lunes, 10 de marzo de 2008

Sobre Sueños Y Escrúpulos

Sobre Sueños Y Escrúpulos/Otto Oscar Milanese

Sobre Sueños Y Escrúpulos
Otto Oscar Milanese
Del Libro Inédito "Sobre Sueños Y Escrúpulos".

Todo el sueño lo mismo.El automovil gris rodando y rodando sobre la inconcreta angustia. Rodando sobre la incomodidad de las voltaretas que buscan el despertar. ¡ No despierta! El coche sigue devorando metros y metros de asfalto bajo su carrocería. Precipitados ramalazos de árboles ensombrecen fugazmente los cristales de las ventanillas y el nebuloso rostro del conductor. ¡ No despierta! Le sobrecoge la certidumbre de que cada noche el sueño va más lejos; de que el auto recorre mas trayecto, vertiginosamente rumbo a un insoslayable final.


A la mañana,degustando el café antes del primer cigarrillo, procura animarse.¡"Sólo es un sueño! Una iterativa pesadilla". Mira con abotargados ojos matinales a la mujer de pie,frente a la estufa. Ella también ha soñado al lado de los sueños de él. Toda la noche entre acerbos gruñidos.Repentinamente se pregunta como serán los sueños de ella.Si el ajetreo cotidiano de los oficios le permite recordarlos.Si como él, es capáz de retomar el sueño en la escena truncada por el despertar. Probablemente la próxima vez que sueñe reconocerá al conductor.Involuntariamente se estremece.Dentro de un breve parpadeo ha observado una cabeza recostada contra las telarañas de un cristal roto.


- ¡ Déjate de vainas!-. Le dijo Vilchez-. ¿Qué pretendes, enloquecer?


La primera vez que se lo refirió, le notó silenciosamente interesado, en contraste con su explosiva carcajada de la segunda ocasión que le expuso eltema.


- ¡ Estás chiflado! ¡ Chifladísimo!- Las lágrimas se le saltaban a Vilchez-. Si lograramos soñar lo deseado, y continuar el mismo sueño a la otra noche, como si se tratara de noveluchas televisadas, mis sueños de adolescente se habrían plagado de rubias desnudándose frente a mi cama.


Calla y arroja la colilla contra la humedad del asfalto. Vilchez ríe. Ríe bajito y encima de las palabras de él.


- ¿ Con que retomas el sueño, eh?- Lo mira de soslayo, con la risa, con el resto de noche fría entregada a la llovizna.


El Padre Sereno efectuó flemáticamente la señal de la cruz, y paladeó todas sus frustraciones.


- No se debe traer obsesivamente al día, lo soñado durante la noche.


Ella se incorporó, sintiéndo el peso de la mañana en sus costados.


- ¡Soñar no es tan difícil como vivir, Padre!- Respirable apocamiento en vaharadas imprecisas asaltaban a la mujer, desde adentro del confesionario.


- Soñar del modo que sueñas, es no aceptar la voluntad divina.


Las imagenes de la noche pasada ardiendo tras el velillo, como un madero que no acaba de consumirse.


- ¡ Tengo miedo de soñarlo, Vilchez! ¡Le va a ocurrir lo del sueño!


- ¡Tonterías!- Exclamó Vilchez-. Los sueños no predicen la realidad.


- Siempre he creído eso-. Terminaba de engullir el hot dog, y se limpiaba los labios con una servilleta-. El hombre es la libertad de sí mismo, no puedo soñar lo que ha de vivir otra persona.


- ¿ Entonces?


- Pero en ocasiones ocurren sucesos extraños, Vilchez.


- ¿ Cómo tu sueño?- Otra vez la sorna, las silenciosas arcadas de la sardónica risa contenida.


- ¡ Sí, como el sueño! Riete si quieres, Vilchez, pero tú no has despertado durante más de un mes, sudorosamente sobresaltado a la misma hora, luego de haber tenido el mismo sueño. ¿ Será un aviso?


- No, hombre, sólo se tratade una imbécil pesadilla reincidente. Es imposible avisar el porvenir.


- ¡ No volveré a dormir! ¡ No volveré a soñarlo!

- Es otro modo de rebelarse, Padre... No concibo la existencia como una sacrosanta aceptación.


Los ojos acuosos de rabias ferales; de ansias trasnochadas a lomos de frustraciones.


