa y se aisla mas en su silencio de mujer que limpia y ordena; en su oficioso mutismo que anda a escobazos los entrantes de la casa, y acaba canturreando frente al niño que desviste, para ponerle el pyjama.


Desidiosamente le arrojó el ejemplar del periódico sobre el escritorio.


- Léelo tú mismo-. Le dijo con una voz aburrida, sin enfásis-. Despidieron el servicio. Se marchan para no volver. Si quieres, echale una ojeada a los clasificados, le han puesto precio al apartamento.


- De seguro que habrán mudado todo con ellos-. Dijo García.


- ¡ No seas imbécil, hombre! Nada mas usas el cerebro para pensar en las reconvenciones de Ileana. Mira las fotografías de esas gentes, García. Diplomáticos, ejecutivos... Gente acostumbrada a ir de un lado para otro sin llevar nada consigo. Nosotros tendremos el camión listo frente a la marquesina.


"Te la has tomado con mi oficio". Vociferaba García, y apagaba iracundo la pantalla del televisor. El enojo lo empujaba de un lado a otro del apartamento. El llanto del niño se imponía brevemente por encima de las voces adultas. "Soy la unica mujer que desconoce el oficio de su marido". Emperchaba camisas recién planchadas, buscaba espacio para colgar en el ropero. ¿"Qué haces cuando te vas por las noches? ¿Qué haces para ganarte el dinero que traes a casa"? A veces: "Que importa saber cual es mi oficio", respondía él. Otras, la endurecida voz de estilete recordaba: " Cumplo con mis obligaciones, mujer. Nada falta en casa". Y ella remueve pantalones en el ropero, y arroja mudas sucias en un cesto. "Nada falta", grita corriendo a tranquilizar al niño, "ni siquiera el miedo, García, la incertidumbre. Cae sobre el sofá y boquea, buscando aire, ella con su voz suena repentinamente lejana, hasta que lo encuentra afanosamente luchando contra la asfixia. "Debes
ver un doctor", grita y se abalanza solícita a ponerle la cabeza en su regazo, a abanicarle frente al rostro; a pasarle la mano entre la frente y el sudado nacimiento de los cabellos. ¡"Ya pasó"!, murmura él, "no es nada grave. ¡Ya pasó"!


Gutierrez le pronosticó un trabajo rutinario y lucrativo.


- Mis informes dan cuenta de que no existen perros en el patio. ¿Te dás cuenta, García? Podrás trabajar a gusto con las alarmas.


- Será la última vez, Gutierrez. Me he prometido que será la última vez.


Lo miró como si acabara de conocerlo-. Allá tú, García, si deseas morirte de hambre nadie te lo impedirá.


- Si no fuera porque Ileana requiere que se le opere, dejaría tu maldito trabajo ahora mismo, Gutierrez-. Suspiró, exhalando el humo del cigarrillo-. Sólo por eso, acepto este trabajo; pero no olvides que ya no haré otro, así que no pierdas tu tiempo proponiéndomelo.


- Sosiegate, García. Respetaré tu decisión; pero te necesito calmado. Procura tener un buen retiro.¡En díez años nunca has fallado!


¡Siempre falló! Gutierrez estaba equivocado, y él lo sabía ahora, cuando irremediablemente caía, pensando en el rostro de Ileana al enterarse por los diarios; pensando en la sorpresa de quienes se tropezarían con un desconocido tirado en la sála.

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