lunes, 25 de febrero de 2008

EntreViejos Cuadernos/Del Libro Entre Viejos Cuadernos/Otto Oscar Milanese

EntreViejos Cuadernos/Del Libro Entre Viejos Cuadernos/Otto Oscar Milanese


Eres amor de manos amigas del adios.

La noche pare alas,
y el teléfono no zumba al oído del silencio.
¿Estarás blanca y dormida de angustias?
¿O tal vez vigilando la sombra de otros días?
Eres amor de noches hechas para la ausencia,
eres amor de manos amigas del adios,
y te dejas sentir como una despedida,
que a ratos se pasea con las agujas del reloj.
La noche ya se aleja atropellando dudas,
un cielo de recuerdos cobija este dolor,
y van languideciéndo todas las alegrías,
no habrá esta noche el "hola"
lejano de tu voz,
y van amaneciéndo las ansias consumidas,
frente al mudo teléfono:
el cenicero y yo.


El intento.

Recogí el olor de la mañana en la voz,
para que tu vida fuera el inicio de un canto,
y tras la marejada de rutinas cotidianas,
emerjiera siempre el motivo que sugiera vivir,
con todo lo que amas al lado de mi amor,
con todo lo que eres besando lo que soy.
Por esta mañana atravesó mi vida,
como sombra de todo lo que no miras tú,
con un sol naciente te pinté en las calles
,¿qué ansiedad te trajo, qué dolor te amó?,
será que te trae la noción del intento
que fracasa en besarte en donde no estás.


Era el camino...

Por todo lo que anduve
mis pies son un pasado de voces y de calles
que me mancharon de vida al pasar.
Era el camino yo mismo
y nunca lo caminé,
conocí atajos y veredas en el afán de eludir la senda
que me llevaba hacia mi.
Y hoy que de frente al valor
quiero andar por mis rincones sin que me cause vergüenza,
ya no me basta el final del camino,
a todo lo largo del sendero se fue quedando más de lo que fui.

Desorientación.

Cual dirección buscará esta palabra de aliento,
que nunca se acuesta en donde se duermen los sueños;
y este sol que no quema que clase de vida insuflará
en la repetición que se ha vuelto existir.
Mañana ya es una palabra que anochece en los sentidos,
una rabia de olvidos que aún quieren levantarse
para habitar un mundo que nunca fue mío.
A quien le importará este frío que acosa
en la certidumbre que tiende su puente
entre la nada y ser nadie.
No estoy vivo por sentir un dolor que me mata,
estoy vivo porque paso como una llovizna en la boca,
porque entrego una emoción a la frialdad de otro minuto.

Sentimiento 1974.

Sobre aquella flor marchita
mal dormida en un jarrón,
ayer crearon tus manos
un segundo de ilusión.
Ante mi abriste un mundo,
como un día se abrió la flor,
y como la flor vencida,
ese mundo se cayó.
Ya no hay flores,
ya no hay manos,
ni hay momentos de ilusión,
la huella de tu sonrisa
es flor ajada en un rincón.

Hermano Alberto.
A José Alberto Milanese.

Hermano,
hermano Alberto,
ya nuestra casa es sólo una nostalgia de los dos.
Mi vida no sabe de tu vida,
pero cada noche mi sangre pregunta por ti.
Y revuelvo los momentos como si fueran
esos papeles tuyos que siempre desordené a escondidas.
A veces, cuando el recuerdo no pide permiso
vuelve a protegerme tu imágen de hermano mayor,
nuestras viejas discusiones, hermano Alberto,
hoy son motivos de sonrisas.

A los doce años.

Amé las calles y el silencio,
pero no aquellas calles,
no aquellos silencios,
en donde la firme voluntad de la democracia
votó a favor de una bala,
legisló la legalidad de hacer sus muertos.
Por un sólo orificio la bala abrió el camino del silencio,
y en el silencio, Alberto,
nos queda suficiente espacio para recordar nuestros muertos.,
que si hubo doce manchas de sangre sobre el mapa,
que si hubo doce sombras de terror bajo este cielo,
que si fueron como doce cementerios
cada uno de sus años de gobierno.

Cuando nos encontramos las caras.

Suelo perderme,
pero tus manos son dos rutas hacia el amanecer.
Encontrándome en las calles,
no soy mas que la distancia de los otros,
oscura lejanía idéntificada en tu silencio,
cuando nos encontramos las caras.
Me han salvado tus ojos de la cotidianidad,
vuelo en tus motivos de mujer,
recobro todo lo perdido en el trayecto,
recupero mi nombre y mis razones,
el olor de las calles cuando llueve,
la corteza arañada de mis secretos.

Mis amigos.

Mis amigos ya no están a la mesa de un bar,
o en la esquina de siempre,
a ellos, como a mi, entre la familia y el trabajo
les ha nacido una muerte.
Mis amigos ya no son los del chiste en la boca
y la palabrota entre dientes,
como yo, tienen rostros de marido y de padre,
y de hombres conscientes.
Mis amigos ya no dan sus espaldas al sol
ni a los ríos se meten,
como yo, en cualquier plaza lustran sus zápatos,
y leyendo los diarios comentan su suerte.

La lluvia.

La lluvia me gusta fugazmente en la tarde,
liviana en la tristeza,
cuando parece la lluvia un momento de olvido,
un segundo de todo lo que quiere morir.
A veces llueve raudamente, y la tierra no acoge
mas que lluvia caida,
sólo gotas de cielo,
millares de lágrimas que se derraman
porque el hombre vive dejando estériles huellas.
La lluvia me gusta, cuando es lluvia serena
que enamora a la tarde,
sin saber que corteja a solitarios minutos
que se van enlazando a un rosario de penas.
No el salvaje aguacero que inunda las calles,
ni la brutal tormenta que enloda azucenas,
esa triste llovizna que caída en tu boca
es el llanto de todo lo que el hombre deshonra.


Perdido en el día.

Perdido en el día,
quizas no existan caminos
y cada vacio de la vida
es otra vida que te llama.
Todo duele a imposibles
y en el aire se dilatan las nubes de sueños,
que cubren la soledad.
Caen en los momentos
la lluvia de tus palabras
para que estos silencios se abran
como carne viva de las nostalgias.

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