- ¡ No acepto lo que soy, Padre, ni como soy!


El Padre Sereno desaprobó las palabras de la mujer con un meláncolico movimiento de cabeza.


- No son agradables tus sueños, hija. ¿ Para qué mortificarte con ellos? Déjalos ser únicamente sueños.


Flamigeras gotas de iras inhibidas; escozor naciente en el estomago, y agriamente regurgitados por los labios petreos.


- ¡No, Padre, porque aún soñando se me niega la maternidad!


No es culpa suya soñar así. Nadie selecciona lo que durmiendo se vive, y en el peor de los casos,lo que se vive durmiendo.¡Se sueña, y punto! ¡ Oh, sí! ¡Debería ser punto y se acabó! ¡ Punto, y otra vida! ¡ Punto, y nuevos sueños a blanco y negro o cromáticos!Soñar es una vida paralela, otra realidad... Se lo ha confíado a Vilchez, y Vilchez ríe.Se lo relató nueva vez, y nueva vez, Vilchez, no le concedió importancia.


- ¿ Descubriste quien maneja el coche?- Las palabras lentas, pausadas por las carcajadas.


- ¡ Aún no!


Y Vilchez lo envuelve en esa paternal mirada que él nunca le ha soportado-. Sueñalo pronto, viejo-, la burla sobrenada en el bajo tono de la voz-, porque debes tener muy abandonada a tu mujer.


¡"Positivos"! Pensó, mirándolo fumar apoyado en la repisa de la ventana. "El resultado de los analisis es positivo". Piensa en el tímido acercamiento amoroso. Él continúa fumando de espaldas a las cavilaciones de ella, absorto en algún punto de la calle. Piensa en sus gestos precipitados. Él tamborilea inintencionadamente en el marco de la ventana. Piensa en sus palabras sobrias, monotonas al principio; luego, agobiadas entre el pudor y las lágrimas, confusas, dolorosas; como si se bebiera de golpe todos los sueños tenidos a la vera de él. Se vuelve hacia ella con la sonrisa en la boca, y ella comprende que no reunirá valor para la confidencia, y retorna el horror en nauseas accionadas por la imposición de callar.


El sueño es un recién pasado que se avizora en los ojos semi abotargados.Se los restrega convulsivamente.El resto de madrugada se deslizará como un escozor incierto al filo de la cama.Fuma incansablemente, procurando evitar el vencimiento de los parpados enarenados que se cierran despacio,iguales a pesados cortinajes de teatros, y tras ellos la escena: ¡El sueño! Se mira discutiendo con ella. No la veía, pero le abrumaba la hipnica evidencia de reñirle a ella. Además, la inconfundible voz de ella provenía de algún rincón del sueño. Removíase inquieto en la cama, procurando evitarla; pero no lograba evadirla, ¡jamás lo conseguía! La histérica voz de ella jamás abandona el sueño. Nunca escuchaba claramente lo que ella le gritaba; pero como siempre, por las respuestas que él le ofrecía, podía colegir que ella reprochaba la existencia de una amante. Soñando, se ha preguntado, si habla mientras duerme, si ella ha podido escucharle entre un ronquido y otro, el nombre de otra mujer.


A la noche siguiente se presentó a su sueño una felicidad inexplicable. Soñando no entendía por qué. Olfateó que se sentía dichoso por soñar fruslerías; por no rememorar absolutamente nada dentro del sueño. Así debe ser. No se trae nada de los sueños; nada debe llevarse a ellos. Sin embargo, un soterrado pavor lo perseguía de un sueño a otro. Ya no escuchaba la voz de mujer, y pensaba que pertenecía al mismo sueño de otras noches, o a ese que se desarrollaba silenciosamente agitado a su lado, y del que la mujer guardaba hermético silencio durante el desayuno en las mañanas. ¡Así aparecía la calle! Sustituyendo lentamente a la voz de ella. ¿La calle? El sueño trasladándose al desasosiego. Surgió mañaneramente bulliciosa, brotando del rostro de alguien con quien conversaba en el sueño anterior. Alguien a quien nunca logra identificar, porque pertenece a uno de esos sueños inutiles y corrientes, que fungen iguales a cine revistas, antes del filme. Charlaba con él,y la calle emergió de él, disfumándolo, borrándolo del sueño, para dar paso paulatinamente más definida a la mañana, a las esquinas, al automovil.El coche ya rodaba por el sueño. ¡Siempre lo mismo! El coche rodaba a primeras horas matinales. Ineludiblemente el sueño acabaría con chirrídos de frenos aún resonando en el violento despertar. Todavía despierto, crée oir el golpe del cuerpo contra el volante, contra el cristal. ¡Dios! Imagina la cara del conductor, su vacua mirada de infinito estupor. Lo decidió. ¡No volvería a dormir! Evitaría soñarlo, eludiría la consumación de una realidad que anticipadamente escudriñaba.

