lunes, 3 de marzo de 2008

Planes...Y Azares/Otto Oscar Milanese

Planes...Y Azares/Otto Oscar Milanese

Del Libro: A Cóntarselo a Gloria y otros cuentos.


A Gloria Italia Milanese

Al hombre alto y obeso, de cabellos grises, que con pasos cansinos acostumbra-de lunes a viernes, en el estacionamiento del complejo de oficinas gubernamentales - llegar hasta el Sedán crema y abordarlo, le señalaron su último día. ¡No le concedían posibilidades de escapatoria! Cualquiera de los tres mercenarios, convertidos cautelosamente en su sombra, era capáz de recitar el inventario de costumbres, de ínfimos vicios, y discretas virtudes relativas a la victima elegida. Le conocían la rutina de laborar horas extras hasta los días miercoles, y allí, en la propicia soledad del parqueo, el asunto simplifícabase. Superfluo resultaría el gravoso repetimiento de irritantes horas en el coche: fuman y escuchan con afectada distracción una radio emisora,o indolentemente revistan las páginas de los vespertinos. En tanto, las horas se suceden idénticas, fatigosas. Observaran al hombre realizar lo consuetudinario: una veintena de pasos interrumpiendo la oscura calma del estacionamiento; un cigarrillo a medio consumirse arrojado al pavimento, justamente cuando la obesa silueta se detiene a la altura del Sedán. A partir de ese momento le han cronometrado doce segundos en posición idoneamente estática, mientras el hombre se traslada el portafolios de manos, hurga en los bolsillos del pantalón, extrae las llaves y abre la portezuela del automovil. Doce segundos... Suficientes para finiquitar la cuestión. Pero el jefe no señala el día, no da la orden, no desea concluir. Al jefe le divierte darle largas al asunto; regalarle gratuitos momentos de vida, que el jefe conoce a través de los informes que ellos le suministran. Al fin y al cabo, el hombre está muerto, y el jefe se refocila parasus adentros. Anuda con aire satisfecho la corbata frente al espejo; sonríe a las cámaras, y con ademanes modosos enfatiza sus declaraciones preconcebidas, estudiadas, pulidas; ahogadas en espasmódicas vaharadas ebrias de poder. El día, el momento, el lugar, están a disposición del jefe. El hombre apesta a cádaver desde el instante en que el jefe ordenó que se le vigilara.¡ Es un cádaver ya! Pese a que ellos lo divisan salir de la casa, todas las mañanas a las 7: 45 A.M. Y todos los días, escuchan su bronca voz imperativa maldecir, refunfuñar a través del teléfono intervenido. El hombre está acorrralado. ¡Apaciblemente acorralado! No les pagan para hacerlo sentirse acosado. No sospecha ni pizca, y ellos disfrutan espaciadamente los simulacros de tropezarse con él, a lapuerta del nigth club que frecuenta. Amablemente le piden cerillos, o le preguntan la hora, sonriéndole cínicamente, "Yo sé la tuya", piensan, "yo sé tu ultima hora". ¡No la saben! Tampoco el jefe, porque aún no la ha decidido. A lo peor para el hombre, al jefe se le ocurrirá mañana a primeras horas, en su despacho, o a mitad de una interminable recepción. Transmitirá la orden con un ligero ladeamiento de cabeza, seguido de un breve cuchicheo. ¡A ellos les importa un comino! No tienen prisa. Si el jefe toma una decisión, acabará el trabajo, dejarán de recibir la plata que el jefe les suministra, mientras el hombre alienta, y ellos lo vigilan. Sin embargo, el trabajo va tornándose fastidioso. Cada día se vuelve mas monótono seguirle, verle acompañado de sus amantes. Mirarle desvestirse con desgana, a través de las ventanas del apartamento que ellos alquilaron frente a la casa de él. Esta, es otra de las oportunidades para un desenlace. El jefe ha descartado el momento. A ellos no les molesta en absoluto. Que el hombre pueda respirar y moverse libremente, es garantía de que continuaran devengando sus honorarios. No obstante, es un apéndice de sus labores, sugerirle al jefe los momentos y las circunstancias adecuadas. Insinuáronle los domingos a la salida de la iglesia. ¡"No"! Dijo laconicamente el jefe. Propusiéronle a la salida de su residencia, o en el instante de encontrarse con una de sus amantes. ¡"Continuen vigilando"! Ordenó el jefe. Otra vez a esperar a que abandonara el trabajo. La cautelosa persecución del Sedán crema por las calles y avenidas de siempre; otra vez a rastrear sus conversaciones telefónicas... hasta que el ensortijado índice del jefe señala el día en el almanaque, y ellos están ahí... Sobrios, tranquilos, con el motor del automovil en marcha. Saben que de lunes a miercoles le acompañan dos subalternos, que abandonan el edificio un cuarto de hora antes que él..., y ya lo han abandonado. Saben que rutinariamente, un coche policial patrulla el sector, diez minutos antes de que él salga..., y ya lo ha patrullado. ¡No pueden fallar! ¡Al hombre se le agotó la vida que el jefe le prorrogó! El jefe lo sabe de antemano. Le han informado de los veinte pasos; del humeante cigarrillo que desecha en su mitad; de los doce segundos, y del traslado de manos del portafolios. El jefe ya lo sabe, ya lo imagina abrir la portezuela del automovil... Ya sabe que ahora, en este preciso momento, el hombre se desploma sin proferir un gemido en el silencioso estacionamiento...!"Estúpidos"!, grita el jefe en su oficina, "Nuestro hombre pereció ayer en un accidente de transito", y les arroja el periódico con una conocida sonrisa bajo los grandes titulares.

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