lunes, 3 de marzo de 2008

La Fe De Un Liceísta/Otto Oscar Milanese

La Fe De Un Liceísta/Otto Oscar Milanese

Libro: A cóntarselo a Gloria y otros cuentos.


A la memoria de Gloria Italia Milanese,
quien me enseñó la pasión
por Los Tigres del Licey.

Me jugué el destino de mi hija en un juego de pelota. Como si no fuera suficiente el dramatismo,el juego se mantuvo cerrado durante las nueve entradas, hasta ese noveno y último episodio en que Felipe Alou sacó a su pitcher abridor derecho y trajo a un relevista zurdo para lanzarle a Cesarín Gerónimo. Las palabras de Tomás Troncoso comentando la estrategia del manager rojo se me confundían con las voces de las emisoras extranjeras que interferían la frecuencia de la HYZ; pero había escuchado clarito que Manuel Mota dejaría batear a Gerónimo. Detuve el balanceo de la mecedora, me quité la gorra azul de Los Tigres del Licey y la estrellé con rabia contra el piso. Ahí estaba, en ese turno de Cesarín, la posibilidad de que mi Consuelito caminara o no. Gerónimo, a pesar de haber mejorado mucho como bateador en los últimos años de su carrera, continuaba siendo muy vulnerable contra el pitcheo zurdo. En el banco, Mota disponía de Jesús Alou, Ricardo Carty, y Teodoro Martínez, todos derechos; pero no, el Shory se había empeñado en que todo concluyera de esa manera: zurdo contra zurdo. Y mi Consuelito postrada ahí en el camastro del aposento. Corredores azules en segunda y en tercera con dos outs. A tiro de hit el triunfo del Licey. Con un hit estarían en mis manos los cuartos con que podrían operar a mi Consuelito en la capital; pero eso no lo sabía Manuel Mota allá en el Estadio Quisqueya, y Gerónimo ya entraba a la caja de bateo.


La idea surgió cuando Lourdes se plantó a mitad de la sala. Con un brusco movimiento de manos había apagado el radio. Ese domingo Los tigres del Licey habían perdido su cuarto partido consecutivo, y yo pensaba en la cuerda que me daría Simón en la esquina. "Ya casi reunimos los cuartos pa’ la operación de Consuelito en la capital. Nos falta menos de la mitad", me dijo mi mujer, llevándose una mano a la nuca y quitándose el pincho con que sostenía el moño para recomponerselo. "Menos de la mitad significa muchas horas de tirar varilla y cemento pa‘ conseguí esos chelitos", le respondí con voz apesadumbrada. Los senos de ella se acentuaban bajo la fina tela del vestido, con los brazos en alto, arreglándose el moño y con el pincho en la boca. "Estoy segurita de que Licey ha perdido. Cuando Licey pierde te vuelves insoportable". Y ahí mismo, mirándola desde la mecedora, se me ocurrió. No le dije nada, me levanté con la gorra azul entre las manos y fui directamente a nuestra habitación. Abriendo la gaveta del armario en donde guardabamos el dinero que habíamos juntado para la operación, todavía la escuchaba hablando sola en la sala.


La bulla del estadio Quisqeya me ponía aún más nervioso, imaginé a los miles de liceístas de pie, en el lado izquierdo del estadio, vociferando ¡"Licey campeón"! Encendí un cigarrillo, el partido continuaba detenido, Felipe Alou había ido hasta el montículo a conversar con su lanzador. ¡Zurdo contra zurdo! Ahí se estaba jugando toda la suerte de mi Consuelito. Sentía a Lourdes fregando los platos en la cocina, cansada,consumida en plena juventud, levantándose a filo de madrugada para acarrear los calderos en los que freía las hojuelas y las arepitas que vendía en una esquina del mercado público. Felipe Alou ya se retiraba hacia la cueva de Los Leones del Escogido. Chele a chele sudando ella frente a las brasas de los anafes; chele a chele partiéndome el alma yo, ligando cemento, para juntar los cuartos con los que mi Consuelito podría ser una niña normal.Y ahora todo estaba por esfumarse, la última esperanza se ahogaba en la decisión de Manuel Mota.


En la noche del sábado, Simón me aguardaba en la esquina con una sonrisa socarrona: ¡Qué equipo más malo ese Licey, qué pela le han dado Las Estrellas! Ahora no me hables de gloria", las palabras le salían entre risotadas, "el Glorioso Licey es cosa del pasado, y mañana que se prepare porque es candela lo que le tiene guardada el Escogido".


El primer lanzamiento fue alto y pegado, Gerónimo tuvo que echar el cuerpo hacia atras. Me sudaban las manos, chupaba el cigarrillo ansiosamente. En la cocina, Lourdes continuaba fregando, ajena a todo. Comencé a rezar porque Gerónimo consiguiera una base por bolas. Procuraba darme animo, Cesarín se había convertido en un bateador muy selectivo, y estaba teniendo una buena temporada, su average andaba por encima de los .320. Si lograba embasarse por bolas, detrás vendría a batear Mickey Hatcher, y aunque Felipe Alou sacara al zurdo para traerle un derecho a Hatcher, prefería al gringo frente a pitcher derecho y no a Gerónimo contra zurdo.