Al principio la mujer no se percató. Excesiva fatiga la empujaba a la cama, y se dormía sin aguardarle. Meses, acostumbrada a ignorar la hora en que él llegaba para desvestirse a tientas en la oscuridad, acomodando su alcohólica tufarada en el lado de cama que le dejaba libre. Por las mañanas nada anomalo advertía. Lo encontraba vestido y fumando apaticamente en el sofá. Habitualmente el solía madrugar, y ella no advirtió nada perturbante, ni siquiera en las ocasiones en que ya no lo encontraba en la casa. Se habría marchado a trabajar sin aguardar el desayuno, y eso también solía ocurrir con frecuencia. Sin embargo, la preocupaba una agorera sensación de molestia, y no atinaba a que atribuirselo. ¡Era por él! Esto si lo comprendía claramente; ¿pero por qué? Inicialmente quiso convencerse de que la causa radicaba en notarle demasiado desaliñado. ¡Acabó negándoselo! Sólo se trataba de los efectos de las parrandas, y ya le conocía sobradamente, como para saber que el espiritu juerguista se le apagaría tan subitamente como le llegó. ¡Era algo mas! Algo inusual, incoherente. Concluía encogiéndose de hombros, y atendiendo otros asuntos en su pensamiento. "Una vaga inquietud", pensaba, ¡"siempre has sido demasiado aprensiva, mujer"!


Otro día reconociéndose atónita frente al espejo; procurando convencerse de que lo peor quedó rezagado en la reciente mala noche. ¡Dios! ¡Cómo es urgente el maquillaje para encarar la luz diurna, y a él! Enfrentar su rostro circunspecto, mientras ella viene y va por la casa. Murmurar constreñidamente que durmió sin sobresaltos, si acaso él lo pregunta. Lo mas probable es que no la interrogue, y ella se prometa contarselocuando le vea llegar fatigado y hambriento del trabajo.


Siente una leve disposición para existir sin temor en el nuevo día. Ya no le interesa el sueño, ni las difusas horas de angustia auroral. No le importa ni laperturba: Lo soñado sólo es abonable al sueño. La vida es otra dimensión, otro sentido, que se inicia con el descalzo movimiento de pies que buscan alpargatas y corren a la ducha. ¿O no? ¿Será únicamente el reverso de la conciencia alcanzada mientras se duerme? No posée razones convincentes que le nieguen que viva mientras sueña. Que le nieguen la otra zozobrante realidad de sus sueños. Se promete olvidar, pero no olvida. Sintoniza la radio, e inutilmente tararea frivolidades musicalizadas, y recuerda. Se asilla frente a la pantalla del televisor, y rememora. ¡Es ella! ¡No el pensamiento! O en todo caso ella es el pensamiento o la cruel enunciación de realidad que se desprende de este. Ella..., y cuan superflua es la sonrisa de mil mañanas que su boca arroja contra la concavidad del espejo... ¿Acaso no es el arma contra ella? ¿Y esa mano matinal que se lleva al rostro sucio de dormir incomodo? Para maquillarlo. ¿Pero acaso pondrá mascarillas a los recuerdos? ¡Color, color en las mejillas, bajo los parpados; brillo ficticio en los ojos muertos, carmín para los resecos labios! Realiento semi logrado a brotes de rebeliones contra la cotidianidad. Se entrega a los días. Se deja pertenecer a ellos, no a los sueños; no a préteritos resabios que traslada por el tiempo, confiriéndoles un fresco sabor a hoy.


No se trataba de los efectos de las juergas. Lo anómalo, lo que no encajaba era su retraimiento; su inhabitual circunspección. Antes, cuando él entraba en esos largos días de jolgorios, el carácter se le agriaba. Irasciblemente le montaba continuas broncas por motivos insulsos. Ahora apenas conversaba. La mujer, entonces, se intranquilizó, suponiéndo que la inexplicable transformación del marido, se debía a que este se había enterado del secreto que ella dubitaba en confiarle. Cautelosamente, y en medio de un silencio que le amargaba el paladar, lo estudiaba detenidamente. Rastreaba otra significación latente en las laconicas frases que él le dirigía. ¡Nada! Salvo su terca hosquedad. Los días fueron recobrándole el aliento. ¡Obviamente él no estaba enterado! Su abstraimiento, imaginó ella, constituía otra expresión de la inconformidad que a él lo sentaba durante horas a la mesa de una taberna., y a ella la acorralaba en infinitos sueños incoherentes al borde de las brumas. Hasta escucharle llegar, y comprender abruptamente que algo había muerto en ella, en sus ansias de maternidad flotando por las sombras del aposento. Algo había muerto, y él lo arrastraba cada noche con sus pasos ebrios, imprecisos, desde la puerta de la taberna hasta el lecho, hasta el umbral de la simulada indiferencia de ella. Sin protestar, mansamente echada de costado, dejaba sucederse las horas; mientras, a su lado se removían incomodos gruñidos alcohólicos. De noche en noche algún dislate que dejaba escapar la borrachera... Usualmente sólo se instalaba un silencio recusante entre ambos. Un respirable acallamiento de motivos nunca expuestos, sobrevolando glacialmente el cerco tendido por los zumbidos de mosquitos y la pausada respiración masculina. Luego: Ronquidos de esposo. Luego: El amplio silencio de noche estéril para el sueño de ojos abiertos de ella; hasta que la seca tos del hombre la devuelve desmadejadamente de lado al duro borde de la cama. Pero no está su respiración, su olor, su tos, y tropieza de golpe con un claro indicio de realidad: Lleva tres noches que no lo siente acostarse.


- ¿Cómo sabes que ocurrirá si lo sueñas?- Vilchez le observa friamente por encima de la taza de café que sostenía a la altura de los labios.


- La premonición es demasiado patente. Aún no sueño el final, y me despierto viviéndolo desasosegadamente.


La mirada recorre los rincones de la cafetería semi desierta, para volver a fijarse inexpresivamente en él.

-¿También crées en premoniciones ?


- De algún modo tengo que denominar lo que me ocurre. ¿No?


- ¡Estás loco, viejo!- Habló imperceptiblemente, casi al tiempo de llevarse la taza de café a los labios-. Tantos años de no aceptar a Dios; tantos años de negar el destino, para terminar creyendo que puedes determinar el rumbo de una vida con uno de tus sueños.


- Yo mismo no me lo explico, Vilchez. No es agradable confesarlo, cuando se ha existido explicando la más pueril excentricidad de la vida. Cuando hemos vivido para intuir o inventar los motivos de vivencias irracionales e inexplicables.


La última noche que durmió se la pasó soñando que despertaría justamente cuando el sueño de ella concluyera a su lado. Pero presentía que no, que de un segundo a otro aparecería el automovil, sin que pudiera evitarlo el despertar de su mujer. Ella se quedaría ajenamente amodorrada a la vera de la soñada angustia de él. ¿Cómo eludirlo? ¡"Lo vas a soñar! ¡Lo vas a soñar"!, se gritaba a si mismo en el sueño, y procuraba evadirlo. A ratos deseaba conversar con ella,y la trasladaba desde el nebuloso sueño de ella al suyo. Caminaban. Siempre caminaban, y él se preguntaba por qué jamás podía soñarla de otro modo que no fuese caminando e itentando escuchar infructuosamente lo que ella le hablaba... Reiterativamente ocurría al tirarse de una calzada o al viraje de una esquina: El rostro de ella, ya no era el de ella, sino el de una compañera de trabajo.Entonces sentía un desmazalado aislamiento dentro del sueño. Sudaba el hipnico temor en acuciantes nauseas de borracheras y trasnoches. ¿Miedo soñado o vivido? ¡Miedo de cualquier manera! Pavor a no ver ya ningún rostro al subir o descender una calzada; porque en el brumoso discurrir de otros sueños, - no en los soñados en esa noche -,el coche surgía llenándolo todo, cuando las amigables caras conocidas le dejaban a solas con la realidad de sus sueños.


- ¿Es necesario dormir, Padre?


El Padre Sereno inmovilizó su lenitiva mirada sobre el desconsolado rostro de la mujer.