"No tengo ganas de responderte", le dije a Simón en la esquina, arrojando el cabo del cigarrillo en el charco que habían dejado las últimas lluvias sobre la calle, "quiero hablarte de una vaina importante, Simón, quiero saber que opinas".


El segundo pitcheo hizo lucir mal a Gerónimo, le tiró descolgándose a un lanzamiento en curva. Ese primer strike se llevó parte de mi alma. Me quedé frío en la mecedora.


"Ya no aguanto más ver a Consuelito pasándose la infancia ahí postrada en una cama. Pasará más de un año antes de que Lourdes y yo podamos juntar los cuartos que se necesitan para operarla. Me la voy a jugar, Simón, pienso apostarle al Licey todo el dinero que tenemos ahorrado. Si Dios quiere que Licey gane mañana, la próxima semana estarán operando a mi hija".


El partido tres carreras a dos a favor de los Leones del Escogido, en la parte baja del noveno episodio con dos outs. En tercera corriendo Landestoy, y Tony Fernández en segunda; pero Gerónimo ya estaba en conteo de una bola y un strike y lucía perdido frente al zurdo de los Leones. Vino el tercer lanzamiento, otra curva que llegó de piconazo, el receptor de los Leones realizó una buena parada deteniendo la bola con el peto y manteniéndola frente a él.Los corredores azules no se movieron, y en mi renacía una débil esperanza, Cesarín Gerónimo llegaba al conteo de dos bolas y un strike; pero el zurdo de los rojos sabía lo que estaba haciendo, no le ofrecería un lanzamiento en recta al guardabosques central del Licey.


Simón se quedó callado por largo rato. La sonrisa ya no estaba en su boca. "Hablando en serio, Damian", me dijo, "Licey es un equipo de cuidado aún cuando esté pasando por una mala temporada, como ahora; pero es mucho lo que te vas a jugar, y hay que pensarlo con frialdad. Dejando el fanatismo aparte, ahora lo que importa es conseguir el dinero pa’ la operación de la niña, es más probable que el Escogido gane mañana. Licey adolece de pitcheo abridor, sus lanzadores no están pasando de la quinta entrada. Apuesta al Escogido.


Al cuarto pitcheo sentí desmoronarse el mundo, Gerónimo le tiró y levantó un globito de foul por la banda de primera base. Cuando Guelo Tueny narró que el primera base del Escogido estaba debajo de la bola esperándola para capturarla, apagué inconscientemente el cigarrillo en el cenicero quemándome los dedos.


¡"No, Simón! Nunca apostaría contrario a mi equipo, además, tengo la corazonada de que Licey saldrá de la mala racha mañana.


La bola se le cayó. Inexplicablemente el primera base dejó caer la bola, cuando ya Gerónimo se retiraba hacia la cueva de Los Tigres, pensando que todo había concluído. Sentí de nuevo mi corazón dentro del pecho. Aún quedaba una esperanza, cada vez más pequeña. Tenían a Cesarín en dos strikes.


"Piensalo mejor, Damian", insitió Simón, "Licey no está jugando bien".


Cesarín Gerónimo volvía a entrar de nuevo a la caja de bateo; el griterío de los fanaticos liceístas crecía. Por primera vez, pegado al radio, escuchando a Lourdes trajinar en la cocina, no pensé en la base por bolas, tuve el presentimiento de un hit bateado por Gerónimo, cuando el quinto lanzamiento venía en camino.


"Lo apostaré al Licey, Simón", dije, mirándolo fijamente. "Aquí tienes todo el dinero, apuestaselo todo al Licey para el juego de mañana domingo.


Resultó una curva muy pronunciada que cayó cerca de la zona de strike. Felipe Alou salió a discutir la decisión del arbitro principal bajo el ensordecedor bullicio de la fanaticada de ambos clubes. Gerónimo llegaba a la cuenta de tres bolas y dos strikes. "De todas maneras", pensé, "Cesarín no ha resultado un out fácil para el zurdo".


Simón tomó el dinero que le tendía. Lo contó y luego lo guardó en uno de sus bolsillos. "Haré lo que dices", me dijo, y esa noche no me dió cuerda por la mala campaña que estaban teniendo los Tigres del Licey.


Al sexto lanzamiento le tiró, provocando que me levantara de golpe de la mecedora. Conectó una línea suave por encima de la cabeza del segunda base escogidísta, quien había saltado intentando atrapar la bola que pasó rozándole el guante. Toda la bulla del estadio Quisqueya ahora salía por las bocinas del radio. Me quité la gorra, la tiré contra el piso, ¡"Ganó Licey"!, exclamé. Lo mismo decía Tomás Troncoso en la radió: "¡Ganó Licey"! Corrí a la cocina, Lourdes dejó de fregar para mirarme sorprendida. ¡"Ganó Licey"!, dije abrazándola; pero ella no comprendía, no sabía que ya podíamos pagar la operación de Consuelito. Se encogió de hombros, se deshizo de mi abrazo y tomando un plato para fregarlo, dijo ¿"Y qué? ¡Todavía no ha ganado el campeonato, es sólo un juego!


Salí a la calle, a la esquina en donde solía esperarme Simón luego de cada partido. ¡"Ganó Licey"!, le dije, y lo vi triste; pero no me desanimé, supuse que se debía a la derrota de su equipo. ¡"Sí", me respondió, rehuyendo mi mirada, "por fín ganó Licey, pero yo aposté todo al Escogido"!

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