- ¡Qué pregunta, hija!- La voz le sonó levemente distorsionada por su respiración asmatica-. ¿Qué estás tramando?


La mujer entrecerró los ojos fugazmente, y andó sobre nubes de sueños: Paridasmanos de caricias que acorralan ternuras para asir un biberón.


- ¡Yo, nada,Padre! ¡Nunca he pretendido huir de mis sueños!

El Padre Sereno asintió apesadumbrado-. Por un momento pensé que rehusabas dormir para evitarte la pena de...


- No es por mi, Padre-, le cortó bruscamentela mujer-, es por él.


- Deberías enterarle ya.

Aposento de ancha soledad intranquila. Pesadamente incomoda se imagina sobre sus costados, sin ganas de virarse... En el sueño posée lúcidez de soñar. Sabe que en la habitación no hay cuna ni se oye un llanto que la obligue a levantarse.

- El que no duerme es él, Padre. ¡Tiene tres noches sin dormir!


Tímidamente osó interrogarle recién concluido el silencioso almuerzo. Él reaccionó con dísimiles argumentos evasivos que finalizaban en el hermético aire circunspecto de su rostro. Las dubitaciones proliferaban incesantemente en ella, martirizándola con saña feral, implacable. El ruin sabor de hoscas memorias le inundó la boca, los ojos, la vida. ¿"Lo sabrá"? Pensó, mirándole de reojo, mientras recogía la mesa. Lucía improbable que lo supiera; si casi no sucedió. Aconteció mas a la vera de un sueño horrible, poblado de brumas y forcejeos. Si no existió mas vida que el callado movimiento de la lucha,de las imprecaciones ahogadas contra manos mordidas furiosamente por su boca, por las sombras. ¡"No lo sabe todavía"! Piensa. Si casi no pasó. ¡"Es imposible que lo sepa"! Si unicamente se quedó tendida y fecundada para la oscuridad, para el porvenir de sueños que le desgarran la existencia con niños alaridos que la persiguen.

Decidió hacerlo dormir utilizando sus mejores recursos femeninos. Cuarenta y cinco minutos frente al tocador, por y para él, luego de tomar largamente una relajada ducha. Remotamente presintió la posibilidad de una oportunidad para ambos. Había vivido para los sueños desde que conociera su esterilidad. El Padre Sereno tenía razón: Enfrentaría la vida siendo ella; aceptarla, aceptarse. El fumaba de frente al pedazo de lluviosa noche silenciosa que latía mas allá de la puerta. Las manos de la mujer se posaron sobre los hombros de él, ¿"No piensas dormir?", la voz sonó queda, tibia; refugiada en el aroma del aguacero que se respiraba. "Iré luego". Dijo, con frialdad que no logró impedir que las manos femeninas frotaran los hombros suavemente, y se deslizaran lentas y acariciantes bajo el cuello de la camisa. "Se te nota fatigado,amor". La sobresaltó su propia voz. La última palabra pronunciada la hizo saborear una significación que creía perdida o inexistente. "Me siento bien". Respondió laconicamente. La mujer se movió tenuemente, sentándose en las piernas de él, y desabrochándo sin prisa los botones de la camisa. Inútil. La voz del hombre persistió en mantenerse en tonos lejanos e inaudibles, para rechazar con un "iré luego" a las manos que le hurgaban el pecho, la entrepierna. En vano que ella se abalanzara a cerrar puertas y ventanas a la humedad de sombras de las calles, para efectuar un zaguero intento desesperado de llevarselo a la cama. Las prendas interiores cayeron sobre el azul de la neglige que anteriormente ella se había despojado con lentitud. El hombre no se inmutó. Parecía continuar mirando la oscuridad mojada de la noche a través del estremecido cuerpo femenino; a través de la puerta recién cerrada.


"Lo sabrá. Un día de estos amanecerá enterado". Pensó la mujer, y escuchó de nuevo la voz inflexible de doña Cándida, "Que vergüenza cuando lo sepa el Cura, cuando todo el pueblo se entere". Silenciosamente preparaba el desayuno. "Mejor se lo digo yo, que lo sepa por mi". Doña Cándida dispuso todo, alquiló el coche que debía trasladarla a la capital, inventó la excusa que explicaba la repentina ausencia de ella, "Nadie debe saberlo, ¿entiendes? Para todos estarás enferma un par de semanas en la capital". El hombre no se había movido del mecedor donde ella lo dejó sentado la noche anterior, hastiada de sentirse rechazada. "Otra noche que no pega un ojo. Mejor que lo sepa. Mejor se lo digo yo misma". Y al regreso, para confirmar las palabras de doña Cándida, volvió demacrada y sonriendo desmazaladamente, a pesar de la perdida de sangre. Se sentó a la mesa con él, y le agradó observar que su marido mantenía el voráz apetito de siempre. "Menos mal que comes", le dijo, y su voz sonó aburrida, como cuando se pronuncia cualquier frusleria con la única finalidad de hablar, de romper el mutismo de los minutos. Necesitaba comenzar a contarle; pero irremediablemente, como de costumbre acababa posponiendo la ocasión. No existían momentos adecuados para la confesión ni la confesión le parecía adecuada, luego de tantos años de amor incompartido y dísputas imbéciles. "Acudiré a trabajar", dijo él, poniéndose de pie. "Le demostraré a Vilchez, y a ese Cura de provincias, que dormir es innecesario.


- Vas a morirte por una tonteria-. Vilchez se sacó las palabras con el cigarrillo apretado entre los labios.

Lo decidió un domingo, luego de asistir a misa. Su voz débil, sofocada, parecía rezar monotonamente. Él la escuchó como si oyera las ambiguas palabras rotas de mil sueños sin contarse; de mil sobresaltos cazados en la callada complicidad de noches atrapadas en la zozobra del insomnio.


- ¿ Y qué dice tu mujer, acaso no volverás a dormir con ella?- Escupió la humeante colilla por la ventanilla del coche.


Casi no ocurrió. Ella lo dice, lo llora mansamente acorralada por manos de recuerdos; pero casi no pasó. Únicamente para ella y su temor de secreto velado día a día. Únicamente para ella y las inquisiciones, y las respuestas que se van abonando al tiempo, a la noche; a los gravosos minutos que empalman el reinicio de la realidad al brusco final angustioso de los sueños.


- No lo voy a soñar de nuevo, Vilchez. ¡No voy a matarlo!


Recuerda instantes sucios de manos y de aliento lujurioso. Aunque duela a toda una vida de luctuoso silencio. Habla momentos de gritos a las sombras, a la nada.


- ¿Cómo puedes estar tan seguro de que el hombre de tus sueños morirá, si vuelves a tener ese sueño?


Rememora noche que gira ante las órbitas dilatadas de estupor y de miedo. Noche que acuesta al mundo de revés frente a los ojos desmesurados, y la tersa carne lacerada, palpitando al borde del desgarramiento de la ropa.


- ¿ Cómo puedes creer siquiera, que lo soñarás otra vez?


El Padre Sereno logró ahogar el segundo estornudo en el pañuelo, y miró con ojos fatigados al hombre-. El aborto la dejó estéril. Desde entonces no conoce reposo, soñando con ser madre.

Grita el nombre que alguna vez gritó y maldijo, entre detenidos manotazos de rabia y de pavor. Aunque duela. Aunque a él le lastime más oir el nombre, y ya no pueda salirsele de la sangre, de la vida, de los sueños.


Se sintió inutilmente viejo, viviendo días que ya no le pertenecían. Años eligiendo las palabras para ese momento de cara al mutismo del hombre. De cara a la seca verdad de esos ojos extrañamente fijos, acuosos. Nada se le ocurría. "Ha sufrido". La voz le temblaba más de lo acostumbrado al inicio de los sermones dominicales. "Cada minuto de silencio rememorando, le han robado la juventud".


- ¿ Estás muerto de sueño? A lo mejor el conductor de tus sueños acaba estrellándose por no dormir-. La ironía serpenteó entre las palabras de Vilchez.


- Quizás estés en lo cierto-. Dijo el hombre, abriendo la portezuela del automovil-. Desde la calzada le arrojó sus frases y una enigmática sonrisa que Vilchez no entendió-. Procuraré dormir esta noche.


El sueño buscaba su final reanudación. El coche rodaba, esta vez, mas vertiginosamente que nunca hacia el desenlace, o hacia el principio de una nueva oportunidad conyugal.


El hombre sonrió, y levantó su mano derecha, agitándola.

- ¡ Adios, Vilchez!- Murmuró.


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